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La terquedad. Un buen profesional de las ondas (y, en algún caso, de la honda) se jacta de su capacidad para preguntar un millón de veces lo mismo con tal de encontrar la respuesta que busca. Es insistente hasta el hartazgo, pero eficaz. Es el éxito del terco.
La terquedad no tiene, empero, que estar reñida con la inteligencia. Un terco no tiene que ser, irremediablemente, imbécil. Aunque no se queda lejos.
Si centramos nuestro discurso en el tema de este libro, nos encontramos con diálogos propios de Bizancio, cuando no de Perogrullo. Los ejemplos son numerosos, pero nos quedaremos con una entrevista cualquiera de las que se hacen después de un partido.
- Joven reportero con micrófono inalámbrico: Después de esta derrota, estás triste.
- Joven promesa: Sí, bueno, claro, pero lo importante es seguir luchando.
- J.R.: Pero, a nivel personal, has estado bien.
- J.P.: Sí, bueno, claro, pero lo importante es el equipo. Aunque espero que el míster siga contando conmigo.
- J.R.: Sí, sí, claro, pero tu has estado muy bien.
- J.P.: Sí, bueno, claro, te vuelvo a repetir, lo importante es seguir luchando y poder mejorar.
Y así hasta el infinito...