31

A la madrugada se produjo un griterío. Francisco Solano no había exagerado cuando anunció que compartiría su desayuno con los pájaros del amanecer. Desmenuzó la torta en migajas y atrajo sobre sí una bandada hambrienta. Catalina experta ya en atrapar avecillas para enriquecer el caldero, se abalanzó sobre ese fantástico amontonamiento con su red de cáñamo, lo cual horrorizó al fraile. La negra creyó que usaba esas migas para atraerlas y que debió ayudarlo a cazarlas. Francisco Solano la empujó y Catalina supuso que estaba enojado porque atrapó escasas piezas: se lanzó con renovada energía contra otro conjunto de pájaros que picoteaba aceleradamente. El fraile le gritó que se fuera y ella replicó a los gritos que hacía cuanto podía.

No quedaba más torta e Isabel le ofreció unas frutas. Comió higos y partió hacia el convento. Quería llegar para la misa. Antes de irse comentó que en unos días hacia el Paraguay, donde se encontraría con Fray Bolaños, su entrañable amigo. Ofreció venir a buscarlos para la misa de la mañana siguiente.

—¿Venir a buscarnos?

Sí, aclaró, para caminar juntos hacia la iglesia. De esa forma enseñaría a los malos cristianos cómo se debe tratar a quienes padecen una situación difícil. Aldonza volvió a toser.

Por la tarde apareció fray Isidro: se había enterado de la visita del franciscano. Se había enterado la ciudad, exageró.

—Nos explicó por qué no le gusta que nos llamen cristianos nuevos —Francisco le espetó a quemarropa.

—Tu madre no lo es.

—Mi padre sí lo es, y yo también, y mis tres hermanos —prosiguió Francisco enfáticamente— o Nos mostró que es un nombre malo, un nombre para identificar a los judíos.

—Puede ser —sus ojos protruidos buscaron otro interlocutor para zafar el asedio.

—¿Qué son los judíos? —planteó a continuación.

Se echó atrás con sorpresa y algo de susto.

—¿Qué son los judíos?

Fray Isidro pasó los dedos por su rala cabellera blanca y después circuló el dedo mayor por el borde de la tonsura. No era sencillo responder a tal demanda.

—¿Para qué lo quieres saber?

—Porque me han dicho judío, marrano judío.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Le pregunto qué significa, y usted me pregunta quién me lo ha dicho.

—No puedo responderte. Más adelante lo sabrás.

—¡Es ridículo! Necesito saberlo ahora. Por favor.

—La impaciencia no es una…

—¡Qué impaciencia, padre! —imploró.

—¿Qué quieres saber?

—¿Es verdad que adoran una cabeza de cerdo?

—¡Cómo! ¡Eso es un disparate! Dime, ¿quién te ha dicho semejante disparate? —Lorenzo.

—¿El hijo del capitán?

—Sí.

—No adoran una cabeza de cerdo. No adoran ningún animal, ninguna imagen.

—Lorenzo dice que sí. ¿Por qué no comen cerdo los judíos, entonces?

—Porque sus leyes lo prohíben. Una cosa no relación con la otra.

—¿Por qué los judíos son unos marranos, entonces?

—¡Una cosa no tiene relación con la otra! ¡Te lo acabo de afirmar!

—¿Por qué me gritan marrano judío?

Lo apretó, con ambos brazos y zamarreó.

—Hablan así los cristianos ignorantes e irresponsables.

—Usted no me dice la verdad.

—¡La verdad!… ¡Es tan complicado explicarte! Mira: tu padre es cristiano nuevo, y eso desagrada a los viejos.

—¿Quiere decir que es judío?

—Lo quieren seguir identificando como judío. ¿No te lo dijo Francisco Solano?

—Fue judío, entonces. O ¿es judío?

—Sus antepasados fueron judíos.

—No comía cerdo.

—No. Pero no adoraban eso que te han dicho. No adoraban imagen alguna.

—¿En qué creen, entonces?

—Sólo en Dios.

—¿Por qué son distintos de nosotros?

La aparición de Felipa le permitió librarse de este diálogo. La joven dijo que su madre se sentía mal y le rogaba que fuese a verla. El clérigo, antes de encaminarse al aposento de Aldonza, le ordenó a Francisco que rezara diez padrenuestros y diez avemarías: «te confortarán».

Francisco Solano cumplió su promesa. Vino al día siguiente acompañado por Andrés, su giboso ayudante.

Aldonza parecía más pequeña y encorvada con su negro pañolón ocultándole el cabello, la frente, y parte de las mejillas; sólo dejaba ver las ojeras azules. El fraile pidió que marchara a su derecha. Esa sola distinción le provocó ahogos. Isabel se colocaría a su izquierda. Francisco adelante y Felipa atrás. Siguiendo a Felipa, como cierre del conjunto, venía Andrés: Dibujaban una cruz. Una cruz humana que iba a la iglesia con espíritu exhibicionista. En el centro sobresalía la huesuda cabeza de Francisco Solano que provocó rumores en cadena. Esta lección de solidaridad sólo fue entendida por algunos.

Fray Martín de Salvatierra, comisario de Concepción, espía al pequeño grupo de hombres desde una ventana apenas entreabierta. En el centro, debidamente atado con una soga, viaja el reo. Tiene la barba y el pelo crecidos, lo ve desmejorado. El arresto, interrogatorios, testificaciones y organización del traslado se han cumplido con disciplina eficacia.

—El Señor lo ayude a reencontrar la verdad —ruega—. Que el largo viaje a Santiago de Chile opere en su alma como el camino de Damasco en el alma del Apóstol.

La gesta del marrano
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