8
La cosa quedó así y York se acercó a Jill
para acariciarla en la mejilla. Edgren me preguntó si tenía algo
que añadir a lo que había dicho aquella mañana. Luego se volvió
hacia mi madre, quien manifestó:
—Yo tengo mucho que añadir. Intento ayudar a
la Policía y, a cambio, me trata como a una ladrona. Pero no diré
nada. Nada de nada.
Mantle la interrumpió para decirle que no
había sido tratada como una ladrona ni le habían faltado al
respeto.
—Nadie me ha dado las gracias por la ayuda
que he querido prestarles —se lamentó.
—Pues muchísimas gracias.
Pero Knight puso fin a la conversación
llevándose a los policías aparte para cambiar impresiones. Entonces
fue cuando Bledsoe se arrodilló frente a Jill, hizo una señal con
la cabeza a mamá y nos susurró a los tres, con York aún de pie
detrás de Jill:
—Creo que la Policía quiere detenerlos a los
tres. El tiempo que transcurrió después del tiro no se aparta de la
mente de Mantle, y eso, junto con la confesión de la señora Howell,
que reconoce su interés por el dinero, le induce a creer en la
posibilidad de que Dave Howell escondiera ese dinero con la ayuda
de su madre y la señorita Kreeger. Creo que están hablando de eso,
y Knight, naturalmente, es reacio a enfrentarse a un juez si yo
pido la libertad bajo fianza de ustedes. Pero ¿qué necesidad hay de
llegar a eso? Creo que puedo arreglarlo todo ahora mismo de un modo
muy sencillo. Mirenme a los ojos ustedes tres, y contéstenme: ¿hay
alguna razón, sólo una, por la que no quieran que registren esta
casa? ¿O la otra casa, dondequiera que esté?
—Por mí ya pueden registrar —dije. —¡Claro
que no hay ninguna razón! exclamó mamá—. ¿Qué razón iba a haber?
¿También piensa usted que yo soy una ladrona?
—Bueno, yo tampoco tengo ninguna razón en
contra —dijo Jill.
El abogado se levantó y llamó a
Knight:
—Marión, los policías, según creo, no hacen
más que pensar en ese dinero, y creen que Howell retrasó su llamada
a la policía para que su madre, la señorita Kreeger o él mismo
pudieran esconderlo. Por si es así, desean que esta casa sea
registrada, y la otra también. No les importa que no haya
mandamiento judicial.
—¿Bien? —preguntó Knight, mirando primero a
Edgren y luego a Mantle—. Creo que ésa es una buena idea.
—De acuerdo. Empecemos.
Así que los dos se dedicaron a registrar. Yo
he oído decir que un registro pone una casa de patas arriba, pero
no fue así en este caso. Los dos policías conocían su oficio y
fueron por toda la casa rápidamente, dejando las cosas tal como las
habían encontrado, primero abajo y luego en el segundo piso, ya que
les sorprendió mucho, porque allá arriba no había más que ropa
blanca en los armarios del cuarto de baño. Les mostré la escalera
que subía al desván.
—Allí no hay nada —les aseguré—. Al menos
eso creo, pues si he de decirles la verdad, sólo he subido una
vez.
Hicieron su trabajo rápidamente, y luego nos
metimos en el coche para dirigirnos a la otra casa. Seguimos por el
camino vecinal unos cuatrocientos metros, hasta la carretera
sesenta, luego avanzamos otros cuatrocientos metros en dirección
Sur, hacia Marietta, y tomamos otro camino vecinal que conducía a
la otra casa. Abrí la puerta, y mis acompañantes se estremecieron a
causa del frío que reinaba en el interior de la vivienda. Las
habitaciones delanteras estaban vacías, pero señalé la luz que
mantenía encendida, y luego les conduje por las habitaciones
traseras, que estaban llenas de sacos de granos de maíz, semillas
de lechugas y rábanos. Allí se dejaba otra luz encendida. Descorrí
el cerrojo de una de las puertas traseras y cruzamos el patio hacia
la cocina, cuya puerta mandé ensanchar para permitir la entrada a
las grandes máquinas agrícolas. En un rincón había herramientas de
jardinería: palas, azadas, picos, rastrillos, etc., que Mantle
agarró para echarles un vistazo por si tenían barro fresco,
sospeché yo, a causa de haber enterrado nosotros el dinero en
alguna parte. Pero Edgren se quedó en la puerta, mirando a su
alrededor. De repente, se volvió hacia mí, y me preguntó:
—Dice usted que su padre edificó esto. ¿De
dónde era su padre?
—De Texas —le contesté.
—Claro, por eso parece un rancho texano. El
comedor está en la casa, pero guisaban en esta cocina.
Antiguamente, el muchacho esclavo que llevaba la comida tenía que
silbar mientras iba, para que no lamiera la salsa de la carne. Si
no silbaba, lo castigaban.
—Mi padre ya me contó eso.
Edgren pareció satisfecho. De si Mantle lo
estaba, no podía yo estar seguro.
Volvimos a la otra casa y todos se volvieron
muy sociables. Mamá explicaba a Knight y a Bledsoe «el horrible
aspecto de sus sesos, esparcidos por el suelo»; la enfermera
permanecía sentada con Jill, y York hablaba por teléfono en el
recibidor.
—Nada —informó Edgren a Knight.
—Al menos hasta ahora —le matizó
Mantle.
Fue York quien llevó la iniciativa de la
conversación cuando volvió al recibidor. Primero soltó un billete
en el regazo de mamá, y luego le dio las gracias por permitirle
usar el teléfono.
—He estado hablando con el señor Morgan
—explicó—. Me refiero a Russ Morgan, presidente de Trans-U.S. &
C. El ha arreglado todo, creo, en lo referente al dinero, al menos
por lo que respecta a Jill. Se lo cede a ella, como agradecimiento
por lo que ha hecho. Yo le sugerí la idea y él ni me dejó terminar.
«Se lo merece —decía una y otra vez—. Sí, se lo merece. Es suyo si
alguna vez se encuentra, y si no se encuentra, será muy bien
recompensada.» Eso es típico del señor Morgan. Siempre hace las
cosas en grande. Así que... esto liquida el asunto, según creo.
Jill no puede ser acusada de robar un dinero que es suyo.
Se intercambiaron miradas
inexpresivas.
—¿Y bien? —preguntó a Knight.
—Ella no ha sido acusada, señor York.
—Bueno, pero ahora ya no se la puede
acusar.
—Tómeselo con calma.
Esta vez fue Bledsoe quien habló, pues a él
le gustaba matizar las cosas.
—No tratemos esto con acaloramiento.
Nadie mencionó la posibilidad de que se nos
acusara, y Knight se levantó.
—Practicaran la autopsia mañana —comentó—,
así que iniciaremos la investigación el martes. Ustedes tres: señor
Howell, señora Howell y señorita Kreeger serán llamados a declarar
como testigos, así que, por favor, no se ausenten —se puso la
chaqueta y se dirigió hacia la puerta.
—¿Listos? —preguntó York dirigiéndose a
Jill.
—Eso creo —respondió ella, volviéndose a
medias hacia mí.
—Yo la llevo —dije, bajando un brazo hacia
las rodillas de la muchacha, y pasando el otro por su cintura para
levantarla.
—¿Bueno? —inquirió sonriendo a York—.
Realmente no puedo elegir. Tengo que hacer lo que dice Dave.
—Muy bien —admitió York con cierto
malhumor.
Knight hizo un saludo con la cabeza a todos,
salió por la puerta principal, se metió en su coche y se
alejó.
—Ya les tendremos al corriente —prometió
Edgren, y él y Mantle se marcharon.
Bledsoe miró su reloj, hizo a Jill una breve
caricia, inclinó la cabeza ante mamá y se marchó a su vez.
La enfermera y York también salieron. Me
volví hacia mi madre y le dije:
—Volveré.
Pero no sé si me oyó o no, pues ni siquiera
me miró.
Llevé hasta la puerta a Jill, que la abrió y
cuando estuvimos fuera la cerró. La llevé hasta mi coche, que
estaba aparcado junto a la casa. Abrí la portezuela y la ayudé a
entrar.
—¿Bueno? —me preguntó cuando entramos en la
carretera sesenta, en dirección a la ciudad—. ¿Lo he hecho
bien?
—Perfecto —le contesté—. Me sentí aliviado
al ver que no contabas lo que se dijo en la oscuridad, todo aquello
de que mi madre quiso que Shaw te matara. Nunca creí eso,
pero...
—Lo dije sin pensar, ahora lo sé. ¿Sabes por
qué no he dicho nada?
—¿Por qué?
—Por ti. Ella es tu madre, yo yo...
—¡Sí! ¿Tú, qué? —le pregunté cuando se
interrumpió.
—¿No lo comprendes?
—No.
—Entonces, no he de ser yo quien te lo
diga.
—¿Pues quién ha de ser?
No contestó, pero puso su mano sobre mi
brazo e indagó:
—¿Hemos de ir juntos a alguna parte, sí o
no?
—En lo que respecta a mí, vamos.
—Entonces, una mujer está al lado de su
hombre tanto si le gusta su madre como si no. Yo no podía hablar en
contra de ella.
—Jill, te quiero.
—Y yo te quiero a ti.
Se retrepó en su asiento, colgándose aún de
mi brazo.
Llegamos al hospital que domina Muskingum,
aunque también tiene vistas sobre Ohio. Aparqué el coche, y cuando
alargué los brazos para levantar a Jill, me apartó y salió del
coche por sí misma. Se agarró a mi brazo, cojeando un poco, y me
guió hacia la terraza que daba al río, dio unos pasos y se quedó
allí mirando. Luego, trepidando en el crepúsculo, oímos un motor en
marcha. Se vio la parte superior de un remolcador, que subía Ohio
arriba, con su luz roja brillando ante nosotros. La vista es
siempre maravillosa, y permanecimos contemplándola con las manos
entrelazadas. De pronto, en un tono diferente, Jill me
preguntó:
—Dave, ¿dijo York que ese dinero es
mío?
—Así es, si se encuentra. Si no se
encuentra, de todos modos te darán una recompensa. Así que me he
enamorado de una heredera.
—Dave, tenemos que encontrarlo.
—Escucha, Jill, no te preocupes por él. Ese
dinero está ahora en el Muskingum, empapándose de agua para servir
de comida a los peces.
—Pues yo creo que no.
Alzó su mirada hacia mí con un nuevo brillo
en sus ojos.
—Esa mujer, tu madre, sabe dónde está y
quiere guardárselo. Lo cual no significaría mucho para mí si no
perteneciera a Russ Morgan. Me gustaría que se le pudiera devolver,
pero tal vez no esté en nuestra mano conseguirlo. De todos modos,
yo pienso hacer todo lo que me sea posible. Es mío y lo quiero. Aún
no sé cómo lograrlo, pero conozco a quien sabe dónde está.
—¿Mamá? ¿Cómo va a saber ella dónde
está?
—Ella sabe dónde lo puso, ¿no?
—Escucha, ¿cómo lo pudo esconder?
—Recogiéndolo, arrojándolo en el bote y
alejándose en él. Dave, a la Policía le pareció muy extraño que
Shaw permaneciera en aquella isla conmigo y no dijera una palabra
de que el dinero había desaparecido. Y tenían razón, Dave; él debía
de conservarlo. Sin duda lo llevó colgando del hombro todo el
tiempo. Tu madre no pudo sacarlo de la bolsa; eso significa que la
arrebató del hombro del muerto y se la llevó. Río abajo, río arriba
o a la otra orilla. Donde fuera. Puede que aún siga en la isla. La
Policía no ha registrado allí.
—Les dije que podían hacerlo. La isla es de
mi propiedad; forma parte de la granja que compré.
—Sin embargo, ellos no lo hicieron.
Yo estaba perplejo y no supe qué contestar,
pero seguimos hablando de lo mismo y Jill entornó sus ojos. Luego
me dijo:
—Dave, ya que Shaw no me mató, está bien,
olvidemos lo que ella intentó, ya que yo estoy enamorada de su
hijo. Pero cuando hay de por medio cien mil dólares, yo no olvido
nada. Ella se lo ha quedado y yo quiero recuperarlo. Si esto la
lleva a la cárcel de Marysville es porque ha de ser así. Te quiero,
pero si piensas que yo voy a abandonar ese dinero, no te quiero
hasta ese punto.
—Bien; ahora lo sé.
—Odio tener que decirlo, pero...
—No me quieres hasta ese punto.
De repente, aparecieron lágrimas en sus
mejillas, que brillaron bajo las luces. Yo le dije:
—¿Y si resulta que todo es al revés? ¿Y si
ella no tiene el dinero? ¿Y si nunca se encuentra?
—¡Tiene que encontrarse!
—Eso lo dices tú.
—Quiero entrar.