Remando contra los malentendidos

La mesa del escenario es demasiado pequeña para dar cabida a tres personas, pero es lo que hay. La sección local de una prestigiosa asociación dedicada a la promoción de la cultura me ha invitado a entrar en debate con un detractor del enfoque evolutivo aplicado a la conducta humana. La tremenda irritación que me producen los numerosos malentendidos que persisten en este terreno me ha llevado a aceptar la oferta. Ni siquiera hemos empezado y ya me arrepiento. Una vez más, la organización del evento deja que desear. ¿Por qué no tomamos ejemplo de Holanda? Allí las actividades se organizan como es debido y se recibe a los oradores con propiedad. No así en Bélgica. Y este evento no promete ser ninguna excepción. Una sala deplorable y una mesa diminuta con tres sillas desvencijadas para el adversario, el moderador y el defensor. Por no haber no hay ni un mísero vaso de agua. Comenzamos con veinte minutos de retraso. El micrófono no funciona. Habrá que sobreponerse a todos esos elementos adversos en un intento por servir a la buena causa.

El secretario de la asociación hace de moderador. Nos presenta al público, explica de qué vamos a hablar, anuncia el tema de debate del mes siguiente, recuerda a los socios que no se olviden de llevar algo de comer a la excursión programada para el domingo, recalca que algunos aún no han pagado la cuota, asegura que la discusión será de gran actualidad y comunica que el presidente disculpa su no asistencia: está con fiebre.

—El micrófono sigue sin funcionar, así que hablaremos un poco más alto. ¿Me oís?

Al comprobar que nadie protesta, el moderador inicia el debate. A mí me gustaría tomar primero un sorbo de agua.

—Todos sabemos en qué consiste la psicología evolutiva…

Aun así el hombre pasa a definirla, consultando disimuladamente un artículo impreso de Wikipedia. Afirma con razón que esta rama moderna de la psicología trata de explicar nuestra conducta actual a partir del pasado evolutivo del ser humano. Durante millones de años, nuestro comportamiento se ha ido forjando en función del entorno, incluido el entorno social. Está en gran parte determinado por los genes elegidos por la evolución en un proceso conocido como selección natural.

—Pues bien —prosigue el moderador—, no todo el mundo está de acuerdo con este planteamiento. Hay quien sostiene…

Lo interrumpe mi adversario, cansado de escuchar la interminable introducción de alguien al que le gusta oírse hablar a sí mismo.

Él: Vamos a ver… La psicología evolutiva establece que el ser humano está determinado por sus genes. Eso significa que somos unos robots, esclavos de nuestros cromosomas. Sin embargo, a mi juicio, nuestra cultura demuestra de sobra que somos más que eso.

Yo: Me alegro de que plantee esta cuestión, porque es un malentendido recurrente. Quisiera subrayar con insistencia que la psicología evolutiva sostiene justamente lo contrario. Se sirve de los conocimientos biológicos, sobre todo en lo que respecta a la evolución. Después de estudiar durante decenas de años los mecanismos del proceso evolutivo, los biólogos han llegado a la conclusión de que la conducta posee un componente genético y que, por tanto, está determinada en parte por los cromosomas. Sin embargo, este no es el único factor determinante. Está también el entorno, que desempeña un papel importante en el desarrollo de nuestro comportamiento. Son dos fuerzas que…

Él: Me parece que eso no son más que palabrerías técnicas para ocultar el verdadero alcance del problema. Usted está haciendo todo lo posible para que nosotros no comprendamos lo que dice. Será mejor…

Yo: De acuerdo, trataré de ilustrar lo que acabo de exponer, con la salvedad de que toda comparación es odiosa, porque a fin de cuentas no deja de ser una metáfora. Imagínese una barca de pasaje atravesando un río. El agua fluye a una velocidad determinada y empuja la embarcación corriente abajo. La propia barca está equipada con un motor que la mueve en dirección a la orilla. Dos fuerzas perpendiculares. El trayecto recorrido por la embarcación es el resultado de las dos fuerzas juntas. No hace falta saber nada de física para comprender que, si la corriente es débil y el motor funciona a toda máquina, la barca se dirigirá casi en línea recta a la orilla. Sin embargo, si hay mucha corriente y el motor funciona a baja revolución se desviará y no alcanzará la ribera hasta mucho más abajo. Sin olvidar todas las posibles situaciones intermedias. Pues bien, así es como los genes y el entorno actúan sobre nuestra conducta. Si sustituimos la corriente por los genes y la fuerza del motor por el entorno obtenemos un mecanismo similar. Unas veces será mayor la influencia de los genes y otras la del entorno, en cuyo caso nuestra conducta dependerá en buena medida de la cultura. Del mismo modo que en un río siempre hay corriente y que el motor de un barco siempre tiene algo de potencia, la conducta siempre está determinada por los genes y por el entorno.

Él: Basta ya de tanto navegar, me estoy mareando. Con todo, su manera de pensar puede incitar a la gente a dar pasos equivocados. Sólo hay que ver todas esas teorías sobre la elección de la pareja y la infidelidad… No hacen más que quitar importancia al adulterio y la discriminación y no sé qué otras cosas. ¡El adulterio está en nuestros genes, y por tanto está permitido!

Yo: Error, craso error. Para empezar, tratar de explicar el origen de una conducta no tiene nada que ver con la moral. No por explicar que un coche se ha salido de una curva debido a un exceso de velocidad me parece bien que los coches se salgan de las curvas. En un pasado remoto, nuestra conducta estaba tan bien adaptada al entorno que pervivía y permitía a nuestros antepasados sobrevivir y reproducirse. En cuanto al adulterio, bueno, los antecesores que recurrían con frecuencia a esa conducta tenían más hijos y transmitían la base genética de la infidelidad. Eso no es ni bueno ni malo, sino un simple mecanismo que, gracias a la evolución, pudo desarrollarse y perpetuarse. En la actualidad, nuestro entorno, nuestra sociedad y nuestra cultura funcionan de modo distinto. Nuestra conducta no está adaptada a esta nueva realidad. De hecho, la evolución avanza con tal lentitud que nuestros genes llevan un enorme retraso. «Piensan» que aún estamos en la era de las glaciaciones. Por eso es tan importante que estudiemos todas estas cuestiones. Si conseguimos comprenderlas mejor, podremos intervenir si hace falta. Y de eso se trata precisamente: al no ser los genes el único factor determinante, la conducta se puede corregir. Si el adulterio nos parece un comportamiento incorrecto —por ejemplo porque desestabiliza los vínculos familiares—, basta con prohibirlo. Si no logramos nuestro propósito no es culpa de la psicología evolutiva, sino de la fuerza de los genes.

Él: Me resulta poco convincente…

Yo: Muy bien, pues nos subimos de nuevo a la barca de antes. Si la corriente es demasiado fuerte y la embarcación se desvía de su meta final en la orilla, el barquero ha de aumentar la potencia del motor. A mayor potencia, mayor probabilidad de alcanzar el destino. Y en último caso pilotará su bote corriente arriba. Si aun así se va a la deriva, la culpa no la tiene la física, que explica las diferentes fuerzas como vectores, sino la fuerte corriente del agua.

Él: ¿De modo que nuestra cultura, que sería el motor de su barca, también es un factor relevante?

Yo: ¡Por supuesto! La cultura también es fruto de los procesos evolutivos. Ya encontramos ejemplos de ello en los chimpancés, obviamente en una forma muy primitiva si la comparamos con la tecnología humana. A lo largo de los siglos, la cultura ha ido ocupando un lugar cada vez más destacado y su influencia en la propia evolución ha sido de vital importancia. Debemos cuidarla y, sobre todo, tratarla con sensatez. No olvidemos que la cultura también es sinónimo de lanzar bombas y, a la larga, eso puede arrojar más resultados negativos que positivos.

Él: Quisiera plantearle otro punto fundamental. La psicología evolutiva explica una y otra vez cómo se comportaban nuestros antepasados. ¿De dónde se saca esa información? ¡Ni que existieran libros y películas de aquella época!

Yo: Es una de las críticas clásicas. Entra en la categoría de las llamadas just so stories, las historias «precisamente así». Antes que nada debería saber que cualquier hipótesis acerca de la motivación de una conducta del pasado debe reunir toda una serie de condiciones estrictas antes de ser aceptada. Evidentemente, no disponemos de imágenes, pero bueno, pongamos por caso el criterio de la universalidad. ¿En qué consiste? Si una determinada conducta se produce en todo el mundo, en todos los pueblos, en todas las culturas, en definitiva, en todas las circunstancias posibles, es muy probable que se trate de una conducta determinada genéticamente, heredada por todos los seres humanos de nuestros antepasados, que presentaban el mismo comportamiento. Si retomamos su adulterio —lo siento, me refiero a su ejemplo de adulterio— comprobamos que existe en todas las culturas, sin excepción. Sabemos, por tanto, que estamos ante una conducta milenaria. Tanto que incluso la encontramos en prácticamente todas las especies animales superiores. En cambio, cuando el componente genético es menos relevante y la influencia del entorno es mayor —en ámbitos como la educación, la religión, la imitación— se aprecian diferencias culturales y divergencias de conducta entre un pueblo y otro. En unas culturas el comportamiento no se da, en otras se produce en tal o cual forma, etcétera. Por eso los psicólogos evolutivos siempre comprueban hasta qué punto determinada conducta es universal. Además, existen todo tipo de técnicas científicas. Por ejemplo, para demostrar que una conducta reviste carácter adaptativo o no…

Él: Bueno, esto se está volviendo muy técnico. Pero si la evolución, la selección natural, actúa con tanta arbitrariedad, ¿cómo es posible que haya nacido el ser humano? ¿Acaso no somos —modestia aparte— un punto culminante? Con nuestro cerebro, nuestros ordenadores y demás.

Yo: No me atrevo a decir que seamos un punto culminante. Es cierto que nosotros somos capaces de fabricar ordenadores y microscopios y rascacielos y bombas de racimo; y otros seres vivos, no. Si quiere llamar a eso punto culminante, pues seremos un punto culminante, pero ciertamente no el punto culminante. En la evolución no hay clímax absoluto. La selección natural puede mejorar un sistema existente, como una conducta, para que se propague con mayor facilidad, pero eso no tiene por qué ser el estado óptimo. Si por un casual se produce un cambio que ofrezca otro resultado mejor llevará al ser humano a emprender un nuevo camino. El incremento de nuestro cerebro, por ejemplo, fue un cambio impresionante, pero por la misma regla de tres la evolución habría podido ir por otros derroteros. Del mismo modo, es posible que nuestro cerebro siga perfeccionándose en el futuro. Puede incluso llegar a superar el punto culminante actual. Se me ocurre que podría aprender a manejar mejor los conceptos abstractos, porque es un tema que aún no domina bien. Por lo demás, quisiera referirme brevemente a algo que usted acaba de decir. Considera que la selección natural actúa con «arbitrariedad». Hay que tener cuidado con eso. Los cambios en el entorno son casuales y los cambios en los genes son casuales, los cambios en los genes pueden coincidir casualmente con los cambios en el entorno, pero no olvidemos que sólo sobreviven los genes mejor adaptados, y eso no es arbitrario.

Él: Tras escuchar su réplica me pregunto por qué esta forma de pensar y de trabajar se limita a un pequeño grupo de investigadores y por qué continúa recibiendo tantas críticas.

Yo: Comparto sus preguntas. Es curioso que la psicología evolutiva y también la etología, que estudia el ser humano como un producto natural de la evolución, encuentren tanta oposición. Aunque desde un punto de vista científico se trata de un enfoque absolutamente plausible, me temo que desata muchas emociones. A la gente no le importa que hablemos de la evolución y los genes de las plantas y los animales, pero cuando la cámara los enfoca a ellos, se ponen nerviosos. La religión y la ideología siempre nos han enseñado que somos seres superiores, que estamos por encima del mundo de los demás seres vivos. Esa es la imagen con la que nos hemos criado, la que nos inculcan no sólo nuestros padres y la escuela, sino toda la cultura en la que vivimos. Lástima que la evolución no transmita el conocimiento evolutivo —es broma—. Cuando hablamos de la evolución humana en general, y de la conducta humana en particular, nos movemos en una delicada superficie de fricción entre la ciencia y la religión o la ideología. Pese a todo, no me preocupo, porque tanto la etología como la psicología evolutiva son disciplinas jóvenes que ciertamente seguirán creciendo. No olvidemos que los etólogos sólo llevan cuarenta años estudiando al ser humano a través de las lentes darwinianas; y los psicólogos evolutivos, sólo treinta. En términos de la historia de la ciencia, no es mucho tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que, para buena parte de nuestros congéneres, se trata de un asunto delicado. Hacen falta más estudios, más educación, más libros y más conferencias para poner de manifiesto la fuerza explicativa de este enfoque. Los seres humanos aprenderán a situarse en el lugar que les corresponde en la evolución y sobre todo aprenderán a ser más humildes. ¡Todo saldrá bien!

—Con estas hermosas palabras clausuramos el debate —concluye el moderador, que lleva mucho tiempo callado—. Doy las gracias a los dos oradores por sus valiosas aportaciones y quisiera obsequiarles con un pequeño regalo en recuerdo de esta noche.

Acto seguido nos entrega a cada uno una cajita con cien gramos de bombones. Cuando nos levantamos de nuestras crujientes sillas, el secretario nos pregunta de sopetón:

—¿Seguro que no quieren ustedes un poco de agua?

¿Agua? ¿Qué agua? ¿Acaso le ha despertado mi metáfora de la barca?

—No, gracias. Se nos hace tarde —respondemos al unísono.

Donde esté Holanda…