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Te recuerdo, Sydney. Es así, o al menos así lo creo: no se llega a ser periodista deportivo si no llegas a ser olímpico. Así lo aseguro después de disfrutar de esa ciudad vestida de gala. Todo funcionó. El periodista deportivo no cierra el círculo hasta vivir esa experiencia. Y sí está en Australia, mejor. Sydney 2000 queda como un recuerdo imborrable de lo que debe ser esta profesión. Se dieron las circunstancias adecuadas para trabajar 20 horas al día y ser feliz.

Recuerdo la fuerza colectiva del equipo de la radio, el compañerismo, el trabajo en común, el esfuerzo añadido por el cambio horario, la vista de la bahía desde la habitación del hotel, el Estadio Olímpico cantando, los fuegos artificiales desde la Marina, las once medallas de los españoles, el universo de la villa olímpica (esa Babel de mujeres y hombres musculosos), las carreras de velocidad, la maratón, los goles del equipo de balonmano, las sonrisas de la Reina Sofía, los amigos australianos, la comida en el restaurante giratorio de la torre de televisión...tantas cosas que convierten en especial el trabajo en los Juegos.

Realmente es así, uno no es periodista deportivo si no es olímpico.