Una Sudáfrica para niños

Entre las muchas contribuciones de Sudáfrica al oprobio se encuentra el Acta de Publicaciones que en 1984 prohibió la serie de televisión Raíces con el argumento de que "un número significativo de espectadores podría identificarse con la causa de los esclavos oprimidos". En su ensayo "La censura en Sudáfrica", J. M. Coetzee desmonta la cadena ideológica que llevó a la minoría blanca a "protegerse" de novelas como Burger's Daughter, de Nadine Gordimer, y se sirve de Freud para analizar a los paranoicos que creen que lo desconocido es necesariamente hostil. En Sudáfrica, el temor a las ideas ajenas llegó a tal grado que hasta los lemas impresos en las camisetas tuvieron que someterse al Acta de Publicaciones.

Ahora, gracias a la Psychological Corporation, los niños de Estados Unidos pueden vivir como sudafricanos. Curiosamente, los corporativos no utilizan la psicología para eliminar el delirio de persecución sino para fomentarlo. En su gabinete de Viena, rodeado de reliquias griegas y de estupendo humo de puro, el doctor Freud definió al niño como "perverso polimorfo". En cambio, en los consultorios con paredes de plástico, donde se prohíbe fumar y se teme al colesterol, los niños son vistos como criaturas a las que todo lo raro les perjudica.

Para vigilar a los lectores con dientes de leche, los psicólogos de Estados Unidos han creado un índice de asuntos extraños, es decir, prohibidos. Una de las empresas que confían en la Psychological Corporation, y que desea incluir cuentos mexicanos en su catálogo de 1994, envió un fax de ocho páginas a diversos autores que hemos escrito para niños. De la página 1 a la 7 se explicaban los requerimientos pedagógicos que debía cubrir el relato: Muchas veces, las limitaciones (por ejemplo, 300 palabras para lectores de seis años) pueden servir de obstáculo creativo, de coacción para llegar a algo que uno no pensaba decir; la frase de Steiner, "el hombre acorralado se vuelve elocuente", ha sido demostrada muchas veces por los poetas que reinventan su libertad en las catorce rejas del soneto o los delanteros burlan el férreo marcaje personal. Hasta acá, el encargo sonaba bien. Sin embargo, cuando se produjo el zumbido de la hoja 8 me encontré con los "Temas que no se pueden usar para escribir". Obviamente el título bastó para abandonar la idea de un relato narcosatánico, con mutilaciones rituales en un aserradero norteño donde se escucha la música crepuscular de Los Temerarios.

Es lógico que se vigilen los cuentos que van a dar a las escuelas; lo sorprendente es que la Psychological Corporation haya encontrado 34 cuestiones dignas de ser enviadas a los sótanos del carajo.

Las primeras seis son: "El sexo, la muerte, la violencia, la política controvertida, la guerra y el derramamiento de sangre (o cualquier mención de sangre)." Aunque esto elimina algunos relatos de los hermanos Grimm, se puede argüir que la lista responde a un comprensible temor al Apocalipsis y las grandes plagas de la humanidad. Sin embargo, los niños de Estados Unidos están expuestos a mensajes mucho más perversos. De acuerdo con Neil Postman (autor de Divirtiéndonos a muerte: el discurso público en la era del espectáculo), a los veinte años el norteamericano promedio ha visto 800 000 anuncios de televisión, lo cual equivale a 800 a la semana. Si los niños sobreviven a esta dieta de cretinismo, ¿por qué no aprovechar la literatura para abordar de otro modo asuntos que ya aparecen en las pantallas de la televisión, el cine y el Nintendo?

En su segundo tipo de prohibiciones, la Corporación quiere parecer políticamente correcta. Hay que olvidarse de "la religión o la Biblia, los temas muy feministas o machistas, la esclavitud, el menosprecio a cualquier grupo étnico, las vacaciones costosas o los regalos y las armas nucleares". A esta censura se le puede llamar "liberal", lo cual también preocupa a los psicólogos, pues compensan la lista con ánimo del Opus Dei: "La evolución, la cerveza, la brujería, la hechicería o el paganismo y los temas que le falten el respeto a la autoridad" están en el Index de pantalón corto. Los villanos negros se eliminan para no ofender a los progresistas y Darwin y el homo sapiens para no ofender a las Damas del Divino Verbo.

Dos valores opuestos se han convertido en imperativos del año 2000: el puritanismo físico y el descaro en la conducta. Por una parte, el Milenarista Perfecto come granola, hace ejercicio y es adicto al agua mineral. Pero por otra, de competir, expresarse sin miramientos, cobrar caro. "Mente acorazada en cuerpo sano", es el apotegma de la hora.

Es obvio que hay un flagrante desajuste en ver al intestino como un templo donde oficia la fibra y al prójimo como carroña. Acaso fue para mitigar esta contradicción que la Psychological Corporation creó su código moral. Por desgracia, uno de los resultados de este afán protector es un sistema de censura que recuerda las alambradas del nazismo y del apartheid.

Entre los 34 temas que la Corporación prohíbe en los cuentos infantiles hay algunos que enternecen por inverosímiles. Por ejemplo, se considera nocivo escribir de "niños que enfrenten situaciones serias". ¿Qué quiere decir esto? ¿Se trata de frenar disquisiciones de una sórdida profundidad? La verdad, no imagino un relato para niños en el que un Kierkegaard de seis años pregunte: "¿Por qué el hombre?" ¿Qué pretenden los psicólogos metidos a consejeros editoriales, impedir el angst de medianoche, el vértigo interior, las niñas con trenzas y sentido trágico de la vida?

Es obvio que no hay historia sin conflicto, y todo conflicto que vale la pena es "serio". La isla del tesoro, Robinson Crusoe, Pinocho, Caperucita, Alicia en el país de las maravillas o El principito son, precisamente, fábulas de la crisis. Suprimir algo tan vago como los "problemas" sugiere que los inquisidores se someten al mismo rigor que sus víctimas: no leen nada que pueda afectarlos.

Pero aún falta lo peor. En su segregación cultural, la Psychological Corporation pasa del autoritarismo a la demencia. Hay que tomar Prozac para no echar espuma ante esos asuntos censurados: "Los murciélagos, las arañas, las momias, el día de muertos, el baile, el rock, las golosinas, las películas, los días religiosos, los seres del espacio y los dinosaurios." En un país donde sólo los niños con severos problemas de adaptación al medio no vieron Parque Jurásico, los escritores infantiles tienen prohibido llenar el cielo de pterodáctilos.

¿Y las golosinas? Tal vez los pedagogos de bata blanca piensan que el azúcar es el tabaco de la infancia.

Insisto: es lógico evitar los usos quirúrgicos de las sierras eléctricas en los cuentos para niños, pero resulta absurdo (mejor: "obsceno") proponer caramelos sin azúcar o relatos sin conflicto. Con todo, lo más sorprendente es que una editorial pensara que a los escritores mexicanos nos interesa someternos a las prohibiciones de la Psychological Corporation con tal de publicar en Estados Unidos.

Desde sus títulos, mis dos libros para niños merecen abolirse: Las golosinas secretas y El profesor Ziper y la fabulosa guitarra eléctrica. Tal vez el sentido secreto de la invitación es convertir a los herejes, llevarlos a un edén desinfectado, o tal vez los psicólogos no buscan autores sino pacientes, dar de alta a quien escriba la plácida jornada de una libélula y su amiga la catarina (¿o esta combinación ya es conflictiva?).

Al terminar la revisión de los "Temas que no se pueden usar para escribir" entendí el principio que anima a los psicólogos de la Corporación: la realidad les da pavor. En especial le temen a la realidad del futuro. Como en la antigua Sudáfrica, su paranoia se orienta al porvenir en que la mayoría se vengará de quienes colocaron los alambres de púas. Si los niños crecen leyendo las sorpresivas y muchas veces crueles aventuras de Roald Dahl, Gianni Rodari y Francisco Hinojosa se convertirán en los enemigos de los timoratos espíritus que norman el criterio editorial de Estados Unidos.

Se me olvidaba otro tema prohibido: "Las casas con albercas". La idea no es mala para quienes rechazamos el proyecto. El cuento puede empezar con una alberca en la que flota una bata blanca. Al fondo, hay un ahogado. La imaginación es el agua que acaba por entrar a la nariz de los censores.