La maternidad paterna

No ha sido justa la naturaleza con el padre: le ha dado la responsabilidad de su imprescindible aporte en la creación de los bebés, pero le ha negado la posibilidad de quedar embarazado y, en consecuencia, el derecho a exigir que le cedan el puesto en el metro, pedir helado de chocolate a las tres de la madrugada, comer cuanto le venga en gana con la disculpa de que debe nutrir a dos organismos, alegar cansancio para evitar toda clase de compromisos, aprovechar las ventajas laborales concedidas durante la gestación y dar salida a explosiones temperamentales que en otras circunstancias serían inaceptables.

Sabias tribus indígenas han compensado esta injusticia con la costumbre de mimar al padre durante el embarazo de la madre. Es así como en Papúa (así bautizada por su consideración con papá) el futuro padre descansa y recibe múltiples atenciones mientras la futura madre engorda. Y después del parto le corresponde al padre una larga licencia en el trabajo.

La ciencia no ha logrado hasta ahora que el padre acoja en su seno al futuro bebé. Ni siquiera durante una parte de la gestación, como sería lo más equitativo. Hace algunos años, sin embargo, Arnold Schwarzenegger protagonizó una película de ciencia ficción en la que el padre era también madre, pues quedaba embarazado de sí mismo. Esa actuación le valió la gobernación de California, lo cual sugiere la enorme potencialidad que tendríamos los padres si nos permitieran asumir aunque fuera una parte del embarazo. De ser posible, los primeros dos o tres días.