Capítulo 22

Cole acababa de mostrar la Theodore Roosevelt a Jacovic, y ahora estaban en el puente de la nave, casi vacía.

—Bien ¿qué piensa? —preguntó.

—Es vieja.

—También lo somos usted y yo —dijo Cole con una sonrisa.

—No tan viejos —replicó Jacovic, devolviéndole la sonrisa—. ¿Cuándo fue la última vez que la reequiparon con tecnología de última generación?

—Probablemente antes de que mis tripulantes más jóvenes nacieran.

—Con todo —dijo el teroni—, vieja o no, probablemente es la nave más famosa en la galaxia.

—La peor afamada, en cualquier caso —dijo Cole—. Por cierto, parece que está cómodo con el nivel de aire y gravedad que hay en la Estación Singapore. Puedo darle una cabina en las dependencias humanas o podemos ajustar cualquiera de las habitaciones alienígenas a sus necesidades.

—El contenido de oxígeno está bien, pero me gustaría una gravedad mayor.

—De acuerdo. Nuestra directora de Seguridad, la coronel Blacksmith, lo informará cuando pueda trasladar su equipaje a bordo. Le diré que le dé una cabina en la Cubierta 5 y que la ajuste a sus especificaciones. ¿Qué me dice de sus necesidades nutricionales?

—Puedo dar una lista a la coronel Blacksmith.

—Bien. Si hay algo más que necesite, venga a verme si estoy disponible, o acuda a Cuatro Ojos o a la coronel Blacksmith si no.

Jacovic frunció el ceño.

—¿Cuatro Ojos?

—Me refería al comandante Forrice —dijo Cole—. Somos viejos amigos. Lo he estado llamando así durante años. Tiene cuatro ojos.

—¿No habrá cierto resentimiento, no sólo por tener a un comandante teroni que solía ser su enemigo, sino por convertirme en su tercer oficial?

—Probablemente —dijo Cole—. Lo superarán.

—Eso espero.

—No tenían una gran opinión de la oficial a la que está reemplazando usted cuando la traje a bordo —dijo Cole—. Al cabo de un mes era la persona más popular de la nave. Usted lo tendrá aún más fácil. Casi todos ellos estaban a bordo de la Teddy R. cuando perdonó a los ciudadanos de Nueva Argentina y nos dejó salir sanos y salvos del Cúmulo de Casio.

—Cualquier comandante razonable lo habría hecho —dicho Jacovic.

—Nuestra propia capitana estaba dispuesta a destruir todo el condenado planeta antes de que me apoderara de la nave —dijo Cole—. Los comandantes razonables escasean. Si no, ¿por qué estaríamos ambos aquí, en la Frontera Interior?

Las papadas de Jacovic temblaron mientras suspiraba.

—Tiene razón, capitán Cole.

—Llámeme Wilson.

—Preferiría seguir llamándole capitán Cole —dijo el teroni—. Podría olvidarme delante de la tripulación.

—Ellos pueden llamarme como quieran, aunque la mayoría se apega a lo de «capitán».

—¿Puedo preguntar por qué? En principio parece una falta de disciplina, pero seguro que tiene una razón para ello.

—Es para recordarles que ya no estamos en la República o en la Armada —dijo Cole—. Insisto en la obediencia y la competencia, pero nunca he visto ninguna razón para los formalismos excesivos. Es un vestigio de hace un par de miles años antes de que mi raza desarrollara la tecnología espacial. —Se detuvo—. Supongo que lo esencial es que siempre estamos aquí. El período de servicio de todo el mundo nunca acabará, no podemos volver a la República y por supuesto, abrirán fuego instantáneamente contra nosotros si entramos en la Federación Teroni, así que quiero que estén tan cómodos como puedan, ya que van a estar aquí metidos el resto de sus vidas.

—Ahora lo entiendo y lo apruebo —dijo Jacovic—. Pero creo que aún así lo llamaré capitán Cole.

—Sólo en la nave y en la Estación Singapore —dijo Cole.

Jacovic lo miró fijamente, lleno de curiosidad.

—Si me uno a mi tripulación en una misión encubierta —continuó Cole—, un saludo o un «señor» les dirá a los del otro bando a quién hay que disparar primero.

El teroni sonrió.

—Nunca abandoné mi nave, y nunca se me habría ocurrido eso. Ahora ya lo sé.

—Bueno, usted saldrá de la Teddy R. más que yo. Tengo algunos oficiales que están convencidos de que su trabajo es protegerme, incluso más que proteger a la nave.

—Está claro que le cuidan.

—Me las arreglaría con un poco menos de cuidado y un poco más de servilismo… —dijo Cole.

—Me parece que no quería decir semejante cosa.

—No, supongo que no —dijo Cole. Miró a su alrededor—. Vale, ya ha tenido un primer contacto con la nave. Supongo que podríamos volver a la estación. Le garantizo que tendrá una comida mejor y una cama más confortable allí que aquí.

Ambos se dirigieron al aeroascensor, bajaron al hangar, saludaron a Idena Mueller, que estaba montando guardia, caminaron hacia la dársena y cogieron un transporte al interior de la estación. Pocos minutos después estaban de vuelta en El Rincón del Duque, donde Cole divisó a Val, Forrice y el duque, todos ellos sentados a la mesa habitual.

—¡Ah, el capitán Cole y el comandante Jacovic! —dijo el duque—. ¡Uníos a nosotros!

—Con mucho gusto —dijo Cole mientras ambos se sentaban—. Val ¿ya has conocido a tu sustituto?

—He oído hablar de él —dijo—. Bienvenido al manicomio.

—Gracias —dijo Jacovic—. ¿Y tú eres…?

—Este mes soy Val. Si tienes un nombre que te guste más, probablemente responderé a él.

—¿Tienes otros nombres? —dijo, sorprendido.

—No soy de la Armada —respondió.

—No entiendo —dijo el teroni.

—Sólo ha estado en la Frontera Interior unos pocos días —dijo Cole—. Lo que va a descubrir es que aquí la gente cambia de nombres como usted y yo cambiamos de camisa. Por ejemplo, me apuesto lo que quiera a que nuestro anfitrión no siempre ha sido conocido como el Duque Platino.

—Ahora lo soy, y eso es lo que cuenta —repuso el duque.

—En cuanto a Val, se pasa un poquito con los nombres —continuó Cole.

—Hay tantos buenos… ¿por qué conformarse sólo con uno? —dijo Val.

—O diez, o veinte —dijo Cole.

—Bueno, una vez que le ponen precio a tu cabeza, eres idiota si conservas el mismo.

—Ha sido Cleopatra, Jezabel, Salomé y la Reina de Saba y la Emperatriz Dowager y una docena más —dijo Cole—. Era Dominick, que es un nombre de hombre, cuando la encontré.

—Me las apañaba con los nombres de mis amantes —dijo Val—. Era el octavo.

—¿Y Val era tu noveno? —preguntó Jacovic.

—No —respondió—. Él me lo puso.

—Bueno, casi —dijo Cole—. Parecía una valkiria. Ella lo acortó.

—Lo he conservado durante casi cuatro meses estándar —añadió—. Ya es hora de cambiar. Si conoces algún bonito nombre teroni, dímelo antes de que volvamos a despegar.

—¿Y por qué querrías un nombre teroni? —preguntó Jacovic con curiosidad.

—¿Por qué no? —replicó. De repente, se puso de pie—. Veo que hay un hueco en la mesa de Jabob. Creo que tentaré mi suerte.

Empezó a andar y la clientela se abrió ante ella como el mar Rojo ante Moisés.

—Debe estar bien ser tan intimidante… —dijo Forrice.

—Tiene sus ventajas —admitió Cole.

—¿Por qué la estoy sustituyendo? —preguntó Jacovic—. ¿Ha hecho algo que le desagradara?

—No, para nada —respondió Cole—. Capturamos cinco naves en nuestro último trabajo y, ya que ella capitaneaba su propia nave pirata, le di una.

—¿Era una pirata?

—La más famosa —dijo Cole—. Bueno, una de las más famosas —se corrigió—. No estaba bromeando sobre todas las recompensas que prometen por su muerte o captura.

—Y aun así, la convirtió en su tercer oficial —dijo Jacovic—. Es sorprendente.

—Si usted es tan buen oficial como era ella, y espero que lo sea, todo el mundo estará contento —dijo Cole.

—Debo hablar con ella y saber más acerca de cómo se adaptó a vivir en una nave que podría haber sido su enemigo mientras aún estaban en la Armada.

—Bien —dijo Cole—. Dos advertencias.

—¿Sí?

—Nunca juegue con ella, y nunca pelee con ella.

—¿Es formidable? —preguntó Jacovic.

—Formidable se queda corto —intervino Forrice.

—Añadiré una tercera advertencia —ofreció el duque.

—¿Oh? —dijo Cole.

—Nunca trate de beber con esa mujer.

—Sí, tiene bastante aguante.

—Ha vaciado una botella de ron altario, una botella de coñac de Cygnian, y casi a una botella de whisky de 65 grados del sistema Deneb desde que llegó aquí. Y mírela. —Se encogió de hombros—. Probablemente le subirá todo de golpe.

—Lo aguanta bastante bien —dijo Cole.

—Nadie puede aguantar tanto alcohol —dijo el duque—. Será de efectos retardados… Aquí nos encargaremos de limpiar la mesa y el suelo. Tú la llevarás de vuelta a la nave.

De repente, el duque dejó de hablar y se tensó visiblemente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cole.

—Nada, espero —dijo el duque, mirando al otro lado del casino.

—¿Qué estás mirando?

—¿Ves a ese djarmin?

—No lo sé, ¿qué es un djarmin?

—Un nativo de Visqueri II —dijo el duque—. Alto, fornido, humanoide, bípedo, piel de color azul claro, sin orejas visibles, labio inferior prensil.

—Sí, vale, lo veo —dijo Cole—. Extraño aspecto. ¿Qué pasa con él?

—A menos que me equivoque, es Csonti, un caudillo de la galaxia.

—¿Quién es Csonti? ¿Debería conocer el nombre?

—Si aún no lo conoces, pronto lo harás. Su apodo es el Vengativo.

—Suena a una peli mala.

—Bueno, él es realmente malo —dijo el duque.

—Háblame de él.

—No hay mucho que contar —respondió el duque—. Es un señor de la guerra, y controla humm… deben de ser cuarenta mundos a estas alturas.

—Entonces debería llamarse Csonti el Coleccionista —dijo Cole despreocupadamente.

—Nada vive en veintitrés de esos mundos —dijo el duque—. Si un mundo resiste, no hace tratos. Lo destruye.

—Qué simpático.

—Me pregunto qué está haciendo aquí —dijo el duque—. Se dice que es el mejor luchador cuerpo a cuerpo en la Frontera Interior. Espero que no sea también un borracho.

—Bueno, si lo es, mejor que no se meta con Val —dijo Cole—. Nunca sabrá qué le dio una paliza.

—¿Es tan buena? —preguntó Jacovic.

—Es muy buena.

—Me maravilla que la deje suelta.

—¿Por qué? —Cole parecía divertido—. El único con el que podía luchar en la Teddy R. era Toro Salvaje.

—¿La Teddy R.?

—Una expresión cariñosa —explicó Cole—. Teddy es un diminutivo de Theodore, y «R» es la inicial de Roosevelt. Así que si oye a alguien refiriéndose a la Teddy R., como la mayoría de nuestra tripulación hará, están hablando de la Theodore Roosevelt.

—Ya veo.

—¿Dónde ha ido? —dijo el duque, mirando al otro lado de la habitación.

—Probablemente se haya sentado —dijo Forrice.

—O está respondiendo a una llamada de la naturaleza —sugirió Cole.

—No —dijo Jacovic—. Se dirigió a la puerta lateral hace un momento.

—Lo mismo da —dijo Cole—. Si él y Val se lían a porrazos, el tipo no estará de pie mucho rato.

—¿Por qué debería pelearse con ella de entre toda la gente? —preguntó Forrice.

—Porque si ha empezado a sentirse agresivo, ella es la única que no se habrá echado atrás.

Pidieron una ronda de bebidas, alcohólicas para los humanos y otras especiales para los molarios y los teroni.

—¿Dónde está David? —preguntó Cole—. Pensé que había fijado su residencia aquí.

—Estaba aquí como unos veinte minutos antes de que llegaras —dijo el duque—. Estará por aquí cerca.

—¿Por qué se viste como un hombre e imita los gestos humanos? —preguntó Jacovic.

—Se enamoró de un autor humano llamado Charles Dickens a una edad temprana y aún no lo ha superado —dijo Cole—. Se viste y actúa, o intenta actuar, como un personaje de Dickens. Adoptó el nombre de un personaje de Dickens; construyó su casa para que se pareciera a una casa que una vez describió Dickens; incluso me llama por el nombre de otro personaje de Dickens. —Cole hizo una pausa—. Si quiere saber por qué lo aguanto, es porque David puso su vida en juego por nosotros hace un tiempo. Le costó sus negocios, era un traficante de éxito con franquicias en media docena de mundos, y estuvo condenadamente cerca de morir. El único lugar en el que estaba seguro era en la Teddy R. Y la Teddy R. paga sus deudas.

—Y por supuesto —añadió Forrice—, como Val, tiene un montón de contactos en la Frontera Interior, lo que es la mar de práctico para una nave y una tripulación que sólo ha estado por aquí desde hace un año.

—Sin embargo, es todo un personaje —dijo el duque.

—Tú lo conoces desde hace más tiempo que nosotros —dijo Cole—. ¿Ha sido siempre…?

—Aún más —respondió el duque—. Y aquí viene.

—David —dijo Cole cuando el dandy alienígena llegó a la mesa—, coge una silla.

—En un minuto —dijo Copperfield. Dio un rodeo a la mesa hasta que se situó junto al duque—. Quiere verte.

—¿Quién? —preguntó el Duque.

—Csonti.

De repente, la compostura del duque cambió por completo.

—¿Qué tiene contra mí? —dijo—. Nunca le he negado privilegios de amarre. Siempre ha sido bienvenido en este casino. Si se ha ofendido por la razón que sea, ¿por qué no se limita a…?

—No es nada de eso —lo interrumpió Copperfield—. Dice que quiere proponerte un negocio. Dados los negocios a los que se dedica, creo que es del todo probable que nos lo acabes pasando, pero dice que es tu mundo e insiste en hacerte la propuesta a ti o a través de ti.

—¿Quieres que vaya? —preguntó Cole.

—No —dijo el duque, recobrando su compostura—. Si es sólo una oferta de algún tipo, estaré bien. A menos que quiera comprar la Estación Singapore —añadió con una risa un tanto falsa—. ¿Dónde está?

—En el hotel de al lado —dijo Copperfield—. Este nivel, cuarta habitación posterior a la derecha.

El duque se levantó y se fue sin decir nada más.

—¿Por qué te ha hablado a ti en primer lugar? —preguntó Cole mientras Copperfield se sentaba.

—En el pasado hice algunos negocios con él —dijo Copperfield—. Grabados y pinturas raras del museo de Baskra III.

—¿Baskra III? —dijo Cole—. Recuerdo haber leído o oído hablar. —Bajó su cabeza pensándolo durante un momento, luego alzó la mirada—. ¿No es ése el mundo que fue reducido a cenizas?

—Oh, aún hay un Baskra III —dijo Copperfield—. Pero solía ser Baskra IV, y ahora hay un nuevo cinturón de asteroides entre él y Baskra II.

—Con menudo compañero de juegos te metiste —dijo Cole.

—Un traficante no pregunta a la gente cómo adquirieron sus bienes, mi querido Steerforth —replicó Copperfield—. Al menos si quiere seguir en el negocio. O, en este caso, si quiere seguir vivo.

—¿Cómo es?

—Gruñe un montón —dijo Copperfield—. Muy callado. Aunque cuando está cabreado puede jurar como el que más.

—Bueno, esperemos que no esté haciendo una oferta por El Rincón del Duque.

Val regresó despreocupadamente a la mesa y se sentó. Cole notó que desprendía un fuerte olor a alcohol.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Forrice.

—No preguntes —dijo ella—. Jugué contra un picanta. Esos bastardos pueden superar a un ordenador, así que decidí dejar de perder.

—Pero ¿no hacía trampas?

—Si hubiera sido así, ahora mismo estarían sacando su cadáver del local. —Echó un vistazo a la mesa—. ¿Dónde está el duque?

—Fuera, haciendo negocios —dijo Cole.

—Bien por él —dijo Val—. No se hará rico a costa de nuestros tripulantes. La mayoría de ellos están en el Monte Plateado.

—¿Qué tiene el Monte Plateado que no tenga este local? —preguntó Cole.

—No hay oficiales —replicó Val—. No necesariamente tienen pensado comportarse mal, pero si acaban haciéndolo, no quieren oficiales a su alrededor.

Vació otra bebida, pasaron varios minutos hablando, y después el duque volvió a reunirse con ellos.

—¿Y bien? —preguntó Cole.

El duque se sentó, parecía mucho más aliviado.

—Era una propuesta. —Hizo una pausa—. ¿Has oído hablar alguna vez de un mundo llamado Prometeo IV?

Cole frunció el ceño.

—¿Qué pasa con él?

—Quiere contratar algunas naves para ayudarlo.

—¿Ayudarlo a qué?

—A aniquilarlo.

—¿Por qué?

—No me lo explicó.

—¡Maldita sea! —dijo Cole—. Tenemos a dos hombres en la instalación médica que está orbitando alrededor de Prometeo IV. ¿Hay alguna posibilidad de hablar con él sobre ello?

—No sé de nadie que lo haya convencido nunca de cambiar de planes —dijo el duque.

—No es un tipo razonable, Steerforth —añadió Copperfield.

—Vamos a tener que evacuar a Sokolov y Moyer —dijo Cole.

—No sé si Moyer se puede mover, Wilson —dijo Forrice.

—Tendrá que hacerlo —dijo Cole—. Sólo necesitamos una nave para eso, y la haremos funcionar con una tripulación mínima. Házselo saber a Briggs, Christine, Idena, Jack y Domak. ¿El piloto aún está a bordo?

—Está conectado al ordenador de navegación —dijo Forrice—. Se necesitaría una importante intervención quirúrgica para desconectarlo.

—Bien —dijo Cole—. Que la tripulación que he mencionado esté lista para partir dentro de dos horas.

—¿Cuál era la oferta? —preguntó Copperfield—. Sólo por curiosidad.

—Cincuenta, en dólares Maria Theresa, para ser divididos equitativamente entre las naves que participen.

—¿Cincuenta millones? —repitió Val con un silbido.

—Increíble ¿verdad? —dijo el duque—. Ni que fuera dinero de juguete. Supongo que pierdes todo sentido de la medida cuando posees cuarenta mundos.

Val se volvió hacia Cole.

—¿Sabes lo que podríamos hacer con cincuenta millones de dólares Maria Theresa, Wilson?

—Te diré lo que no podemos hacer —dijo Cole—. No podemos destruir un mundo que nunca ha hecho ningún daño a nadie.

—Debe haberle hecho alguno a Csonti, o no lo querría aniquilar —dijo Val, alargando el brazo para apropiarse del resto de la bebida del duque.

—Probablemente se negaran a pagarle la mitad de su riqueza planetaria como tributo —dijo Cole—. Olvídalo.

—¿Qué quieres decir con «olvídalo»? —dijo ella—. Somos mercenarios. Alguien está ofreciendo por un pequeño trabajo más de lo que podemos ganar en dos años.

—No exterminamos a poblaciones planetarias —dijo Cole—. No me adiestraron para eso. Nosotros no somos así. Déjalo.

—¡Me ponen enferma tus órdenes y tus sermones! —le espetó Val.

—¿Cuánto has perdido en la mesa de jabob? —preguntó Copperfield.

—¡Cállate tú también, pequeña y fea verruga alienígena! ¡Somos mercenarios, maldita sea!

—No es cuánto ha perdido —dijo Cole—. Es cuánto ha bebido.

—¡No es asunto tuyo, Wilson Cole!

—Si eres parte de mi tripulación, es asunto mío.

—¿Quieres salir afuera y demostrarlo?

—No seas idiota.

Se levantó.

—Vale, ¡lo probaremos aquí mismo!

—No voy a luchar contigo, Val —dijo Cole—. Vete a tu nave, duerme la mona, y ya veremos cómo te sientes por la mañana.

—Que te jodan. Ahora estás siendo condescendiente.

—Val, la última vez que caíste redonda, tu tripulación te vendió a ti y a tu nave al Tiburón Martillo —dijo Cole—. No cometas otro error garrafal.

Val parpadeó, intentaba contenerse.

—Ya he tenido bastante gente diciéndome qué he de hacer. Fui la capitana de la Pegasus durante doce años, y nadie me daba órdenes. Ahora tengo otra nave, y nadie me vuelve a dar órdenes. —Miró fijamente al duque—. ¿Dónde está ese caudillo?

—Por favor, Val —dijo el duque.

—¿Voy a tener que quitarte de delante? —dijo—. ¡No mires a esos tíos para que te ayuden! Saben muy bien lo que les conviene.

—¿No podemos…?

—¡Ahora!

El duque tragó saliva y le indicó dónde estaba la habitación de Csonti, y Val se encaminó hacia allí, inestable al principio pero con progresiva gracilidad y fuerza a cada paso.

—Nuevas órdenes, Cuatro Ojos —dijo Cole lúgubremente—. El permiso se acaba en dos horas. Para todo el mundo.

—¿También para las otras naves?

—Sí —dijo Cole—. Y comunica a la tripulación de la Esfinge Roja que encontraremos un hueco en la Teddy R. para todo aquel que no se quiera quedar en ella.

El molario se puso en pie y empezó a moverse por la sala con su sorprendentemente grácil zancada de tres piernas.

Cole se volvió hacia Jacovic.

—Bien, ha sido oficial de la Teddy R. durante casi tres horas —dijo con una sonrisa irónica—. ¿Cómo va hasta ahora?

—Quizás lo vea de otra manera cuando esté sobria —sugirió el teroni.

—Seguro que sí. Pero también tiene un código de honor, aunque está un poco más escondido que el de la mayoría. Si firma con Csonti hoy, se irá con él mañana. —Hizo una mueca—. Le diré algo más.

—¿Qué?

—Preferiría enfrentarme a diez Csontis antes que a ella.