Capítulo 6
Habían pasado seis días desde que Cole firmara los papeles que comprometían a la Teddy R. a la defensa de Djamara II. La nave no estaba en órbita alrededor del planeta —Cole no vio que tuviera ningún sentido dar a conocer su presencia—, sino que estaba estacionada entre la docena de lunas de Djamara V. Christine, Briggs y Domak, los tres más diestros usando tanto los terminales como los sensores, trabajaban en los turnos rojo, blanco y azul, ocho horas cada uno, supervisando el sistema, buscando señales de las naves de la Roca de las Edades.
Cole pasó la mayoría del tiempo en su despacho y su cabina. Sencillamente no había nada que pudiera hacer hasta que las naves del enemigo aparecieran, e incluso una vez que lo hiciesen, todo lo que ocurriera en el puente le sería transmitido allá donde estuviera.
En el séptimo día llegó un mensaje cifrado de la Estación Singapore. Cole lo desvió a su cabina.
Hubo unos momentos de estática y después, la imagen del Duque Platino apareció.
—Hola —dijo Cole—. Aún no hay ninguna señal de ellos.
—No está mal —dijo el duque—. Eso te da un poco de tiempo para hacer planes.
—No me gusta cómo suena eso —dijo Cole con recelo—. ¿Qué ocurre?
—Es evidente que hay al menos un traidor en Djamara II —dijo el duque—. No me sorprende dado el dinero que hay en juego.
—¿Me estás diciendo que la Roca de las Edades sabe que estamos aquí? —dijo Cole.
—Así es.
—Bueno, iba a saberlo tarde o temprano. Hemos perdido el elemento sorpresa, pero todavía me atrevo a lanzar la Teddy R. contra lo que sea que tenga. La Armada desguaza sus naves de guerra, no las vende a terceros. Todavía tendremos la ventaja de la potencia de fuego.
—Yo lo sé, tú lo sabes y la Roca lo sabe. Estará ahí mañana.
—Lo sabe ¿y aun así va a venir? —dijo Cole, frunciendo el ceño—. ¿Qué me estoy perdiendo?
—Mis fuentes me dicen que está decidido a que si no puede poseer la riqueza mineral del planeta, nadie pueda. Tiene algunas bombas nucleares —no sé cuantas— y ha lanzado un ultimátum: si la compañía minera no hace que te largues, lanzará las bombas sobre el planeta. Puedes detener una o dos, pero supongo que está bastante seguro de que no puedes pararlas todas. Es lo que en una época menos sofisticada solían llamar «una expedición de castigo».
—Gracias por la información —dijo Cole.
—¿Qué vas a hacer?
—No estoy seguro —respondió Cole—. Esto va a requerir que le dé algunas vueltas.
—Siento que hayan cambiado las tornas de este modo —dijo el duque—. No pretendía causarte un problema así, desde luego. Y menos en mi primera colaboración.
—No es culpa tuya —dijo Cole—. Peor hubiera sido encontrárnoslo en el espacio.
El duque hizo una mueca, lo que Cole no había creído que fuera posible dada la cantidad de platino que constituía su rostro.
—Si hay informadores en la compañía minera o en el planeta, la Roca debe saber que tiene también a alguno en su organización. Estoy seguro de que no hará una aproximación directa.
—Sólo somos una nave. No podemos patrullar por todas partes.
—Podíamos decir a la compañía que lo cancelamos —ofreció el duque.
Cole negó con la cabeza.
—Mañana habría corrido la voz, y nadie volvería a contratarnos.
—Podríamos sugerir que evacúen Djamara.
—Es el mismo problema. Nos pagan para que lo mantengamos libre de problemas. Si no lo hacemos ¿con quién haremos negocios en el futuro?
—Es una incógnita —admitió el duque—. Si hay algo que yo pueda hacer desde este fin de…
—Te lo haremos saber —dijo Cole, y cortó la conexión.
Convocó de inmediato a una reunión a sus oficiales de más alto rango. Su despacho era demasiado pequeño para que pudieran estar sentados confortablemente, así que los reunió en el comedor y echó a los demás hasta que la reunión se acabara.
Una vez que estuvieron reunidos allí, les presentó la situación.
—Ahora —dijo cuando hubo acabado de ponerlos al día—. ¿Qué probabilidades tenemos de avistarlo al entrar en el sistema?
—Djamara II está a un tercio de camino alrededor del sol —dijo Christine—. Si nos quedamos aquí y se aproxima por el extremo alejado del sol, nunca lo detectaremos a tiempo.
—Vale, pues —dijo Cole— ¿y qué tal si entramos en órbita alrededor de Djamara II?
Christine volvió a negar con la cabeza.
—Lo detectaríamos, por supuesto. Pero, a menos que nos las arreglemos para destruirlo antes de que nos vea, todavía podría disparar las bombas, y es seguro que alguna de ellas daría en el blanco.
—¿Todo el mundo está de acuerdo con eso? —preguntó Cole.
Forrice, Val y Sharon asintieron.
—Así que estamos atrapados entre la espada y la pared —dijo Cole—. Si nos situamos en un lugar en que estemos seguros de que lo detectaremos, todavía podría lanzar un montón de bombas y hacer el planeta inhabitable antes de poder destruirle, y si nos quedamos aquí fuera, donde somos más difíciles de detectar, podemos volarlo en pedazos si se aproxima desde esta dirección. Pero lo más probable es que coja una docena de otras rutas, todas las cuales lo llevarán más allá de nosotros.
—La elección de Hobson —murmuró Val.
—Hobson era un gilipollas —dijo Cole crudamente.
—No entiendo… —dijo Val.
—Es un gran universo, lleno hasta rebosar de elecciones. No nos gustan las dos más obvias. Eso no implica que no haya otras.
—Pero si no podemos evitar que la Roca lance una bomba nuclear… —empezó Forrice.
—Si no podemos pararle —dijo Cole—, entonces ni lo intentaremos.
—¿Dar la vuelta y huir? —dijo Forrice—. No creo que tú, ni nadie, contratara a un mercenario que diera media vuelta y echara a correr —propuso Cole.
Vamos a ver si pensamos en algo hacia lo que merezca la pena correr.
—Me he perdido —dijo Sharon—. Si tienes una idea, ¿por qué no la dices claramente?
—Porque aún no está del todo formada —dijo Cole—. Estoy trabajando en ello. Lo único que sé es que no podemos quedarnos en el sistema de Djamara. Ahora, si no podemos quedarnos aquí, la Roca no tiene ninguna razón para soltar sus bombas ¿correcto?
—Eso presupone que sabe que nos vamos —dijo Christine.
—Entonces, tendremos que dejar que lo sepa ¿verdad? —respondió Cole.
—Sencillamente hay que contactar con él por la radio subespacial y decirle que hemos cambiado de opinión… —dijo Val—. Nunca se lo tragará.
—Vale —dijo Cole—. No te creerá a ti, no me creerá a mí y ni siquiera creerá al duque. ¿A quién creerá?
Permanecieron en silencio un rato. Luego, Sharon sonrió.
—¡Oh mierda! —dijo—. ¡Por supuesto! Creerán a la compañía minera. Nosotros no vamos a morir si sueltan las bombas, pero la compañía se arriesga a perder a unos centenares de hombres y todos los recursos minerales del planeta.
—Pero ¿cómo sabrán que la compañía minera no está mintiendo? —insistió Christine.
—Eso es bastante fácil —dijo Val—. Pueden decir que han reconsiderado su posición, que cometieron un error y que están dispuestos a pagar por ello. ¿Nos están ofreciendo un quince por ciento durante dos años? ¿Y si le ofrecen a la Roca el veinticinco por ciento para siempre?
—Probablemente pedirá un tercio —dijo Forrice.
—Y aceptarán —dijo Cole—. Tienen miedo a morir, y aceptarán cualquier cosa. Por supuesto, la Roca vendrá aquí para estar seguro de que nos hemos ido, y una vez que vea que así es, el planeta estará a salvo.
—Vale, ése es el primer paso —dijo Forrice—. Hemos salvado el planeta. ¿Después qué?
—Contactamos con el Duque Platino y hacemos que nos diga cuál es la más débil de las cuatro naves de la Roca, esperamos hasta que sepamos que la Roca está en el sistema Djamara y lo capturamos.
—¿Lo capturamos, no lo matamos? —preguntó Val.
—Correcto.
—Es una solución de mierda —dijo Val.
—No es una solución —dijo Cole—. Es el paso dos.
—¡Bien! —dijo Forrice, emitiendo una carcajada—. ¡Ahora todo tiene sentido! ¡Eres un astuto bastardo!
—Deja de exhibir todas las palabras terrícolas que has aprendido y dime de qué demonios estás hablando —dijo Val, irritada.
—El paso tres es que descubrimos quién es el mayor rival de la Roca en esta sección de la Frontera —dijo Forrice.
—Ya veo —dijo Christine—. Y como paso cuatro, programamos la nave capturada, que todavía lucirá la insignia de la Roca, para impactar en el mundo originario del rival.
—¿Puede atravesar las defensas con el piloto automático? —preguntó Sharon.
De repente, también Val estaba sonriendo.
—No importa. ¿Crees que el rival va perdonarle porque el ataque fracase?
—¡Ah! —dijo Sharon—. Así que, paso cinco, nos relajamos y dejamos que los dos señores de la guerra se peleen y después nos encargamos de quienquiera que quede en pie.
—Vamos muy justos de tiempo —anunció Cole—. Voy a pediros media hora para encontrar algo que no funcione, o venir con un plan mejor. —Se puso de pie—. Mientras tanto, necesito contactar con el duque y descubrir cuál de las naves de la Roca es la más débil y cuál de sus rivales es el más fuerte.
Cuando volvió, nadie había dado con una alternativa viable.
—Bien —dijo Cole—, ahora viene la parte más dura del ejercicio.
—¿Cuál es? —preguntó Forrice.
—Tengo que bajar con la Kermit a Djamara II y convencerles de que no los estamos dejando colgados.