Interludio

—¿Y qué cara pusieron cuando se lo dijiste?

—Imagínate, Ruth casi se cae de la silla de la impresión. No hacía más que quejarse porque me caso con una chica a la que ella no conoce. Pero sé que se alegra mucho.

—¿Y los demás?

—Los demás también.

—¿También se cayeron de la impresión?

—No, bobita, también se alegraron mucho. Les hace una ilusión tremenda ir a su primera bolloboda.

—¿Le pediste a Ruth que fuera tu testigo?

—Sí, claro. Y aceptó encantada. Me dijo que así tendría más autoridad para perseguirte hasta el fin del mundo si se te ocurría tratarme mal.

—Ya le diré yo que no hará falta que se vaya tan lejos.

—¿Ah, no? ¿No me vas a tratar mal?

—No, mi niña, te voy a tratar como a una reina. Te lo prometo.

—¿Y tu hermana qué ha dicho de lo de ser testigo?

—Pues no es que se haya puesto a dar saltos de alegría pero ha dicho que sí. Mis padres son los que más han arrugado el morro.

—Pero si a ellos no les importa que entiendas, ¿no?

—Ya, Pilar, pero una cosa es que no les importe y otra que les haga gracia que su hija vaya a casarse con otra mujer. ¡Nada menos que casarse! Me dijeron que por qué no nos podíamos limitar a vivir juntas, que no hacía falta ir tan lejos.

—¿Y tú qué les dijiste?

—Que claro que hacía falta. Que ahora que teníamos el derecho de hacerlo y habíamos decidido ejercerlo no sólo es porque nos queramos sino por una cuestión práctica, para tener las mismas ventajas que tienen ellos. Y ya me puse un poco cáustica y les dije que así me aseguraba de que si me pasaba algo no iban a intentar hacerte la vida imposible por las cuatro mierdas que yo pudiera dejar.

—¡Qué bruta eres algunas veces, cariño!

—Joder, Pilar, no es ser bruta sino realista. Yo quiero mucho a mis padres pero estoy convencida de que si me llegara a pasar algo ellos querrían meter baza y si no estamos casadas reclamarían mis pertenencias rápidamente sin importarles que también sean tuyas.

—Pero cielo, el piso es tuyo…

—Eso ya lo arreglaremos, Pilar. Pero quien habla del piso habla de cualquier cosa, el coche, los muebles, el dinero… Y si algún día tenemos un hijo… Pufff, prefiero no pensarlo…

—Joder, cuando les conocí no me parecieron ese tipo de personas…

—Porque cuando les conociste aún no habíamos dicho nada de casarnos. Sólo eras la novieta de su hija, ahora serás su nuera. Y para ellos lo del matrimonio ya son palabras mayores.

—¿Van a ir a la boda?

—Me han dicho que se lo están pensando. Pero estoy segura de que al final irán… ¿Y los tuyos? ¿Se lo piensas contar algún día?

—¡Pufff! Sabes que lo mío es un pelín más complicado. No creo que encajen bien de un solo golpe el que su hija sea lesbiana y que se case con su novia…

—Pues te queda poco tiempo. Diles ahora que entiendes y después, cuando ya tengamos fecha, les dices que te casas…

—No sé… No me convence la idea…

—Tú verás, cielo, pero tarde o temprano se acabarán enterando.

—Puede que sí y puede que no. En todos los años que llevo en Madrid nunca han venido a verme, ya lo sabes.

—Bueno, pero sabes que si lo necesitas puedo estar contigo cuando se lo digas, ¿no? Sólo tienes que decírmelo, nos cogemos el coche y nos plantamos en tu pueblo en un santiamén…

—Lo sé, cariño, pero de momento prefiero esperar…

—Como tú lo veas…