Capítulo 28

Transcurrió un día entero.

Odom, Briggs y Forrice habían pasado el tiempo inspeccionando la estación y examinando los planos hasta el más mínimo detalle. Toro Salvaje se había presentado a medio día, había trasladado su equipo a la Teddy R. y se había unido a ellos.

Cole había mantenido dos reuniones con los capitanes de las cuatro naves más pequeñas y finalmente les había hecho regresar para preparar las armas y defensas de sus naves, y para que vieran si entre todos se les ocurría alguna estrategia viable.

—No vamos a sacar nada en limpio —admitió a Jacovic mientras ambos estaban sentados a solas a una mesa de El Rincón del Duque—. ¿Cómo desplegar cuatro pequeñas naves que tienen una potencia de fuego mínima contra una flota de treinta y cinco a cuarenta naves enemigas?

—Vas por la cabeza, y el cuerpo quedará sin dirección —respondió Jacovic—. Ésa es la primera cosa que se les enseña a los oficiales teroni. Si uno está en inferioridad numérica y es imposible o poco viable escapar, hay que ir a por el líder de tus enemigos con todo lo que tengas.

—No estoy tan preocupado por Csonti como por la Esfinge Roja —dijo Cole.

—Hay una alternativa —dijo el teroni.

—¿Echar a correr?

Jacovic asintió.

—No tenemos ninguna obligación de defender la Estación Singapore. Todo lo que hiciste fue poner fin a una pelea.

—No irían tras la estación si yo no le hubiera puesto fin —dijo Cole—. ¿Tú huirías?

—No, probablemente no —admitió Jacovic.

Cole bebió un trago de su cerveza.

—Esto se está desbravando —se quejó—. ¿Dónde está el duque?

—No lo he visto.

—Espero que no esté metiendo sus cosas en una nave —dijo Cole—. Si él abandona la estación, no seré yo quien se quede aquí para defenderla.

Casi como en respuesta, el duque se acercó y se sentó a la mesa.

—¿Dónde demonios estabas? —preguntó Cole.

—Durmiendo —respondió el duque—. Aquí no hay noches o días, así que duermo cuando estoy cansado y me quedo despierto cuando no.

—Mi cerveza se está desbravando.

—¿Hace cuánto rato que la estás bebiendo?

—No lo sé. Jacovic, ¿cuánto tiempo hemos estado calculando las posibilidades de vencer a la flota de Csonti?

—Dos horas, quizás tres —respondió el teroni.

—Dos cervezas más —ordenó el duque, y la mesa respondió con cervezas frescas casi al instante—. Estoy seguro de que estáis bromeando. Sigo diciéndolo: la estación no carece de defensas.

—Están siendo analizadas ahora mismo —dijo Cole.

—Entonces, ¿por qué estáis aquí sentados? —dijo el duque—. ¿Por qué no estáis ahí fuera con vuestros hombres?

—Porque saben más de armamento que yo —dijo Cole.

—Pero tú eres el capitán.

—Un buen capitán sabe cuándo sólo hace bulto —respondió Cole.

—Para el caso, es lo mismo que hace un buen comandante de Flota —añadió Jacovic—. Y un buen empresario. Me he dado cuenta, por ejemplo, que tú no te encargas de barajar las cartas en las mesas, aunque es tu dinero el que está en juego.

—Este teroni cada vez me gusta más —dijo Cole—. Espero que vivamos lo suficiente como para verlo al mando de su propia nave de guerra.

—Yo tenía una nave de guerra —respondió Jacovic—. Lo que necesito ahora es una causa.

—Me inclino a pensar que repeler a Csonti y sus malditos asesinos es una causa suficiente —dijo el duque.

—No tengo nada contra Csonti —dijo Jacovic—. Haré todo lo que pueda para defenderme y destruirlo, pero esto es una circunstancia, no una causa.

—Semántica… —dijo el duque—. Es matar o que te maten. Deberíais estar ambos ansiosos por matar a ese hijo de puta.

—Ningún militar ansía combatir —dijo Cole—. Hemos visto la guerra, y hemos visto la paz, y no hay un soldado en ningún lugar de la galaxia que no piense que la paz es mejor. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Además, voy a tener que enfrentarme al guerrero más hábil que he conocido, y eso me molesta.

—¿Csonti? —preguntó el duque—. No sabía que lo hubieras visto en acción.

Cole negó con la cabeza.

—Me refiero a Val. No tendríamos que haber llegado a esto.

—Ella desertó.

Cole suspiró.

—No es tan sencillo.

—Precisamente es así de sencillo —respondió el duque.

—La convencí de que abandonara una carrera muy exitosa como pirata. Le mostré que una unidad militar que estaba teniendo dificultades para ejercer como pirata podría desenvolverse mejor como mercenaria. Lo aceptó. No puedo culparla por hacer algo de lo que la convencí que hiciera.

—Nunca le dijiste que luchara contra la Theodore Roosevelt —dijo el duque.

—No la entiendes —dijo Cole—. Creció como una proscrita. En una sociedad que recompensa las agallas y la fuerza, alcanzó la cima de una profesión en la que la mayoría de las mujeres ni siquiera participan y en la que la mayoría de los hombres no llegan a los treinta. No hay un miembro de la Teddy R. que no esté en deuda con ella de un modo u otro. Lucharemos contra ella, incluso la mataremos si es lo que hay que hacer, pero no me alegra.

—Parece como si la hubiera querido preparar para que hiciera grandes cosas —dijo Jacovic.

—Era capaz de hacerlas —respondió Cole—. Yo estaba intentando limar las aristas más afiladas y señalarle la dirección correcta.

—Y ahora tendremos que matarla —dijo el teroni.

—Si tenemos suerte —dijo Cole—. Es la persona menos fácil de matar que conozco.

Guardaron silencio unos momentos. Entonces, Cole vio que Forrice y Mustafá Odom entraban en el casino. Los saludó con la mano y se abrieron camino entre la multitud.

—Tomad asiento —dijo el duque—. Las bebidas corren a cuenta de la casa. Confío en que traéis buenas noticias.

—Bueno, noticias en cualquier caso —dijo Forrice.

—¿Cuál es el balance final? —preguntó Cole.

—Por usar una expresión humana —dijo el molario—, somos una presa fácil.

—¡No! —exclamó el duque, enfadado—. Tengo más de ciento cincuenta cañones láser y de energía situados alrededor de la estación.

—Todos son de nivel 2 —dijo Odom.

—¿Y eso qué cuernos significa? —preguntó el duque.

—Significa que el fuego de un cañón de plasma se disipa a diez mil kilómetros, y el láser es tan débil que alrededor del ochenta y cinco por ciento de las naves de la Frontera pueden desviarlo. Todo lo que tienen que hacer es situar su flota a treinta mil kilómetros y empezar a disparar.

—Eso en cuanto al armamento —dijo Cole—. ¿Qué hay de las defensas de la estación?

—Sus escudos y deflectores pueden rechazarlo todo hasta el nivel 4 —respondió Odom—. Pero he preguntado por ahí, y Csonti tiene al menos nueve naves con cañones láser y de energía de nivel 4.

—¿Cuánto tiempo tardaríamos en mejorarlos?

—Dos semanas —respondió Odom—. Y los gastos para cubrir la estación entera dejarían pelado al Duque Platino.

—Pero ¿qué hay aquí que esté como Dios manda? —preguntó Cole.

—Los cañones y escudos que hemos probado lo están.

—Todo funciona —dijo el duque—. Hago que se compruebe todo cada mes estándar.

—Vale —dijo Cole—. Gracias, señor Odom. —Miró al molario.

—¿Tienes algo que añadir, Cuatro Ojos?

—Sólo que la Estación Singapore posiblemente no puede defenderse de la flota de Csonti. La única pregunta es si la Teddy R. puede encargarse sola.

—Eso no es una alternativa viable —intervino Jacovic.

—Podría ser —dijo Forrice—. Si no tienen nada por encima del nivel 5…

—La Theodore Roosevelt podría sobrevivir, aunque lo dudo —dijo Jacovic—. Pero a menos que Csonti sea un comandante totalmente inepto, que mantenga sus naves unidas en formación para que podamos enfrentarnos a todas ellas a la vez, la mitad de ellas puede estar atacando la estación mientras el resto mantiene la Theodore Roosevelt a raya.

—Tiene razón —dijo Cole—. La estación no puede defenderse ni dañar la flota de Csonti, e incluso si la Teddy R tiene potencia suficiente para cargarse todas las naves de Csonti, lo que es una posibilidad altamente dudosa, no podemos estar luchando contra él y defendiendo la estación al mismo tiempo.

—¿Así que estamos derrotados antes de empezar? —preguntó el duque.

—Yo no diría eso —respondió Cole—. Sólo significa que tenemos que idear una estrategia que saque partido de nuestros puntos fuertes.

—Dime con claridad qué vamos a hacer —dijo el duque.

—Si se me hubiera ocurrido una estrategia, ya te la habría contado.

—¡Pero van a venir dentro de tres días! —dijo el duque—. Y tus expertos nos acaban de decir que la estación es prácticamente indefendible.

—No —dijo Cole—. Han dicho que no puede ser defendida con los medios convencionales y tienen razón. No vamos a abandonar; sólo necesitamos que se nos ocurran diferentes medios para cumplir nuestro objetivo.

—Uno no se rinde sólo porque tiene los números en contra —añadió Jacovic—. Ahí es donde entra la habilidad, la inteligencia, la experiencia y la innovación.

—Exacto —dijo Forrice—. Desde que llegamos a la Frontera Interior, la Teddy R. probablemente ha ganado más batallas evitando la confrontación directa que entrando en ella.

—Bueno, suena bien —dijo el duque, que de repente se había relajado—. Bien, caballeros, he tenido mis dos minutos de pánico. Ahora decidme qué puedo hacer para ayudar, y estaré a vuestro servicio.

—Lo aprecio —dijo Cole—. Y tan pronto como hayamos decidido el curso de la acción, te haremos saber cómo puedes ayudar. —Se detuvo un momento—. ¿Señor Odom?

—¿Sí?

—Si desviamos toda la energía de la estación a sus defensas (escudos, pantallas, deflectores, lo que diantres tenga), ¿podemos reforzarlas lo suficiente como para que ganemos algo de tiempo?

Odom negó con la cabeza.

—El problema no es la falta de energía —respondió—. Sencillamente no hay manera de reforzar lo que hay aquí. —Miró al duque—. No debería haber escatimado en sus defensas.

—Nunca esperamos un ataque serio —respondió el duque—. Instalamos nuestros escudos para protegernos de la basura cósmica y de las naves fuera de control, y del ataque ocasional de algún bandido o nave pirata.

—Fue estúpido —dijo Odom—. Cualquier acorazado militar podría vaporizar la Estación Singapore en diez segundos.

—Nunca se adentran tanto en la Frontera Interior.

—Uno ha de prever lo peor que puede pasar, multiplicarlo por tres y esperar a tener suerte.

—Creo que ya lo ha entendido, señor Odom —dijo Cole.

—Una lástima que no lo entendiera unos años antes —dijo Odom, poniéndose en pie—. Volveré a la nave cuando se me necesite.

Se fue mientras el duque decía:

—¿Qué ha querido decir con ese «se»?

—Creo que ha querido decir lo que ha dicho —puntualizó Forrice.

—Quiero que tú también vuelvas a la nave, Cuatro Ojos —dijo Cole—. Ejecuta unas cuantas simulaciones, y mira si hay alguna formación ofensiva o defensiva que nos dé alguna ventaja ante una flota de treinta y cinco naves. Sabes qué clase de arsenal tiene la Esfinge Roja. Calcula que Csonti tiene al menos cuatro o cinco naves que están mejor armadas.

—No creo que ningún ordenador sea lo bastante listo como para dar con una formación vencedora —dijo Forrice.

—Lo sé, pero tenemos que agotar todas las posibilidades.

—¿Puedo añadir algo? —dijo Jacovic.

—Adelante.

—Si el ordenador encuentra una formación ventajosa, entonces añada la defensa de la Estación Singapore a la ecuación.

—No vamos a tener tanta suerte —dijo Forrice.

—Entonces calcula que van a intentar destruir la estación y nosotros vamos a tratar de defenderla, y nada más.

—Lo haré —dijo el molario y se levantó con sus sorprendentemente gráciles andares giratorios.

—No va a sacar nada —dijo el duque.

—Probablemente —respondió Cole—. ¿Preferirías que se quedara aquí sentado bebiendo?

—No, por supuesto que no.

—Mira —dijo Cole—. No vamos a abandonar ni vamos a huir, pero tenemos un número de opciones muy limitado, así que vamos a explorar todas y cada una de ellas.

—¿Y si no encontráis nada?

—Improvisaremos. Pero tengo que saber qué vamos a hacer en las próximas quince horas, veinte a lo sumo.

—¿Por qué? —preguntó el duque—. No es que no quiera que decidas una estrategia. Pero Csonti no estará aquí hasta al menos dentro de dos días.

—Tienes como sesenta mil residentes permanentes y probablemente al menos tantos visitantes en una estación que no está defendida adecuadamente y que va a ser atacada —explicó Cole—. Si no se nos ocurre un plan que parezca que tiene unas buenas probabilidades de victoria, casi seguro que tendremos que evacuar la estación.

—No había pensado en eso —admitió el duque.

—Por citar a mi primer oficial, si se quedan aquí, serán una presa fácil.

—Sí, supongo que necesitan al menos un día estándar para largarse de aquí —confirmó el duque—. En serio ¿crees que hay alguna posibilidad de que se nos ocurra un plan viable?

Cole se encogió de hombros.

—Nunca se sabe. A veces llegan de las fuentes más inesperadas.

Y al final resultó que tenía la solución justo ante él.