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Estaba en Ataba e iba a las pirámides. Pensé en ir en metro hasta Giza y coger allí un taxi hasta las pirámides. Era julio, hacía un calor asfixiante y me había recorrido una a una las librerías de Azbakiyya, lo que antes se conocía como el muro de Ezbekiya, buscando un libro sobre la artesanía faraónica para regalárselo a mi mujer, pero no lo encontré. Cuando bajé a la estación de metro vi un cartel enorme en el que ponía: «El Metro: un regalo de Mubarak para su pueblo». Un buen regalo, además yo era el que se había acercado a Ezbekiya para ahorrarse unas piastras. «¿Por cuánto habrá conseguido Mubarak el metro y en qué mercadillo de Francia lo habrá comprado para regalárselo a su pueblo?», pensé.
Es algo irritante. El Gobierno lleva todo el año hablando sobre pluralismo político, democracia y sobre las primeras elecciones presidenciales con candidatos; al mismo tiempo un desconocido escribe en el Metro que el Presidente maneja el dinero de todo el país y que se lo gasta en regalos para un grupo que lo apoya y que se llama su pueblo. Son contradicciones que te sacan de quicio. Tenemos que tragarnos las píldoras de la imbecilidad para poder creernos todo lo que nos cuentan.
Ese cartel me puso de los nervios, especialmente porque el día anterior había visto otro que ponía:
«Sí Noble Mubarak, Sí Ilustrísimo Señor Muhammad Hosni Mubarak. Tú que tienes el apoyo de Dios, Señor del universo y de Mahoma, su Profeta (Dios lo bendiga y salve), Tú el Hijo Más Puro del Linaje de tus antepasados Ali Ibn Abi Talib y Fátima Al Zahra la Virgen, y nuestro Señor Husein», etc.
Ya nos están contando disparates.
Me bajé en la estación de Giza y cogí un taxi. Las pancartas que nos rodeaban por todos lados decían: «Sí al referéndum para reformar la Constitución y hacerla pluralista»; pero al mismo tiempo: «Sí a Mubarak». La gente está en verdad confusa y es incapaz de decir: «Sí a la reforma constitucional», y punto. Tienen miedo, los pobres. Continuamos avanzando y vi otro cartel que decía: «Los fetos en las barrigas de las madres dicen sí a Mubarak».
—¿Qué te parecen todos estos carteles? —pregunté al taxista tras su relato.
—El mejor de todos los que he visto es uno en el que ponía «Sí por unanimidad a Muhammad Hosni Mubarak, al hijo de Mubarak y al hijo del hijo de Mubarak».
—Vamos, que tenemos una monarquía republicana con tameyya[46]. ¿Qué te parece?
—¿Qué pasa con Mubarak y con estos carteles? Es la gente la que los cuelga. Sinceramente, creo que Mubarak no tiene la culpa, el hombre hace lo que puede. Se merece estar donde está. Además, ¿quién va a aceptar que se presente a las elecciones contra unos cuantos que no valen nada? Lleva más de un cuarto de siglo como presidente de la República, y antes de serlo fue vicepresidente. Vamos, que es un hombre que entiende su trabajo, tiene experiencia, sabe lo que hace y lo hace bien. Para favorecer la democracia ha aceptado celebrar elecciones con gente que no tiene experiencia. Nadie haría eso. Sadat, por ejemplo, ¿habría aceptado hacer eso? No. ¿A quién se le ocurriría pensarlo? Además, a Hosni Mubarak ¿sabe usted de dónde le viene su grandiosidad?
—¿De dónde?
—De que era piloto. Los pilotos tienen que ser inteligentes y estar siempre alerta y concentrados. Cualquier mínimo fallo significa la muerte. No puede permitirse el lujo de cometer un error, por eso Mubarak es perfecto. Está siempre pendiente de todo y sabe qué es lo que quiere hacer. Suficiente es lo que ha hecho en El Cairo: que si túneles, que si puentes… es algo magnífico. ¿Sabía que en los ochenta las calles estaban más atascadas que ahora? Y mire cómo ha aumentado el número de coches desde entonces, el hombre está haciendo un trabajo maravilloso. Y encima después de todo esto, permite celebrar elecciones con unos don nadie. Él sí que es bueno.
—Hoy me ha molestado cuando he visto un cartel en el Metro que decía que el Metro era un regalo de Mubarak para su pueblo.
—¿Y qué hay de malo? El Metro fue idea de Mubarak y le quitó de encima a la gente un gran problema con el transporte público. ¿Sabe que más de un millón de personas cogen el metro al día? Ya le he dicho que como Mubarak no hay dos. ¿A dónde me había dicho que iba?