El porqué de las prostitutas jóvenes

Hace poco leí en un diario inglés que una quinceañera de Newcastle ganó cien mil libras en un año ejerciendo de prostituta. Llevaba una doble vida: durante el día iba al instituto y por la noche hacía la calle. En un informe publicado en 2007, la organización Save the Children mencionaba que en Inglaterra hay cinco mil menores de edad que ejercen la prostitución, de los cuales tres cuartas partes son niñas. Según otro periódico, de procedencia norteamericana, en Estados Unidos hay cientos de miles. Se trata de una situación deshumanizadora que requiere soluciones urgentes. ¡Prostitución infantil es sinónimo de abuso infantil, y punto! Pero esto no es lo que pretendo explicar en este capítulo.

Cada vez que surge la cuestión de por qué hay tantas niñas que entran en el mundo de la prostitución brota dentro de mí —junto con la indignación que me producen estas situaciones de abuso— otra incógnita. Con las gafas de Darwin colocadas en la nariz me pregunto: ¿por qué a los hombres les gusta practicar el sexo con adolescentes o mujeres jóvenes?

Seguramente le parecerá un planteamiento estúpido. Se suele dar por descontado que los hombres las prefieren jóvenes, tanto para la vida en pareja como para una aventura sexual. La gente —ya sean del sexo masculino o femenino— lo ve como la cosa más normal del mundo, tan normal como que las manzanas caen de los árboles en todas partes. Los científicos, en cambio, le encuentran mucho interés a la pregunta de por qué las manzanas caen de los árboles y los hombres caen ante las mujeres jóvenes. Ni siquiera hace falta ser un científico de verdad para plantearse este interrogante. En realidad, no es ni mucho menos tan trivial como pudiera parecer a primera vista si lo abordamos desde otra perspectiva.

¿Qué es lo que busca el hombre en una prostituta? Sexo; de acuerdo. ¿Sexo bueno o malo? De ser posible, sexo bueno; de acuerdo. ¿Quién puede ofrecerle el mejor sexo: una mujer experta o inexperta? Una mujer experta, por supuesto; de acuerdo. ¿Quién ha acumulado más experiencia: una mujer joven o una mayor? Una mujer mayor, de eso no cabe duda; de acuerdo. ¿A quién prefiere el hombre: a una prostituta joven o una mayor? Evidentemente a una joven. ¿Evidentemente…? ¿Por qué? ¿Cómo se explica esta predilección? Aunque las prostitutas jóvenes tienen menos que ofrecerles, los varones las prefieren a sus colegas más expertas y teóricamente mejores; y no sólo eso, sino que incluso les pagan más. Esta es la razón por la que la adolescente de Newcastle logró amasar una fortuna. Ya sabemos que los hombres no muestran siempre su lado más inteligente, pero aun así conviene ajustarse bien las gafas de Darwin para encontrar una explicación más profunda. La evolución humana resulta muy ilustrativa a este respecto.

Nuestros antepasados procrearon hijos; de lo contrario, nosotros no estaríamos aquí. A mayor número de retoños, mayores probabilidades de convertirse en nuestros ancestros. Dicho de otro modo, las tácticas que emplearon para propagar sus genes con mayor eficacia que sus congéneres se vieron recompensadas por la selección natural. Una de ellas estaba relacionada con la elección de la pareja. Cuanto más preparada estaba para la procreación, más garantías ofrecía para que los genes alcanzaran las generaciones siguientes. Los hombres tenían interés en buscar una pareja que tuviera muchos años por delante, porque si vivía largo tiempo podría engendrar un gran número de hijos. Esto se conoce con el término frío y técnico de valor de reproducción. A diferencia de la fertilidad, que mide la capacidad femenina de reproducirse en el momento presente, el valor de reproducción se refiere al futuro.

A partir de determinada edad, las féminas de la especie humana entran en la menopausia. Una vez detenida la producción de óvulos, la mujer no está ya en condiciones de procrear. A mayor distancia de la menopausia, mayor valor de reproducción. Es un dato que nuestros lascivos tatarabuelos —disculpe la expresión— tuvieron en cuenta, obviamente sin ser conscientes de ello. Al buscar pareja se inclinaban por las mujeres jóvenes. Mejor dicho: los varones genéticamente predispuestos a elegir una pareja joven se reproducían con mayor éxito que los hombres que se decidían por una mujer madura. Esta predisposición genética se ha venido transmitiendo de generación en generación. Así se explica que la predilección masculina por las jovencitas continúe siendo a día de hoy un fenómeno humano universal. Y por eso los hombres pagan mucho dinero por estar con una prostituta de corta edad.

Quizá este razonamiento le parezca un tanto rebuscado. Por eso llamo como testigo a un primo nuestro muy de fiar que puede confirmarlo todo: el chimpancé. La hembra de nuestro primo —o sea nuestra prima— no conoce la menopausia, de modo que sigue reproduciéndose hasta una edad muy avanzada. En consecuencia, a nuestros primos les atraen las señoras entradas en años, expertas en todo lo relacionado con la procreación. No sienten ningún interés por las jovencitas. Las ignoran por completo. Los chimpancés pagan mucho dinero por estar con una prostituta madura.

Y ahora mis lectores masculinos objetarán: «¡Oiga, que uno no va al barrio rojo a procrear, sino a pasarlo bien!». No lo dudo, pero el caso es que a la selección natural le trae sin cuidado el divertimento. La evolución se limita a examinar las estrategias reproductoras y a grabarlas en nuestros genes. El placer sexual no es más que un reclamo del que nos ha dotado la evolución para asegurar la fecundación. Si el trato carnal, el apareamiento o como se quiera llamarlo no fuera grato, nuestros antepasados no habrían procreado. Por consiguiente, nosotros no estaríamos aquí y ellos no se habrían convertido en nuestros antepasados. En definitiva, si el hombre se dispone a buscar una prostituta para pasarlo bien, se activa dentro de él un conjunto de genes destinados a garantizar su procreación. Y esos genes lo empujan hacia una pareja joven. Esto es lo que explica un caso como el de la adolescente de Newcastle.

He aquí, pues, una respuesta meditada a una pregunta que en primera instancia tal vez parezca demasiado trivial como para merecer nuestra atención. Ahora bien, ¿nos ha servido de algo este análisis? ¿O sólo resulta interesante para los psicólogos evolutivos y los etólogos? No, puede que le sea útil a cualquiera. En el marco de la búsqueda de un método para poner fin al abuso infantil, una adecuada información sobre nuestras raíces biológicas sexuales podría arrojar alguna luz sobre nuestro comportamiento. Ayudaría a poner de manifiesto que el hecho de elegir a jovencitas para practicar el sexo tiene su origen en la necesidad de procrear y que el hombre que pretenda disfrutar de verdad hace mejor en buscarse una mujer madura y experta. Hay que dejar en paz a las jóvenes. Esta reflexión también se aplica a la vida conyugal: quien ha franqueado la barrera de los cincuenta y contrae matrimonio por segunda o tercera vez debería ser consciente de que la reproducción ya no importa y que una pareja de su misma edad ciertamente le ofrecerá una relación más armoniosa.

La información y la educación en el ámbito del pensamiento evolutivo pueden dar lugar a una conducta más sensata y menos condicionada por los genes. De lograrse este propósito, la prensa inglesa publicaría otra clase de noticias: nos hablaría de la renta anual de una prostituta de Newcastle entrada en años. Ya sé que es muy difícil que esto ocurra, pero ¡déjeme soñar!