Capítulo V DAWSON Y WATKIN
CUANDO, en años posteriores, Ronald Knox contemplaba con ojos desapasionados sus días como presidente de la Oxford Union, confesaba que, «mirada retrospectivamente, la Oxford Union no es tan cordial y acogedora», aunque -admitía también- «deja recuerdos imborrables». Entre ellos se incluía el de un Winston Churchill «profiriendo feroces invectivas contra F. E. Smith, con quien había hecho el viaje en tren hasta allí», y un Hilaire Belloc «agitando un puro entre sus dedos al tiempo que demolía el Parlamento».
Otro universitario con recuerdos imborrables de los animados debates oxonienses de aquella época es Christopher Dawson, llegado a Trinity College en 1908. Dawson evocaba la imponente figura de Belloc interviniendo en el debate de la Eights Week (campeonato anual de remo organizado por la Universidad de Oxford en el que participan miembros de los distintos colleges -N. de la T.), así como la de Ronald Knox pronunciando un «brillantísimo discurso destinado a probar que los Estuardo fueron desinteresados socialistas». Como Lunn, Dawson era un admirador incondicional de Knox, quien formaba parte del «elegante grupo de Balliol» y encabezaba junto a algunos otros «el sector anglocatólico de la universidad», amén de haber fundado «otro grupo llamado «Los Spike» por sus ideas próximas a la High Church». Dawson comenzó a rondar los límites del grupo anglocatólico de Knox, sin llegar nunca a unirse a «Los Spike», pero asistiendo semanalmente a la Misa celebrada en Pusey House: se trataba de un converso al anglocatolicismo relativamente reciente, que hasta entonces venía declarándose agnóstico. El reavivamiento de su fe se debió, en gran parte, a su amistad con Edward Ingram Watkin, un anglocatólico convertido al catolicismo romano el mismo año de la llegada de Dawson a Oxford.
Watkin, estudiante de New College, estaba convencido de que Cristo había instituido una única Iglesia que la anglicana no reclamaba ser. A pesar de todo, Watkin continuaba, si no absolutamente conforme, al menos en armonía con la comunión en la que se había formado. Respecto a su recepción en la Iglesia católica escribió que «el catolicismo fue el cumplimiento de todo lo que había aprendido y estimaba como anglicano» y que a la Iglesia de Inglaterra le debía su «aprecio por la oración y el culto litúrgicos, que me ha permitido hallar en la liturgia católica tesoros que de otro modo nunca hubiera llegado a descubrir».
En los años siguientes, Watkin publicó numerosos libros que abarcaban desde cuestiones teológicas y filosóficas hasta la historia de la Iglesia católica en Inglaterra, junto a diversos estudios del arte y la cultura católicas: una contribución al catolicismo similar a la de Dawson, quien -debido en parte a la ininterrumpida influencia de Watkin- se convirtió en 1914. Dawson escribió algunos libros cuyos principios innovadores, sobre todo, en lo referente a la filosofía de la historia, ejercieron una influencia decisiva sobre muchos de sus contemporáneos: entre otros, sobre T.S.Eliot.
En el verano de 1905, Dawson y Watkin coincidieron en Bletsoe (Bedfordshire), donde fueron confiados al cuidado de un tutor que se encargaba de dirigir sus estudios antes de su ingreso en Oxford. La hija y biógrafa de Dawson, Christina Scott, ha descrito la relación de su padre con Watkin como «la primera amistad de su vida y la más importante». En opinión de Watkin, su primer encuentro, que incluyó una violenta disputa religiosa, «no fue augurio de ninguna amistad futura». En aquel momento, Dawson atravesaba un período de escepticismo religioso, mientras que Watkin se confesaba un anglocatólico convencido: una mezcla desigual que desembocó en una polémica explosiva, con violencia física incluida, cuando el joven anglocatólico se armó con una silla del jardín para descargarla sobre la cabeza del joven agnóstico. Tal fue el poco prometedor inicio de aquella amistad.
Watkin llegó a Bletsoe a la edad de dieciséis años, después de una infancia solitaria en Gales y una formación poco convencional a cargo de tutores particulares ingleses y extranjeros. De Bletsoe pasó a St. Paul’s School, el mismo centro en el que, veinte años antes, Chesterton obtuviera una beca para estudiar lenguas clásicas en New College, Oxford.
Entretanto, a Dawson, cuyo abuelo materno -el archidiácono Bevan- desempeñó un papel destacado en el Kilvert’s Diary, lo habían enviado a Winchester, cuya formación religiosa le pareció «árida y descarnada», y las muchas horas de instrucción formal «más cerca de la ética que de la religión». Así pues, lo único que consiguió el colegio más religioso de Inglaterra fue «apartarlo de la religión oficial». Más adelante describiría de este modo las perjudiciales consecuencias de su educación religiosa en Winchester: «Una leve nebulosa y la falta de seguridad envolvían los principios fundamentales del dogma cristiano...el único criterio de autoridad del mundo religioso protestante -es decir, la Biblia- estaba siendo arrasado por la marea del nuevo criticismo bíblico».
Su búsqueda desesperada de un principio de autoridad no desembocó en la Iglesia anglicana, y mucho menos en el ala anglocatólica de la Iglesia de Inglaterra, «cuya debilidad se manifestaba precisamente en el aspecto en que se declaraba más fuerte: carecía de autoridad. Su doctrina no era la de la Iglesia oficial, sino la de una minoría emprendedora que establecía sus propios criterios de ortodoxia».
Fue este «conflicto de autoridades», como él mismo lo denominaba, lo que le llevó a perder la fe. «De hecho, las corrientes intelectuales», escribió, «discurrían al margen del cristianismo y se notaba la primera influencia de la ola de paganismo que recorría todo el país». Estas palabras fueron escritas en retrospectiva en 1926, pero su diario −1906- refleja las mismas ideas, aunque expresadas de un modo menos objetivo: «Me parece que no existe otra seguridad que la de la propia existencia, sin la cual no se puede concebir nada». Y al año siguiente: «En este momento, para mí el cristianismo solo es una posibilidad entre muchas otras. No estoy nada convencido». A su llegada a Trinity College (Oxford, 1908), sus dudas se habían apaciguado lo suficiente para permitirle recuperar su fe en el cristianismo, lo cual se debió en gran parte al constante contacto con Watkin.
Desde el principio -y al margen de la disputa inicial- lo que unió a Dawson y Watkin fue su mutuo interés por algunos libros. En Bletsoe, Dawson animó a Watkin a leer la obra de Shorthouse John Inglesant, cuya influencia sobre ambos fue similar a la ejercida en el caso de R.H.Benson y Ronald Knox.
Los primeros capítulos del libro contienen una descripción de la comunidad anglicana de Little Gidding durante el siglo XVII, así como la famosa iglesia de los Cuatro cuartetos de T.S.Eliot. Durante su último trimestre en Bletsoe, Dawson y Watkin viajaron campo a través hasta Little Gidding, donde pudieron ser testigos de la «peculiar atmósfera de paz y oración que envolvía a la iglesia».
Watkin abandonó Bletsoe en 1906 y Dawson, un poco después, pero la amistad trabada en Oxford se prolongó durante los sesenta años siguientes. Watkin apadrinó a la hija de Dawson, Juliana, hoy hermana asuncionista en Hengrave Hall (Suffolk), quien recuerda cómo «en años posteriores perdieron algo el contacto». En la biografía de su padre, la otra hija, Christina Scott, describe así la naturaleza de su relación:
Era una de esas raras amistades entre dos personalidades aparentemente opuestas que guardan una estrecha afinidad de mente y espíritu. Con Edward Watkin, que era sociable y locuaz, Christopher perdía su timidez y su reserva y sabía que podía hablar libremente, o bien permanecer callado si así lo deseaba: la compenetración entre ambos era tal que las palabras podían resultar innecesarias.
Después de los tranquilos días de Bletsoe, para Dawson la vida en Oxford representó un auténtico «torbellino social». Aparte de Watkin, conocía a muy pocos católicos y, durante algún tiempo, no contempló la idea de convertirse. Pero, como tantos contemporáneos suyos, había leído las novelas de Benson y, en el transcurso de una desafortunada visita a Alemania, llegó a comparar aquel «país horrible» con «la situación de la sociedad en El amo del mundo», la novela de Benson inspirada en el Apocalipsis. Siempre conservó su admiración por Benson y, veinte años más tarde, seguía animando a sus hijos a leer sus obras. Juliana recuerda «haber crecido con las novelas de Benson... Quizá fueran un poco exageradas, pero a mí me encantaban».
Durante las vacaciones de Pascua de 1909, Dawson viajó a Roma en compañía de Watkin: allí fue donde abrió los ojos a «un nuevo mundo religioso y cultural». La buena impresión que se llevó de Roma a sus diecinueve años contrasta vivamente con su opinión acerca de Alemania, donde se quejaba de que «la gente se las arregla perfectamente sin religión» y «estudia el cristianismo como si de un escarabajo se tratara». Así como Alemania le pareció «un lugar embrutecido», Roma, mucho menos afectada por la modernización de lo que él había temido encontrar, colmó todas sus expectativas. A su casa enviaba cartas entusiastas describiendo las iglesias barrocas como «todas doradas y en mármol de colores». El posterior relato de su conversión da fe de la importancia de su primer viaje a Roma:
Para mí, el arte de la Contrarreforma era un auténtico placer, y las iglesias de Bernini y Borromini no me gustaban menos que las basílicas más antiguas. A su vez, aquello me condujo hasta la literatura de la Contrarreforma y fue así como conocí a santa Teresa y san Juan de la Cruz, al lado de los cuales hasta los más grandes escritores religiosos no católicos palidecen y pierden consistencia.
A su regreso a Oxford, y también a través de su amigo Watkin, conoció a varios católicos más y a unos pocos sacerdotes. En la Newman Society (la Sociedad de Oxford que reúne a los estudiantes católicos) oyó a Wilfrid Ward relatando las circunstancias en que Newman redactó Apología pro Vita Sua. Aquella era la primera vez que se mostraba interesado en Newman y en el Movimiento de Oxford; de hecho, la Apología de Newman iba a jugar un papel decisivo en su conversión. Según Christina Scott, «toda su actitud se parecía bastante a la de Newman. Descubrió la fe a través de la historia y el estudio de los Padres de la Iglesia»
Dawson siguió toda la vida fascinado por Newman; en una de sus últimas conferencias pronunciadas en Harvard describía las circunstancias que facilitaron su conversión. Dawson explicaba cómo, en el momento en que Newman hubo de enfrentarse a una decisión, le pareció «dificilísimo hacerlo y pasó cuatro años de agonía intelectual y de examen moral cortando los lazos que tan estrechamente le unían a la Iglesia de Inglaterra y a la Universidad de Oxford». Resultan sorprendentes las similitudes entre ambos acercamientos, ya que el propio Dawson se vio inmerso en una situación prácticamente idéntica.
Al igual que Newman, Dawson se sentía firmemente unido a la tradición anglicana por la historia de su familia; y, también como Newman, sabía que la conversión al catolicismo romano le acarrearía la radical desaprobación de quienes le eran más cercanos. Dawson sabía, además, que su madre -la primogénita de Bevan, archidiácono de Hay Castle- se opondría tajantemente a que «se pasara a Roma».
Un paralelismo más entre una y otra conversión: el mucho tiempo transcurrido antes de dar ese paso irrevocable. A Dawson, quien -como hemos visto- mencionó esos cuatro años dedicados por Newman a la lucha espiritual previa a su conversión, la decisión le costaría casi lo mismo.
Acerca de Newman escribió que «ningún converso se ha acercado al catolicismo con tanto cuidado y tan concienzudamente como él, comprobando cada paso, sopesando todas las alternativas y contemplando cualquier objeción». Ese fue el método que adoptó Dawson, quien se embarcó en un estudio exhaustivo de la Biblia y los Padres de la Iglesia, sobre todo, de san Atanasio, san Ireneo, san Cipriano y san Agustín. «Fueron los Padres quienes me hicieron católico», escribió Newman a Pusey. Lo mismo hubiera podido decir Dawson. En otra ocasión, Newman escribió también que «profundizar en la historia lleva a dejar de ser protestante». Con ello quería decir -en opinión de Dawson- que la acumulación de pruebas del pasado cristiano le abocó a la aceptación del presente católico: «Solo había dos caminos: el de la fe y el de la incredulidad, y así como el segundo le dejó a medio camino entre el liberalismo y el ateísmo, el primero le instaló entre el anglicanismo y el catolicismo».
Estas palabras, aunque escritas por Newman, eran la viva descripción de los sentimientos de Dawson a medida que se iba aproximando a la conversión. Sin embargo, resulta irónico que lo que le convenciera definitivamente de la verdad del catolicismo fuese un teólogo protestante del siglo XIX, Adolf Harnack, en el volumen VII de su Historia del dogma, sentaba que Lutero había atacado todo el ideal católico de la perfección cristiana causando la ruptura entre el presente protestante y el pasado cristiano. Esto fue lo que le persuadió de que solo la Iglesia católica de Roma mantenía la verdadera fe en una tradición ininterrumpida desde los Apóstoles. Así expresa Dawson con cierto regocijo su inesperada deuda de gratitud para con el teólogo protestante alemán que, sin saberlo, lo había conducido hasta Roma: «Harnack, un protestante liberal, siempre ignorará cómo ha contribuido al proceso de mi conversión hacia la Iglesia católica. Desde luego, nunca llegó a oír hablar de mí, pero me pregunto si alguna vez se le ocurrió pensar en la posibilidad de guiar a alguien por tan extraño camino».
La llegada de Dawson a la postura ortodoxa a través del rechazo de la opinión «herética» de otro guarda cierta semejanza con la experiencia vivida por G. K. Chesterton en aquella misma época. En 1909, Chesterton se había visto involucrado en una controversia con Robert Dell, un católico modernista que, más tarde, abandonaría la Iglesia para convertirse en un célebre agnóstico y revolucionario socialista. En respuesta a Dell, Chesterton llegó a la conclusión de que «nunca se había sentido tan próximo a la comunión de Dell como después de haber leído el ataque de este contra ella».
Pero el destino de Chesterton, pasados dos años, era acercar aún más a Dawson a la Iglesia católica. En agosto de 1911, con Dawson inmerso de lleno en su lucha espiritual, se publicó la Balada del caballo blanco. A la vuelta de veinte años, Dawson reconocía la influencia que esta obra ejerció sobre él: «Hace años, cuando aún era un estudiante, su Balada del caballo blanco fue para mí el primer aliento de vida que me llegaba en aquella época».
En cualquier caso, la influencia de Chesterton sería relativamente pequeña al lado de la de Newman, por un lado, y la de su profundo estudio de la historia, por otro. Este último fue reafirmando su convicción de que la Reforma estaba basada sobre algunos errores fundamentales:
Es el clásico ejemplo de «arramblar con todo». Los reformadores se rebelaban contra la práctica externa de la religión medieval, y por eso abolieron la Misa. Protestaban contra la falla de santidad personal, y abolieron los santos. Atacaban los bienes y el sibaritismo de los monjes y abolieron las reglas monásticas y la vida de pobreza y ascetismo voluntarios. No pretendían abandonar la idea de perfección cristiana, sino buscarla en el puritanismo en lugar de en los monasterios, en el pietismo en lugar de en la mística.
Al final, no fue Newman ni el estudio de la historia lo que le convenció de la verdad de la fe católica, sino una atenta lectura de la Biblia. Y en esto, su proceso vuelve a mostrarse paralelo al de R.H.Benson:
Fue gracias al estudio de san Pablo y san Pedro como llegué a entender la unidad fundamental de la teología y la vida católicas. Me di cuenta de que la Encarnación, los sacramentos, el orden externo de la Iglesia y la obra interna de la gracia santificante no eran sino partes de una unidad orgánica, un árbol viviente cuyas raíces se encuentran en la naturaleza divina y cuyo fruto es la perfección de los santos...
Otra importante influencia, no tan profunda pero sí igualmente poderosa, vino a través de un encuentro con Valery Mills durante una fiesta celebrada en Oxford en el verano de 1909. Dawson «se enamoró perdida e irremediablemente» de aquella jovencita católica de dieciocho años. Cuatro años más tarde se comprometieron y, a principios del siguiente, él abrazó la fe de su prometida. Pero antes tuvo que enfrentarse a la oposición de su madre, una acérrima protestante que nunca se mostró conforme con aquel cambio de religión. Su conversión también hizo algo tirante la relación con su hermana, una devota anglocatólica que ni aceptó ni entendió nunca sus razones para unirse a la Iglesia Católica Romana. Es más, después de ser recibido, «entre ellos se produjo una grieta que siempre les impidió restablecer la estrecha relación de sus primeros años».
El padre O’Hare, SJ, recibió en la Iglesia a Christopher Dawson el 5 de enero de 1914, festividad de la Epifanía, en St. Aloysius, Oxford. En la ceremonia, y como no podía ser menos, Edward Watkin, su amigo y compañero de viaje en el camino hacia la fe, actuó como padrino.