Lisboa
12 de febrero de 1519
A doña Margarita de Austria, archiduquesa de Austria y duquesa de Saboya, gobernadora general de los Países Bajos; de Leonor, reina de Portugal.
Mi muy querida tía:
Comprenderéis que el objeto primero de esta carta es manifestaros mi profundo pesar por la muerte de vuestro padre, mi abuelo, ocurrida según he creído entender el pasado mes de enero.
Crecí sin padre. Apenas si recuerdo vagamente su voz y su silueta altiva y gallarda, pero ello no es óbice para que comprenda la importancia de la figura paterna y el desamparo en que, a pesar de su avanzada edad, os deja su ausencia.
Me hace entenderlo así la excelente relación que don Manuel, mi esposo, mantiene con sus hijos. Con los mayores su compañerismo es total y con los más pequeños se deshace en mimos y caricias. Por mi parte, recurro a vuestro ejemplo y trato de comportarme con ellos como vos hicisteis conmigo: haciendo las veces de la madre que les falta.
La mayor, Isabel, es una hermosa muchacha que, según dicen, se parece extraordinariamente a la que fue vuestra cuñada, mi tía Isabel. Tiene sus ojos claros, sus manos delicadas, es rubia y frágil. Su temperamento es enérgico y bien dispuesto y tiene una excelente disposición para el estudio. Desde que murió su madre dispone de cuarto propio, que administra y cuida con esmero. Será sin duda una excelente reina. ¿O ya debo decir emperatriz si, como se pretende, acaban con bien las negociaciones para casarla con mi hermano Carlos?
¡Curiosa componenda! Cuando el matrimonio se lleve a cabo será a la vez mi hija, mi prima y mi cuñada, de la misma forma que vos fuisteis cuñada por partida doble de mi madre o mi esposo es a un tiempo mi tío y mi marido.
Lo cierto es que, estableciendo lazos matrimoniales, estamos logrando compactar cada vez más nuestra familia y unir territorios para bien de nuestros reinos con la mejor de las ligaduras: los lazos de sangre. Así me lo comentaba el otro día don Diego de Silva, gentilhombre portugués que fuera ayo y hoy es gran amigo y colaborador de mi esposo. Parece ser que por las cancillerías europeas circula el siguiente dicho referido a nuestra familia: Bella gerant alii, tu felix Austria nube.[4]
Espero que lo de guerrear sea cierto. No hay bien más preciado que la paz. Sin embargo, dudo que la máxima pueda aplicarse a mi hermano. Pese a que por herencia le corresponde, no creo que sea fácil para Carlos hacerse con el cetro imperial dada la división religiosa de los príncipes electores alemanes. Sin duda le será necesario estipular alguna máxima que respete la libertad de cultos, bien para aquellos fieles a Roma, bien para los seguidores de Lutero. De lo contrario, puesto que la norma ancestral del Sacro Imperio obliga a que sean los respectivos gobernadores de cada demarcación quienes ratifiquen el nombramiento, nunca conseguirá ser emperador electo.
Tampoco lo tiene fácil en España. Sabréis, mi querida tía, que existe un gran descontento entre la nobleza y los municipios castellanos por entender que Carlos se rodea en exceso de flamencos y que ello va en detrimento de sus potestades. Por eso me imagino que si ahora precisa de su soporte económico para financiar la elección imperial no solo se lo nieguen, sino que se levanten en armas y sea preciso reducirlos por la fuerza. Quiera Dios que eso no suceda, por el bien de todos.
¡Cuánta sabiduría demostrasteis al aconsejar a vuestro sobrino que alternara en el gobierno a flamencos y castellanos! Pero él prefirió someterse a la influencia de otros consejeros, como su mentor Adriano de Utrecht o su secretario Nicolás Perrenot de Granvela, e hizo caso omiso de vuestras advertencias, que puntualmente le transmití.
Pero imagino que querréis saber de mí y de mi vida en Portugal. Debo rendirme, os soy sincera, a los encantos de esta tierra. Un país lleno de contrastes, de hermosos palacios —¡tan diferentes a los de Flandes!— y altas aspiraciones que encuentran en la mar Océana el mejor de los caminos para prosperar. Cierto que me faltan algunos de los refinamientos de que he disfrutado en mi niñez, ya que ni la música ni el arte son aquí objeto de la atención de la que gozan en vuestra corte, pero a cambio contamos con las ventajas de estar abiertos a nuevos mundos y civilizaciones exóticas que enriquecen nuestra mente y nuestro espíritu. Pensad que los jóvenes infantes tienen por animal de juegos y compañía a pequeños elefantes, que en sus habitaciones cantan pájaros de plumaje muy colorido y formas desconocidas y que gozan de las mejores y más bellas sedas o piedras preciosas traídas desde las Indias.
Mi esposo es gentil y cordial conmigo y mi vida discurre tan placentera que los días se me hacen cortos. Tal vez con mi hijastro Juan, el príncipe heredero, haya alguna pequeña fricción que confío en que el tiempo ayude a superar. En cualquier caso, si mi día a día estuviera herido con alguna aflicción, no sería oportuno que os molestara con ello, ya que como gobernadora general de los Países Bajos os ocupan más graves y preocupantes asuntos que los que pueden alterar la vida cotidiana de esta vuestra sobrina.
No quiero, pues, distraeros más de vuestras importantes obligaciones. Rogad por mí a Dios Nuestro Señor y contad con que yo haré otro tanto.
Vuestra respetuosa sobrina,
Leonor, reina de Portugal
Dada en Lisboa a XII días del mes de febrero del Año del Señor de MDXIX.