Capítulo 42

Di otro sorbo de té y tragué, tratando de no atragantarme.

—Abbey y Kevin están cuidando a Tristan por mí ahora, pero he de volver y ocuparme de él.

—Ingrid siempre ha sido una caradura —comentó secamente Matt.

—¿Cuánto tiempo te lo ha dejado? —Simone se sirvió una galleta del paquete que Matt había puesto delante de nosotras.

—No estoy segura —vacilé, mirando a Matt—, pero creo que va a ser bastante permanente. Me ha dejado su partida de nacimiento y el carné de vacunaciones.

Simone dejó la taza sobre la mesa ruidosamente y puso cara de incredulidad.

—¿Has contactado con servicios sociales?

—No quiero que vaya a un orfanato. De algún modo creo que es mi responsabilidad.

Hurgué en el bolsillo de mi chaqueta y saqué las cartas que Ingrid me había dejado. Simone las leyó y se las pasó a Matt.

—¿Cómo interpretas ese trozo críptico de que tú eres lo mejor después de una madre? —preguntó Simone.

—Primero pensé que quería decir que Calum era el padre natural de Tristan —admití—. Abbey ya me había contado que Ingrid solía visitarlo después de mi desaparición y yo sumé dos y dos, pero él lo negó.

—Es normal, ¿no? —dijo ella cortante.

—Yo le creo. Calum me dijo que ella trató de seducirlo después de mi desaparición, pero la rechazó. Después de eso desapareció de su vida por completo. También señaló que cuando Ingrid escribió esa carta no sabía si yo iba a volver con Calum o si iba a quedarme aquí con Matt.

—Crees que soy yo —dijo Matt de repente cuando lo comprendió con un poco de retraso—. ¿Has venido aquí hoy para confrontarme con eso?

Sentí que me ruborizaba.

—No sabía qué creer. Todavía no lo sé. Kevin cree que Tristan podría ser de cualquiera, con el estilo de vida que ha estado llevando Ingrid, pero yo la conozco, bueno, la conocía. Siempre había querido estabilidad y alguien que cuidara de ella. Estoy segura de que no se hizo prostituta hasta después de tener a Tristan. Creo que sólo lo hizo para darle una vida mejor de la que podía ofrecerle sólo con los subsidios.

Matt bajó del taburete, pasó junto a su hermana y apoyó sus manos en mis hombros.

—No voy a decir que no estuve tentado. Ingrid era guapa y sexy e hizo lo posible por seducirme, pero yo estaba sufriendo por ti, Michaela. Ya sé que dirás que apenas te conocía, pero ya te he explicado mis sentimientos.

Pensé en la fotografía que había encontrado en el cajón de su mesilla mientras él continuaba.

—Nos vimos ocasionalmente y hablamos de ti, pensaba que te echaba de menos tanto como yo. Era reconfortante hablar de ti con una de tus amigas. Ella me hablaba de cosas que decías y hacías y me hacía sentir que te conocía de verdad, igual que ella. Pero al final me di cuenta de que no era eso lo que quería y le dije que no era buena idea que nos viéramos más. —Hizo una pausa, recordando—. Estaba enfurecida. Me llamó miserable desgraciado y me mandó al infierno...

Así que eso era lo que Ingrid quería decir cuando decía que todos los hombres eran unos desgraciados, pensé. La habían rechazado tanto Calum como Matt. Quizás había tenido un breve idilio con un completo desconocido o incluso una relación de una noche. Y eso convertía a Tristan en el problema de otro y no mío.

—Mirad, me estoy quedando entumecida sentada en este taburete. ¿Por qué no vamos a la sala y hablamos de esto más cómodamente? —dijo Simone, levantándose del taburete de al lado del mío y recogiendo su taza mientras hablaba.

Matt todavía me agarraba por los hombros, pero pareció volver en sí con las palabras de su hermana, y me soltó reticentemente para que pudiera seguir a Simone a la luminosa y espaciosa sala de estar.

Simone se había acomodado en un ancho sillón de color crema con los pies levantados en un puf del mismo color. Parecía relajada y a gusto ahí y me pregunté dónde estaba su verdadera casa.

—Cuatro horas es un largo viaje —comenté, sentándome en el sofá—. ¿Visitas a Matt a menudo?

—Trabajo en Norfolk, aunque nuestro hogar está en Kent. Vuelvo muy a menudo porque nuestros padres viven a veinte minutos, a las afueras de Dover.

Asentí al comprender, aunque todavía estaba desconcertada por su uso de la expresión «nuestros padres». Me pregunté cómo los dos podían ser hermanos naturales.

—Los dos descendemos de los vikingos —dijo Matt riendo, como si leyera mis pensamientos. Se sentó a mi lado—. Con un poco de esto y de aquello por el camino.

Yo no sabía qué decir, pero Simone retomó la historia. Ella obviamente estaba acostumbrada a tener que explicar sus aspectos tan diferentes.

—Matthew y yo tenemos el mismo padre —dijo al sorber su té—. La familia de papá es originaria del norte de Europa. Hace varios siglos se desplazaron al sur y se asentaron en lo que se ha convertido en Normandía. Sus ancestros se toparon luego con Guillermo el Conquistador en mil sesenta y seis y se instalaron en Kent. Creemos que el apellido de la familia procede del lugar de Normandía del que eran: allí hay un pueblo llamado Treguier.

No quise mencionar que no parecía muy vikinga con su piel de color café con leche y el cabello negro, pero me fijé al mirarla en que tenía los ojos de un color grisáceo, muy parecidos a los de Matt.

—El trabajo de nuestro padre lo llevó al otro lado del canal; comercia con diamantes y pasó gran parte del principio de su carrera en Holanda y Luxemburgo. Además —dijo con una sonrisa—, pasó la mayor parte de los años setenta viajando a Suráfrica, donde hacía frecuentes visitas a las minas de la compañía de diamantes.

—Ah —dije, notando la conexión y esperando a que ella continuara.

Era un alivio tener algo en lo que pensar al margen de mis propios problemas. Me hundí más en el sofá y empecé a relajarme, intrigada por su historia.

—Papá se enamoró de una chica africana. Supongo que era muy hermosa y se decía que también era una maravillosa cantante. Yo nací en mil novecientos setenta y siete, justo antes de que él tuviera que regresar al Reino Unido de forma permanente. Días antes de que papá se marchara, hubo algún tipo de conflicto entre tribus rebeldes en guerra. Aunque Suráfrica ahora sólo produce alrededor del quince por ciento de los diamantes del mundo, en aquellos días había un interés mayor. A mi madre... —Simone hizo una pausa y respiró hondo para calmarse— la mataron en el conflicto. Papá estaba destrozado, y después de varios meses de batallar, los servicios de inmigración me trajeron a Inglaterra.

—Entretanto —continuó Matt, retomando la historia—, mi madre, Doreen, la mujer inglesa de papá, me estaba esperando a mí. A pesar del encaprichamiento de papá con la madre de Simone, él y mi madre tenían un matrimonio feliz. Papá descubrió que Doreen estaba embarazada sólo unos meses después de que la madre de Simone le dijera que estaba esperando a su bebé. Mamá no sabía nada de su aventura, por supuesto, y no le hizo ninguna gracia que insistiera en hacer una última visita a Suráfrica cuando ella tenía que dar a luz. Ella acababa de llevarme a casa desde el hospital y estaba esperando el regreso de papá, cuando él apareció con Simone.

—Cielo santo —exclamé, volviéndome hacia Matt—, ¿qué demonios hizo tu madre?

—Después del shock inicial, finalmente lo perdonó y me adoptó —replicó Simone—. Mamá nos educó a los dos juntos, como si yo fuera su propia hija. Sólo nos llevamos unos meses, así que debió de ser como criar gemelos. Doreen es una mujer muy especial.

—¿Vuestros padres siguen juntos?

—Felizmente casados y planeando dar la vuelta al mundo en crucero cuando papá se jubile como es debido dentro de un par de años —me contó Matt. Hizo una pausa y me lanzó una mirada extraña—. Pertenezca a quien pertenezca, el pequeño Tristan merece una oportunidad en la vida. Los niños no deberían ser culpados por las maneras o las circunstancias de su llegada a este mundo.

Me estaba preguntando si Matt estaba reconociendo ser el padre de Tristan al fin y al cabo, pero continuó:

—No sé quién es el padre natural del niño, pero Ingrid obviamente quería que tú lo criaras por ella.

—Pero tener que cuidar a Tristan me da otra razón para quedarme con Calum —señalé, con un ligero pánico—. El niño ha de crecer en un entorno familiar. Creo que ya lo ha pasado mal; está cubierto de sospechosos moratones y parece que prefiere dormir debajo de la mesa de la cocina a hacerlo en una cama como es debido.

Y por mucho que me gustara Tristan, me descubrí pensando otra vez en la atadura que representaría. Todavía era joven. En el fondo sabía que quería tener unas pocas aventuras más, ver mundo y continuar con mi carrera. Quizá nada tan grande como esa aventura, me dije con una sonrisa interior, pero aventuras al fin y al cabo. ¿Acaso no había puesto ya mi vida entre paréntesis para cuidar a Abbey?

Pensé en Doreen y en lo que había hecho por Simone y me sentí culpable por estar tentada —aunque sólo fuera un poco— de poner como excusa las extrañas circunstancias en las que me hallaba para abandonar mis responsabilidades. Pero por un golpe fantástico del destino me habían dado otra oportunidad. ¿Podía renunciar a mis sueños de una carrera y a la excitación de viajar una segunda vez? ¿De verdad quería hacerlo?

—Cielo santo —comentó Simone—, pobre niño.

Se volvió a observarme y una vez más su atención directa me pareció enervante. Me sentí casi como si ella hubiera sabido en qué estaba pensando y noté que me ruborizaba bajo su escrutinio.

—Pensaba que ir a una escuela predominantemente de chicas blancas y tener que reivindicarme una y otra vez ya fue bastante duro —continuó—. A pesar de la aceptación de mis padres, descubrí que no podía cambiar las percepciones mayoritarias de alguien que fuera ligeramente diferente de ellos. Me acosaron verbalmente en la escuela, no sólo otros alumnos, sino también algunos de los profesores. La gente teme a cualquiera que no es igual que ellos y, cuanto más protestaban mis padres, más me miraban con sospecha. Al menos —dijo con un suspiro—, nunca me golpearon ni abusaron físicamente como puede haberle pasado a tu Tristan.

—Tristan desde luego necesitará mucho amor y cariño —dije, asintiendo—. Pero también Abbey y, puestos a eso, también Calum cuando salga del hospital.

—Parece que has vuelto a caer en circunstancias problemáticas —observó Simone como si tal cosa.

Casi me reí por el eufemismo.

No sabía hasta qué punto.

—¿Matt te ha contado lo que me ocurrió? —pregunté a Simone.

—Michaela, mi hermano ha estado obsesionado con tu extraña desaparición y apenas ha hablado de otra cosa durante los últimos seis años y medio —dijo secamente—. Créeme cuando te digo que las líneas telefónicas han estado zumbando desde tu retorno. Ésa es la principal razón de que esté aquí. —Sonrió a su hermano—. Además de que quería ver a mi hermanito, por supuesto.

—Simone me hace quedar como un chiflado —dijo Matt con una sonrisa irónica—, pero Kevin y yo nunca creímos que te hubieran secuestrado. Él tenía sus teorías chifladas de una abducción extraterrestre y, aunque yo no las creía, eso nos unió por nuestra fe común en que algo raro e inexplicable te había ocurrido. Además de él, la única persona que no creía que yo te había asesinado era Simone, bueno, y mis padres, por supuesto.

—Me preguntaba por qué los dos erais tan buenos amigos —confesé—. Tú y Kevin sois personas muy diferentes.

—Me salvó la vida —dijo Matt en silencio—. La prensa me estaba acosando día tras día. Cada vez que salía de casa estaban allí con sus micrófonos y sus preguntas intrusivas. Cuando finalmente les concedí una entrevista, la trocearon e inventaron cosas para hacerme quedar como una especie de monstruo. Entonces Kevin les dio la teoría de la abducción alienígena para que clavaran sus dientes en ella y apartó la atención de mí. Es un buen tipo.

—Supe por la detective Smith que lo conocías de antes de nuestro salto benéfico.

Matt asintió.

—Estaba colgado de Ingrid y no quería quedar como un tonto delante de ella. Vino a tomar unas clases y a hacer un salto de prueba la semana anterior a que llegarais el resto.

—Pensé que habría sido eso —descubrí que estaba aliviada de corazón por su fácil admisión de lo que la detective Smith había visto como prueba de su culpa.

—La policía se aferró a eso, usó el hecho de que ya lo conocía (cuando Ingrid y tu jefe Graham juraban ciegamente que Kevin les había dicho que nunca me había visto antes) como base para retenerme en comisaría durante interminables interrogatorios. Estaban convencidos de que, antes de tu salto, Kevin y yo habíamos planeado algo horrible contigo.

—Lo siento mucho.

—No te culpes, Michaela —dijo Simone de manera cortante. Se sentó y dejó su taza vacía sobre la mesita de café—. Lo que te ocurrió no fue culpa tuya. Mi hermano y yo hemos estado tratando de probarlo desde entonces, en parte para limpiar el nombre de Matthew y en parte porque todo el escenario me resultaba fascinante.

—Entonces, ¿me crees? —le pregunté, inclinándome hacia delante para dejar mi taza vacía al lado de la suya—. ¿Crees que no tengo ni idea de dónde he estado los últimos seis años y medio?

—Absolutamente. Y Matthew me dice que te aseguró que intentaría descubrir lo que te había pasado realmente.

Asentí, sintiéndome estúpida. No me había tomado a Matt en serio.

—No sé cómo podéis ayudar ninguno de los dos.

—Bueno, ahí es donde te equivocas, Michaela —dijo Simone—. Mi hermano tiene contacto directo con una persona muy influyente en el mundo de la ciencia. Tanto él como yo creemos que es a través de la ciencia que encontraremos la respuesta al misterio de tu desaparición hace seis años y medio y de tu posterior reaparición asombrosa.

Ahora estaba sentada al borde de mi asiento.

—¿A quién? —pregunté—. ¿A quién conoce que podría averiguar la respuesta de dónde he estado?

Simone clavó en mí sus encantadores ojos, cruzó sus piernas largas y bien torneadas en una teatral floritura y sonrió, mostrando dientes blancos como perlas.

—A mí —dijo—. Me conoce a mí.