CAPÍTULO 44

A ESCONDIDAS

Octubre, 1965

A los ojos de la gente, Nick y Bill eran un par de amigos que se veían, siempre a la misma hora, a la salida de un famoso hotel de Brooklyn y daban largos paseos por la ciudad. A veces, contemplaban el atardecer desde el puente de Brooklyn; otras, cogían el coche de Nick e iban hasta la noria de Coney Island donde se conocieron. En la mayoría de ocasiones, se encerraban en un café, cada día en uno distinto para no dar pie a habladurías y las tres, cuatro o cinco horas que pasaban juntos volaban entre animadas conversaciones.

Bill, por consejo de Nora, tuvo que mentir; hubiese sido una locura contarle la verdad a Nick. Le dijo que había trabajado en algún periódico local como periodista free lance, algo de lo que se arrepintió cuando Nick le preguntó en cuál y a él solo se le ocurrió el The New York Times, cuya antigüedad le permitía estar seguro de que existía en el sesenta y cinco. «Ese no es un periódico local cualquiera», rio Nick, sin darle más importancia. Pero lo que de verdad quería Bill era escribir y publicar una novela, así como presentar un programa de televisión de máxima audiencia; esto último se lo continuó reservando para sí mismo.

—Una novela… —murmuró Nick—. ¿Y sobre qué?

—Terror, novela negra… soy un apasionado de los sótanos y los crímenes con giros imprevisibles en la investigación que despisten en todo momento al lector —sonrió Bill, esperando no parecer un psicópata. Recordó una cita que tuvo con un chico de Tinder en la que, después de explicarle con todo detalle y mucha pasión la escena que acababa de escribir antes de quedar con él, el chico se excusó para ir al servicio y ya no regresó. El pobre no pudo soportar la frase: «un cuerpo descuartizado en el sótano de una casa victoriana a las afueras de Nueva York».


Bill también mintió a Nick sobre su fecha de nacimiento, que había pasado de ser 1986 a 1934, lo que le hizo sentirse muy viejo. Trató de imaginar qué estarían haciendo sus abuelos en esa década en la que debían rondar su edad. Pensó también en la posibilidad de falsificar de algún modo una documentación que se había dejado en el siglo XXI. Era, al igual que su amiga, un indocumentado viajero en el tiempo jugando a ser uno más en un mundo que, al igual que no concebía que dos hombres pudiesen amarse, el hecho de que existieran portales que te llevan de una época a otra era un cuento de ciencia ficción.

Bill y Nick estaban hechos el uno para el otro, tenían muchas cosas en común, como su amor por los libros y la literatura; pero ambos sabían que no era fácil y que si querían algo más, como un simple beso que aún no se habían dado, debían esconderse. Y así fue cómo Bill conoció el apartamento de Nick, situado en la segunda planta de un lujoso edificio barroco en Prospect Park West. Lo primero que se preguntó fue cómo un recepcionista de hotel podía permitirse tal lujo, hasta que Nick se sinceró por completo y reconoció que ese y otros edificios de Brooklyn eran propiedad de sus padres, bien posicionados gracias al negocio del petróleo, pero que era algo que nunca decía en una primera cita por miedo. Bill percibió en su mirada esa tristeza de quien no espera nada de la vida y mucho menos del amor. Dejaba entrever temor cuando hablaba de sus padres, dos figuras autoritarias a los que Bill jamás podría llegar a conocer. No, al menos, como la pareja oficial de su hijo. Si ya de por sí les había costado asumir que Nick quería llevar las riendas de su vida trabajando por su cuenta y ganando su propio dinero pese a vivir en una de sus propiedades, ¿cómo iban a aceptar su homosexualidad?

Bill, en ocasiones, olvidaba que estaba en otro siglo cuando, instintivamente, rozaba su mano con la de Nick y este la apartaba sonrojado esperando que nadie les hubiese visto.

En el interior del apartamento, en cuanto cruzaron la puerta que daba paso a un amplio vestíbulo que conducía al salón, sus miradas se pidieron permiso para dar ese gran paso que sus labios habían deseado desde la primera vez que se sonrieron hacía tan solo unas semanas, bajo la noria de Coney Island.

—Como si te conociera de otra vida —murmuró Nick tras su primer y apasionado beso.

—Como si durante estos treinta y un años hubiera vivido dormido —contestó Bill, que sabía que esa clase de certeza solo se presenta una vez en la vida.

Bill, al igual que Nora, había encontrado una respuesta a su razón de viajar en el tiempo: enamorarse y, sobre todo, encontrar su lugar en el mundo.