Interludio

—¿Estás nerviosa, mi niña?

—Mucho. ¿Y tú?

—Mucho también. Los tengo agarrados al estómago todo el día. Pero me encanta. No veo la hora en que todo pase y podamos irnos a nuestra casa.

—Ni yo…

—¿Al final cuántos vamos a ser?

—A la boda vienen unos treinta pero en la comida no pasan de veinte.

—¿Todo el mundo ha confirmado?

—Sí, todos. ¿Y por tu parte?

—Todos.

—Pues entonces lo que te he dicho. Unos treinta a la boda y menos de veinte a la comida. Menos mal porque si no nos saldría por un ojo de la cara…

—¡Ay qué agarradita que es mi niña a veces…!

—Jo, nena, si en el fondo me hace ilusión…

—Ya lo sé… Oye…

—¿Qué?

—¿Tus padres?

—No se lo he dicho. Y no lo voy a hacer. Paso.

—¿Y cuando te mudes qué les vas a decir?

—Pues que me mudo. Llevo años compartiendo piso, no les va a extrañar.

—Bueno…

—Sí, ya sé que si tú fueras yo se lo dirías. Pero yo no puedo. Y tampoco quiero. Prefiero dejar las cosas como están. Ya veremos qué pasa más adelante…

—Yo sólo quiero que seas feliz…

—Y yo que lo seas tú.

—… y si así eres más feliz pues me callo y no digo nada.

—Créeme, Pitu, es mejor así…

—Está bien.

—Bueno, al fin vas a conocer a Ruth. Y a Sara, claro.

—¿Seguro que van a venir?

—Seguro.

—¿Seguro, seguro?

—Que sí, tonta. Ahora que Sara se ha venido a Madrid lo más seguro es que te hartes de verlas…

—Mujer, tampoco será para tanto, que yo sigo trabajando en lo mismo…

—Da igual, las verás…

—En fin… ¿Nos falta concretar algo más?

—¿De qué?

—De la boda. Tengo la sensación de que se nos olvidan miles de cosas.

—No falta nada, Pitu, tranquila. Todo va a salir bien.

—No puedo evitarlo, estoy supernerviosa…

—Y yo también, amor, pero ya verás cómo todo sale como queremos.

—¿Sabes que te quiero?

—¿Sabes que yo también te quiero a ti?

—Por eso me caso contigo…

—¿Porque te quiero?

—Y porque yo te quiero a ti.