El prisionero del periódico
Mi mujer cree que le oculto un secreto de índole delictiva. Mientras leo el periódico esboza una mueca de extrañeza cada vez que mascullo «el dilema del prisionero».
—¿Qué prisionero? —quiere saber.
—Déjalo —le contesto.
Día tras día observo con fascinación que las noticias están repletas de ejemplos de este dilema. Para quien desconozca el término: el dilema del prisionero es un modelo de la teoría de juegos que nos ayuda a comprender la conducta social. Consiste en lo siguiente.
Dos sospechosos están acusados de haber cometido juntos un delito y son interrogados por separado en sus celdas respectivas. La policía les ofrece a ambos el siguiente trato. Si uno de los dos delata al otro, el delator será liberado inmediatamente, mientras que su cómplice cargará con toda la responsabilidad y cumplirá la máxima condena de cinco años; si ninguno de ellos confiesa ni delata al otro, ambos recibirán un castigo leve y serán condenados a un año de cárcel cada uno; finalmente, si ambos delatan al otro —y aquí está el meollo de la cuestión—, recibirán una condena intermedia de tres años cada uno. Esto es lo que se conoce como el dilema del prisionero. El término habla por sí solo: «prisionero» porque ambos están confinados en una celda y todo apunta a que permanecerán encerrados en ella durante mucho tiempo y «dilema» porque, por una parte, los sospechosos pueden reducir el castigo total a tan sólo dos años si cooperan, es decir, si no confiesan y no delatan al otro, pero, por otra, pueden alcanzar el máximo beneficio personal si traicionan al otro, es decir, si actúan dejándose guiar por el egoísmo. Al fin y al cabo, interesa mucho más recuperar la libertad y cargar al otro con toda la responsabilidad que compartir castigo.
Sin embargo, los dos son lo suficientemente astutos como para hacer el mismo cálculo y acusarse el uno al otro para que a ambos se les aplique el castigo intermedio. Por estúpido que pueda parecer, así es como actúa el ser humano. Se puede jugar a estos modelos con ayuda del ordenador. Le ahorraré los detalles técnicos, pero debe saber que las simulaciones demuestran que el egoísmo se impone por sistema a la cooperación cuando el jugador juega por primera vez. Si repite, y cada sospechoso ha de decidirse una y otra vez por el egoísmo o la cooperación, la situación cambia radicalmente: ¡la cooperación resulta ser rentable! A largo plazo resulta más beneficioso —en el sentido de que el castigo será menor— renunciar al egoísmo y colaborar con el otro, siempre y cuando este haga lo mismo.
¿Debe este esquema ser tachado de mero divertimento? No, sin duda es algo más. De hecho, la utilidad de esta clase de modelos en general y del dilema del prisionero en particular reside en que sirven para explicar el nacimiento de la conducta social y, por tanto, también de la cooperación. En un marco evolutivo, el egoísmo no tiene por qué triunfar sobre la cooperación: después de una convivencia prolongada, colaborar con el otro puede resultar más provechoso que velar por los intereses de uno mismo.
Como ya comenté en las primeras líneas de esta pequeña historia —va siendo hora de que tranquilice a mi mujer—, lo bueno es que nos topamos una y otra vez con este modelo en el día a día. Basta que el «juego» se repita unas cuantas veces para que nos inclinemos claramente a favor de la cooperación. Pongamos un ejemplo. Su jefe le paga mes tras mes un salario a cambio de su trabajo. Podría saltarse una paga con el fin de incrementar sus propias ganancias. Sin embargo, aparcará esa idea lucrativa en cuanto caiga en la cuenta de que, de ese modo, pondrá fin al «juego»: usted ya no se esforzará por la empresa, dejará de cooperar y buscará otro empleo, consciente de que, con esa fama de egoísta, su jefe no encontrará a nadie dispuesto a sustituirle. La reiterada cooperación de trabajo a cambio de dinero y de dinero a cambio de trabajo sienta las bases de un sólido sistema que contribuye a la preservación de nuestra sociedad.
Lo mismo puede decirse con respecto a una multitud de situaciones: el dinero que pagamos a diario por el pan, la vecina que sabe que cuando nos presta un huevo podrá recurrir a nosotros si algún día le hace falta a ella, etcétera. Para que el modelo funcione correctamente, es fundamental que ambas partes comprendan, a través de la repetición, que su cooperación se verá compensada por la parte contraria. Una cosa por otra, algo que no siempre se cumple en nuestra sociedad.
Muchas veces vemos aparecer una forma de egoísmo que tiene fácil solución: basta con concienciar a los implicados. Dicho de otro modo, han de saber que serán remunerados si cooperan. Pasaré a comentar un ejemplo concreto tomado del periódico. La crisis financiera se aliviaría si en lugar de ahorrar gastáramos más. La economía se revitalizaría y la crisis remitiría, en beneficio de toda la sociedad y, por tanto, de todos nosotros. ¡El problema es que la mayoría de la gente no participa! Prefieren guardar su dinero para garantizar su propia seguridad. De esta manera, no hacen más que agravar la crisis, en detrimento de todos. La idea subyacente es: que gasten los demás por el bien de todos; yo me retiro temporalmente. Así es como razona el ciudadano de a pie. El caso es que todos somos ciudadanos de a pie y que todos caemos presos de ese pensamiento egoísta. En consecuencia, la economía se estanca. Estamos ante una aplicación del dilema del prisionero: si ahorro, salgo ganando, a expensas de la sociedad; ello hace que la crisis se agudice y que nos hundamos todos. ¿Por qué no cooperamos? El mecanismo falla porque no hay repetición, porque nuestra conducta social no se ve recompensada.
Veamos otro ejemplo también tomado del periódico: los pros y los contras de abrir una página web que informe a sus visitantes de si en los alrededores vive algún pedófilo. En Holanda ya existe un servicio de estas características y Bélgica tiene la intención de importarlo. «Estupendo», opinan muchos padres inquietos. «Queremos saber si en nuestro barrio hay algún pedófilo. Estamos preocupados por nuestros hijos.» «No es buena idea», replican las autoridades y las organizaciones especializadas en abuso infantil. «Esta iniciativa sólo contribuirá a que los pedófilos huyan y pasen a la clandestinidad. Perderemos cualquier control sobre ellos y podrán causar más víctimas.» Desistir del proyecto redunda en beneficio de la sociedad, al tratarse de una forma de cooperación: renunciar al interés personal en favor del bien común. Si todos se guiaran por el interés de la sociedad en su conjunto, nadie se mostraría partidario de abrir la página. Es como si dijeran: de acuerdo, no queremos página web, salvo para nuestro barrio, para que mis hijos gocen de mayor seguridad que los niños del resto del país. Los defensores de la iniciativa no se percatan de las ventajas inherentes a la prohibición del sitio web porque no hay repetición. Juegan una sola vez. Vence el interés propio.
El egoísmo triunfará sobre la cooperación —tal y como predice el ordenador en el dilema del prisionero— mientras el número de repeticiones del castigo o de la recompensa sea insuficiente. En algunos casos, entre ellos los que acabo de exponer, simplemente no hay repetición. Tal vez sea útil informar a la gente. Quizá consigan dejar de lado el interés personal al comprender que existe un interés social superior, no porque lo hayan experimentado en carne propia, sino porque lo dice la ciencia, por ejemplo a través de este relato. Todos debemos ser conscientes de que «actuamos» a diario en unos dilemas del prisionero de gran relevancia.
Si cada uno de nosotros —y esta es una suposición puramente hipotética— conociera este dilema y supiera hasta qué punto se complica la vida eligiendo la estrategia egoísta, los periódicos publicarían otro tipo de noticias. En ese caso, yo murmuraría una y otra vez «cooperación», y mi mujer creería que estoy hablando de ella.