Capítulo 32
Cole declaró un permiso de una semana en la Estación Singapore, mientras se iba familiarizando con los capitanes y los oficiales de sus veintidós nuevas naves.
Val apareció el segundo día, entró en El Rincón del Duque como si nunca lo hubiera abandonado, pero se mantuvo alejada de la tripulación de la Teddy R. Su actitud parecía ser que, ya que no había disparado un solo tiro, tenía todo el derecho a estar en la estación que había estado a punto de destruir.
Cole y Sharon alquilaron una habitación de hotel que les pareció enorme en comparación con los estrechos confines de la nave. Forrice dividió su tiempo entre el burdel y la mesa de stort. Jacovic encontró cuatro teronis más y pasó la mayor parte de su tiempo con ellos. Los otros miembros de la tripulación encontraron otros modos de entretenerse.
Pérez entró en el casino al tercer día y se dirigió directamente a la mesa del duque, donde éste, Cole, Sharon y David Copperfield estaban sentados con sus bebidas.
—Tengo que hablar con usted, señor —dijo Pérez.
—¿En privado o puede discutirlo aquí mismo? —preguntó Cole.
—No tiene nada de privado —dijo Pérez—. Señor, quiero un puesto a bordo de la Teddy R. No me importa lo insignificante que sea, pero tengo que salir de la Esfinge Roja.
—¿Qué ha pasado?
—Le dije que rechazaría cualquier orden de disparar a la Theodore Roosevelt. Me encerró en el calabozo hasta esta mañana, luego me soltó y me dijo que no me quería de vuelta en la nave. Por mí, perfecto.
—Me hago cargo de su punto de vista —dijo Cole—. Desobedeció las órdenes directas de su capitán en una confrontación militar.
—Yo me enrolé para luchar con usted, no contra usted, señor —dijo Pérez—. Si usted no me acoge, merodearé por la Estación Singapore hasta que pueda incorporarme a otra nave.
—Eso no es problema —dijo Cole—. Tengo más naves, de las que puedo recordar. —Suspiró—. Sí, le encontraremos un hueco.
—Gracias, señor.
Pérez se dio media vuelta y se dirigió a una de las mesas de juego.
—Es un buen hombre —dijo Cole.
—Y también el comandante Jacovic —dijo Sharon.
—Lo sé. Y probablemente hayamos reclutado otra docena esta semana —dijo Cole—. Es una pena que, una vez que los entrenemos y estén en forma, sólo seamos unos simple mercenarios que se venden al mejor postor. Debería haber algo más útil que pudiera hacer una maldita flota de casi treinta naves.
—Diantres —dijo el duque—, si todo lo que quieres es un objetivo y un desafío, te pagaré para que vayas a enfrentarte a la Flota de la almirante García.
—Los números mejoran semana a semana —replicó Cole, sonriendo— pero aún siguen siendo un par de cientos de millones contra treinta y siete.
—¿No eran treinta y ocho?
—Val estaba dispuesta a luchar contra nosotros por dinero —explicó Cole—. Luchar por dinero se ha convertido en nuestro negocio, y no usaré ese argumento contra ella, pero no va a formar parte de nuestra flota.
—Bueno, yo lo usaré contra ella —dijo el duque—. Ni siquiera ha venido a disculparse. Mírala ahí, en las mesas, bebiendo y jugando como si no estuviéramos siquiera en el mismo local.
—Sé cómo funciona su mente —dijo Cole—. No cree que haya nada por lo que disculparse.
—Estás siendo demasiado blando con ella.
—Hay muchas posibilidades de que la mayoría o toda la tripulación de la Teddy R estuviera muerta de no ser por ella —respondió Cole—. Eso le da cierto margen.
El duque meneó la cabeza.
—No entiendo esa actitud.
—Hubo un tiempo en que pensé que estaba encaprichado con ella. Pero no lo estaba. Es sólo que ve algo especial en ella —acotó Sharon.
—Tiene un montón de rasgos y habilidades admirables —dijo Cole.
—Es grande y fuerte —dijo el duque, claramente poco impresionado—. También Csonti.
—Es mucho más que eso —respondió Cole—. Cuando la traje a bordo de la Teddy R, todos los miembros de la tripulación la odiaba a muerte. Al fin y al cabo, la promoví por encima de todos ellos, exceptuando a dos personas. Pero en menos de un mes era casi la persona más popular en la nave. —Hizo una pausa—. Los oficiales, como mi amiga, la directora de Seguridad, están diciéndome constantemente que no abandone mi nave en territorio enemigo. He tenido que hacerlo en varias ocasiones y siempre he confiado en que Val me guardaría las espaldas. Nunca me ha fallado. —Miró al otro lado de la sala y vio un remolino de cabello rojo elevándose por encima de las mesas—. Vamos a echarla de menos.
—Bueno, la has perdido pero has ganado veintidós naves —dijo el duque—. Diría que no te ha ido mal.
—¿Tú qué crees, David? —preguntó Cole.
—Preferiría tener a la valkiria antes que a las naves —respondió Copperfield.
Cole miró al otro lado de la mesa, al duque.
—Ahí tienes la respuesta.
—Está bien —dijo el duque—, conoces mejor a tu personal que yo. Pero me parece que estás idealizando a una traidora.
—Puedes tener tu opinión —dijo Cole—. Demonios, incluso podrías tener razón. Mis juicios no son perfectos. —Sonrió con pesar—. Si lo fueran, todavía estaría luchando para la almirante García.
—Olvídalo —dijo el duque.
—¡Wilson! ¡Agáchate! —gritó Sharon de repente.
Sobresaltado, Cole se volvió hacia ella mientras una silla volaba por los aires y rebotaba contra su cabeza.
Cayó al suelo, después se levantó aún atontado, mientras la sangre caía sobre su ojo izquierdo desde un enorme tajo en su frente. Tardó un momento en recuperar el equilibrio y centrar la vista con el único ojo con el que veía claro, y cuando lo hizo, se encontró frente a Csonti.
—¿Cómo demonios has llegado aquí? —murmuró Cole.
—¿Crees que sólo tengo una nave? —le soltó el hombretón—. Te dije que no había dicho la última palabra… Pero soy lo último que verás.
Le lanzó un golpe con la derecha. Cole, con el ojo ensangrentado, no lo vio venir. Lo golpeó y Cole se estampó sobre la mesa del duque.
—¡Levántate, hombrecillo! —bramó Csonti—. ¡Levántate y enfréntate a la muerte!
Cole intentó levantarse, cayó de rodillas y lo volvió a intentar. Antes de que pudiera ponerse de pie, un hombre se había lanzado a la espalda de Csonti y había rodeado con sus brazos el enorme cuello del tipo.
Csonti gruñó sorprendido, se tambaleó un poco y luego rodeó con su mano una de las muñecas del hombre. Durante un momento, ninguno de los dos se movió. Luego se oyó un sonoro crujido y el hombre lo soltó.
Era Pérez y, obviamente, su muñeca estaba rota. Csonti se volvió, lo agarró por el cuello y apretó. Pérez empezó a agitar sus brazos. Gradualmente, la agitación aminoró, luego cesó y Csonti dejó caer al hombre, inconsciente, al suelo.
—¡Estúpido, estúpido! —gruñó Csonti, asestando una patada innecesaria a la cabeza de Pérez—. ¡Cómo si pudieras detenerme! —Se volvió hacia Cole, quien aún estaba en equilibrio inestable y tratando de limpiarse la sangre de su ojo—. ¿Dónde estábamos?
Y de repente, un alienígena impecablemente vestido se interpuso entre ambos.
—¡Vas a dejarlo en paz! —dijo David Copperfield con voz temblorosa.
—¡Aparta de mi camino antes de que te aplaste como a un insecto! —bramó Csonti.
Copperfield empezó a temblar, pero se mantuvo en sus trece.
—Es mi amigo. No dejaré que le hagas daño.
—¡Esto va a ser divertido! —dijo Csonti con una sonrisa maligna—. ¿Sabes que voy a hacerte, pequeña y fea verruga? —Dio un paso amenazador hacia adelante—. ¡Voy a arrancarte las orejas y los ojos por tener la osadía de interponerte entre Csonti y su enemigo!
Estiró una manaza hacia Copperfield y, de repente, la recia mano de una mujer salió de la nada y le agarró la muñeca.
—Quizás deberías probar a pelear contra los de tu tamaño —dijo Val, empujándolo—. Ve a esconderte debajo de la mesa, David. Yo me lo llevaré de aquí.
—¡No quiero pelear contigo! —dijo Csonti, mostrándose súbitamente precavido—. ¡Lo quiero a él! —Hizo un gesto en dirección a Cole.
—No puedes tener siempre lo que quieres, trozo de mierda —dijo Val, dirigiendo una patada a la rodilla de Csonti—. De todos modos, nunca me has gustado.
Csonti se repuso en un segundo, doliéndose de la pierna, pero aún así era amenazador. Le propinó un puñetazo que podría haberla decapitado si le hubiera dado, pero Val se agachó y le asestó un rápido golpe en la nuez.
Csonti se inclinó hacia adelante, asfixiado, y ella le clavó un rodillazo en la cara. No quedaba mucho de su nariz cuando se alzó.
—No eres para tanto —dijo Val con desprecio—. ¡Demonios, Toro Salvaje podría contigo sin despeinarse!
—¡Maldita sea, trabajas para mí!
—Corrijo —dijo Val—. Trabajo para mí.
Csonti sacó una navaja de su bota y cargó contra ella. Lo que ocurrió después sucedió tan deprisa que no hubo ni dos relatos que coincidieran, pero todo el mundo estaba de acuerdo en que un instante después Csonti estaba volando por los aires, y que profirió un grito terrible cuando aterrizó. Y que la sangre salía a borbotones de una arteria que su daga había seccionado al aterrizar sobre ella.
Tardó tres minutos en morir. Nadie hizo ningún esfuerzo para ayudarlo o para contener el flujo de sangre. Cuando estuvo muerto, el duque ordenó a dos de sus robots que llevaran el cuerpo al atomizador de basura que había tras la cocina.
Val se volvió hacia David.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó—. ¡Eres la criatura más cobarde que he visto jamás!
—Es mi amigo —repuso Copperfield.
—No habrías durado ni cinco segundos.
—Lo sé.
A Cole, aún no consciente del todo, lo sentaron en una silla, mientras Sharon atendía sus heridas. Un par de clientes medio arrastraron, medio acompañaron a Pérez a la enfermería de la Teddy R.
Cuando su cabeza se aclaró un poco, Cole estiró el brazo y colocó su mano en el hombro de Copperfield.
—Gracias, David —murmuró—. Sé lo que te ha costado.
—Ni siquiera eres un miembro de la tripulación —dijo Val, frunciendo el ceño, desconcertada—. Y aún así arriesgaste tu vida.
—Steerforth es un hombre honorable, uno de los pocos que conozco —respondió Copperfield—. ¿Qué mejor razón podría haber?
—Y Pérez, que aún no ha cobrado ninguna parte de los beneficios, atacó a Csonti —continuó Val, mirando fijamente a Cole— por ti.
Cole alzó su mirada legañosa hacia ella.
—Confío en que no esperes que diga que no valgo la pena. —Intentó esbozar una sonrisa irónica, pero en su lugar hizo una mueca de dolor.
—La verdad, eso es exactamente lo que esperaba que dijeras.
—Bueno, si tanto me apuras, no me lo merezco.
—¡Maldita sea! —dijo Val, atendiendo el tajo de su frente—. Casi todos los miembros de la Teddy R. habrían hecho lo mismo si hubieran estado aquí.
—Pero ¿por qué? —preguntó Val, aún desconcertada—. Yo soy la única de la Estación Singapore que siempre estuvo a salvo de Csonti. Habría matado a cualquier otro que se hubiera enfrentado a él.
—Si no lo sabes, yo no puedo decírtelo —dijo Sahron.
Val guardó silencio, perdida en sus pensamientos, durante un minuto entero. Finalmente habló:
—Pérez puede recuperar la Esfinge Roja. Y que el teroni tenga su propia nave. Vuelvo como tercera oficial. Hasta que entienda por qué David y Pérez hicieron lo que hicieron por ti, y sepa cómo hacer que mi tripulación lo haga por mí. Tengo mucho que aprender de ti.
—Yo decidiré quién será mi tercer oficial —dijo Cole.
—Tienes razón —dijo—. Estoy aquí para aprender, no para darte órdenes. Me he pasado de la raya y te pido disculpas.
—¿Puedes repetir eso?
—He dicho que te pido disculpas.
Hubo un breve silencio.
—Bienvenida a las filas de los adultos, tercera oficial —dijo Cole justo antes de desmayarse.