Alguien llama a la puerta con unos golpes rítmicos que a ti se te antojan divertidos. Abres y te encuentras con Ruth y otra chica a la que rápidamente identificas como Sara. ¡Vaya! ¿Así que esta es la famosa Sara? No puedes evitar echarle un vistazo de arriba abajo con curiosidad. Sin duda Ruth tiene buen gusto. Es más de lo que te imaginabas. Es guapa, sí, claro, de Ruth no te puedes esperar otra cosa. Sin embargo lo que llama la atención de ella es un atractivo que no está sólo en el físico. Desprende algo. Algo magnético. Las dejas pasar con la satisfacción de la anfitriona. Ruth te da dos besos y, a continuación, te presenta a Sara.
—¡Bienvenidas al cuartel general de las Chicas en Acción! —exclamas con orgullo tras las presentaciones.
Ambas echan un vistazo en derredor con curiosidad, como esperando que les expliques todo. Tú no las haces esperar.
—Esto es como una especie de recepción. Aquí tenemos una pequeña biblioteca —señalas una estantería con libros—, los folletos informativos y esas cosas. Allí al fondo —tu dedo índice señala un recodo al fondo de la estancia— tendremos una pequeña cocina con un frigorífico para poder servir bebidas, preparar infusiones, cafés y esas cosas… Vamos abajo, os enseñaré nuestro salón de actos —te lanzas escaleras abajo, ellas te siguen obedientes—. Aquí haremos charlas, reuniones y videofórums. Hay unas quince sillas pero también tenemos colchonetas por si acaso se junta mucha gente…
—¿Vais a tirar a la gente por el suelo? —te pregunta Ruth con su sorna habitual.
—¡Mujer! No es que las vayamos a tirar por el suelo pero por experiencia sé que cuando hay alguna peli interesante no hay sillas para todas…
—¡Aaah! —exclama Ruth sin perder su ironía.
—Bueno, ¿qué os parece?
Ambas asienten pero es Ruth quien habla.
—Está muy bien, nena. Os lo habéis montado muy bien… —luego te mira capciosa y te pregunta—: ¿Los del GYLA qué dicen de esto?
Respondes a su mirada inquisitiva con facilidad. La conoces lo suficiente como para saber por dónde va a salir.
—Las chicas del GYLA están entusiasmadas con la idea. Ya sabes lo que pasa en los colectivos mixtos, los hombres siempre llevan la voz cantante y las mujeres echan de menos un espacio sólo para ellas…
—Bla, bla, bla… O sea que pasan de todo esto… —afirma Ruth echándose a reír. La miras a los ojos con complicidad.
—No seas mala, Ruth —la reprendes cariñosamente—. Hay gente que nos está ayudando mucho —le dices subiendo de nuevo hacia arriba—. Una de las del grupo de mujeres del GYLA nos ha cedido una televisión y un dvd para los videofórums…
—¿Implicadas con el proyecto cuántas estáis? —te pregunta.
—La ejecutiva está formada por cinco mujeres.
—Y tú de presidenta, ¿no? —pregunta volviendo a reír.
—Sí —admites—. Pero si la cosa funciona habrá elecciones periódicas. No queremos abusos de poder…
—Oye —dice Sara—, siento interrumpir pero tengo que ir al baño, ¿dónde está?
—Abajo —contestas—. La puerta del fondo.
—Ahora vengo —dice Sara antes de bajar las escaleras. Ruth y tú os quedáis en silencio hasta que desaparece.
—Bueeeno —comienzas a decir con expresión pícara—. ¿Qué tal?
Ruth agacha la cabeza y esquiva tu mirada.
—Bien, bien. Ya ves… —responde huidiza.
—¿Sólo bien? Tía, que en el puente aéreo ya te deben de tutear…
Ruth sonríe tímidamente. Notas que no le hace mucha gracia hablar del tema.
—Schhhhh —es lo único que dice.
—¡Venga, Ruth! ¿Qué pasa? ¿Todavía no le has dicho que lo de tus reuniones de trabajo no son más que pantomimas para ir a verla?
Los ojos de Ruth se abren desmesuradamente.
—¡Cállate! ¡A ver si te va a oír!
—¿Aún no se lo has dicho? —le preguntas sin poder contener la carcajada—. Tía, empiezas a preocuparme… Esto debe de ir en serio…
—¡Vete a la mierda, Ali! Es sólo que… —mira al suelo, a sus zapatos—. No sé. No quiero que se lleve una idea equivocada…
—¿Y qué idea equivocada se va a llevar? Te mola y le molas. No veo para qué tanto misterio…
—Yo me entiendo, Ali…
—Pues debes de ser la única porque yo hace tiempo que me perdí contigo…
Notas a Ruth rara. Incómoda. Casi nunca quiere hablar de Sara pero cuando se refiere a ella no lo hace con el escepticismo y desapego que le has escuchado en tantas otras ocasiones. Hay algo distinto en su mirada cuando habla de ella. Aunque rápidamente quiera volver a aparentar frialdad. La Ruth que sale con unas y con otras es despreocupada y cínica. La Ruth que está apareciendo últimamente es comedida y callada. Te imaginas lo que le debe de estar pasando y en tu interior te regocijas al darte cuenta de que la torre más alta que conocías se está derrumbando poco a poco. Y ya iba siendo hora de que Ruth volviera a poner los pies en la tierra y abandonase su pedestal.
Escucháis la puerta del baño y pasos que comienzan a subir las escaleras. Ruth alza las cejas en señal de que vuelve a cambiar de actitud y que más te vale a ti hacer lo mismo y seguirle la corriente.
—Y con las chicas con las que has montado esto, ¿qué tal?
—Fenomenal. Nos llevamos todas muy bien. Hay muy buen rollo.
—¿Buen rollo? —vuelve la Ruth irónica—. Ten cuidadin, Alicia, bonita, que ya sabes lo que pasa cuando se juntan más de dos lesbianas… Antes de que haya pasado un mes ya se han enrollado las unas con las otras… Y no es bueno mezclar los rollitos personales con el activismo…
Sara ha llegado hasta vosotras y se sitúa de nuevo junto a Ruth mirándoos con curiosidad.
—¿De qué habláis? —os pregunta, interrogante.
—Ruth y sus teorías sobre el ambiente —le dices con media sonrisa.
—Teorías empíricamente demostradas, nena. Entre lesbianas el concepto sólo amigas pierde todo su significado en cuestión de semanas… Si es que somos lo puto peor… —exclama sonriendo y rodeando la cintura de Sara con el brazo.
Aunque te sorprende lo que estás viendo en Ruth, decides hacer caso omiso y rebatirle su radical punto de vista.
—¡Yo tengo muchas amigas lesbianas con las que no me he enrollado! —exclamas ofendida.
—¡Porque andas tan ocupada en soltarles el rollo político que no te enteras de nada! Seguro que tienes por ahí a más de una coladita por tus huesos y tú como quien oye llover… —se echa a reír—. ¿Hace cuánto que no te lías con nadie?
—No llevo la cuenta, Ruth. Tampoco es algo que me preocupe —aseveras meneando la cabeza.
—Pues debería preocuparte. De hecho a mí me preocupa que un buen partido como tú esté demasiado tiempo en circulación… —te dice guiñando un ojo.
—¿Y qué culpa tengo yo de no haber conocido a ninguna chica que me gustara? —preguntas encogiéndote de hombros.
Unos nuevos golpes en la puerta metálica interrumpen vuestra conversación. Debe de ser David. Al abrir te lo encuentras apoyando las manos en el marco de la puerta y esperando que le abras con su sonrisa de niño malo.
—¡Bueeeeeenas! —exclama retirando las manos del marco e irguiéndose—. Traemos el frigo —señala echando el pulgar hacia atrás, hacia una furgoneta de la que se está bajando una chica con pelo cortado al uno y expresión de enfado permanente.
Miras el atuendo de David, un peto vaquero con los tirantes desabrochados y una camiseta de esas de capa sobre capa. Alzas una ceja en señal de interrogación.
—Espero que hayas traído otra ropa…
David te da unos amistosos golpecitos en el hombro y se ríe con guasa.
—Tengo el traje en la furgoneta. Me dejarás cambiarme aquí, ¿verdad? —pregunta guasón guiñándote un ojo—. Bueno, vamos a meter el frigo.
David se acerca a la furgoneta y tú te apartas de la puerta, volviendo junto a Ruth y Sara, para dejarles sitio.
—¿Quién es ese? —te pregunta Ruth.
—David, uno de mis compañeros de piso.
—¡Ah! —Ruth parece recordar—. El que me dijiste que iba a estar vigilando la zona vip de la fiesta del festival… Pues los chicos se lo van a rifar —apunta divertida. Tú meneas la cabeza.
—Se quedarán con las ganas. Es hetero.
Ruth se gira hacia ti con cara de sorpresa.
—¡Alicia! —exclama—. ¿Qué hace una chica como tú viviendo con un varoncito hetero? —pregunta jocosa.
—¿Y por qué no? —preguntas extrañada.
Ruth te mira alzando la ceja con incredulidad. Tarda unos segundos en volver a hablar.
—Ali, siempre has puesto a los tíos heteros a caer de un burro… Bueno, a los heteros y a la mayoría de los gays… Perdona pero si ya me extrañó que te fueras a compartir piso con una panda de mariquitas plumíferas más me sorprende saber que también hay un hetero entre ellos…
—Surgió así, Ruth —le explicas—. Nos faltaba un compañero para una de las habitaciones y David es el primo de Manu, otro de mis compañeros. Volvía de Londres por esas fechas y buscaba un sitio en el que quedarse. Vino a ver el piso, hablamos y me cayó bien. No es el típico hetero, créeme. A mí tampoco me hacía mucha gracia la idea pero me pareció un tío legal…
Ruth se encoge de hombros.
—No, si me parece bien… Al menos te vas dando cuenta de que hay tíos que no son unos cenutrios… Pocos, claro, pero alguno hay —añade echándose a reír.
En ese momento David y la otra chica están intentando hacer pasar el frigorífico por la puerta del local. Las tres os apartáis para dejarles paso. Lo arrastran hasta el recodo del fondo y desaparecen tras él. Minutos después David reaparece con gesto triunfal.
—Ya está encendido y listo para usarlo, Ali. Voy a coger el traje de la furgo y me bajo a cambiarme al baño —anuncia saliendo por la puerta.
La chica con cara de enfado sale también de detrás del recodo.
—Bueno, yo me voy —es lo único que dice antes de desaparecer por la puerta.
—¿Y esa quién es? —te pregunta Ruth con sorna.
—Una del GYLA. No es de hablar mucho…
—¡Una gran conversadora, sí, señor! —exclama David entrando de nuevo en el local con su traje en la mano y cerrando la puerta—. ¡Desde el Barrio del Pilar hasta aquí sin abrir la boca! Ni música ha puesto la tía…
Todas os echáis a reír.
—Bueno, David, mira, estas son Ruth y Sara.
—¿Qué tal, chicas? —les pregunta dándoles dos besos a tus amigas—. ¿Vais a estar luego por la fiesta?
—Sí, claro, no nos lo vamos a perder por nada del mundo.
—Pues nos veremos por allí. Me bajo a cambiarme. ¿Nos dará tiempo a cenar algo antes de ir para allá? —pregunta ya dirigiéndose sólo a ti.
—Sí, claro, tenemos tiempo de sobra.
David asiente y desaparece escaleras abajo. Ruth hace un mohín.
—Parece majo… —se ríe para sí—. ¡Qué fuerte! Ali viviendo con un tío hetero…
Le das una colleja riéndote tú también.
—Joder, Ruth, que tampoco es tan raro… En fin, os veo luego en la fiesta, ¿no?
—Sí, ahora nos vamos a buscar a Juan y Diego y a picar algo… ¿Nos vas a conseguir copichuelas gratis?
—Tranquila, Ruth, tu alcoholismo está a salvo. Me han dado un montón de tickets para copas…
—La verdad es que teniendo esto no sé cómo tienes ganas de seguir liada con el festival del GYLA… —te dice ya saliendo—. Pero bueno, cada una se tortura como quiere…
—¡Venga, largaos! —les dices fingiendo un enfado poco convincente—. ¡Luego nos vemos!
A medianoche la fiesta del Festival de Cine Gay en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes se encuentra en pleno apogeo. Hay gente por todas partes y el suelo tiembla con los graves de la música. Performances y extravagantes desfiles se llevan sucediendo toda la noche en el escenario que hay en un extremo. En otro extremo se ha acordonado una zona para los invitados vip. Actores y directores discretamente reconocidos en sus países de origen pero que aquí han alcanzado la categoría de estrellas dadas las circunstancias. David guarda con celo la entrada, cuadrándose ante todo aquel que intenta pasar sin la acreditación correspondiente aunque algunos, tal y como predijera Ruth, tan solo se acercan para tratar de ligar con él.
—Al final voy a tener que replantearme las cosas —te comenta David una de las veces en las que te acercas a hablar con él—. Se me han acercado chicos muy guapos… —dice guiñándote un ojo.
—Tú mismo, chaval. Pero ya sabes lo que dicen… El que prueba repite…
Ambos os echáis a reír con ganas.
—No sé… Creo que me gustan demasiado las chicas.
—Mira, como a mí —le dices dándole un pequeño golpe en el hombro y una sonrisa guasona—. ¿Quieres tomar algo?
—Una coca, por favor.
—¿Sólo coca-cola? ¿No quieres una copa?
David menea la cabeza.
—No, estando aquí no quiero beber… —le guiña un ojo—. No vaya a ser que con el alcohol venga alguno y me convenza…
Lo miras alzando una ceja.
—¡Es broma, mujer! —Te coge la copa, huele el líquido de su interior y le da un breve sorbo—. La que no deberías beber eres tú… ¿Desde cuándo tomas whisky? Si decías que te sentaba fatal el alcohol…
—¡Bah! —haces un gesto de indiferencia con la mano—. Un día es un día, ¿no? Voy a por tu coca.
Rauda y veloz te acercas a la barra y llamas la atención de una de las camareras. Antes de que hayan pasado dos minutos regresas junto a David.
—Su coca-cola, caballero —le dices tendiéndole el vaso de tubo y el botellín del refresco.
—Gracias, Ali —responde él cogiendo ambas cosas y acabando de vaciar el contenido del botellín. Se lo coges de la mano para llevártelo a la barra.
—Voy a buscar a Ruth y a las demás. Luego vengo otro ratito a hacerte compañía.
—Por aquí andaré…
Te pierdes entre la gente pero enseguida das con Ruth y las demás. Ruth está besando a Sara, Pilar está junto a ellas hablando con Diego. Justo en ese momento aparece Juan con un par de copas en las manos. Le tiende una de ellas a Diego y, al verte, te rodea por los hombros y te besa en la sien.
—¿Qué tal, Ali? Por lo que se ve, la fiesta está siendo todo un éxito —te dice. Al oír hablar a Juan, Ruth se percata de tu presencia y deja de besar a Sara.
—¡Mi queridísima Alicia! —exclama con exagerada alegría.
—¿Ya te has quedado sin invitaciones para copas, Ruth? —le preguntas enarcando una ceja. Ruth, descubiertas sus intenciones, hace un mohín con la boca poniendo cara de cachorrita indefensa—. Venga, vente conmigo.
Ruth te engancha por el brazo y las dos os dirigís a la barra. Vuelves a llamar la atención de la camarera de antes y ambas pedís vuestras copas. Ruth un vodka con naranja para ella y ginebra con limón para Sara, tú un nuevo whisky con coca-cola.
—Nunca te había visto beber así —señala Ruth divertida—. Bueno, la verdad es que nunca te había visto beber… Como sigas a ese ritmo, vas a pillar una cogorza de las que hacen historia… —te dice viendo cómo apuras el cubata que tienes en la mano mientras la camarera ya te está sirviendo el siguiente.
—Que ya soy mayorcita, Ruth…
—Bueno, bueno, tú verás… —dice desentendiéndose del asunto.
Cogéis las copas y volvéis junto a los demás. Justo en ese momento, Pilar se despide. Es tarde y trabaja mañana. Os quedáis los cinco hablando animadamente. Te lo estás pasando muy bien. Bebes continuamente y cada cierto tiempo Ruth y tú volvéis a la barra a pedir más copas para todos. Pronto te quedas sin tickets de invitación. Por suerte ese momento coincide con la llegada de unas azafatas vestidas de vaqueras que están promocionando una nueva bebida. Os reparten pases de invitación que todos recibís con entusiasmo. Te fijas que en las cartucheras, en lugar de balas, llevan botellitas del mismo licor que están anunciando. La euforia alcohólica hace que se te antoje tener una. Tratas de cogerlas pero las chicas se resisten. Tonteas con ellas y poco a poco se van haciendo las suecas y dejan que cojas un par de ellas. Te las guardas en los bolsillos y te acercas a la barra para probar la nueva bebida.
Las copas van cayendo una detrás de otra mientras tu euforia va creciendo más y más. Te acercas a charlar con David cada poco rato. Ejerces de relaciones públicas con unos cuantos periodistas a los que conoces para hablar sobre el festival y lo que se espera de él. Vuelves con Ruth y los demás sólo para irte despidiendo de ellos poco a poco. Ruth y Sara son las últimas en irse. Luego te vas acoplando a diferentes grupos de personas que conoces. Vuelves con David. Vas a la barra a por otra copa. Hablas con la gente de la organización del festival. Te haces fotos. Ríes. Hablas. Bebes. Te sientes tan bien…
La cabeza te duele como si te la hubieran machacado con un martillo. Te cuesta abrir los ojos. Cuando lo haces la claridad de la estancia te hiere las pupilas. Enfocas la visión y ves que estás en una camilla rodeada de cortinas. Una sábana te cubre el cuerpo hasta el pecho. Miras debajo de ella y compruebas que lo único que llevas puesto son las bragas. Bueno, las bragas y la acreditación del festival. En ese momento te das cuenta de que estás en el hospital. Y lo peor es que no recuerdas cómo has llegado hasta aquí. En una silla, junto a la camilla, ves tu ropa. Con gran esfuerzo te levantas. El dolor de cabeza a punto está de hacerte perder el equilibrio cuando pones el pie en el suelo. Comienzas a vestirte. Compruebas que en los bolsillos sigues teniendo tu dinero y las llaves de casa. Estás ya casi vestida cuando una mano descorre la cortina.
—¿Ya te has despertado? —te pregunta un hombre que supones debe de ser médico. La reprobación de su voz te molesta. Parece que te esté regañando. Asientes con la cabeza a su pregunta—. Espera un momento aquí, voy a preparar tu alta.
El médico se va y te deja a ti haciéndote muchas preguntas. No recuerdas nada de lo que ha pasado. De lo único de lo que te acuerdas es de estar en la fiesta. Ni siquiera recuerdas cuándo saliste de ella. Ni con quién. Ni cómo llegaste al hospital. El médico vuelve con un papel en la mano que te tiende al llegar junto a ti.
—Tus amigos están en la sala de espera —te informa con acritud.
—¿Mis amigos? —preguntas tú cada vez más desorientada.
—Sí, tus amigos, se han pasado aquí toda la mañana —explica en un tono con el que parece querer que te sientas culpable.
Miras tu reloj de pulsera. Son más de las once. Vuelves a mirar al médico y le das las gracias. Te responde con un escueto «de nada» y se va por donde ha venido. Tú miras en derredor, buscando la salida. Te cuesta dar con ella. Y mucho más encontrar la sala de espera. Pero allí no hay nadie. Tal vez el médico se haya equivocado.
Caminando a través de interminables pasillos consigues llegar hasta la calle. El sol te hace entrecerrar los ojos. No sabes ni siquiera en qué hospital estás ni dónde está el metro más cercano. Echas a andar por la acera. No llevas ni un minuto caminando cuando, a lo lejos, divisas tres figuras que vienen en dirección contraria. Te fijas en que una de ellas lleva un bolso parecido al tuyo. Automáticamente haces un gesto como de ir a echar mano de él y te das cuenta de que no lo tienes. Te lo habrás dejado en el hospital. Vuelves a mirar a las tres figuras y en la que lleva el bolso parecido al tuyo reconoces a David. Comienzas a comprender. Junto a él están un chico al que no conoces e Itziar, una de las chicas del GYLA. Te quedas parada en la acera hasta que llegan hasta ti.
—¡Vaya, vaya! Encima que te traemos al hospital pensabas irte sin esperarnos… —te dice David en tono de guasa.
—¿Qué es lo que ha pasado? —le preguntas.
—Ahora dirás que no te acuerdas de nada… Joder, pues menudo susto nos has dado, guapa —dice echándose a reír.
—Yo soy Alex —te dice el chico al que no conoces dándote dos besos—. Me alegro de que ya estés mejor. No tenías buena pinta anoche.
Tu cara debe de ser todo un poema en este momento. No te enteras de nada de lo que está pasando. Y sientes que la cabeza te va a estallar de un momento a otro.
—Me duele la cabeza… —gimes llevándote una mano a la sien.
—Eso se llama resaca —te dice Itziar con ironía—. ¿No la conocías?
Meneas la cabeza ligeramente. Incluso con ese gesto tan breve sientes que te mareas.
—Bueno —comienza a decir el tal Alex con cara de circunstancias—, ahora que sé que estás bien, yo me voy a casa. Ya nos veremos.
Te da otro par de besos, otros dos a Itziar y la mano a David. Se aleja de vosotros mientras tú sigues esperando que te den alguna explicación.
—¿Alguien me puede explicar qué coño ha pasado? —les espetas pero lo único que hacen ambos es echarse a reír.
—Venga, vámonos a casa y allí te lo contamos —te dice David—. El metro está cerca de aquí.
Tú te resistes a moverte.
—No, no, en metro no, por favor —tu voz suena con lástima—. Mejor nos cogemos un taxi.
—Como quieras —y se pone a mirar a los coches que vienen por la calle.
Enseguida pasa un taxi libre. Los tres os montáis en silencio. El trayecto se te hace insufrible. Sientes cómo tu estómago se voltea en tu interior. Un sudor frío te perla la frente. Temes vomitar de un momento a otro. Cuando llegáis a casa y sales del auto respiras con alivio. Pero sientes que pierdes el equilibrio. David lo nota y te coge por el costado. Entre él e Itziar te suben a casa. Cuando entráis en el piso tus pasos te dirigen hacia tu cama con gran ansiedad. Te desplomas sobre el colchón como si hubieras recorrido kilómetros hasta llegar a él. Itziar se sienta en el borde junto a ti y David sale de la habitación.
—Anda que… —te dice Itziar meneando la cabeza—. ¿Cómo se te ocurre beber tanto? Si siempre has dicho que no te gusta el alcohol…
—Me lo estaba pasando muy bien anoche… —es lo único que sale de tu boca. No eres capaz de mantener los ojos abiertos. Pero vuelves a abrirlos cuando notas la presencia de David en la habitación. Lleva un vaso de zumo en la mano y te tiende una pastilla.
—Tómate esto, anda.
Obedeces. Te tragas la pastilla y bebes la mitad del zumo sintiendo que no te cae demasiado bien en el estómago. Dejas el vaso sobre la mesilla de noche y recuestas la cabeza en la almohada cerrando los ojos.
—Bueno, me vais a contar qué coño ha pasado… —comienzas a decir. Pero antes de que puedas escuchar una respuesta te has quedado dormida.
Es más de media tarde cuando vuelves a abrir los ojos. Estás tumbada sobre la cama con la ropa aún puesta y la acreditación del festival colgando de tu cuello. Te levantas porque sientes que la vejiga te va a reventar. Al ir hasta el baño ves de reojo a David sentado en el sofá viendo la tele pero la urgencia que tienes te impide decir nada. Al salir te está esperando con una sonrisita jocosa en los labios. Le sonríes débilmente mientras te diriges de nuevo a tu habitación. Notas que él te sigue. Te tumbas en la cama y David se sienta a los pies. Exhalas un largo suspiro y cierras los ojos. La cabeza te sigue doliendo.
—¿Quieres que te traiga algo? —te pregunta. Meneas la cabeza negativamente. Luego abres los ojos y lo miras.
—¿Me vas a contar de una vez qué pasó anoche?
—¿Anoche? —David se echa a reír—. Anoche te pillaste una borrachera de la hostia.
—Joder, tampoco bebí tanto…
—¿Que no bebiste tanto? Alicia, ni siquiera sabías cómo te llamabas…
Miras a David con los ojos entrecerrados.
—Estás deseando contármelo así que no sé a qué esperas —le dices con ironía.
—¿Con todo lujo de detalles? —pregunta guasón.
—Por favor.
David toma aire y disimula malamente las carcajadas.
—Veamos… Según Itziar, cuando la fiesta estaba acabando dijiste que te ibas a casa. Ella, viendo cómo estabas, decidió acompañarte. Salisteis del Círculo y os fuisteis para los búhos. Por lo visto, tú ibas haciendo eses por la calle y riéndote de todo. Casi te pilla un coche que salía de una de las bocacalles de Alcalá. Y tú te quedaste enfrente del coche partiéndote de risa…
—Joder…
—Bueno, el caso es que llegasteis a los búhos. Os montasteis y ya os veníais para casa. Pero a mitad de camino tú decidiste que no aguantabas más y que te tenías que bajar. Casualmente te bajaste junto a una especie de control de alcoholemia en el que había una ambulancia del SAMUR que fue la que te llevó al hospital…
—Qué oportuna…
—Y ahí es donde aparezco yo. Yo salí de la fiesta un poco después que tú y me cogí el siguiente buho. Y ahí iba yo tan tranquilo, sentadito en mi asiento y pensando en mis cosas cuando veo a los del SAMUR sacudiendo a una chica…
—Y la chica era yo, claro…
—Claro. Pero al principio no lo sabía. Sólo veía a una chica con el pelo por la cara con una borrachera impresionante. Hasta que con un movimiento que hiciste, se te quitó el pelo de la cara y vi que eras tú.
—Y te bajaste del autobús, claro…
—Claro. Además fue como de película. Al ver que eras tú pegué un bote y le grité al conductor que parase. Tendrías que haberme visto, toda la gente mirándome como si estuviera loco y yo diciendo que tenía que parar porque una amiga mía estaba con los del SAMUR… Así que me bajé y me fui derecho a ti. Los del SAMUR me miraron con cara de preguntarse quién coño era yo hasta que les dije que era tu compañero de piso. Me preguntaron que si habías bebido. Y les dije que sí, que habías bebido bastante. Joder, es que anoche te pusiste hasta arriba, Ali…
—Ya veo, ya…
—Entonces me dicen que te van a llevar al hospital y yo les pregunto que si puedo ir contigo en la ambulancia. Y me dicen que no, que va contra las normas. Y les tuve que insistir diciéndoles que era nuevo en la ciudad, que no conocía el hospital que me estaban diciendo y que por favor me dejaran ir con ellos. Así que accedieron un poco a regañadientes pero me fui contigo.
—¿Y por qué no te fuiste con Itziar y el chico ese…? ¿Quién era el chico ese a todo esto?
—Aaah, el espontáneo… —David vuelve a soltar una risita divertida—. Pues mira, el chico ese, Álex, iba en el autobús con vosotras dos. Según me ha contado Itziar, iba al lado vuestro y vio que ibas fatal. Entonces, quizá intentando ligar con Itziar quiso ser amable. Le preguntó a Itziar que si quería una bolsa para que pudieras vomitar. Y claro, Itziar le dijo que sí. A lo que el tío le respondió que no tenía pero que le gustaría tenerla porque se veía que ibas mal. Y cuando te bajaste del autobús, decidió bajarse con vosotras…
—Que rara es la gente…
—Sí, rara, pero el tío ese estuvo todo el tiempo con nosotros sin conocernos a ninguno de nada.
—Ya, sí…
—Bueno, a lo que iba. Que me monté en la ambulancia contigo y con una enfermera que te iba comprobando el pulso y esas cosas. Y aquí viene lo gracioso del asunto porque mientras tú gemías y te revolvías en la camilla, la enfermera se fijó en la acreditación del festival que llevabas colgando…
—Ya, imagino que pensaría que qué pedazo de borrachera se había pillado la bollo esta…
—Ali, eso lo pensábamos todos —se ríe—. No, fue mucho mejor. La tía cogió la acreditación y dijo: «¡Anda, el festival de cine gay! ¡Tengo entradas para este fin de semana!». Y nos pusimos a hablar del festival…
—No me jodas, David, ¿yo ahí muriéndome y tú haciendo de relaciones públicas?
—¿Qué quieres, chica? Ya sabes que yo me pongo a hablar con cualquiera… El caso es que esta chica me dijo que era del GYLIS…
—Joder, el mundo es un pañuelo…
—Ya te digo. Y lo mejor es que cuando ya llegamos al hospital y te iban a bajar de la ambulancia, va la tía y me dice: «Oye, dile a tu amiga que la próxima vez no beba tanto pero que es muy guapa y que a ver si nos conocemos en otras circunstancias durante el festival…». Y la verdad es que la chica era muy mona…
Abres los ojos y lo miras con escepticismo.
—Estás de guasa, ¿no?
—Para nada, Ali, como te lo estoy contando… ¡Qué fuerte! ¡Ligando incluso al borde del coma etílico!
—La madre que me parió… —murmuras.
—La madre que te parió ha estado a punto de enterarse de todo, por cierto. Menos mal que les conseguimos convencer de que vivía fuera de Madrid y que no sabíamos su número de teléfono… Fue una suerte que tu móvil estuviera sin batería, guapa…
—Menos mal… —suspiras aliviada.
—Bueno, ya a partir de que entras en el hospital no hay mucho que contar. En la sala de espera me encontré con Itziar y con el espontáneo y con ellos pasé el tiempo. Cuando te despertaste habíamos ido a desayunar…
En ese momento te acuerdas del parte de alta que doblaste y metiste en uno de los bolsillos de los vaqueros. Metes la mano en él y lo sacas. Se lo tiendes a David. Él lo coge y se pone a leerlo.
—¿Qué te encontraron botellitas de licor en los bolsillos? —pregunta sin ser capaz de ocultar las carcajadas—. Ali, has quedado como una destroyer en toda regla… Qué fuerte me parece…
—Las llevaban en las cartucheras esas chicas que estaban promocionando la bebida esa… Tal vez fue eso lo que me puso así. Es a partir de ese momento cuando dejo de recordar…
—Aún así. Para ese momento llevabas ya unos cuantos cubatas, mona… Lo que sigo sin entender es por qué bebiste alcohol cuando nunca lo haces…
—Ya ves, me dio por ahí…
En ese momento te das cuenta de que David ha dejado a un lado su actitud guasona y te mira con preocupación.
—¿Quieres comer algo? —te pregunta.
—No —meneas la cabeza—. Creo que voy a dormir.
—Entonces quítate esta ropa y ponte el pijama —dice saliendo de la habitación—. Si necesitas algo, llámame.
Cuando David sale de la habitación y cierra la puerta te levantas de la cama y comienzas a desnudarte. Te pones el pijama con esfuerzo. Cuando por fin te vuelves a meter en la cama, empiezas a sentirte mucho más descansada. Estás ya casi quedándote dormida cuando unos nudillos golpean la puerta.
—¿Estas visible? —te pregunta David al otro lado. Al oír tu respuesta afirmativa abre la puerta y entra—. Te traigo agua. Aunque no te apetezca, bebe un poco, es bueno que bebas mucho líquido para la resaca.
Le das un trago al vaso que te trae y lo dejas en la mesilla junto al de zumo que te trajo cuando llegasteis a casa.
—Si necesitas algo, pega una voz, ¿vale? —te dice mirándote con gesto paternal. Luego se acerca hasta ti y te da un beso en la frente. Se da la vuelta, apaga la luz y sale de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Tú ya estás dormida.