APÉNDICE 5
REINAS PIRATAS
por Mike Resnick
Ocurrió algo interesante cuando iba escribir este apéndice. Empecé a recibir toneladas de cartas de los fans a propósito de Starship: Pirata, y casi todas tenían que ver con Val. Aunque no hace su aparición hasta la mitad del segundo libro de Starship, es claramente el personaje más popular de la serie.
Un montón de cartas preguntaban cómo se me ocurrió la peculiar idea de una Reina Pirata. Así que supongo que es momento de hacer una confesión: las reinas pirata han estado por ahí desde mucho antes que la ciencia ficción. Y eso me hace pensar que quizás os gustaría saber algo de su historia.
Hugo Gernsback, quien creó el género como una categoría editorial separada con Historias sorprendentes, allá en 1926, definió la ciencia ficción (el primer término, que fue una metedura de pata, fue «cientificción») como una rama de la ficción que haría que los chicos se interesaran por la ciencia. Las chicas, presumiblemente, estaban demasiado ocupadas jugando con sus muñecas.
Pero estos chicos no tenían ingresos durante la Depresión, así que después de que Buck Rogers y Hawk Carse y la tripulación del Skylark de Doc Smith hubieran hecho su aparición, los editores decidieron que quizás deberían empezar a lanzar algún material que atrajera a los chicos no tan jóvenes, como de quince a diecinueve años.
Vamos a las Reinas Piratas.
Probablemente, la más memorable de las primeras, sea Belit, quien demostró ser una perfecta pareja para el temible Conan, en el clásico de Robert E. Howard, «La reina de la costa negra».
Después Stanley Weinbaum ideó a Peri la Roja, quien, como Belit, tiene el aspecto de Sofia Loren de joven y las habilidades físicas de Tarzán.
A. Merritt aportó la despampanente Sharane, tentadora, sacerdotisa y, sí, reina pirata a bordo del Navío de Ishtar.
Y de repente fue una avalancha, y las reinas piratas que blandían una espada empezaron a salir como setas por todos lados, algunas buenas, otras malas, todas vestidas para un clima extremadamente cálido. No podías dar un paso sin toparte con una.
Y luego ocurrió algo, y ese algo fue John Campbell Jr., el editor más influyente de la historia de la ciencia ficción. Se hizo cargo de la edición de Astounding a finales de la década de 1930, la convirtió en la revista más prestigiosa del género y pagó tanto (para aquella época) que era más viable para un autor reescribir una historia un par de veces siguiendo las especificaciones de Campbell, que vender otra recién salida de la máquina de escribir en cualquier otro lugar.
Campbell no permitió sexo o tensión sexual en Astounding, y nadie puede negar que las despampanantes y semidesnudas reinas piratas tienen algo más que un poco de atractivo sexual para los chicos y los que tienen alma de chico, razón por la que se han hecho tan populares.
No desaparecieron —nadie ha conseguido jamás hacer que el Tópico Número Uno desaparezca—, pero se trasladaron a revistas más baratas y entre el veinticinco y el cincuenta por ciento de la sutileza verbal se fue al garete, y la mayoría de sus habilidades físicas siguieron pronto el camino de los dinosaurios. Los chicos querían héroes con los que identificarse, así que los Chicos Buenos siempre eran hombres… pero también querían una reina pirata semidesnuda, así que durante la mayor parte de la década siguiente las Reinas Piratas se convirtieron en villanas, dispuestas a conquistar la galaxia (con frecuencia, seduciendo al héroe).
Se convirtieron en tales parodias de sí mismas con la llegada de las ediciones de Campbell y de su migración masiva a las revistas más baratas que, finalmente, un buen escritor, no de ciencia ficción, llamado William Knoles escribió una pieza muy divertida en tono nostálgico para el número de noviembre de 1960 de la revista Playboy, titulado «Chicas para el dios de barro», una cariñosa mirada retrospectiva a todas las reinas piratas desaparecidas y sus desaparecidas vestiduras. La definición de Knole lo dice prácticamente todo: «A diferencia de otras chicas del espacio, las Reinas Piratas (el término es genérico e incluye altas sacerdotisas y despóticas amazonas) hacían las cosas bastante a su manera hasta la última página. Asesinaban a los pasajeros de los buques espaciales para divertirse, torturaban, muertas de celos, a la heroína y seducían con todas sus fuerzas al héroe.»
¡Ay, así era la cosa, verdaderamente! En 1997 reuní el artículo de Knoles, tres cuentos de Reinas Pirata de Henry Kuttner, una réplica jocosa de Isaac Asimov («Playboy y el dios de barro») y un par de cosas relacionadas, y la antología Chicas para el dios de barro fue publicada por Obscura Press.
Hasta anteayer, la gente, incluyendo al humilde abajo firmante, hacíamos bromas con las típicas reinas piratas de los años cuarenta. En mi relato breve «Catástrofe Baker y las ecuaciones frías», la Reina Pirata, quien había estado viajando de polizón en la nave del héroe, le pregunta cómo se las ha arreglado para identificar su ocupación tan rápidamente. «Bueno, señora —le contesta—, en mi larga experiencia, las reinas piratas siempre pueden identificarse por sus nombres exóticos, su naturaleza lujuriosa, su apetito por la destrucción y sus orgullosos y arrogantes pechos.»
Eran fáciles de identificar, aquellas Reinas Piratas de los años cuarenta.
Pero como cualquier otro jovencito que se mira al espejo y se pregunta de dónde ha salido todo ese cabello cano y por qué ya no le cubre la coronilla, me queda un poco de cariño por las Reinas Piratas. Así que pensé que podría recuperar a una, pero no a una de las de pecho prominente y cabeza hueca de los años cuarenta. Retrocedí un poco más atrás en la historia de la ciencia ficción para dar con una fuente, hasta Belit y Peri la Roja y algunas de sus parientes piratas más cercanas, como la maravillosa Jirel, de Joiry de C.L. Moore.
Sabía que debía tener buen aspecto, pero no sabía por qué tenía que medir metro sesenta y cinco, así que la hice del tamaño de un jugador profesional de baloncesto. Sabía que si se había criado en la Frontera Interior y capitaneado su propia nave pirata durante una docena de años, tendría que ser más dura que el pedernal: no porque sea una mujer, sino porque ha tenido a raya a un montón de asesinos durante todo este tiempo. Imaginé que probablemente bebía un poco demasiado, mantenía relaciones sexuales indiscriminadas con un poco de demasiada frecuencia, y juraba como un marinero. Pero esos rasgos nunca enmascararían sus habilidades a Wilson Cole, quien no se siente sexualmente atraído por ella pero ve todas sus virtudes ocultas. Cole se parece mucho al domador de un obstinado caballo de carreras de dos años de edad que está decidido a sacar lo mejor de ella sin quebrantar su espíritu.
Me lo pasé muy bien inventándola. Lo que me sorprendió fue lo rápido y apasionadamente que los lectores la aceptaban.
Ya sabéis, quizás, sólo quizás, la ciencia ficción está preparada para unas pocas más, suspiro, Reinas Piratas.