EPÍLOGO
"Es recomendable el silencio para los sabios, y much más para los tontos". Este proverbio judío me lo dijo uno de mis primeros entrenadores cuando en medio de una conversación deportiva surgió el tema de los medios de comunicación. "Si algún día llegas a ser famoso, habla poco con la prensa, ya que cuanto menos hables, menos te equivocas". Con el paso del tiempo pude comprobar que a mi consejero circunstancial no le faltaba razón, aunque, siendo sincero, yo no me puedo quejar.
Mi relación con los medios de comunicación comenzó a mediados de la década de los ochenta, cuando intentaba hacerme un hueco entre una pléyade de ilustres compañeros, cuyas imágenes, pocos años antes, habían sido objeto de transacción comercial en forma de cromos durante mi época en el Colegio Calasancio.
Curiosamente, mi primera actuación pública relevante fue la noche de mi debut con el Real Madrid. Aquella tarde la vida organizó una fiesta para mí y, tras marcar dos goles contra el Cádiz, la prensa me convirtió en el protagonista deportivo del fin de semana. Recuerdo que cuando llegamos al aeropuerto de Madrid, un enviado del programa "Estudio, Estadio" me pidió que le acompañara a los estudios de Televisión Española ya que Matías Prats hijo me quería entrevistar en directo. Como es lógico, ante esa invitación era arduo resistirse y acepté de inmediato ese encuentro con la fama. Llevado por una nostalgia enternecedora he visto casi una decena de veces aquella entrevista -sobre todo en los últimos años- y me agrada comprobar lo amable y cariñoso que estuvo Matías. Era el 5 de febrero de 1984 y hasta el día en que jugué mi último partido con el Real Madrid -15 de junio de 1995- mi presencia en los medios de comunicación fue constante. Teniendo en cuenta que teníamos que convivir en el mismo mundo, y que nos necesitábamos mutuamente, siempre intenté ser comprensivo y respetuoso con su trabajo, entendiendo que, quienes lo llevaban a cabo, eran unos profesionales que cumplían con su obligación. He de confesar que después de tantos años, salvo raras excepciones, observo que he tenido una relación cordial, sin confianzas: dentro del ámbito profesional nos respetábamos y, al conocer las reglas, todo funcionó sin problemas.
Es evidente, y nadie puede escapar de esta realidad, que el papel desempeñado por la prensa en los últimos años ha sido tan relevante, que nunca el fútbol habría alcanzado la cuota de popularidad y reconocimiento que posee en la sociedad española, sin el esfuerzo de cientos de profesionales de la información que vieron en este deporte el sector más atractivo para la consecución de sus fines corporativos.
Dentro de todos ellos, Chema Forte se ha destacado por su sencillez y elegancia. En un sector que ha visto crecer la competitividad de una manera despiadada, figuras como la de él engrandecen al ser humano. Sosegado, sin afán de protagonismo, Chema ha vivido con pasión esta actividad, pero nunca ha transgredido sus valores, su ética o sus principios. Basándose en la máxima de que esta vida es como una obra de teatro, en la cual cada uno de nosotros debe representar ciertos papeles -siempre de una manera temporal-, no se dejó llevar por la ficción que empaña la realidad, y siempre fue él, sin tapujos y cristalina transparencia. Aún consevo nítida su imagen, acercándose con respeto para solicitarme una entrevista en un tono de voz muy bajo por si podía perturbar mi tranquilidad.
Siguiendo el consejo de Bacon de que "la lectura hace que un hombre sea completo", cuando recibí el boceto de este libro, lo leí con gran interés. Al terminar percibí un sentimiento de deuda con el autor ya que había disfrutado con su lectura. Usando un lenguaje sencillo, pero preciso, Chema nos invita a un viaje dentro del mundo del fútbol desde su perspectiva de soñador que se rebela contra los convencionalismos y, con la literatura como defensa, nos presenta una obra del fútbol muy distinta a las habituales de estos últimos años, plagada de anécdotas personales y citas que enriquecen el texto. Pero, sobre todo, se trata de un libro bien escrito, y por eso, sólo por eso, merece la pena leerlo.
Emilio Butragueño