Capítulo 7
Cole tardó seis horas en convencer al líder de la pequeña colonia minera de que no estaba abandonado Djamara II, que, de hecho, estaba haciendo lo único que podía salvarla. El líder contactó con el Duque Platino dos veces para asegurarse, después pidió a Cole que dejara uno de sus oficiales en el planeta como gesto de buena fe.
—No es posible —respondió—. Mi nave cuenta con poco personal.
—Teme que el oficial muera con nosotros —retrucó el líder.
—Está poniéndolo muy difícil para ambos —dijo Cole—. Tiene un topo en su organización, y no voy a dejar a nadie de mi gente aquí hasta que se deshaga de él. Fui contratado para destruir las naves de la Roca de las Edades, y para asegurarme de que no vuelve a molestar o acosar a Djamara, y eso es lo que pretendo hacer. Si lo hago a mi modo, les atacarán dentro de pocos días. Y yo, por mi parte, haría algunas promesas financieras que, les garantizo, no se verán forzados a mantener. Si lo hacemos a su modo, destruiré su nave, y Djamara no volverá a ser acosada, pero no será acosado porque nada vivirá o podrá vivir aquí. Es su elección, y se nos acaba el tiempo.
Y como era su decisión, finalmente el hombre consintió.
Para cuando Cole llevó a la Kermit de vuelta a la Teddy R., David Copperfield ya había contactado con el Duque Platino y se había enterado de que la nave menos formidable de la Roca era la que estaba orbitando alrededor del mundo agrícola de Arenaburgo, que no era arenoso ni tenía un burgo, ni siquiera una pequeña villa, pero que había recibido ese nombre por algún poeta olvidado de los días en los que los humanos aún añoraban la Tierra.
La Teddy R. tardó cuatro horas en atravesar el agujero de gusano de Myerling para llegar a las estribaciones del sistema Zamecka, del cual Arenaburgo era el cuarto planeta y el único habitable.
—¿Ya han localizado la nave? —preguntó Cole desde su despacho.
—Sí, señor —dijo Christine.
—¿Qué tipo de armamento tiene?
—El señor Sokolov está en los sensores, señor —respondió—. Debería saberlo en un minuto o dos.
Se produjo un breve silencio.
—¿Señor? —dijo la imagen de Sokolov—. Es aún mejor de lo que esperábamos. Un cañón láser delantero, dos cañones láser en los laterales, ningún lanzador de torpedos, y parece que sus escudos defensivos no podrán resistir nuestros cañones de plasma.
—Está en órbita, por encima de la estratosfera —dijo Cole—. ¿Cuánto tardará en alcanzar la velocidad de la luz sin fricción para ralentizarla?
—Déjeme ver —dijo Christine, mientras una hilera de especificaciones aparecían en su holopantalla—. Es un último modelo de Doble Clase H, señor. Tardaría entre cuarenta y cincuenta segundos.
—¿Así que tendremos tiempo de desactivarlo si tenemos que hacerlo?
—Sí, señor.
—Bien. ¿Quién está en la sección de Artillería en estos momentos?
—Jacillios, señor.
Cole meneó la cabeza.
—Que baje Toro Salvaje. Confío en él.
—Sí, señor.
—Y si Cuatro Ojos no está ocupado en otra tarea, que también vaya a Artillería.
Col esperó hasta que todos estuvieron donde quería que estuvieran.
—Bien —dijo—. Ahora suban nuestro escudo y aproximen la Teddy R. hasta que estén a tiro.
La Teddy R. avanzó hacia la nave de la Roca.
—Nos están haciendo señas, señor —dijo Christine.
—Apuesto a que nos están advirtiendo para que nos vayamos —dijo Val con una risa desdeñosa.
—Eso es exactamente lo que están haciendo —confirmó Christine.
—No respondan, sigan adelante, no aceleren, no aminoren la marcha —dijo Cole—. Vamos a ver hasta dónde nos dejan llegar.
Hubo dos avisos más, separados por un minuto. Luego, a un millón de kilómetros, la nave de la Roca disparó su cañón láser.
—Han fallado —anunció Christine.
—¿Han fallado o lo hemos desviado?
—Fallado.
—De acuerdo —dijo Cole—. Era un tiro de advertencia. Adelante.
A unos setecientos mil kilómetros la nave de la Roca volvió a disparar.
—Desviado, señor —dijo Christine.
—Gracias —dijo Cole—. Toro Salvaje, dispare el cañón de plasma. Que les pase cerca.
—Hecho, señor —dijo Toro Salvaje un momento después.
—Christine, ¿puede proporcionarme una transmisión nave a nave?
—Sí, señor —respondió—. Estoy enviando más de dos millones de frecuencias. Deberían responder a… ¡ah! Aquí está.
—Saludos y felicitaciones —dijo Cole, mirando a la lente de su transmisor—. Soy Wilson Cole, capitán de la Theodore Roosevelt. Espero que estén de acuerdo, a raíz de nuestra mutua demostración de poderío armamentístico, que su nave no es objetivo para nosotros. No obstante, no es nuestro deseo destruirlos. —Se detuvo lo suficiente para que calara lo que había dicho—. Deberían tener claro que no cuentan con una defensa adecuada contra nuestro cañón de plasma, e igualmente claro que sus armas láser pueden dañar nuestra nave. No tengo intención de disparar nuestras armas a menos que ustedes disparen primero, o intenten escapar. —Otra pausa—. No hay humillación ni deshonor en rendirse a una fuerza mayor, y eso es precisamente lo que queremos que hagan. Si se rinden, ningún miembro de su tripulación saldrá herido. Se les permitirá conservar todas sus pertenencias, incluidas las armas de mano, y serán depositados en el mundo más cercano. Su nave quedará bajo mi custodia. Sólo hay una alternativa. No deseo considerarla y estoy seguro de que ustedes tampoco. Les daré cinco minutos para que tomen una decisión. Repito: Sólo dispararé si disparan antes o intentan escapar.
Cortó la transmisión.
—¿Eso es lo que pretende, señor? —preguntó Pampas.
—Absolutamente, Toro Salvaje —dijo Cole—. Si salen a la carrera, deles fuerte. Lo mismo si nos disparan. Esperemos que no sean tan estúpidos.
—Acaban de enviar una transmisión al sistema Djamara, señor —anunció Domak—. La he bloqueado.
—Bien. Ahora vamos a darles un poco de tiempo para que consideren su posición.
Contactaron con ellos tres minutos después. La imagen de un hombre corpulento, de cabello cano, apareció delante de todos los transmisores de la Teddy R.
—Soy Forian Bellisarius, capitán de la Carnívora —dijo el hombre—. No tengo otra opción más que aceptar sus términos.
—Una sabia decisión, capitán —dijo Cole—. ¿De cuántos hombres consta su tripulación?
—Veinticuatro.
—¿Pueden acomodarse en sus lanzaderas?
Bellisarius asintió.
—Doce y doce.
—¿Sus lanzaderas tienen bastante combustible para alcanzar el sistema Manitoba, a cuatro años luz de aquí?
—Sí.
—Bien —dijo Cole—. Dos de mis lanzaderas irán a su encuentro en los próximos minutos. Tan pronto como alcancen la Carnívora, podrán irse.
—¿Y podemos llevarnos nuestras armas de mano?
—Tiene mi palabra, capitán.
Cole finalizó la conexión.
—Toro Salvaje, escoja un grupo de seis y vaya con la Edith a la Carnívora. Val, lo mismo con la Junior. Teniente Domak, vaya con un grupo u otro.
Las dos lanzaderas dejaron la Teddy R. al cabo de cinco minutos, y alcanzaron la Carnívora en otros cinco. Abordaron la nave y estuvieron vigilando mientras el capitán Bellisarius guiaba a su tripulación a sus lanzaderas y partían.
—Se han ido —informó Val.
—Vamos a asegurarnos —dijo Cole—. Quiero que Toro Salvaje y usted se dividan por la nave, y que busquen a cualquiera que haya podido quedar atrás, y cualquier regalito que puedan habernos dejado.
—¿Regalitos, señor? —dijo Pampas.
—Como una bomba —explicó Cole—. Teniente Domak, mientras nos aseguramos de que la nave es segura, quiero que mire si puede manipular su sistema de navegación y armamento para que podamos operar con él desde la Teddy R.
—Sí, señor —dijo Domak, cuadrándose.
Val y Pampas informaron diez minutos después de que la nave era segura. Domak, operando en coordinación con Christine y Briggs había transferido el control de la Carnívora al puente de la Teddy R. en media hora.
—Bien hecho —dijo Cole—. Quiero que todos regresen a la nave ahora mismo. —Un momento después estaba en contacto con David Copperfield—. ¿Bien? —dijo—. ¿Conseguiste lo que necesitábamos del duque?
—Sí, Steerforth —dijo el alienígena—. El rival más poderoso de la Roca es el Diablo Azul, cuyo mundo natal —bueno, el mundo en el que tiene su cuartel general— es Meritonia III.
—¡El Diablo Azul! —resopló Cole—. ¿De dónde demonios sacan esos nombres?
—Yo no correría a menospreciar ese nombre en concreto, mi querido Steerforth —dijo Copperfield—. Controla siete mundos con mano de hierro. O garra. O lo que sea. No tengo idea de si pertenece a tu raza o a alguna otra.
—Eso es indiferente —dijo Cole—. Todo lo que necesitábamos era el nombre de ese mundo. —Cortó la conexión y después contactó con el puente—. Christine, ¿está Meritonia III en nuestro cuaderno de bitácora o vamos a tener que localizar su nombre oficial?
—Déjeme comprobarlo —dijo, revisando sus datos—. Aquí está, señor: Meritonia III.
—¿A qué distancia estamos de él?
—Aproximadamente a treinta y dos años luz, señor.
—Estupendo. Envíe la Carnívora allí por la ruta más larga, o lo que es lo mismo, no deje que pase a menos de dos años luz de ningún otro sistema. O mejor aún, verifíquelo con el piloto, quien parece saber más de agujeros de gusano que nuestros archivos, y mire si hay alguno cerca de aquí que lleve a Meritonia III rápidamente.
—Le preguntaré, señor. —Hubo un minuto de absoluto silencio, después, la imagen de Christine volvió a aparecer—. El piloto dice que el Agujero Blaindor podría llevarla allí en menos de cinco horas, señor, si podemos encontrar un modo de entrar en él.
—Haga lo que pueda, Christine —dijo Cole—. Y cuando esté en camino, infórmeme.
Cortó la conexión y de repente se encontró mirando el rostro de Sharon. Tardó unos pocos segundos en darse cuenta de que era la directora de Seguridad en carne y hueso y no su imagen holográfica.
—Te he traído un poco de cerveza —anunció, entrando en su despacho—. Decidí que pensarías que sería muy grosero que bebieras solo, así que también he traído para mí.
—Gracias —dijo Cole—. Me vendrá bien.
—¿De verdad crees que esto va a funcionar? —preguntó.
—Debería —dijo Cole—. Lo sabremos en menos de seis horas.
—Me encantaría ver la cara de la Roca cuando descubra que acaba de atacar al Diablo Azul en abrumadora inferioridad de condiciones —dijo Sharon, riendo entre dientes—. ¿Qué crees que hará? ¿Huirá o luchará?
—Planteará batalla —dijo Cole con total convicción—. Si huye, su imperio está perdido.
—¿Nos importa quién gane?
—Realmente, no. Supongo que preferiríamos que la Roca perdiera, para tranquilizar a los mineros de Djamara, pero no importa. Si pierde, habremos cumplido con nuestro contrato, y si gana, quedará bastante tocado y estaremos esperándolo cuando vuelva a Djamara.
Ocurrió exactamente lo que Cole había predicho. La Carnívora estalló antes de que pudiera alcanzar la atmósfera de Meritonia III. El Diablo Azul inmediatamente declaró la guerra a la Roca de las Edades, quien corrió a Meritonia para unirse a las naves que le quedaban en una lucha contra la flota, más poderosa, del Diablo Azul.
La guerra duró veintiún minutos. Cuando acabó, la Roca de las Edades y sus cinco naves habían volado por los aires y pasado a la historia; y la flota del Diablo Azul se había visto reducida de once naves a tres.
Cole contactó con los mineros y les dijo que la crisis estaba solucionada y que la Theodore Roosevelt había cumplido su misión. Después contactó con el Duque Platino para informarlo de la situación y recordarle que empezara a auditar los libros de cuentas de la compañía.
—¡Es absolutamente extraordinario! —dijo el duque—. Y lo sorprendente es que lo habéis hecho sin disparar un solo tiro.
—Disparamos un único tiro —lo corrigió Cole—. No dio en el blanco, ni siquiera lo intentamos, pero sirvió.
—Sabes a qué me refiero —dijo el duque—. ¡Es simplemente extraordinario! ¿Por qué actúas con tanta calma, como si esto pasara cada día?
—No es algo que pase cada día —respondió Cole—. Pero tampoco hay que emocionarse. Hay un millón de especies, conscientes o no, en el universo. Dios dio a todas y cada una de ellas dientes y garras. Sólo unas pocas tenemos cerebro. Me parecería un crimen no usarlo.
—No me extraña que la República te quiera muerto —dijo el duque con admiración—. Eres demasiado coherente.