Sé que debería levantarme pero la cama de Ruth es tan cómoda que no me resisto a la tentación de quedarme un rato más. Anoche llegué muy tarde y la euforia del reencuentro, aunque esta vez sólo hacía cuatro días desde que nos despedimos por última vez, nos hizo quedarnos dormidas de madrugada. La verdad es que anoche el comportamiento de Ruth me sorprendió. ¿Cómo calificar su actitud? ¿Receptiva, enamorada, feliz? ¿Quizá sincera? Estaba exultante. Me miraba y no hacía más que sonreír. Radiante ante la perspectiva de pasar juntas toda la semana santa.

Había llenado a reventar el frigorífico y me preparó la cena sin dejar que la ayudase en ningún momento. A ratos parecía ser una adolescente nerviosa ante su primera cita y deseosa de que todo saliera según sus planes. Yo la miraba y me admiraba de ver que, aunque con efecto retardado, Ruth comenzaba a comportarse como mi pareja.

Hace un rato se fue a buscar algún sitio abierto y comprar algunas cosas que faltaban para la comida de hoy. Pilar y Alicia vienen a comer y yo les he prometido cocinar. Mientras vuelve disfruto dando vueltas en la cama, completamente impregnada con su olor. Sintiéndome tan cómoda de estar en su casa…

Sin darme cuenta me quedo medio dormida. Me despierta el sonido de la puerta del piso abriendo y cerrándose. Un rumor de bolsas de plástico me llega desde la cocina. Luego Ruth entra en la habitación y se tumba a mi lado en la cama.

—Venga, dormilona… —me dice melosamente al oído acompañando sus palabras de besos que comienzan a bajar por mi cuello.

—Mmmmm —es el único sonido que emite mi garganta. Luego abro los ojos, me doy la vuelta y comienzo a desperezarme muy lentamente, estirando brazos y piernas como una gata después de la siesta—. ¿Qué hora es? —le pregunto a Ruth entrecerrando los ojos.

—Más de las doce —me dice—. Y como no te levantes y te vistas ahora mismo me parece que ninguna de las dos va a salir de esta cama —apunta sugerente levantando la sábana y mirando mi cuerpo desnudo.

—Eso suena bien —le digo yo en el mismo tono agarrándola de la cazadora y atrayéndola hacia mí para besarla.

—Estas vienen a las dos —me avisa entre beso y beso—. Y son la hostia de puntuales…

Hago un mohín y meneo la cabeza.

—En fin…

Ambas nos levantamos a la vez de la cama. Ruth se va a la cocina y yo al baño a darme una ducha rápida. Unos minutos después, vestida y despejada, entro en la cocina con intención de ponerme a preparar la comida. Soy la típica a la que no le gusta cocinar más que cuando puede hacerlo para varias personas. Y disfruto cuando, como ahora, tengo al lado a mi novia transformada en pinche siguiendo mis instrucciones porque ella sí que no tiene ni idea de hacer algo más complicado que una tortilla de patatas. Al ritmo de la música que suena en el salón proveniente de los altavoces del ordenador Ruth y yo vamos preparando la comida mientras tomamos unas cervezas que a mí se me suben a la cabeza justo cuando me doy cuenta de que no he desayunado nada.

A las dos en punto suena el timbre del portal. Momentos después Pilar y Alicia están en el umbral de la puerta del piso esbozando grandes sonrisas y tendiéndome una botella de vino rosado.

—Como no dijiste si habría carne o pescado, traemos el punto intermedio —explica Alicia entrando seguida por Pilar.

—¡Vaya! —exclama Pilar con fastidio—. Y yo que pensaba que nos recibiríais sólo con un delantal tapándoos las vergüenzas…

—Esas cosas las reservamos para otros momentos, Piluca —dice Ruth saliendo de la cocina y secándose las manos con un trapo—. Tu chica tampoco ha podido venir hoy, ¿no? ¡Joder! ¿Es que vamos a ser las últimas en conocerla?

—¡Coño, Ruth! Ella no tiene la culpa de que vosotras parezcáis Willy Fogg con tanto viaje —se queja Pilar quitándose la chaqueta.

—Y ella trabaja demasiado. A este paso se va a hacer de oro… —murmura volviendo a la cocina—. Anda, venid aquí las dos y coged las cosas para poner la mesa.

Ambas fingen fastidio y se dirigen a la cocina.

—Jo, Ruth, vaya forma de tratar a tus invitadas… —dice Pilar.

—¿Invitadas? Con la de tiempo que habéis pasado aquí os debería cobrar alquiler —le espeta ella.

Entre risas y bromas vamos poniendo la mesa y trayendo algunos aperitivos. A la blanqueta de ternera aún le falta un rato así que aprovechamos para ponernos al día ya que, según dicen las chicas, casi no se nos ve el pelo. Pilar cuenta que Pitu está muy contenta porque le han concedido un piso de protección oficial en Alcobendas. Por el contrario, Alicia anda alicaída porque la asociación no está funcionando como ella creía.

—¿Y qué esperabas, Ali? —le reprocha Ruth con la copa de vino en la mano—. A la gente siempre le ha costado mojarse. Y ahora que parece claro que se aprobará el matrimonio gay se creen que ya está todo conseguido. Además, las tías siempre han sido muy comodonas con eso del activismo…

—Ya habló la escéptica… —le espeta Alicia molesta—. De verdad, me encantaría haberte conocido cuando tú eras la activista…

—Es que por aquel entonces tú aún andarías aprendiéndote el abecedario, Ali —le espeta guasona. Ali tuerce el labio rezongando.

—Haya paz, chicas —les digo siguiéndoles la broma y levantándome de la silla para ir en busca de la blanqueta.

Una charla continua nos acompaña durante el resto de la comida. Las tres dicen lo bueno que está todo mientras mastican a dos carrillos y a Ruth se le pone cara de orgullo al oír los cumplidos que me dedican. Me mira poniendo ojitos y me besa, lo que provoca una sonora carcajada por parte de Pilar.

—¡Qué fuerte me parece! —exclama sin poder contener la risa—. ¡Ruth también sabe ponerse ñoña!

Ruth achina los ojos y mira a Pilar con cara de pocos amigos.

—¡No soy ñoña! —le dice—. Sólo soy… cariñosa.

—Ya, ya,… —me mira—. Venga, Sara, admítelo, ¿a que cuando estáis solas parece que se ha escapado de una peli de Meg Ryan?

Mi única respuesta es echarme a reír. Ruth finge fastidio.

—Sara, por favor, que una tiene que mantener su reputación…

—Pues la estás perdiendo, lo siento —le digo sin dejar de reír.

—En fin… —suspira Ruth levantándose y comenzando a recoger los platos—. ¿Quién va a querer café?

—Yo solo —pide Ali.

—Yo con leche —le sigue Pilar.

—Yo como tú sabes, amor, cariño, corazón —le digo yo en el tono más ñoño que puedo para hacerla rabiar. Ella me suelta una colleja.

—¡Au! —grito—. No, Ruth no es ñoña pero sí muy brutita, la pobre… —me quejo tocándome la nuca.

—¡Tú sigue así y verás…! —grita desde la cocina.

—¡Ay! —dice Alicia de repente como si recordara algo—. ¿Sabéis qué me pasó el otro día en la asociación?

—¿El qué? Cuenta —le dice Pilar interesada.

—Bueno, pasar no pasó nada pero hablé con una chica que me contó algo que me sorprendió.

—¡Pero cuéntalo de una vez, leche! —le pide Pilar impaciente.

—Pues nada, hay una chiquita que se ha pasado ya varias veces por allí y siempre charla un rato conmigo. El otro día me dice que si me puede contar una cosa y yo le digo que claro. Entonces me cuenta que, bueno… —Ali titubea—. Que ella siempre se ha considerado lesbiana pero que… últimamente… pues había conocido a un chico y que eran muy amigos y que creía que le estaba empezando a gustar —nos explica con cara de circunstancias—. Pero claro, estaba hecha un lío porque a ella nunca le habían gustado los tíos y no entendía por qué le gustaba este. Además, estaba preocupada por qué dirían sus amigas si se enterasen…

—¡Ichs! ¡Un tío! —exclama Pilar esbozando una mueca de disgusto. Mi expresión no varía sino que continuo mirando a Alicia con atención.

—Y yo, claro, no sabía qué decirle porque yo… Bueno, a mí nunca me han gustado los tíos y nunca me he planteado esa posibilidad… Pero la tía estaba hecha un lío, el chico en cuestión le gustaba mucho y creía que ella a él también pero parecía preocuparle mucho cómo pudieran reaccionar sus amigas…

—¿El chico sabe que ella es lesbiana?

—Sí —contesta tajante.

—A ese lo que le pasa es que le pone lo del rollo bollo y piensa que se puede montar un trío —sentencia Pilar arrugando el morro. Alicia la mira acusadora.

—¡Eso no lo sabemos, Pilar! —la increpa duramente—. No todos los tíos son unos salidos. Alguno habrá normal… Vamos, digo yo…

—No me puedo creer lo que estoy oyendo —dice Ruth entrando en el salón con la cafetera en la mano—. ¡Alicia Martínez no piensa que todos los tíos sean unos salidos! Quién te ha visto y quién te ve, Ali…

—¿Y tú qué le dijiste? —le pregunto yo obviando la salida de Ruth.

—Es que no sabía qué decirle —Ali se encoge de hombros—. Es que no sé… Por eso os lo cuento… Me dejó muy sorprendida…

—A ese chico le pasa lo mismo que a David contigo. Le pone su amiguita bollera y quiere demostrarle que lo que le hace falta es una buena tranca… —el tono de Ruth hacia Ali es de advertencia mientras nos va sirviendo los cafés.

—Ruth, ese no es el caso —la interrumpo obviando que a Ali le ha cambiado la cara cuando se ha mencionado a David—. Es ella quien siente algo por él y no sabemos si él ha intentado algo o no. ¿Te lo dijo, Ali?

—¿Que si el chico había intentado algo con la chica? No, no —se apresura a explicar Ali—. El chico no había hecho nada.

—¡Ufff!, menos mal —dice Pilar—. ¡Por favor, qué asco! —murmura para sí.

—¡Joder! ¡Normal que a la pobre chica le preocupe lo que digan sus amigas! ¡Mirad cómo os ponéis vosotras! —dice Ali fastidiada.

—Yo no —le digo mirándola a los ojos.

—Lo que me extraña —comienza Ruth— es que no fueras tú la escandalizada. ¡Ja! Con el desprecio con el que los llamabas varoncitos… Pero claro, como ahora tienes un amigo hetero…

—A mí es que siempre me han dado muy mal rollo las bisexuales… —comenta Pilar. Que si ahora de un lado, luego de otro… Siempre sin acabar de decidirse…

—Nadie ha dicho que la chica esa sea bisexual —intenta aclarar Alicia.

—Pero si se está planteando algo con un tío es porque lo es —repone Pilar.

—¡Pero no ha hecho nada! —dice Alicia removiéndose en su asiento nerviosa.

—Vamos a ver —intervengo yo—. Son cosas que pasan. La bisexualidad existe y no siempre es una fase pasajera. No entiendo esa puta manía de pensar que los bisexuales somos promiscuos y poco de fiar. —En el mismo momento en que me doy cuenta de que he empleado un plural mayestático sé que he metido la pata hasta el fondo. Por el rabillo del ojo veo que Ruth se yergue en la silla como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Trato de hacer caso omiso—. Ni entiendo cómo en el ambiente podemos ser tan intolerantes con algo que nos toca tan de cerca. Las personas nos podemos sentir atraídas por ambos sexos, es una cuestión de química, de piel, yo qué sé… Pero no, la mayoría de la gente piensa que un bisexual es un vicioso o un cobarde hipócrita y no es así… —intento continuar pero la cara que está poniendo Ruth a mi lado logra desconcentrarme.

—Perdona —dice aprovechando mi pausa e inclinándose hacia la mesa con gran ceremonia. Y su tono ya denota que sus palabras van a estar cargadas de ironía—. Hay algo que no he entendido bien. ¿Por qué has utilizado la primera persona del plural? ¿Es que tú eres bisexual?

—Sí, Ruth —admito mirándola con toda la seriedad que puedo—. Soy bisexual.

—No, no, si no lo digo por nada. Pero me parece que se te había olvidado comentarme ese pequeño detalle —me dice en un tono de aparente inocencia que no oculta un palpable enfado. Pilar y Alicia se miran la una a la otra sorprendidas del giro que ha tomado la conversación.

—Pues quizá no lo había hecho porque suponía que tendrías una reacción así. Pero te dije que estuve a punto de casarme con un tío y de eso no hace tanto tiempo —le digo completamente a la defensiva.

—Sí, bueno, como muchas tías que tardan años en darse cuenta que los tíos no son lo suyo. Pero pensé que ya tenías las cosas claras —su expresión me empieza a preocupar. Sé que se está conteniendo porque Pilar y Alicia están delante.

—Y las tengo, Ruth. Tengo las cosas muy claras. Por eso sigo aquí contigo —la ataco.

Ruth deja de mirarme. Acaba su café y parece dar por terminada la conversación. Al menos momentáneamente. Pilar y Alicia permanecen calladas.

—¡Uy! —exclama Ruth de repente—. ¿Sabéis qué me apetece? Un heladito. Creo que me voy a acercar al Vips a por uno —anuncia levantándose—. Pilar, ¿me acompañas?

—Eerr —balbucea la aludida sin saber dónde mirar.

—Venga, ponte la chaqueta —le ordena Ruth poniéndose la suya. Luego nos mira a Alicia y a mí—. No os preocupéis, traeremos para todas —añade en un tono insoportablemente sarcástico.

Cuando las veo desaparecer por la puerta pongo los ojos en blanco con exasperación. Luego me levanto y termino de recoger la mesa con muy mala hostia. Alicia, tímida, me ayuda a llevar las últimas cosas hasta la cocina.

—Lo siento —se excusa con pesar—. Sólo quería hacer un simple comentario, no pretendía que provocase una discusión…

—No es culpa tuya, Ali. Es Ruth, que a veces es más radical que los del foro de la familia… —le digo apoyándome de espaldas en la encimera de la cocina. Luego la miro con complicidad—. Pero déjame que te diga una cosa.

—¿El qué?

—Que el truco de «fulanita me ha contado» está muy visto… —le digo con una sonrisa comprensiva que no impide que Ali se ponga en guardia.

—¿Qué quieres decir?

—Que esa chica de la que hablabas eres tú…

Alicia no trata de negarlo. Sorprendida en sus intenciones, se da por vencida y agacha la cabeza en lo que tomo como un gesto de asentimiento.

—David, ¿verdad?

Un imperceptible «sí» sale de su boca. Sigue sin ser capaz de levantar la mirada.

—Vamos a sentarnos, anda —le propongo saliendo de la cocina.

Nos sentamos en el sofá. La preocupación y la contrariedad inundan el rostro de Ali. Como veo que no se arranca a hablar lo hago yo.

—¿Qué es lo que pasa exactamente? ¿Te gusta David? ¿Te atrae?

—No lo sé… Sí… Supongo… —levanta la cabeza y me mira—. Es que no sé lo que está pasando. A mí siempre me han gustado las chicas. Jamás, ni siquiera cuando iba al instituto, me han gustado los chicos…

—Es que en el instituto los chicos no suelen ser muy interesantes —bromeo para distender su ánimo. Ali emite una débil risa.

—Tú ya me entiendes. Nunca me había planteado algo así. Tiene gracia que justamente a mí me pase esto… —suspira.

—¿Y qué es lo que te pasa exactamente?

—Pues no sé, Sara. Pasamos mucho tiempo juntos. ¡Joder, vivimos juntos! ¡Nos vemos todos los días! Y cuando no estamos juntos pienso en él constantemente… —gime. No parece que lo esté encajando muy bien.

—Pero ¿él te atrae? Físicamente, quiero decir.

Alicia calla y se me queda mirando.

—Sí —admite finalmente—. ¡Pufff! ¡Si supieras los sueños que he tenido últimamente…!

—¿Y tú le gustas a él?

—Creo que sí… No lo sé… —se mesa el cabello con ambas manos—. He estado pensando incluso en irme del piso.

—¿Por qué? —pregunto extrañada.

—¿Cómo que por qué? Para no verle, para que se me pase la tontería, para quitármelo de la cabeza…

—Eso sería lo peor que podrías hacer —declaro tajante.

—No lo creo —insiste ella.

—Mira, Ali, ya me has oído antes. Sé lo que sientes. Yo me he sentido así muchas veces… —me mira incrédula—. Bueno, a lo mejor no exactamente así pero de un modo muy parecido —hago una pausa para observar el rostro contraído de Alicia. Bajo todo ese barniz de inusual madurez no deja de tener diecinueve años. Es normal que se sienta hecha un lío—. Lo que te quiero decir es que la sexualidad no es un compartimento estanco del que una vez se ha entrado no se puede salir. No vas a ser más promiscua ni más hipócrita por sentir deseo por un hombre. A ti te han gustado las chicas, has salido con ellas y has disfrutado. Ahora has conocido a David, te parece una persona interesante y estás sintiendo atracción por él. ¿Qué tiene de malo?

Señala hacia la mesa como si Pilar y Ruth todavía estuvieran allí.

—¡Ya lo has visto! Sólo mencionar que una lesbiana pueda sentir algo por un tío y han empezado a poner cara de asco… ¿Qué cara van a ponerme si al final pasara algo entre David y yo?

—Que pongan la cara que quieran —sentencio con indiferencia—. Es su problema, no el tuyo —me muerdo el labio y suspiro—. Mira, a mí mi novio me dejó cuando se enteró de que era bisexual. Le importó una mierda lo enamorada que estuviera de él o la fidelidad que le demostré continuamente. Y hoy en día hasta puedo llegar a entender que un hetero con prejuicios ponga el grito en el cielo. Lo que me repatea el hígado es que lo haga alguien a quien se le llena la boca de pedir tolerancia a la gente que le discrimina por su sexualidad. Eso es ser hipócrita y no el ser bisexual…

—Pero Sara… —gimotea Alicia—. ¿Y si me estoy confundiendo? ¿Y si simplemente es que David me cae bien? Además, yo nunca he estado con un tío, no sabría qué hacer… —dice Alicia completamente embarullada en su discurso.

—Ali, el sexo es sexo lo hagas con quien lo hagas. Ese no es un problema, créeme…

—Pero…

La puerta del piso abriéndose nos interrumpe. Ruth y Alicia vuelven con los helados. Ruth nos lanza al regazo un Mágnum a cada una mientras muerde el suyo con gesto de indiferencia. Seguro que se ha pasado el rato despotricando con Pilar sobre lo que he dicho un rato antes. Como si lo viera. Alicia, a mi lado, se recuesta sobre el respaldo del sofá, resignada a que la conversación que manteníamos no va a continuar. Ruth acerca una silla a donde estamos, se sienta a horcajadas sobre ella y enciende la televisión. Pilar también se sienta en una de las sillas pero se queda junto a la mesa. La tensión de antes regresa con ánimos renovados. Alicia lo nota y, supongo que pensando que ya tiene bastante con lo suyo, decide que es el momento de hacer mutis por el foro.

—Bueno, chicas, yo me voy. Muchas gracias por la comida —dice al tiempo que se levanta del sofá.

—De nada, mujer —le contesta Ruth en tono amigable—. Muchas veces.

Pilar también se levanta de la silla algo desorientada.

—Yo creo que también me voy a ir, que he quedado con Pitu —declara acabando de comer su helado.

Ruth y yo nos ponemos de pie para despedir a ambas. Besos y despedidas se suceden por espacio de un minuto hasta que las dos salen por la puerta, imagino que aliviadas de no estar presentes cuando estalle la tormenta. Tras cerrar Ruth y yo volvemos al mismo sitio en el que estábamos, ella a la silla y yo al sofá. Espero un rato a ver si me dice algo pero al ver que no lo hace, soy yo la que abro la boca.

—¿No piensas hablarme?

—Sí, claro, ¿por qué no iba a hablarte? —responde mirando al televisor y mordiendo el palo del helado.

—No me puedo creer que te hayas enfadado por algo tan absurdo —le digo riéndome descreída.

—Enfadada no es la palabra. Contrariada, diría yo —puntualiza lanzándome una mirada ofendida—. Después de seis meses no esperaba que me salieras con esto. Ahora va a resultar que voy a tener que preocuparme de si me dejas por un tío… —refunfuña volviendo a mirar al televisor—. Porque claro, ahora como resulta que también te ponen los tíos… —añade con una risita jocosa.

—Pues entonces es la misma preocupación que yo puedo tener. Tú me puedes dejar por otra tía —contraataco.

—Pero tú tienes el doble de posibilidades… —dice sin mirarme.

—¿Qué clase de mierda es esa? —grito irritada—. ¡Haz el favor de mirarme! —Ruth gira la cabeza y me mira retadora—. A ver si se te mete una cosa en esa dura mollera que tienes. Yo estoy contigo. Quiero estar contigo. Jamás he dejado a nadie por otra persona. Podría pasar, no lo niego. Pero también te podría pasar a ti. Y si tanto te molesta el que me gusten o me dejen de gustar los tíos, dímelo ahora porque no me apetece pasar de morros los cuatro días que voy a estar aquí. Es más, si tanto problema te supone, dímelo y le pongo remedio rápidamente —le espeto ya totalmente fuera de mí.

Al decir esto vuelvo a ver en Ruth esa expresión de pánico que ya vi aquella vez en que quise aclarar las cosas. Pero antes de que pueda decirme algo, me levanto del sofá y me voy al dormitorio a echarme un rato en la cama.

En ningún momento Ruth hace algún intento de hablar conmigo.

Afuera ya está anocheciendo. Aunque al principio sólo di vueltas en la cama tratando de controlar mi furia al final he acabado quedándome dormida. Al despertarme me vuelve a venir a la cabeza la discusión con Ruth y el enfado regresa a mi ánimo. Me aburren estas situaciones. En treinta y dos años me he acostado con hombres y con mujeres. Y, la verdad sea dicha, han sido más las ocasiones en que lo he hecho con mujeres. Y en treinta y dos años me he enamorado muy pocas veces. Una de ellas fue de un hombre. Ni lo esperaba ni lo buscaba pero sucedió. Y, si bien es cierto que desde entonces he centrado mis deseos en las mujeres, sé que es algo que podría sucederme de nuevo. Podría sucederme en una hipotética situación en la que yo no saliera con nadie y conociera a un hombre que me resultara atractivo e interesante, que me aportara todas esas cosas que busco en una persona. Sin embargo, esa no es la situación en la que estoy ahora. Ahora estoy con Ruth, estoy enamorada de ella y en una situación como esta soy incapaz de plantearme estar con otra persona, sea hombre o mujer.

Recuerdo la expresión de Pablo cuando se enteró de mi ambivalente orientación y al compararla con la reacción de Ruth esta tarde veo el mismo miedo y la misma incapacidad para comprender. Veo las mismas ideas equivocadas y arquetipos repetidos. Ese pavor cerval a que los deje por una persona del sexo al que no pertenecen. Pablo tenía el antecedente de su exnovia, Ruth ese recelo tan propio de las lesbianas de que una bisexual las dejará por un tío en cuanto se canse de experimentar. Me río sin ganas pensando que debería ser yo la desconfiada, conociendo como conozco la voracidad sexual de Ruth que, unida a su pánico a la pareja, ha hecho que se haya pasado los últimos años levantándose de la cama cada fin de semana con una tía distinta.

Mientras yo pienso todo esto, me llega el sonido de la televisión. Ruth sigue allí. Ignoro si durante el tiempo que he estado dormida se ha acercado al dormitorio. Aunque intuyo que no. No dará su brazo a torcer tan fácilmente y menos si está tan convencida de tener razón. Pero yo no pienso moverme de aquí hasta que ella venga a decirme algo. Yo también tengo mi orgullo.

El tiempo pasa y Ruth no aparece por la habitación. Y yo voy acumulando mala leche a cada minuto que pasa. Estoy a punto de levantarme cuando la siento levantarse del sofá. Oigo sus pasos acercándose y vuelvo a hacerme la dormida. Ruth se tumba en la cama y acerca su cuerpo al mío con cuidado. Siento su respiración en el cuello mientras comienza a acariciarme el cabello.

—Nenita, ¿vas a dormir toda la tarde? —me pregunta con voz increíblemente tierna al tiempo que me besa en la mejilla. Yo aún me hago la dormida un poco más—. ¡Ey! —me menea con suavidad—. Son más de las ocho…

Finjo despertarme y me giro hacia ella. Me la quedo mirando. Ella responde a mi mirada con una risita nerviosa.

—Dime una cosa, Ruth —comienzo—. ¿Las cucamonas son porque sabes que te has pasado o porque piensas que si no me las haces no vas a follar en todos estos días?

—¡Joder! —exclama ella con fastidio separándose un poco de mí—. Qué desagradable eres a veces…

—Desagradable no, realista. Es que parece que vienes en son de paz sólo para asegurarte el polvo de esta noche. Las cosas no funcionan así. Te has pasado tres pueblos antes, Ruth. No era para ponerse como te has puesto —le digo incorporándome.

—¿Cómo que no era para ponerse así? Después de seis meses me vienes con esto y sólo porque se te ha escapado… ¿Cuándo pensabas contármelo?

—Vale —admito—. Te lo tenía que haber contado antes pero pensé que sabiendo lo de Pablo te lo habrías imaginado…

—Ya te he dicho que no, muchas mujeres se han casado o se iban a casar y luego han descubierto que eran lesbianas —se defiende ella incómoda.

—Pero no era para dejarme de hablar. Y menos delante de estas… —le reprocho.

—No he podido evitarlo…

—No he podido evitarlo, no he podido evitarlo —repito con acritud—. ¿Alguna vez te paras a pensar las cosas antes de hablar?

—Oye, si quieres discutir otra vez no cuentes conmigo —espeta ella molesta haciendo ademán de levantarse de la cama. Yo la retengo por el brazo.

—No quiero discutir, quiero hablar. Y dejarte las cosas claras. Seguro que ya te has estado emparanoiando y pensando que te voy a acabar dejando por un tío —afirmo. Ruth calla—. Mira, ya he pasado por esto una vez y no quiero volver a caerme con todo el equipo. Si tanto problema te supone prefiero que me lo digas ahora —la miro esperando una respuesta. Ruth mantiene la cabeza gacha. La cojo por la barbilla y se la levanto—. ¿Ruth?

Ella se deshace de mi mano y mira hacia otro lado.

—Supongo que puedo acostumbrarme —dice finalmente—. Qué remedio me queda… —murmura con desgana.

—¿Qué remedio te queda? Podrías dejarme —le digo categórica.

Pero es al escuchar eso cuando Ruth vuelve a girar la cabeza y me mira fijamente a los ojos.

—No quiero dejarte —sentencia con un aplomo y una seguridad que consigue sorprenderme. No puedo evitar esbozar una leve sonrisa.

—Me alegra escuchar eso —le digo—. Porque yo tampoco quiero que me dejes.

El semblante de Ruth cambia de súbito. A veces es como una niña, cambiando de estados de ánimo con esa facilidad tan pasmosa. Ahora es como si nada hubiera ocurrido. Se la ha olvidado la discusión, se le ha olvidado el enfado. O lo está obviando. Lo deja a un lado.

—En fin… —suspira—. ¿Salimos esta noche o quieres quedarte en casa? —me pregunta. Por un momento me recuerda a un perrillo que después de recibir una regañina menea el rabo y saca la lengua, contento de poder jugar otra vez.

—Me da igual —me encojo de hombros—. Podemos salir un rato y volvernos pronto.

Ruth sonríe y me da un beso. Luego me abraza y las dos nos recostamos de nuevo sobre la cama. La mantengo abrazada a mí y miro al techo más calmada. Contenta también de haber dado por terminada la discusión. De momento. Porque intuyo que, pese a todo, un miedo más acaba de engrosar la ya larga lista de Ruth.