CAPÍTULO 28
TU OTRO YO
Agosto, 1965
Existe una norma que muchos viajeros del futuro se saltan aun sabiendo las consecuencias que se pueden producir. Sin embargo, encontrarte con tu «yo» del futuro o del pasado no suele ser peligroso si sabes que las consecuencias de no tener ese encuentro te pueden causar graves problemas.
Jacob, que vigilaba muy de cerca a Kate Rivers por la curiosidad que le había producido su llegada al barrio, emprendió el camino en cuanto ella entró en el portal que la conduciría a la seguridad de su apartamento. Ya era tarde, pasada la medianoche, hora en la que hay que ir con cuidado. Las calles oscuras y solitarias de Brooklyn nunca son seguras. Cabizbajo y pensativo, se preguntó por qué le había contado la historia de una madre, un baúl y esa frase que le dio que pensar: «Busca tesoros en forma de momentos, lugares y personas».
—Como si fuera tan fácil —murmuró cansado.
«Jacob el Boxeador» era un apodo duro y temido en los cientos de cuadriláteros a los que se había subido desde que tenía dieciséis años; los últimos dieciocho años de su vida los había dedicado únicamente al boxeo y estaba pensando seriamente en dejarlo cuando reclamaban cada vez más su presencia.
—Retirarte en tu momento de gloria… —le había dicho su entrenador—. ¡No seas idiota, Jacob, por favor!
En realidad, ¿quién lo conocía? ¿Quién sabía realmente quién era y qué se escondía detrás del boxeador? Los golpes, aquellos que eran recibidos y también los dados, no eran más que un refugio en el que poder aplacar el dolor, la incertidumbre y la inseguridad no solo en él mismo, sino en las personas. A lo largo de los últimos días, cada vez que su mirada se cruzaba con la de Kate desde la ventana del café que los separaba, sentía que esa mujer lo conocía mejor que los que se consideraban sus amigos, como su promotor o su entrenador, dos alimañas interesadas en su dinero que se aprovechaban del éxito de cada lucha. Y le daba miedo que una desconocida, que se le antojaba misteriosa, pero especial, provocara tantos sentimientos dentro de él con solo una mirada.
Era cierto lo que le había contado a Kate. Su madre murió cuando él tenía nueve meses y la vida con su padre no fue fácil. Esa era la parte de su vida que, desde siempre, había preferido ocultar. Desde que tenía uso de razón, vivió acostumbrándose a la soledad en un apartamento diminuto, pasando hambre y viviendo un infierno completamente desprotegido. Nunca supo cómo fue capaz de sobrevivir; tampoco a las palizas de su padre que, cuando llegaba a casa borracho, parecía una persona totalmente distinta de aquella que, a veces, le daba los buenos días con un plato de tortitas para desayunar.
Cuando Jacob se detuvo frente al portal en que vivía, a solo unos pasos del café Beatrice y empezó a buscar las llaves en el bolsillo de su pantalón de chándal, escuchó unos pasos que destacaban sobre el silencio de la calle. Alguien oculto en el callejón de enfrente venía hacia él. Tenía dos opciones: entrar rápidamente y no meterse en líos como antaño, o enfrentarse. Miró al frente y, paralizado, se vio a sí mismo.
—¿Quién eres? —logró preguntar, inspeccionando con asombro al viejo que lo miraba con una media sonrisa.
—Jacob el Boxeador —respondió con tranquilidad y un tono de voz más grave y fuerte. De piel bronceada, su cara tosca y cansada estaba cubierta de arrugas; el cabello era blanco, estaba algo más encorvado, pero conservaba la anchura de la espalda. No había duda alguna de que estaba frente a quien se convertiría él en unos años. La viva imagen de su propio padre, de quien había heredado la mayor parte de sus rasgos.
—No es posible.
—Escúchame, Jacob, porque va a ser la primera y única vez que nos veamos. No soy yo el que viaja en el tiempo; recuerda que no nos gusta. No nos gusta, ¿vale?
—¿Viajar en el tiempo? ¿Qué dices?
—Conoces a Kate Rivers. Ese no es su nombre real.
—¿Qué esconde? Sabía que escondía algo desde la primera vez que la vi.
—No seas gilipollas —le recriminó Jacob, de setenta y cuatro años— y escúchame con atención. Ojalá tuviera la oportunidad de volver a ser tú y vivir todo lo que te espera: lo mejor de tu vida. Date una oportunidad de una vez, Jacob. No toda la gente es mala. No todas las mujeres te quieren solo por tus músculos. Hazme el favor de no ser tan engreído. También hay contrincantes en el ring con buen corazón.
—Me he metido en la cama y estoy soñando —rio Jacob, alborotándose el cabello en un intento desesperado por no verse a sí mismo en ese hombre.
—Dame la mano.
—¿Qué?
El hombre le cogió la mano y la apretó tan fuerte que el joven no tuvo más opción que creer, por muy surrealista e inexplicable que fuera la situación, que lo que estaba viviendo era real. El Jacob de treinta y cuatro años se fijó en el anillo que llevaba su «yo» del futuro en el dedo anular.
—¿Nos hemos casado? —preguntó incrédulo, alzando una ceja.
—Con Nora Harris, la mujer que tú conoces como Kate Rivers.