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Trabajo en la radio. Así que debo confesar que además de ser periodista deportivo me aplico el agravante de ejercer mi profesión en el medio más etéreo. Miel sobre hojuelas. En el caso de que aún tenga fuerzas para concentrar su mirada sobre estas letras, debo advertirle de los peligros de un profesional de este grado: errores gramaticales, falta de concordancia, mala educación gramatical y absoluto desdén por la ortografía. En el desarrollo de este relato nos hemos ido encontrando con valiosos amigos que nos han cedido alguna de sus ideas, por este motivo te recomiendo la lectura de "El dardo en la palabra", del académico Lázaro, quien nos disecciona cual cirujano de afiladísimo bisturí. Pero, como nuestros errores siempre consiguen superar la frontera de la edición y la reedición, el buen Lázaro sigue haciendo carretera con nosotros. Muy recomendable es su artículo "Zurrando el cuero", publicado en el diario El País, el domingo 2 de julio de 2000. En él nos descubre tropezones renovados, con especial atención a " ...los perpetrados por el glosador que acompaña de ordinario al mero relator de jugadas en la Televisión Española". Nos perdona el académico algunos deslices y entiende de nuestras dificultades para encadenar durante 90 minutos un discurso que se pueda entender, si bien, merecería la pena el esfuerzo de expresarnos con un puñado de frases que, dichas una detrás de otra, se parezcan al idioma castellano.
Hagamos autocrítica y añadamos: tenemos flojos conocimientos en historia, geografía, derecho, medicina y otras materias de las que se pueden escuchar los comentarios más promiscuos sin ningún rubor (del tipo: el jugador tiene rotos los dos tobillos del pie derecho o que los argumentos del Quijote se parecen a las películas del Gordo y el Flaco). Un buen compañero me ha dicho "si somos lo que hablamos somos monos, si somos lo que los demás quieren escucharnos puede que seamos estrellas de la radio". Yo acierto a contestarle que me cuido del pleonasmo a duras penas y que perdí la batalla del leísmo y laísmo. Nos lamentamos juntos y arreglamos una parte del planeta con una mesa circular entre nuestras piernas. Le digo que la palabra más excitante es muslos. Me dice sonriendo que le gustan los de Maradona. Me quedo trémulo, álgido. Y él, mirando esdrújulo y cárdeno, me advierte que no debo subir arriba, tan alto, para quererme tanto.