Capítulo 29

Cole se echó una breve siesta en la habitación de su hotel, después volvió a la Teddy R., donde buscó a Forrice, quien estaba sentado en la consola del ordenador principal, en el puente.

—¿Qué tal va? —preguntó.

—Más o menos como esperabas —respondió el molario—. La máquina ha desechado —miró el número que aparecía en la holopantalla—… más de cuatro mil formaciones.

—¿No ha aprobado ninguna?

—Si hubiera aprobado sólo una, ya no estaría aquí sentado —dijo Forrice.

—Dile que pare.

—Sí, qué importa… —dijo Forrice—. Si aún no ha encontrado una formación aceptable a estas alturas, tampoco la va a encontrar más tarde.

—Me sorprende que haya podido encontrar cuatro mil sólo para cinco naves.

—No se diferencian demasiado —dijo Forrice, poniéndose de pie.

—¿Adónde vas? —dijo Cole.

—Probablemente al comedor, o quizás haga mi último viaje a mi local favorito en la estación.

—Más tarde —dijo Cole—. Aún no has acabado.

—Pero has dicho que…

—He dicho que dejaras de buscar formaciones. Quiero que pases otra hora o dos viendo qué resultados conseguiríamos si atacamos e inhabilitamos a Csonti justo al principio.

—Lo haré si quieres, pero la nave de Csonti no es nuestro mayor problema, y lo sabes.

—Tiene la nave más grande, o eso me han dicho —respondió Cole—. En cuanto a Val, por supuesto que es nuestra enemiga más formidable, pero no puedes programar un intangible en el ordenador. ¿O sí?

—La verdad es que no —respondió el molario—. Una vez que introduzco los datos, se convierten en tangibles, tienen límites y no cambian.

—Pues descubre qué pasa si atacamos a Csonti antes de que esté dentro del alcance de la estación.

Forrice encogió sus hombros de alienígena.

—Tú eres el jefe.

La imagen de Jacovic apareció de repente en el puente.

—¡Ah, aquí está, capitán Cole! —dijo—. He estado buscándolo en el hotel y el casino.

—¿Qué pasa?

—Probablemente no nos ayudará, pero he encontrado a otro teroni en la estación y lo he convencido para que luche a nuestro lado.

—¿Qué clase de nave tiene?

—Una de clase QH —dijo Jacovic—. No es mucho, pero tiene un cañón láser de nivel 3. Podría dejar fuera de combate una o dos de las naves más pequeñas de Csonti.

—Aceptaremos toda la ayuda que podamos conseguir —dijo Cole—. Le daré las gracias más tarde. ¿Dónde está atracado?

—En el dique M, puerto 483 —respondió Jacovic.

—Diablos, eso está en el quinto pino —se quejó Cole. De repente, se quedó quieto.

—¿Se encuentra bien, capitán? —dijo Jacovic al cabo de unos segundos—. Comandante Forrice ¿está enfermo el capitán?

Forrice se levantó y se volvió hacia donde Cole estaba plantado.

—¡Idiota! —dijo Cole tan de repente que el molario, sin darse cuenta, retrocedió sobresaltado—. ¡Soy un idiota! ¡Lo tenía justo delante! ¡Cuernos, si incluso lo discutí con vosotros dos y el duque y aún así no lo veía!

Jacovic guardó silencio durante un momento.

—¡Por supuesto! —gritó al final—. Ha sido cuando mencioné la posición de la nave ¿verdad?

—Exacto —dijo Cole, tratando de controlar su excitación.

—Yo no lo entiendo —dijo Forrice—. ¿De qué estáis hablando vosotros dos?

—¡Piénsalo, Cuatro Ojos! ¿Qué acaba de decirme Jacovic sobre la nave de su amigo?

—Que tiene un láser de nivel 3.

—No, me ha dicho que está en el dique M, puerto 483.

—¿Y?

—¿Por qué no está en el puerto 1?

—Porque otra nave ya está allí, obviamente.

—¿O en el puerto 200?

De repente, una amplia sonrisa se extendió en el rostro del molario.

—¡Ya lo veo!

—Ya sabemos que hemos de evacuar más de cien mil hombres y alienígenas —dijo Cole—. ¿Cuántos de ellos tienen naves?

—Te lo diré en veinte segundos —dijo Forrice, introduciendo un par de órdenes cifradas en el ordenador—. Está revisando el sistema de tráfico de la estación. —Otros cinco segundos—. Actualmente, hay 17.394 naves atracadas en la Estación Singapore.

—Diría que eso mejora nuestras probabilidades un poco ¿no os parece? —preguntó Cole con una sonrisa.

—No todas tendrán armas, y no todas las naves con armas lucharán para defender la estación —dijo Forrice.

—No las necesito a todas. Pero recuerda, miles de humanos y alienígenas viven aquí. Tienen un interés personal en defender la estación.

—Tiene sentido —admitió Forrice.

—Gracias, Jacovic —dijo Cole—. Si no hubiera encontrado a ese teroni con la nave, los tres habríamos pasado esto por alto hasta que fuera demasiado tarde. ¿Está en el casino ahora mismo?

—Sí.

—Voy para allá. Quiero que vaya a buscar al duque. Un entorno limitado como la Estación Singapore debe de tener un sistema holográfico de comunicación pública. Dígale que quiero usarlo tan pronto como llegue.

—Me encargaré de eso, capitán —dijo Jacovic, y su imagen se desvaneció.

—Creo que ya puedes dejar de jugar con tus programas —dijo Cole a Forrice—. Regresa a la estación conmigo.

—Con mucho gusto —dijo el molario.

—Te dejaré en el burdel de camino.

—El burdel puede esperar —dijo Forrice—. Quiero estar allí cuando te dirijas al… ¿cómo lo llamaría? Al populacho.

—Puedes llamarlos «la Armada de la estación» —respondió Cole—. En eso es en lo quiero que se conviertan. Vamos.

Cogieron el aeroascensor que bajaba a la escotilla principal de la dársena, después recorrieron en una cinta mecánica cuatrocientos metros hasta la estación de monorraíl. El vagón individual los recogió y los trasladó el resto de trayecto.

—¿Cómo es posible que haya hecho este viaje y pasado ante centenares de naves en el dique J cada día y no se me haya ocurrido antes? —dijo Cole—. Quiero decir, el dique J, ¡por el amor de Dios! Si hay quinientos puertos por dique y la «J» es la décima letra… Demonios ¿cómo se me ha pasado por alto?

—No son naves de combate, y no han tomado partido ni por un lado ni por el otro —dijo Forrice—. Naturalmente, todos nos limitamos a pensar en ellos como civiles.

—Es probable que la mayoría de ellos decidan comportarse como civiles —reconoció Cole—. Pero deberíamos ser capaces de reclutar a unos doscientos, que es más de lo que necesitamos. —Sonrió de nuevo—. Creo que Csonti va a encontrarse con una pequeña sorpresa cuando aparezca.

—Preferiblemente, medio año luz o así antes de que se plante aquí —respondió el molario—. No tiene sentido dejarle llegar hasta que nos tenga a tiro.

—Primero, vamos a reclutar a nuestras fuerzas —dijo Cole, mientras el vehículo los depositaba al final del dique—. Luego nos preocuparemos de cómo las desplegamos.

Se subieron a otra cinta mecánica que los llevó al centro de la estación, y después una tercera que los dejó en la puerta principal del casino. Entraron y encontraron al duque esperándolos en su mesa.

—Lo tenéis todo a punto —dijo—. ¿Desde dónde quieres hablarles?

—Cualquier sitio es adecuado.

—¿Qué te parece mi despacho?

—Creí que esta mesa era tu despacho —repuso Cole, sonriendo.

—Esta mesa es donde recibo al público —dijo el duque—. Sígueme.

—Podrías esperarme aquí —dijo Cole a Forrice—. No debería tardar mucho.

El duque condujo a Cole a la parte trasera del casino, esperó a que la puerta se irisara y les dejara pasar, luego recorrieron un breve corredor en cuyo extremo estaba el elegante despacho del duque. La puerta escaneó la retina del duque, analizó la estructura molecular del platino que comprendía la mayor parte de su cuerpo, y permitió que él y su invitado pasaran.

—El teroni me dijo que necesitabas dirigirte a toda la estación —dijo el duque, intentando contener su excitación—. Tienes un plan, ¿verdad?

—Sí, tengo un plan pensado —dijo Cole—. Lo que estoy haciendo ahora es desarrollar los detalles.

—¿Puedes decirme de qué va?

—Todos estamos dando lo mejor de nosotros. Quédate por ahí y escucha. ¿Dónde me pongo?

—Donde quieras. Las cámaras holográficas se centrarán en tu calor corporal y los sensores de movimiento te seguirán si quieres pasear mientras estás hablando.

—No va a ser un discurso tan largo.

—Dame sólo un minuto para programar las cámaras.

El duque dio una docena de órdenes al ordenador que controlaba el equipamiento de su oficina, incluyendo las cámaras; después hizo una señal a Cole.

—Empezará cuando digas.

—Residentes de la Estación Singapore, y también visitantes, tengo un importante mensaje para vosotros —dijo Cole—. Voy a daros unos pocos segundos para que acabéis vuestras conversaciones y os concentréis en lo que estoy a punto de decir. —Se detuvo, contó hasta quince y habló de nuevo—. La mayoría de vosotros no lo sabéis, pero una flota de treinta y cinco o cuarenta naves, dirigidas por el caudillo conocido como Csonti, se dirige hacia aquí para destruir la Estación Singapore. No está previsto que nos alcancen hasta, al menos, de aquí a treinta y cinco horas estándar. Aquellos que deseen evacuar la estación tendrán más de un día estándar para hacerlo. Pero hay una alternativa, una que espero que muchos de vosotros consideréis.

Se detuvo otra vez para asegurarse de que captaba su atención y que no salían todos corrriendo en busca de sus objetos de valor y sus naves.

—Estoy al mando de una antigua nave de combate de la República y otras cuatro menores, y tengo previsto quedarme y luchar. Sé que hace poco más de media hora había más de diecisiete mil naves amarradas en la Estación Singapore. Sólo con que una de cada diecisiete naves se ponga a mis órdenes, tendremos una flota de más de trescientos para plantar cara a Csonti. Si deseáis prestar vuestros servicios voluntariamente, tomaré vuestros nombres e información de contacto en El Rincón del Duque. Cualquier daño que reciban vuestras naves será costeado por el duque, si os habéis apuntado a ayudarme. No habrá compensación alguna si decidís no defender la estación.

Parecía que el duque estaba a punto de protestar, luego consideró las alternativas y guardó silencio. Cole se acercó a la cámara, para que todas las arrugas de su cara pudieran verse con claridad.

—Algunos de vosotros quizás os preguntéis por qué deberíais poneros a mis órdenes en vez de huir de los atacantes. Hay dos razones. La primera es porque deberíais confiar en mis capacidades militares. Mi nombre es Wilson Cole, he dirigido tres naves de combate de la Armada de la República, y soy el primer humano que ha ganado Cuatro Medallas al Coraje por el Servicio Espacial. La segunda razón es porque los de la Frontera Interior deberíais confiar en mí: me buscan, vivo o muerto, tanto la Federación Teroni como la República.

Hizo una señal al duque, quien puso fin a la transmisión.

—La he grabado y la transmitiré por la estación cada hora —comentó el duque.

—Esperemos que funcione.

—Tenemos diecisiete mil naves a las que reunir —dijo el duque—. Por supuesto que funcionará.

—No es una cuestión de cuántas naves están amarradas aquí —respondió Cole—. Lo que importa es saber cuántos de sus propietarios están dispuestos a arriesgar el cuello para salvar tu estación espacial.

—No lo había visto de ese modo —admitió el duque, repentinamente nervioso—. ¿Crees que podremos reunir un centenar?

Cole se encogió de hombros.

—Quién sabe…

—¿Cuál es el mínimo que necesitamos?

—Depende del humor que tenga Csonti —dijo Cole—. Si todavía está tan cabreado como cuando se fue de aquí, es probable que ni dos mil naves lo detengan. Si ya se ha serenado y podemos reunir una flota de veinte, puede que decida que no vale la pena perder la mitad de su flota para destruir la estación. No hay que olvidar que una docena de traficantes de armas usan la estación como base. Te garantizo que todos ellos tendrán al menos una nave que iguale cualquier armamento con que cuente Csonti.

—¡Bien! —dijo el duque entusiasmado—. ¡No había pensado en eso!

—¡Eh, Wilson, duque, sería mejor que vinierais al salón! —dijo Forrice mientras su imagen aparecía en el interior del despacho.

—¿Más problemas? —preguntó Cole.

—En cierto modo.

—¿Qué pasa?

—En el momento en que finalizó tu transmisión, empezaron a hacer cola frente al casino para alistarse —dijo Forrice—. La cola ya da la vuelta a la manzana y a la velocidad a la que crece puede alcanzar unos dos kilómetros dentro de una hora.

—Supongo que ser un héroe condecorado tiene sus ventajas —dijo Cole.

—No por aquí —respondió Forrice—. Fue cuando anunciaste que tanto la República como la Federación Teroni querían tu cabeza cuando todo el mundo se puso de pie y te ovacionó.

—Ningún gobierno es popular por aquí —dijo el duque—. Por eso, la mayoría de la gente viene a la Frontera Interior.

—Cuatro Ojos —dijo Cole—, haz que Christine, Briggs, Braxite, Jacillios, Rachel y Domak vengan de la nave, o de donde diablos estén, y que empiecen a procesar a todos los voluntarios. —Se dirigió a la puerta del despacho—. Vamos, duque, vamos a brindar por la victoria. Espero que no sea prematuro.

Recorrieron el corredor de vuelta al casino. Tan pronto como la multitud vio a Cole empezó a aplaudir y no paró en cinco minutos, hasta que se hubo sentado a la mesa del duque.

—¡Maldita sea! —dijo Cole—. Si hubiera sabido que esto generaría este tipo de reacciones, habría depuesto a mis primeros tres capitanes igual que hice con Podok.

—No te pongas tan ufano precisamente ahora —dijo el duque—. Sólo la mitad te está aclamando. La otra mitad está celebrando que tu cabeza tiene un precio y tratando de imaginar cómo cobrarlo.