Los quince minutos de Andy Warhol

En el futuro todo mundo podrá ser famoso durante quince minutos.

A.W.

Los Diarios de Andy Warhol (Anagrama, 1990) son, según se vea, el documento más prescindible o más imprescindible del siglo XX. No podía ser de otro modo con el pintor que sostuvo el siguiente diálogo:

—¿Qué hay detrás de sus cuadros? —pregunta un reportero.

Zoom a la peluca albina y las cejas teñidas... El Artista se alza de hombros y ofrece la más compacta definición del arte pop:

—Nada.

Los Diarios son esa "nada" en 979 páginas. Enemigo de las revelaciones personales, Warhol vivió para cultivar una mirada autista, sin compromiso emotivo, idéntica a una fría pantalla de televisión. Su biografía ejerce la misma ambigua fascinación que sus cuadros. Para él, la crítica y el elogio fueron categorías equivalentes; el zar de la banalización cumplió el sueño americano demostrando que era execrable. Nieto de inmigrantes casi analfabetas, hijo de un obrero metalúrgico de Pittsburgh, Andrew Warhola nació sin escalera de plata y tuvo que buscar una original vía de ascenso. Al grito de "nada más burgués que temer parecerlo", el iconoclasta de los sesenta se transformaría en el cínico de los ochenta, el amigo íntimo del Sha de Irán, el modelo de Yves Saint-Laurent, el católico recalcitrante, el racista capaz de transformar gentilicios ("cubano", "puertorriqueño") en insultos, el materialista cum laude que puso un anuncio en el Village Voice prometiendo comprar ¡¡¡cualquier cosa!!!

En sus últimos años, Warhol soñaba con tener una máquina que pintara por él mientras salía "a inspirarse" en las boutiques de la calle 57. Después de producir decenas de cortometrajes en verdad dignos de sus títulos (Basura, Carne, Malo, Calor, Beso, Sueño, Mamada), de promover al grupo de rock Velvet Underground (capitaneado por Lou Reed y John Cale) y de desconcertar al mundo del arte con cuadros que parecían etiquetas publicitarias, Warhol recibió la bendición de todas las ligas de la decencia. ¿Cómo empezó la costosa beatificación del profeta de la decadencia? Según Tom Wolfe (La palabra pintada, Anagrama, 1976) entre los críticos de arte, Lawrence Alloway bautizó al Objeto No Identificado como pop art y lo bendijo con una tesis: "El íntimo sentido del pop art no es localizable; es, esencialmente, el de un arte acerca de signos y sistemas de signos." Aunque todo arte puede definirse como un sistema de signos, la frase de Alloway dio pedigrí al pop. Como la Coca-cola, una de sus musas favoritas, el pop tenía un envase atractivo y un contenido gaseoso. Posteriormente, Leo Castelli y otros galeristas se encargaron de ponerle precio.

Hay, al menos, tres fases en la trayectoria warholiana: el dibujante de publicidad, el genio underground y el pintor del jet-set. Todas ellas están regidas por una helada contemplación de la realidad. En 1973, cuando entrevistó a Truman Capote para Rolling Stone, Warhol insistió en la importancia de ser frígido para tener éxito; Stephen Koch (Andy Warhol Superstar, Anagrama, 1976) lo llama "el magnate de la pasividad". En el Código Warhol una emoción es un error estético. Lejos, muy lejos, están los fracasados que sienten. Según Baudelaire, el dandy se define por su "inquebrantable decisión de no conmoverse". Ésta fue la divisa de Warhol, el indisputable dignatario del cool que convirtió en objetos a las celebridades y en celebridades a los objetos.

Su tránsito por las agencias de publicidad le dejó una convicción: lo único que importa es el empaque: la lata de sopa Campbell's y la caja de detergente Brillo saltaron a los lienzos. Si Jackson Pollock se propuso atacar sus telas con un brío idéntico al de la naturaleza —chisguetazos como secreciones orgánicas—, Andy Warhol quiso ser un aparato, y lo que es más, un aparato imperfecto: sus plantillas simulaban el trabajo de las impresoras donde siempre hay un color fuera de registro.

Enemigo de lo único —al carajo los rostros que revelan una vida singular— Andy W. buscó la serie y la estandarización: ¡¡¡una, dos... mil Marilyn Monroes!!! Con ello se convirtió en el retratista más fidedigno de las celebridades. Según Robert Hughes (The Shock of the New, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1981), el culto a la celebridad remplazó a la idea renacentista de la fama. Antes de Hollywood, la fama era una retribución por hazañas contundentes: en la guerra se conseguían mazmorras o marquesados. El siglo XX inventó a las celebridades, es decir, a las personas famosas por ser famosas. Andy Warhol captó a la perfección su carácter superficial y se convirtió en el pintor de Corte de quienes disponían de más de siete cifras en el banco. Como Goya al retratar a los Borbones de hiperquijada, no dejó de criticar a sus acaudalados modelos. Las caras en serie, pintadas con dos o tres ayudantes, transformaron a los célebres del planeta en fantasmas de sí mismos, figuras creadas por una inteligencia artificial, como los replicantes de Blade Runner.

"Para los medios —escribió Robert Hughes—, Warhol era casi inexplicable [...] un vacío levemente espectral que debía ser llenado con chismes y especulaciones." Los Diarios son la palabrería que rodea a ese hueco llamado Andy Warhol. Todo se vuelve superficie: se trata, en el sentido más estricto, de un libro con 979 páginas de portada, del expediente menos narcisista en una era de egomaníacos. Ajeno a toda introspección, el narrador es un agujero circundado de taxis, fiestas y apellidos. En la locura, dice Foucault, se pierde la personalidad y queda el ser, un ser desnudo que causa espanto. Warhol padeció otra enfermedad: personalidad sin ser. Aunque compartía con Napoleón y Mick Jagger un signo zodiacal de liderazgo (Leo), ejerció su carisma en forma peculiar: los fans orbitaban un sol vacío.

Warhol empezó sus Diarios para saber en qué gastaba su dinero, o mejor dicho, su morralla: ahí se consignan todos los taxis que tomó en su última década pero rara vez se habla de gastos mayores, como el chaleco antibalas (270 dólares) que compró después del asesinato de John Lennon. El pintor de la corte apreciaba cada moneda como si fuese la última de su vida; en los banquetes se robaba chuletas para sus perros; la enfermera que lo atendió en el New York Hospital dijo que no recordaba a otro paciente que supiera de memoria su número de seguro social.

Un tour por la modernidad: del dinero que aún no se inventa —los billetes en braille para los ejecutivos ciegos— a un domingo en la iglesia: "Mientras estaba arrodillado, rezando para conseguir más dinero, vino una señora con una bolsa de compras y me pidió dinero" (p. 82). ¿Hay parábola más exacta del fin de milenio? La civilización que produjo el mondadientes de oro no podía privarse de los óleos con dólares de Warhol.

De acuerdo con Tom Wolfe, la primera vez que el goloso de la sopa Campbell's se sentó a una mesa de la alta sociedad, no supo qué hacer con los tagliatelle Emiliane, la langosta au Rully ni la tarta aux mirabelles. Asombrada, una dama le preguntó en ese susurro apenas perceptible que significa "alcurnia": "¿No come usted?" "Sólo me alimento de caramelos", respondió Warhol. La contracultura había llegado a los banquetes de cinco tenedores. Unos años después, Warhol comería caramelos con cubiertos de plata. De esta contradicción surgió su última etapa: sus retratos de sociedad, la revista Interview y los Diarios (1976-1987).

Los exégetas podrán ver en los Diarios una celebración involuntaria o una crítica involuntaria de la riqueza (nada más lejos de Warhol que tener una intención: son los demás quienes dan contexto a su agujero). ¿Qué claves se desprenden de su bestiario, de la turba billonaria que baila en el Studio 54, consume productos del cartel de Medellín y tiene cirujanos plásticos de cabecera? Del caudal de nombres, precios y fechas es posible extraer algunos trazos costumbristas:

Símbolo del fracaso: "Las fiestas de Kitty solían ser lo máximo en Nueva York, llenas de estrellas de Hollywood, y en cambio ahora sólo van sus amigos" (p. 43). Pedagogía de la prostitución: un muchacho es iniciado sexualmente por una puta que no es "ni muy alta ni muy baja, ni muy rubia ni muy morena, todo a propósito para que Constantin no se quede fijado a ningún estereotipo" (p. 87). Definición del chic: "Tenía un montón de citas pero decidí quedarme en casa para teñirme las cejas" (p. 168). Filantropía superstar: "Quise darle dinero, pero no de forma directa, así que le firmé un autógrafo en un billete de 500 francos" (p. 85). Piss-painting: "Como toma montones de vitamina B, el lienzo adquiere un color muy bonito cuando él se mea encima" (p. 96). Coeficiente intelectual: "[Chris Makos] está haciendo un libro sobre el CI de los famosos y quería hacerme mi test de CI, pero decidí no hacerlo. ¿Por qué tiene que enterarse de lo estúpido que soy? (p. 188). Exotismo: "Faye [Dunaway] es muy rara: coge ella misma el teléfono y te llama" (p. 455). Incertidumbre estética: "[Joseph Beuys] me regaló una obra de arte que consistía en dos botellas de agua con gas y que terminaron estallando en mi maleta y estropeándomelo todo. Ahora ya no puedo abrir la caja porque no sé si seguirá siendo una obra de arte o simplemente dos botellas rotas" (p. 458). Calor de hogar: "Es muy agradable que te invite a tu propia casa la persona que te la alquila. Te sientes como en casa y encima estás ganando dinero" (p. 496). La peor actriz del mundo: "[En Tarzan Bo Derek] se comía un plátano y ni siquiera sabía comérselo. Era como si no tuviese dientes" (p. 569). Geopolítica: "En los cincuenta estaban los guapos y el resto, pero ahora todo el mundo es por lo menos atractivo. ¿Qué ha pasado? ¿Es porque no hay guerras y los guapos no se mueren?" (p. 571). Misterios de la memoria: "Víctor me llamó y me preguntó si yo le había robado su libro sobre San Sebastián. Tuve que decirle que sí. ¿Pero cómo puede ser que alguien tan drogado se entere de que le roban un libro?" (p. 631).

El lector con paciencia franciscana y morbo subido podrá armar retratos juntando apuntes dispersos en cientos de páginas. Las caras de Capote: "Truman se parece cada vez más a su bulldog. Se sienta ahí y se frota los ojos como si estuviera amasando algo...Truman se iba a ver al doctor Orentreich para que le rascaran o le lijaran la cara... Soñé que Truman no tenía dientes, ¿tendrá dientes?...

Truman es una persona totalmente distinta. ¿Crees que estarán experimentando una nueva droga con él? De verdad, esta semana está impecable y la semana pasada era un alcohólico... Truman se veía como si el doctor Frankenstein le hubiera hecho el trabajo. Tenía cicatrices por toda la cara. Parecía que le faltaba un tornillo... Ahora Truman tiene un aspecto fantástico. Esta semana irá a que le hagan un trasplante de pelo... Truman parece conservado en salmuera... Truman ha muerto. Su viejo amigo Jack Dumphy ha heredado 600 mil dólares. Lleva las cenizas a todas partes en un libro dorado con las iniciales T. C."

Durante años, Truman Capote prometió Plegarias atendidas, un retrato de la alta burguesía del siglo XX capaz de rivalizar con En busca del tiempo perdido. Sin embargo, cuando publicó un capítulo los personajes descritos con sardónica fidelidad tacharon al escritor de sus agendas. Capote había violado uno de los acuerdos tácitos de las celebridades: la sinceridad es algo que sólo existe cuando no hay periodistas cerca. El autor que se atrevió a presenciar la ejecución de los protagonistas de A sangre fría no soportó ser repudiado por los protagonistas de Plegarias atendidas. Capote se sumió en las drogas y el alcoholismo y calmó a los periodistas inventando que el manuscrito terminado de su gran novela se encontraba en un casillero de una estación de autobuses. De manera perversa, Warhol cumplió en sus Diarios la promesa de Capote. El siglo de la imagen sabe cómo travestir a sus actores: un virtuoso de la lengua inglesa es reducido al silencio y un pintor ágrafo publica un libro de 979 páginas. Obviamente, Warhol no se molestó en escribir una sola frase. Los Diarios fueron dictados por teléfono a su secretaria Pat Hackett. Este trabajo "de un minuto al día" permitió consumar una obra desmesurada. Años antes, Henry Geldzahler, uno de los curadores de arte más importantes de Estados Unidos, había dicho: "La única forma de hablar con Andy es por teléfono". La conversación le parecía un contacto demasiado cercano.

Es inútil juzgar su libro póstumo como obra literaria. Se trata, más bien, de un documento similar a la caja negra de los aviones:

Esto decían los famosos de Nueva York, a fines del siglo XX, antes de la catástrofe final.