Capítulo 31
Tal y como esperaba Cole cuando reunió su flota, no ocurrió nada.
Las naves exploradoras señalaron la localización de Csonti en los alrededores del sistema Offenbach. Había treinta y siete naves, incluyendo la Esfinge Roja.
Csonti echó una ojeada a la fuerza masiva que se le aproximaba, vio que lo superaban ampliamente y se retiró a toda prisa. La mayoría de sus naves, ahora sin líder, planearon de forma errática, sin saber muy bien qué hacer. Una nave, la Esfinge Roja, se mantuvo en sus trece.
Finalmente, un mensaje llegó a través de la radio subespacial de la Teddy R.
—Hoy habéis ganado, pero no he dicho la última palabra.
—¿Respondemos, señor? —preguntó Christine.
—Sí, lo haremos. ¿Estoy en el aire?
—Sí, señor.
—Di eso otra vez, Csonti, y te seguiremos hasta el Núcleo Galáctico si es necesario y te haremos volar en mil pedazos.
Silencio.
—Lo ha recibido, señor —dijo Christine—. No hay respuesta.
—Bien. Ahora quiero dirigirme a sus naves.
—¿Incluida la Esfinge Roja, señor?
—Sí. Avíseme cuando pueda hablarles.
Christine le hizo una señal un minuto después.
—Todo está dispuesto, señor.
—Gracias. —Se aclaró la garganta—. Aquí Wilson Cole, el capitán de la Theodore Roosevelt. Vuestro líder os ha abandonado y huido cobardemente. Todas las naves restantes tienen tres opciones: podéis plantar cara y luchar, en cuyo caso os destruiremos; podéis seguir a Csonti, en cuyo caso no seréis dañadas ni perseguidas, pero seréis identificadas para destruirlos en el caso de que volváis a este sector; o podéis comprometeros a poneros a las órdenes de la Theodore Roosevelt, en cuyo caso os convertiréis en parte de mi creciente flota y todos vuestros delitos anteriores, incluyendo éste, serán olvidados. No hay una cuarta alternativa. Espero que todos y cada uno de vosotros decidáis en diez minutos estándar.
—Me apuesto quinientos a uno a que nadie escoge la opción uno —dijo Briggs con una sonrisa.
—Están empezando a llamar ya mismo, señor —dijo Christine.
—Hágame saber los resultados en diez minutos —respondió Cole.
Sólo tardaron siete minutos. Veintidós naves optaron por unirse a la flota de Cole y trece partieron hacia lugares desconocidos.
—¿Qué pasa con Val? —preguntó.
—La Esfinge Roja no se ha decidido. No está disparando, no está avanzando, no se está retirando y no está contestando.
—Creo que es su manera de decir que no está intimidada —dijo Cole—. Vale, ordene a la flota, incluyendo las nuevas naves, que regresen a la Estación Singapore.
—¿Y qué pasa con la Esfinge Roja, señor?
Cole se encogió de hombros.
—Ya vendrá cuando le apetezca.