Capítulo 31

—Esto no pinta muy bien —observó Kevin, casi con regocijo.

Abbey estaba arrugando el entrecejo.

—No es tan malo como parece. El hombre colgado representa una pausa temporal en tu vida. Significa que tienes que dejarte llevar, aprender con paciencia y aceptar los cambios que están ocurriendo. Tendrás que sacrificar algo para poder ganar otra cosa.

Dejé escapar el aire lentamente y pensé en Calum y en los cambios que tendría que hacer si volvía a vivir en esa casa de manera permanente, en el sacrificio de renunciar a Matt y al futuro que me ofrecía.

—La carta puede significar enfermedad, ¿no? —preguntó Kevin.

Sentí que mi corazón daba un vuelco, como si me hubieran pillado pensando en voz alta.

Abbey negó con la cabeza.

—Sólo en algunos casos. No veo enfermedad para Kaela, sólo una sensación de incertidumbre y de que está caminando por la cuerda floja por los sucesos que la rodean.

Sentí las palmas sudorosas y me las froté en los tejanos. Estaba empezando a sentirme incómoda con la forma en que se destapaban las cartas.

—No estoy segura de querer continuar con esto —susurré con voz ronca—. Hasta ahora hemos cubierto mucho de lo que ya ha ocurrido. No sé si quiero mirar más lejos. Quizá no es una buena idea saber lo que nos depara el futuro.

—¡Ahora no puedes parar! La siguiente carta describe las actitudes de personas que te rodean —gritó Abbey.

Recordé de repente que, aunque hasta el momento había estado leyéndome las cartas de una manera calmada y profesional, todavía era una adolescente con mucho temperamento y poca paciencia.

—Está aquí delante para que la mires —dijo—. ¿Quieres que la gire o qué?

Contemplé el dorso de la carta y a continuación las miradas expectantes de Abbey y Kevin.

—Oh, de acuerdo, supongo que no puede hacer ningún daño.

Sentí que me ruborizaba cuando Abbey le daba la vuelta; era otra vez una carta de espadas: el presagio de batallas y conflictos.

—Oh, no.

—No pasa nada —aseguró Abbey enseguida—. El dos de espadas está bien. Describe el equilibrio y la amistad en un momento de adversidad. El dos de espadas significa que tienes un aliado en el que puedes confiar. —Arrugó el entrecejo al concentrarse en la carta que tenía delante—. Esta carta hace hincapié en lo que las cartas anteriores ya nos han dicho; que has de tomar una decisión, pero no hay pistas de qué dirección tomar. El aspecto de equilibrio está entre dos oponentes iguales. Originalmente esto tendría el significado de un duelo de espadas.

Imaginé a Matt y a Calum librando un duelo en la calle. Una vez más, la precisión conmovedora de las cartas me estaba preocupando.

—¿Puedo girar la siguiente carta?

Ya no tenía sentido detenerme en ese momento.

—Adelante, pues.

—Esta carta es la que te dirá lo que deberías hacer.

«Por fin una ayuda», pensé. Observé mientras Abbey giraba la carta. La carta parecía mostrar un dibujo de una cerca de postes.

—Bastos —Abbey respiró al mirar la carta—, el nueve de bastos.

—Dime —yo estaba cada vez más impaciente—, ¿qué significa?

—Los bastos pertenecen al elemento Fuego y están relacionados con la creatividad, el trabajo, el crecimiento y la empresa. Los signos del zodiaco con los que están relacionados son Aries, Sagitario y Leo.

—Sí, sí, pero ¿qué significa en realidad?

—Significa resistencia. Es una carta tranquilizadora ahora, porque significa confianza en uno mismo, estabilidad y fuerza. Esta carta nos cuenta que tienes en tu interior todo lo que necesitas para que te vaya bien, Kaela. Te está diciendo que seas paciente y permanezcas alerta.

Gruñí.

—Es todo muy críptico. La lectura parecía tener sentido al principio, pero ahora sólo me está confundiendo. —Toqué la última carta con el dedo—. Miremos la última carta, pues.

—Oh, ésta es buena para terminar —dijo Abbey con alivio al girar la séptima carta—. Esta carta representa el resultado final de tu vida. Es el diez de copas. Es la carta del «y comieron perdices».

Recogió el mazo y me sonrió.

—Era la mejor carta que podía salirte.

Pero al levantar la baraja, una única carta escapó del mazo y cayó boca arriba encima de la afortunada tirada en herradura de Abbey. Kevin, Abbey y yo la miramos. La carta mostraba un esqueleto humano a lomos de un caballo, blandiendo en alto una guadaña. E impresa en claras letras debajo del jinete espectral había una única palabra: «Muerte.»

—Joder —murmuró, recogiendo rápidamente la carta como si fuera un niño malo que aparece cuando no es debido y guardándola de nuevo en medio del mazo—, esto sí que no es un buen augurio.

A juzgar por las expresiones en las caras de Abbey y Kevin, todos oímos al mismo tiempo que la puerta se abría y yo miré con sorpresa mi reloj de pulsera. ¿Cómo era posible que ya fueran las cinco?

Kevin se levantó apresuradamente al tiempo que Calum entraba en la sala con aspecto más cansado y agotado que el que había tenido esa misma mañana. Los dos hombres se miraron.

—Hola, Calum —dijo Kevin, demasiado inocentemente.

Miré con inquietud mientras los ojos de Calum se entrecerraban.

—¿Qué estás haciendo en mi casa?

—He traído a tu hija —explicó Kevin—. Estaba bastante nerviosa esta mañana.

—Pensaba que ya no iba a volver a veros ni a ti ni a tu amigo el instructor de paracaidismo. —Dio la espalda a Kevin como si no le interesara su presencia en la habitación y me miró acusadoramente—. Nunca me había fiado de esos amigos tuyos de Wayfarers. Junto con Matt Treguier fueron los últimos que te vieron hace seis años en circunstancias extrañas y ahora parece que, según la policía, el instructor fue el primero que te encontró otra vez. Hasta que sepamos a ciencia cierta lo que ocurrió, preferiría que no tuvieran nada que ver contigo ni con mi hija.

—Dios mío, papá, sólo estaba tratando de ayudar —soltó Abbey—. Al menos estaba ahí cuando necesitaba hablar con alguien.

—¿De qué lo conoces?

Abbey me miró con incertidumbre.

—Matt y Kevin me recogieron de la comisaría —dije con rapidez—. Si lo recuerdas, me dijiste que no querías que volviera y no tenía adónde ir. Me llevaron a Brighton a ver a Ingrid; pensaba que podría quedarme con ella.

—Sí, pero ¿cómo se vio implicada mi hija?

—Fui a ver a Susan —explicó Abbey—. Sabía que Kaela aparecería antes o después a ver a su madre. Cuando lo hizo le rogué que me dejara ir con ellos a encontrar a la vieja amiga de Kaela.

Calum se hundió en la silla y se sujetó la cabeza con las manos.

—No se me ocurrió preguntar cómo tú y Abigail terminasteis ayer en Brighton. Nunca se me ocurrió que estuvierais con ellos...

—Creo que será mejor que me vaya. —Kevin ya se estaba dirigiendo a la puerta. Me miró de manera significativa—. Estaremos en contacto.

—Gracias, Kevin. Y gracias por la comida.

—Todo en un día de trabajo, cielo.

La cabeza de Calum se levantó al oír la familiaridad en las palabras de Kevin, pero éste ya estaba saliendo de la casa. Calum fijó sus ojos llorosos en Abbey.

—Creo que tenemos que hablar.

—Puede que tú necesites hablar, pero yo no quiero escucharlo.

Y dicho eso cogió su bolsa de terciopelo para los naipes y se marchó.

Estiré el brazo y puse mi mano sobre la de Calum.

—Debes decirle que estás enfermo. Ella no entiende...

—Me odia —dijo Calum con un gruñido—. Sólo quiero protegerla, pero no consigo comunicarme con ella.

—Dale tiempo. Hablaré con ella mañana. —Miré las líneas grabadas en su cara y sentí una punzada de preocupación—. ¿Cómo ha ido en el hospital?

—He visto al médico. Dice que el tumor no se está retrayendo tanto como le gustaría. Quiere que me extirpen la próstata mientras el cáncer está localizado.

—¿Lo vas a considerar?

Calum levantó su otra mano y la puso sobre la mía, acariciándome suavemente la piel con el pulgar.

—¿Te vas a quedar definitivamente?

Pensé en las cartas del tarot y en cómo la elección seguía allí, esperando a que me decidiera. Miré a los ojos de Calum y me encontré asintiendo.

—Sí, me quedaré si estás seguro de que es eso lo que quieres.

Calum me apretó más fuerte la mano y exhaló un largo suspiro de alivio.

—Tú eres lo que quiero. ¿Cómo iba a querer nunca nada más? Kaela, creo que acabas de salvarme la vida.

El resto de la tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos. Calum me enseñó el desván, que tenía aspecto de no haber visto la luz del día durante varios años. Estaba lleno de polvo y telarañas, pero la cama se veía sólida y Calum parecía exhausto, así que, después de coger una colcha y apresurarme a meter una sábana bajera, volví para preparar una cena con los restos que había en la nevera.

Abbey se negó a comer con nosotros, pero se llevó la comida a la sala en una bandeja. Se tumbó delante del televisor y me fijé en que sólo picoteaba de mala gana. Una vez que Calum se fue a dormir, me senté a ver un rato la tele en el pequeño aparato de la cocina recién limpiada. Estaba a punto de subir a ordenar el desván cuando sonó el timbre.

Me apresuré a ir a abrir antes de que el ruido molestara a Calum, y me encontré cara a cara con tres adolescentes: dos chicos y una chica. La chica se había teñido el pelo de un modo muy parecido al de Abbey y los dos jóvenes lucían numerosos piercings y tatuajes. Llevaban una abultada mochila y no pude evitar preguntarme qué contendría.

—¿Abbs está en casa?

—Iré a buscarla.

Al darme la vuelta me di cuenta de que el trío me había seguido al interior de la casa y tenía a los tres jóvenes pegados a mis talones en el pasillo. Tuve el instinto de encararme con ellos, pero Abbey me salvó de la posible confrontación al aparecer en el pequeño pasillo.

—Oh, hola, Cat. Oggs, Rumps... —Abbey se volvió hacia mí—. Ella es Catrina, mi mejor amiga. —Hizo un gesto para señalar a la chica—. Y ellos son Oggs y Rumps.

—Me alegro de conoceros a todos —dije de un modo más alegre de lo que pretendía. Me volví hacia Abbey—. No haréis mucho ruido, ¿eh? Tu padre se ha ido a acostar.

Abbey arrugó el entrecejo.

—Es un poco temprano, ¿no?

—No se encuentra bien.

—Oh. —Pareció digerir este elemento de información, luego se encogió de hombros y sonrió a sus amigos—. Estaremos callados como ratones, ¿a que sí?

Los otros rieron.

Durante las siguientes dos horas el ruido en la sala fue escalando gradualmente hasta hacerse insoportable. A las once y media, la tele y el ordenador parecían estar encendidos al mismo tiempo a todo volumen, atronando un ruido ininteligible que no se parecía a nada que hubiera oído en el pasado. Yo ya tenía la cabeza como un bombo. Me asomé al salón para pedirles que bajaran un poco el volumen y me encontré a Oggs de pie en el sofá, borracho, gritando y agitando una cerveza. Cat y Rumps estaban tirados en el suelo en un lío de miembros enredados. Abbey me miró con ojos nublados y pupilas dilatadas y me dijo con voz de borracha que me fuera a la mierda.

—No creo —le dije, enfureciéndome ligeramente y pensando en Calum, que estaba tratando de dormir en la habitación de arriba. Me mantuve firme—. Creo que deberías pedir a tus amigos que se vayan ahora.

Abbey me fulminó con la mirada.

—No puedes decirme lo que tengo que hacer. No eres mi madre, joder.

—No, pero estoy aquí porque tú lo has querido. Tu padre no se encuentra bien y yo estoy cansada y quiero irme a la cama. No es un buen momento, Abbey, y te agradecería que acompañaras a tus amigos a la puerta ahora.

—Yo ya no soy una niña, haré lo que quiera...

Suspirando, me acerqué a la tele y la apagué. Hice lo mismo con el ordenador y me volví hacia Abbey.

—Tienes razón, ya no eres una niña, así que deja de comportarte como si lo fueras. Hay mucho en juego ahora y en ocasiones has de tener en consideración a otras personas. —Sonreí dulcemente a los tres jóvenes, que me miraban boquiabiertos en el silencio repentino—. Me alegro mucho de conoceros a todos, pero os agradecería que os fuerais ahora.

Los tres miraron a Abbey, que estaba mirándose los pies.

—Creo que es mejor que os vayáis —dijo con resentimiento.

Después de que se fueran, volví a la sala y me encontré a Abbey tumbada en el sofá, mirando al techo con aire taciturno. Me sorprendió lo diferente que era de la chica que de manera tan competente y coherente me había leído las cartas esa misma tarde.

—Me has hecho quedar como una idiota delante de mis amigos —se quejó.

—No, Abbey —repliqué cansada, al tiempo que me frotaba las sienes doloridas—. Eso lo has hecho tú sola.

»Apaga las luces antes de acostarte —dije por encima del hombro al subir las escaleras al desván.

Di un gran bostezo, levanté la gruesa colcha y me metí debajo de ella. Mi agotamiento se debía a la preocupación por la enfermedad de Calum, a la inquietud por la conducta de Abbey y a una duda inquietante sobre si había tomado la decisión correcta al convertirme en parte de esa familia.