Malinas

20 de mayo de 1518

A doña Leonor de Habsburgo, archiduquesa de Austria, infanta de Castilla y de Aragón; de Margarita, archiduquesa de Austria.

Mi muy querida sobrina:

Te imagino en Zaragoza, ciudad de grandes bellezas y mayores virtudes, y siempre junto a tu hermano, del que eres el más firme y mejor pilar. Venga eso a cuento para tranquilizar tu espíritu, que tan atribulado adiviné en tu carta. Me explicas en ella los muchos contratiempos que parece ser que esperan a tu hermano, mi muy amado y respetado sobrino Carlos, debiendo gobernar a un pueblo que apenas conoce y cuya lengua no domina. Si estuviera en mi mano le recomendaría que alejase a tanto flamenco de su consejo y, por el contrario, se rodeara de prohombres de la tierra, que serán quienes más le beneficien. Pero son charlas de vieja que en nada tienen que hacerle virar su rumbo, que es joven y prudente y bien sabrá ignorar todo consejo necio.

Nada me parecen, además, cuando pienso en las consecuencias que pueden traer para toda Europa las locuras de ese fraile agustino alemán llamado Martín Lutero. Parece ser que le ha dado por contravenir la voluntad del papa León X y, avalado por sus conocimientos de teología, acusar a clérigos y sacerdotes de conducta disipada, vida licenciosa y avaricia, lo que puede acabar por abrir una terrible brecha en el seno de la Iglesia Romana. Quiera Dios que recapacite, vuelva él al buen camino y todos encontremos la paz para nuestras atribuladas conciencias. En cualquier caso, no creo que este problema te turbe en exceso, ya que vives y vivirás en tierras de buenos cristianos, y tanto tu hermano como tu futuro esposo son, sin duda, los brazos armados de la fe.

Y precisamente de tu esposo quería hablarte. Déjame que te brinde mi consejo con el mismo amor e iguales formas con que consolaba a la pequeña que, al más mínimo tropiezo, se acurrucaba en mi regazo dejándome vivir las mieles de una maternidad que me había sido vedada. Pero mis palabras ahora no van dirigidas a la niña que fuiste sino a la mujer que ahora eres y que debe saber comportarse como tal.

Atiéndeme: somos princesas y princesas cristianas. Es nuestro deber, por tanto, servir a los intereses de nuestros reinos, que es lo mismo que hacerlo por complacer a Dios Nuestro Señor. De poco valen nuestros sentimientos, nuestra voluntad o nuestros caprichos. Nacemos destinadas al sacrificio pero, a cambio, la providencia nos permite disfrutar de una serie de bienes materiales que muchos de los moradores de este valle de lágrimas desconocen.

Recordarás mi historia. Me apartaron de mis padres siendo solo una niña para crecer en la corte de mi entonces prometido, el delfín de Francia. Roto el compromiso, me casaron con tu tío, el príncipe Juan de Castilla. Luego, cuando enviudé y perdí el hijo que esperaba, hube de casarme contra mi voluntad, puesto que el recuerdo del príncipe de Asturias aún estaba vivo en mi alma, con el duque Filiberto de Saboya.

Piensa, mi querida Leonor, que no le conocía, no sabía quién era ni qué cara tenía, pero contra lo que yo esperaba fueron los tres años más felices de mi vida y viviré de su recuerdo el resto de mis días. El amor, querida mía, nace de la compañía diaria, de la unidad de criterios y de la lealtad que se deriva del sentido del deber. Asume, pues, tu destino como yo acepté el mío: olvidándote de tu persona y dándote a tu reino. La vida compensará con creces tu sacrificio.

Recuerda sino a tu desgraciada madre. Amó con tal pasión que esta le nubló el cerebro y, en consecuencia, labró su desgracia y quizá la de sus hijos. No caigas en el mismo error.

Olvida el pasado, borra de tu corazón amores imposible como el del príncipe bávaro, o todo sueño por cumplir. Tu deber de princesa es acercarte a tu esposo, esforzarte por quererle y permanecer a su lado en toda circunstancia, por difícil y dolorosa que esta sea. Recuerda mi divisa: Fortune et infortune fort une. Nunca la hubiera adoptado en los días previos a mi casamiento con Filiberto de Saboya y luego resultó ser el mejor lema de mi matrimonio.

Te unes a don Manuel para lo bueno y para lo malo; para la salud y para la enfermedad; en la riqueza y en la pobreza. Así os hablará el sacerdote cuando una vuestras manos y con ello seréis una sola persona. La felicidad no se regala, hay que conquistarla, y en nuestras manos está conseguirla. No olvides que para ello hay que tener la conciencia serena y el deber cumplido. Así lo han hecho tus mayores y así debes hacerlo tú.

Tu formación te acredita para ser la mejor de las reinas. Contarás, además, para ello con el consejo siempre sabio y prudente que la edad y la experiencia conceden a tu esposo. Nunca te lamentes de que este te aventaje en años. La sensatez es un preciado don que la juventud desconoce. Solo el tiempo vivido templa las pasiones y ayuda en la convivencia.

Si, además, Dios premia vuestro matrimonio con el nacimiento de uno o varios hijos, podrás ser la más dichosa de las mujeres. Recibe mi bendición y no olvides tenerme presente en tus oraciones. Que Dios Nuestro Señor, Santa María y sus coros angélicos te acompañen en el nuevo camino que ahora emprendes.

Tu tía,

Margarita de Saboya, archiduquesa de Austria

Dada en Malinas a veinte días del mes de mayo del Año del Señor de MDXVIII.