Zaragoza
20 de agosto de 1498
A doña Juana de Aragón, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, de Brabante, de Limburgo y de Luxemburgo, condesa de Flandes, de Habsburgo, de Hainaut, de Holanda, de Zelanda, del Tirol y de Artois, señora de Amberes y de Malinas; de Isabel, reina de Portugal.
Mi muy querida hermana:
Como ya deberás saber el destino me ha devuelto, si bien transitoriamente, a tierras de Castilla y Aragón. La muerte de nuestro hermano me ha llevado a ocupar de nuevo el lugar que tuve como primogénita y que perdí con su nacimiento. ¡Más me valiera no haberlo recuperado nunca y que nuestro hermano pudiera seguir gozando de su posición y de los muchos goces que la vida le había deparado!
Créeme, hermana, ni me dolió perder mi condición de princesa de Asturias cuando niña, ni recuperarla ahora me procura satisfacción alguna. Pero, como hemos aprendido desde nuestra niñez, no somos más que servidoras de los intereses del reino, y ellos han sido los que me obligan a desempeñar un papel que ni esperaba ni deseo.
Sabrás también que no hubo objeción alguna para ser jurados herederos de Castilla y que, desde el pasado abril, tanto mi esposo como yo sumamos a nuestra condición de reyes de Portugal el honroso título de príncipes de Asturias. Sin embargo, todo fue llegar a Aragón y comenzaron los problemas.
Las leyes que gobiernan el reino no se muestran dispuestas a reconocer mis derechos a la corona. Unos argumentan que el trono aragonés está vetado desde antiguo a las mujeres y que, puesto que nuestro padre y rey don Fernando está todavía joven y goza de buena salud, aún puede tener algún descendiente varón. Otros prefieren esperar a que dé a luz en la esperanza de que nazca un varón que, en ese caso, sería jurado de inmediato como heredero de la corona de Aragón.
Así, mientras unos y otros discuten, mi esposo y yo permanecemos alejados de nuestro reino, y los nobles señores que nos acompañan ocupados en menesteres que no les corresponden y que solo hacen que distraerles de sus propios negocios.
Además, hermana mía, me siento muy cansada. El viaje fue largo y fatigoso; tanta discusión me enerva y el reencuentro con nuestros padres y con nuestras hermanas me emocionó en extremo, ya que me hizo notar aún más la falta de Juan. Desde ayer permanezco en cama, pues dicen las matronas que el parto está pronto, que no tardaré más que pocos días en traer al mundo un nuevo ser y que es conveniente que repose y me alimente bien para estar fuerte y soportar con bien el trance del nacimiento de mi primogénito. Por eso mis días pasan entre caldos de gallina, leche recién ordeñada, mucho descanso y el eco de las discusiones de los proceres aragoneses sobre la idoneidad de mi persona y la de mi hijo para ocupar el trono aragonés.
Las horas se me harían interminables de no ser por los movimientos de mi hijo en mi seno. Así, mi pequeño me avisa de su presencia, y yo me convenzo de que no es un sueño, que voy a ser madre y que pronto mi vida ya no será mía, sino de ese ser frágil e indefenso que se asomará al mundo por primera vez.
También rezo. Rezo mucho, pidiéndole a Dios Nuestro Señor que sea un varón, que nazca sano y se críe fuerte; le pido que le dé las capacidades necesarias para ser siempre portador de concordia y nunca de guerra, de prudencia más que de osadía, de templanza que no de ira. Me asusta pensar que esa criatura tendrá en sus manos el destino de los reinos de Castilla, Aragón y Portugal y de los amplios territorios que ello comporta. Por eso tengo dicho que se le llame Miguel de la Paz, porque esa será su misión: poner paz y reunir los reinos peninsulares bajo una sola corona para mayor gloria de Dios.
Pero, hermana mía muy querida, la fatiga me puede y debería descansar. No quiero hacerlo sin antes decirte cuán grande es mi felicidad al saber por boca de nuestra madre, la reina, que tu embarazo se desarrolla con bien y que, si Dios así lo dispone, Flandes tendrá pronto un heredero.
Por él, por ti y por tu esposo ruego a Santa María todos los días. Que Ella, Nuestro Señor y el Espíritu Santo os protejan.
Así lo desea tu hermana,
Isabel, reina de Portugal y princesa de Asturias
Dada en Zaragoza a XX de agosto de MCDXCVIII, Anno Domini.