Capítulo 8
Dos días después, Cole, Sharon, Val y David Copperfield estaban compartiendo mesa y una ronda de bebidas con el duque en su casino de la Estación Singapore. Forrice los había acompañado sólo hasta el único burdel molario del sector y entonces se había despedido, prometiendo reunirse con ellos más tarde.
—¡Extraordinario! —repetía sin cesar el duque—. ¡Sencillamente extraordinario!
—Quizás deberíamos haberles cobrado más —sugirió David Copperfield, bromeando sólo a medias.
—No fue tan… extraordinario —dijo el duque con una sonrisa—. Pero fue un trabajo corto y agradable.
—Y ahora tú y yo deberíamos sentarnos y hablar de la próxima misión —dijo David.
—Estamos sentados —señaló el duque, secamente.
—Sin duda, no querrás discutir estas cosas en público —sugirió David.
—Si yo le digo a la gente que no se acerque lo bastante como para oírnos, se mantendrán a distancia.
—Debe de estar bien poseer un mundo —dijo Sharon—. Incluso uno artificial y totalmente metálico como éste.
—Tiene sus compensaciones —replicó el duque.
—Ya me he dado cuenta —dijo Cole.
—También tiene sus molestias —continuó el duque—. Por ejemplo, éste es mi casino. Me quedo con los beneficios, pero también tengo que cubrir las pérdidas.
—¿Has tenido pérdidas?
—Me están haciendo trampas, lo sé. Pero no sé cómo, y el caballero que me ha estado haciendo trampas seis noches seguidas es… bueno… formidable.
—¿Dónde está?
—Allá, en la mesa de cartas —dijo el Duque—. Es una cabeza o dos más alto que cualquier otro.
—Lo conozco —dijo Val, estudiando al hombre en cuestión. Se alzaba hasta los dos metros de alto, estaba bien vestido y tenía una buena musculatura, y dos armas de mano visibles. Y probablemente, alguna más que no lo era.
—¿Lo conoces? —preguntó David.
—Bueno, sé de él —dijo—. Es Rompecráneos Morrison.
—¡Lo recuerdo! —dijo Sharon—. ¿No fue el campeón de los pesos pesados del Sector Antares?
—Sí, hasta que una noche se excitó un poquito más de la cuenta en el ring y mató a su oponente, al árbitro y a tres policías que intentaron arrestarle.
—Obviamente, ya no lucha —dijo Sharon—. Me pregunto qué hará para ganarse la vida.
—Oh, sigue rompiendo cráneos —dijo Val—. Sólo que ya no lo hace en el ring.
—¿Es un matón de alquiler? —preguntó Cole.
—Eso es.
—Aquí casi todo el mundo lleva algún tipo de arma —apuntó Cole—. No sé qué bien puede hacerle toda esa fuerza y habilidades.
—No ejerce su oficio aquí —dijo el duque—. Gasta su dinero aquí… pero últimamente lo está ganando.
—¿Cómo sabes que está haciendo trampas?
—Todos los juegos de este casino dan a la casa entre el cinco y el diez por ciento, y aquél, el Kalimesh, nos da el doce por ciento. No me importa lo bueno que seas o la suerte que tengas, si vienes a la mesa de juego seis noches seguidas, tiene que haber una noche en la que pierdas.
—Parece complicado —observó Cole.
—Setenta y dos cartas, ocho palos, no hay números, todas las cartas están al descubierto, hay un croupier y de cuatro a seis jugadores —respondió el duque—. Creo que lo inventaron los canforitas, pero ha acabado siendo muy popular aquí en la Frontera, incluso entre los hombres. —Hizo una pausa—. Sólo desearía saber cómo lo está haciendo.
—Prohíbele entrar en el casino —sugirió Sharon.
—Tengo las pocas partes humanas que me quedan en demasiada estima —respondió el duque.
Val miró fijamente al Duque Platino durante un largo minuto.
—Si pruebo que está haciendo trampas, y lo pruebo ante testigos, ¿nos darás la mitad de lo que recuperemos?
—¡Absolutamente! —dijo el duque de inmediato.
—¿Nos…? —dijo Cole—. Si puedes descubrir lo que está haciendo y le haces pasar por el aro, el dinero es tuyo.
—Es probable que necesite un poco de ayuda —explicó Val—. Si es una operación de la Teddy R., entonces el botín debería ir a las arcas de la Teddy R.
—¿Sabes cómo está haciendo trampas? —preguntó David Copperfield.
—Aún no —respondió Val—. Pero he frecuentado antros como éste desde que llegué a la Frontera, hace quince años. Si está haciendo trampas, lo descubriré.
Se volvió hacia el duque.
—Dame un par de cientos de dólares Maria Theresa o de libras del Lejano Londres.
El duque la miró sorprendido, en la medida en que su rostro de metal podía expresar alguna reacción.
—No veo qué está haciendo desde aquí —continuó Val—. Puedes deducirlo de lo que me deberás cuando haya acabado.
—Y si no puedes descubrirlo, es dinero perdido —dijo el duque, entregándole el dinero.
Val lo rechazó, empujándolo por la mesa.
—Si vas a ser así de tacaño, búscate a otro que te enseñe cómo te está robando.
El duque suspiró y de nuevo, le tendió el dinero por encima de la mesa.
—Si lo planteas así…
—Bien —dijo Val, mientras cogía el dinero y se ponía de pie.
Se acercó hacia la mesa en la que Morrison estaba jugando, compró algunas fichas y empezó a jugar. El croupier barajó el mazo, repartió las manos rápida y eficientemente, y después anunció las distintas cartas y apuestas. Val ganó dos pequeños botes y perdió cinco mayores, cuatro de ellos a favor de Morrison, luego volvió a la mesa del duque.
—Toma —dijo, tendiéndole unas fichas—. Recuerda que debes restarlas de los doscientos dólares.
—¿Ya lo has descubierto? —preguntó el duque.
—Sólo hay un modo de que puedan hacerlo —dijo Val.
—¿Puedan? —repitió el duque.
—El croupier está conchabado —dijo—. Morrison no puede estar haciéndolo solo.
—¿Cómo lo están haciendo?
—El croupier tiene que estar usando un espejuelo —dijo Val.
—¡Imposible! —dijo el duque—. Tengo holocámaras focalizadas en las manos de los croupiers. Si estuviera usando uno, lo habríamos descubierto.
—¿Qué es un espejuelo? —preguntó Sharon.
—Un espejo pequeñito —explicó Val—. Lo sitúa bajo la mesa y mientras reparte, Morrison echa un rápido vistazo a cada una de las cartas que se distribuyen en la mesa.
—Sé lo que es un espejuelo —dijo el duque— y te digo que nadie está usando uno. ¿Quieres comprobar los holos?
—¿Por qué molestarse? —dijo Val—. Los has revisado.
—Entonces admites que no puede estar usando un espejuelo y que has gastado doscientos dólares Maria Theresa —dijo el duque.
—No he dicho que admita nada —replicó Val—. He dicho que no veía ninguna razón para revisar los holos.
—¿Insistes en que el croupier está usando un espejuelo?
—Eso es lo que he dicho.
—Si lo registramos y no lo encontramos, ¿eso te satisfará?
—Yo pensaba que querías recuperar tu dinero. Bueno, la mitad —fue la respuesta de Val.
El Duque se llevó las manos a la cabeza, exasperado.
—Estoy totalmente confuso —dijo—. Capitán Cole, trabaja para ti. ¿La entiendes?
—Estoy con Cole —dijo Val—. Yo trabajo para mí.
—Para responder a tu pregunta —contestó Cole—, encuentro que no se equivoca con mucha frecuencia. Si dice que sabe cómo están haciendo trampas, yo me inclinaría a creerla.
—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? —preguntó el duque—. ¿Quieres registrar al croupier?
—No tiene mucho sentido registrarlo —replicó ella—. Lo he estado observando durante siete manos. No se las ha llevado a los bolsillos, ni siquiera a su boca u oído y nunca intentaría tenerlo en la palma de la mano mientras baraja las cartas. Si cayera sobre la mesa, sería hombre muerto cinco segundos después.
—Entonces, no entiendo… —empezó a decir el duque.
—Sé que no —dijo Val con una sonrisa—. Por eso te está robando sin que lo veas.
—¿Así pues, qué hacemos ahora? —preguntó Cole.
—Ahora estudiamos a Rompecráneos unos pocos minutos más.
—Creo que era al croupier a quien íbamos a dejar al descubierto.
—El croupier tiene un cómplice —dijo Val—, y claramente es Rompecráneos. Quiero ver sus movimientos.
—¿Movimientos? —preguntó David Copperfield.
—Ver si es diestro o zurdo, ver cómo levanta la cabeza, ver qué puedo saber de él. —Val sonrió—. La de Cole es la parte más fácil. Todo lo que tiene que hacer es poner en evidencia al croupier. Yo tengo que recuperar el dinero de Rompecráneos Morrison.
—Sería más fácil dispararle —sugirió el duque—. Yo soy toda la ley que hay en la Estación Singapore. Os perdono por adelantado.
Val, aún sonriendo, negó con la cabeza.
—Siempre pensé que yo era lo bastante buena como para ser campeona de lucha libre si me hubiera quedado en la República. Esta noche descubriremos si tenía razón.
—¿Y si no la tienes? —preguntó el duque.
—Entonces, me importará un comino lo que le hagas.
—¿Antes o después de que mate a tu capitán?
—Si estoy muerta ¿a mí que más me da? —replicó Val.
—No puedo decirte lo muy conmovido que estoy por tu preocupación —dijo Cole sarcásticamente—. ¿Estamos listos para poner en marcha el espectáculo?
—Otro minuto o dos —dijo Val, estudiando a Morrison detenidamente—. Es diestro. Si saca un cuchillo o alguna otra arma que no puedo ver, será con su mano derecha.
—¿Importa con qué mano saque un arma? —le preguntó David.
—Por supuesto —respondió Val—. El primer brazo que le rompa será el derecho.
—¿Romperle el brazo? —dijo David, incrédulo—. Es tan grande como una montaña.
—Tú limítate a mantenerte alejado cuando caiga —dijo Val. Estudió a Morrison otro minuto, luego asintió—. Muy bien. Vamos a ganarnos nuestro dinero.
Cole entregó su pistola láser a Sharon.
—Por si necesitamos que alguien nos vengue —dijo, y después se volvió para seguir a Val hacia la mesa—. Estaría bien que me contaras qué se supone que debo hacer —dijo en voz baja.
—Tú sólo quédate junto a Morrison mientras le muestro a todo el mundo cómo están haciendo trampas —dijo.
—Espero que no creas que voy a luchar contra él.
—No. Pero es él quien tiene el dinero, así que no queremos que se nos escape. Tú apúntale en la espalda con una pistola láser o un arma de plasma hasta que yo acabe con el croupier. A partir de ahí, yo me encargo, aunque si quisieras desarmarle, lo consideraría un favor personal.
—Lo desarmaré —dijo Cole—. ¿Qué sabes del croupier que no muestran las cámaras holográficas?
—Sé que está haciendo trampas. Sé que no se trata de una baraja marcada, porque no ha existido baraja que estuviera marcada que yo no pudiera detectar, por tanto sé que tiene que estar usando un espejuelo.
—Pero las cámaras no pueden mostrarlo, y estoy seguro de que registran a todos los croupiers cuando salen a escena y cuando la noche acaba, o incluso cuando hacen una pausa.
—Yo también estoy segura.
—Entonces, repito: ¿qué crees que sabes?
—Eres un tío listo —dijo—. Lo debes de estar imaginando.
—Sólo se me ocurre una cosa —dijo Cole—. Y si te equivocas, vas mutilarlo.
—¿Lo ves? —dijo Val con otra sonrisa—. Ya sabía que te lo imaginarías.
—¡Oh, mierda! —murmuró Cole—. ¡Más vale que tengas razón, maldita sea!
Para entonces, ya estaban en la mesa.
—¿De vuelta a por más? —preguntó el croupier afablemente mientras Cole bordeaba la mesa y se colocaba directamente detrás de donde Morrison estaba sentado.
—No —dijo Val—. No me gusta que me tomen el pelo más de una vez por noche.
—Nunca hay razón para ser una mala perdedora, señora —dijo el croupier.
—No hay razón para ser una perdedora —respondió val—. Has estado haciendo trampas durante toda la semana, tú y tu compinche.
—Señora, si se pone así, voy a tener que llamar a los de Seguridad.
—Llámalos —dijo Val—. Eso me ahorrará trabajo. Después de todo, vamos a tener que enjaularte.
—¡Ya es suficiente! —prorrumpió Morrison.
Cole presionó el cañón de su pistola de plasma contra su espalda.
—Tú relájate —dijo en voz baja—. No te vuelvas y mantén tus manos sobre la mesa.
—¿Es un robo? —preguntó Morrison, con la vista el frente.
—No, es el final de un robo —respondió Cole mientras quitaba la pistola láser y sónica al hombretón.
—Nadie está robando a nadie —dijo el croupier.
—En eso tienes razón —admitió Val—. ¿Cuánto tiempo creías que podrías salirte con la tuya?
—¡No me estoy saliendo con la mía en nada! —exclamó el croupier.
—Ya no —corroboró Val—. Pero tengo que admitir que es el espejuelo mejor escondido que he visto jamás.
El croupier levantó las manos, con las palmas hacia arriba.
—¿Ves algún espejuelo? —preguntó. Miró a al corro de gente que se estaba congregando—. ¿Alguien ve un espejo? ¿Quieres que me suba las mangas?
—¿Para qué molestarse? —dijo Val—. No está en tus mangas.
—Entonces, ¿dónde crees que está? —le espetó.
—Lo estoy viendo —dijo Val.
—¿De qué estás hablando?
—¡De esto! —dijo, agarrándole con fuerza la muñeca izquierda.
—¡Me estás haciendo daño! —gimió el croupier.
—No te preocupes —dijo Val—. Lo que voy a hacer ahora te va a doler muy poco.
De repente, tenía un cuchillo en la otra mano y antes de que nadie se diera cuenta de lo que estaba haciendo, colocó la mano izquierda del croupier sobre la mesa y le cortó el pulgar con un cuchillo.
—¿Alguien ha visto sangre? —dijo triunfalmente.
No había.
—Echad un vistazo —dijo, levantando el pulgar prostético para que todos lo vieran. Soltó la mano del croupier y retiró la piel del dorso del pulgar, revelando un pequeño espejo. Después cogió una carta de la mesa y volvió a colocar la piel artificial en su sitio con el borde del cartón.
—Un truco limpio ¿verdad? —dijo—. Que alguien lo sujete mientras mantengo una pequeña conversación con su compinche. —Se acercó a Morrison y se plantó a su lado—. Devuelve todo lo que has ganado desde que llegaste a la Estación Singapore y te puedes ir. Nadie te detendrá.
—Tampoco nadie me va a detener ahora —gruñó.
—Estaba esperando que dijeras eso —dijo Val. Y le asestó un formidable puñetazo que hizo caer al hombre de la silla y lo tiró al suelo—. Atrás, Cole —dijo—. Lo sacaré de aquí.
Cole se echó atrás mientras Morrison se ponía en pie.
—Reza una plegaria cortita a tu dios —dijo Val—, porque no vas a vivir bastante para rezar una larga.
Él le lanzó un golpe, uno que la hubiera decapitado en caso de haberle dado. Ella se agachó, se adelantó, fintó hacia su ingle y en el momento en que él se dobló para protegerse, le hincó un dedo en el ojo. Morrison aulló de dolor, levantó una mano para cubrirse el ojo, y mientras lo hacía, ella le descargó un fuerte golpe en su rodilla izquierda. El gigantón volvió a bramar, la golpeó en el hombro de refilón. Consiguió una nariz rota. Y mientras avanzaba hacia ella y extendía ambos brazos para agarrarla, Val le asestó un patadón en su ingle.
Morrison cayó de rodillas, recibió cuatro puñetazos más en la cabeza. Un corte en la garganta lo dejó boqueando y jadeando, tratando de respirar. Otro golpe demolió lo que le quedaba de nariz y cayó de bruces en el suelo.
Val le dio la vuelta, registró sus bolsillos, extrajo un gran fajo de billetes, volvió a ponerlo boca abajo y sacó una pistola láser en miniatura que guardaba a la altura de los riñones. Finalmente, se irguió.
—Se ha abandonado y ya no está en forma —dijo con desprecio—. Demonios, Toro Salvaje se lo habría cargado con la misma facilidad.
Val dio media vuelta y empezó a dirigirse de vuelta hacia la mesa del duque mientras la multitud se abría ante ella, mirándola con una mezcla de asombro y miedo.
Cole se volvió hacia los jugadores que se habían congregado.
—Estos hombres son vuestros —dijo—. Pero creo que ya hemos tenido bastante violencia por aquí.
Algunos arrastraron al inconsciente Morrison hacia una salida, otros al aterrorizado croupier.
—Van a matarlos —dijo Sharon cuando Cole y Val llegaron a la mesa.
—Probablemente —admitió el duque—. Después de todo, esto es la Frontera. No habrá abogados parlanchines que los libren del asunto basándose en tecnicismos.
—A su modo es justicia —dijo David Copperfield—. Ciertamente, Rompecráneos Morrison habría matado a la Valkiria si hubiera podido.
—No tuvo la menor oportunidad —dijo Cole.
—¿No estabas preocupado?
—La he visto en acción.
—Basta de charla —dijo Val—. Hablemos de negocios.
Puso los billetes en la mesa y empezó a repartirlos. Cuando acabó, le tendió la mitad a Cole.
—Un poco más de seiscientos mil —anunció—. No está mal para un trabajo exprés.
—¡Eres una mujer excepcional! —dijo el duque, entusiasmado—. Podrían haber mantenido este chanchullo durante semanas, y, desde luego, yo no estaba por desafiar a Rompecráneos Morrison. ¿Cómo podré agradecértelo?
—¿En serio? —preguntó Val.
—Absolutamente —dijo el Duque—. Soy demasiado viejo y tengo demasiadas partes artificiales para ofrecerte una sincera reverencia de cortesía, pero trata de imaginártela.
—Vale —dijo Val—. Quiero mi propia nave.