Capítulo 3
Costó un milenio que la Estación Singapore alcanzara su forma actual. Literalmente. Había partes que tenían casi quinientos años de antigüedad. Otras aún estaban siendo construidas. Y había partes que ni siquiera habían sido concebidas.
Su inicio databa del año 883 de la Era Galáctica. Dos pequeñas estaciones espaciales, construidas a medio camino entre los sistemas Genoa y Kalatina, estaban repartiéndose todo el negocio en el sector, pero se estaban arruinando por momentos. Así que, desesperados, sus propietarios decidieron formar una sociedad. Las dos estaciones fueron desplazadas por remolcadores hasta un punto medio, hombres y robots trabajaron durante un mes uniéndolas, y cuando reabrieron, se encontraron con un negocio floreciente.
Desde aquel momento se extendió el rumor de que los beneficios aumentaban con el tamaño, y por toda la Frontera Interior todas las estaciones empezaron a unirse. Cuatro siglos después, había docenas de este tipo de superestaciones de un extremo a otro de la Frontera, y siguieron combinándose y creciendo. Hacia el siglo xvi, casi doscientas de estas estaciones se habían combinado en una enorme estación —la Estación Singapore—, que estaba tan densamente poblada como cualquier planeta colonial, y que medía unos diez kilómetros de diámetro (aunque «diámetro» es un término inadecuado, puesto que la estación no era circular). Constaba de nueve niveles y de hangares que podían hacerse cargo de casi diez mil naves, desde enormes buques militares y de pasajeros hasta los pequeños monoplazas y biplazas que eran habituales en la Frontera.
Intentaron ponerle otros nombres, pero debido a que la superestación albergaba a todas las razas, acabaron volviendo a llamarla Estación Singapore, ya que los hombres eran aún la raza dominante en la Frontera y Singapore había sido una legendaria ciudad internacional allá en la Tierra.
La Estación Singapore estaba a medio camino entre la República y el gran agujero negro del Núcleo Galáctico. Ésa era una de las razones de su éxito. La otra era que los contrincantes de la guerras —siempre había guerras en la galaxia— necesitaban una Suiza, un territorio neutral donde todas las partes pudieran encontrarse a salvo y en secreto, donde se pudiera cambiar moneda, donde hombres y alienígenas pudieran dar una vuelta sin que importara su filiación política y militar. (De hecho había cierto consenso para rebautizarla como Estación Zurich, pero el nombre original aún no se había impuesto.)
La neutralidad de la estación había sido, por lo general, respetada. De vez en cuando, un soldado, un marinero o un diplomático era asesinado o secuestrado, pero pese a la falta absoluta de fuerzas del orden (y hasta de leyes) en la estación este tipo de incidentes ocurría con mucha menos frecuencia que en los mundos habitados.
En la Estación Singapore abundaban los burdeles para abastecer a todos los sexos y especies. Y también los bares, los fumaderos, los casinos y grandes mercados negros (porque por definición ningún objeto era ilegal o de contrabando en la Estación Singapore). Había hoteles elegantes, comparables a los más exquisitos de Deluros VIII, y a causa de la naturaleza de los negocios que a veces se hacían tras sus puertas, la seguridad era extraordinaria. Había restaurantes para sibaritas justo al lado de tugurios, así como restaurantes alienígenas que abastecían a más de un centenar de especies no humanas.
No había arma que uno no pudiera comprar en la Estación Singapore, ninguna nave de tipo militar que no estuviera a la venta. Había peritos que evaluaban lo que los mineros independientes de otros mundos habían extraído. Había instalaciones médicas legales, y curanderos, como último recurso. Existían asimismo robots legales y androides ilegales (y al menos dos burdeles especializados en proporcionar androides de ambos sexos).
Cuatro de los niveles tenían lo que había acabado por llamarse «gravedad y atmósfera estándar», aunque nadie sabía si era el estándar de la Tierra o de Deluros, y puesto que eran casi idénticos, a nadie le importaba. Había un nivel para quienes respiraban cloro, para quienes respiraban metano, otro para los que respiraban amonio y un pequeño nivel sin ninguna clase de atmósfera, donde hombres y alienígenas, provistos de trajes espaciales, podían encontrarse incómodamente como iguales. Un nivel intermedio proporcionaba transporte automático hasta todos los demás.
—¡Es lo más brutalmente grande que he visto nunca! —dijo Vladimir Sokolov al contemplar la pantalla mientras Wxakgini hacía maniobrar la nave en su aproximación final a la enorme dársena, que proporcionaba a los visitantes un monorraíl que les permitía recorrer la distancia hasta la estación, propiamente.
—¡Tiene que haber alguna hembra molaria simpática en una estación tan grande! —dijo Forrice—. En cuanto aterricemos, el teniente Braxite y yo vamos a ir a buscarlas.
—Me alegra ver que tienes en orden tus prioridades —dijo Cole sarcásticamente.
—Tú no lo entiendes, Wilson —dijo Forrice.
—Ilumíname.
—Dices que nuestras dos razas son similares porque son las únicas especies que pueden reír y que tienen sentido del humor. Pero hay una gran diferencia.
—De la que oigo hablar todos los días.
—Si Sharon Blacksmith se alegrara de verte sólo tres días cada ocho meses, sabrías un poco más de nuestras prioridades.
—Algún día he de darte un libro sobre el budismo zen y la vía de la contención como camino hacia la sabiduría —dijo Cole.
Pero Forrice y Braxite estaban demasiado ocupados estudiando mapas de la estación para prestarle más atención.
Tal y como Cole había predicho, Christine se ofreció voluntaria para quedarse en la nave y seleccionó a cuatro tripulantes más para quedarse con ella durante dos días estándar, momento en el que cinco miembros de la nave volverían a la Teddy R. y Christine y los otros cuatro podrían visitar las atracciones de la Estación Singapore. Christine se ofreció a permanecer en la nave todo el tiempo que estuviera atracada mientras la reparaban, pero Cole insistió en que aceptara su turno en la estación, aunque no hiciera nada más que alquilar una habitación y ver películas.
La nave atracó, Cole y Mustafá Odom mostraron exactamente a los mecánicos lo que necesitaba ser reparado o reforzado, y después empezaron los permisos en tierra firme. Cole se quedó a bordo hasta que todo el mundo se fue, excepto sus oficiales de mayor rango.
—No puedo imaginar que nada vaya a ir mal —dijo Cole a Christine—, pero no dudes en contactar conmigo si hay algún problema, no importa lo pequeño que sea.
—No lo haré, señor —respondió—. Que lo pase bien, señor.
—Eso espero —dijo Cole—. Y la primera cosa que voy a hacer es comer un filete de verdad en vez de esas malditas imitaciones de soja.
—Allá vamos —dijo Forrice mientras él y Braxite se dirigían al aeroascensor—. Deséanos suerte.
—Creo que se la desearé a las damas molarias que no logren escabullirse de vosotros lo bastante rápido.
Ambos molarios respondieron con carcajadas de risa alienígena mientras descendían por la escotilla de salida.
—Bueno, sólo quedamos tú y yo, Val —dijo a la alta pelirroja—. ¿Qué planeas hacer ahí, o es mejor que no lo sepa?
—Voy a beber como si no hubiera mañana —fue su respuesta—. Después voy a meterme en el bar más sucio y más mugriento de la estación y pelearme como si no hubiera mañana. Y finalmente, si queda alguien en pie, voy a follar como si no hubiera mañana.
—Bueno, me gustan las jóvenes damas, dulces, inocentes y refinadas que tienen las ideas claras —dijo Cole—. Diviértete.
—Tú te vienes conmigo —dijo Val.
—Es muy considerado por tu parte, pero he quedado con Sharon para comer.
—Eso puede esperar.
—No sé cómo planteártelo educadamente —dijo Cole—, pero beber y pelearme no son mi idea de pasarlo bien.
—¿Y qué hay de follar?
—Me gusta bastante, pero tal y como lo describes suena un poco indiscriminado.
—Por supuesto que es indiscriminado —respondió—. No voy a volver a ver a ninguno de ellos otra vez.
—Buena suerte, a ti y a ellos, pero yo me voy a comer.
Val se adelantó y cerró sus manos sobre los bíceps de Cole.
—Tienes que venir conmigo.
—¿Por qué?
—Porque quieres encontrar al hombre que dirige la Estación Singapore.
—¿Lo conoces?
—Por supuesto —replicó—. He recorrido la Frontera Interior como pirata durante trece años ¿recuerdas? —Se detuvo—. Piensa en ello. Ese tipo conoce todos los negocios que se cuecen aquí.
—Estoy seguro de que esa información es útil para un pirata —empezó a decir Cole sin demasiado entusiasmo—. Pero…
—¡Piénsalo, Wilson! —dijo enérgicamente—. Conocerá a cualquiera que necesite protección o que pronto la vaya a necesitar. Conocerá a cualquiera que necesite un poco de músculo para que le hagan un trabajo. Sabrá quién pagará y quién no, en quién puedes confiar y a quien debes darle la espalda.
—¿Y le dirá todo esto a un amigo de la Reina Pirata? —sugirió Cole.
—Eso es.
—Entonces supongo que he de ir contigo.
—Vamos. —Lo condujo hacia el aeroascensor.
—Tan pronto como Sharon lo sepa, será tarde —dijo Cole. Le dejó un mensaje rápido, después se unió a Val mientras se colocaban sobre el cojín de aire y empezaban a descender.
—Por cierto —preguntó— ¿cuál es el nombre de ese pilar de la comunidad?
—El Duque Platino.
—¿Por qué se llamará así? ¿Tiene un montón de anillos de platino en sus dedos?
Val sonrió divertida.
—Pronto lo sabrás —le prometió.