39

El doctor Albert Emerson me devolvió la llamada aquella noche, justo después de las nueve.

—Tessa ha tratado de suicidarse —dijo, con su juvenil voz—. La he hecho internar setenta y dos horas en Flint Hills Cottages, ¿sabe dónde es?

—En La Cañada.

—Exacto. Su unidad de cuidado para adolescentes es una de las mejores.

—¿Qué método utilizó la muchacha? —quise saber.

—Se cortó las venas.

—¿Iba en serio, o fue un simple grito de socorro?

—Muy en serio, casi se las serró. Afortunadamente, su padre logró cortar la hemorragia.

Tcht. Yo lo llamé porque Tessa me tenía preocupado.

—Y yo le he devuelto la llamada porque le agradezco su interés. Y los padres de Tessa también. ¿Qué quería decirme?

—Creo que la chica dijo la verdad respecto a la violación. Pienso que a Tessa le vendría bien escuchar eso de labios de alguien.

—Pero… ¿por qué ahora?

—No se lo puedo decir. Complicaciones legales.

—Ah —dijo él—. ¿El tipo violó a otra y lo descubrieron?

—Digamos que el testimonio de Tessa ha sido refrendado.

—Bueno. Lo averiguaré por mi esposa que, como le dije, trabaja en la fiscalía.

—Quizá ella no sepa nada. Se trata de una situación realmente delicada. En cuanto me sea posible darle una explicación, le prometo que lo haré.

—De acuerdo. Un momento: el padre de Tessa quiere hablarle.

Momentos más tarde:

—¿Doctor? Soy Walt Bowlby.

—Lamento lo de Tessa.

—Muchas gracias. —La voz del hombre era de confusión—. El doctor Emerson dice que se repondrá. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Sólo quería saber cómo estaba Tessa.

La voz se le quebró.

—La pobre está… Supongo que debí creerla cuando dijo lo de la violación.

—No debe usted culparse…

—Lo más extraño es que Tessa parecía estar mejor, pasaba cada vez más tiempo con Robbie, se divertía. Hasta que, de pronto, dejó de hacerlo. No quiso jugar más con su hermano y ni siquiera estar con él. Comenzó a quedarse el día entero encerrada en su cuarto. Ayer, entré a hablar con ella y la encontré en el baño. Gracias a Dios… Bueno, el caso es que no lo llamé a usted porque Tessa, hasta hoy, no volvió a mencionar a la profesora. Pensaba telefonearle, pero hemos estado muy ocupados.

—¿Qué dijo hoy Tessa?

—Que la profesora era verdaderamente su amiga, porque fue la única que la creyó. Que el muy cabrón la ató y la forzó, y que la única que supo comprenderla fue la profesora.

—¿Muscadine la ató?

—Sí. Como se me cruce por delante ese cabrón, le corto las pelotas.

—Señor Bowlby…

—Ya sé, ya sé… Mi esposa me dice que hablar así es una estupidez, y comprendo que tiene razón. Pero sólo de pensar lo que le hizo ese tipo a mi pequeña… Ojalá haya un infierno… Pero lo importante es que Tessa está viva. Más adelante ya nos ocuparemos de las otras cosas. De todas maneras, gracias por llamar, doctor.

—¿Les importa a ustedes que me acerque a hablar con Tessa?

—¿Para qué?

—Sólo para decirle que yo también la creo.

—No, no nos importa; pero tendrá usted que preguntárselo al doctor Emerson.

—¿Sigue el doctor ahí?

—Está en el vestíbulo. ¿Quiere que vaya a buscarlo?

—Sí, por favor, si no es molestia.

—Ninguna molestia. Total, aquí no hago nada, sólo compañía.

Aquella noche llegué a Glendale a las diez y media y a La Cañada unos minutos más tarde.

Flint Hills Cottages se encontraba en Verdugo Road, ya en las colinas, en las afueras de una elegante urbanización residencial. El único cartel indicador era un letrero situado en la puerta principal. Esta se encontraba abierta y el hombre de la caseta de vigilancia llevaba chaqueta y corbata y lucía en los labios una estereotipada sonrisa.

No había edificio central, sólo una serie de bungalós situados al extremo de un camino de grava, bajo las copas de sicomoros y cedros centenarios. La suave iluminación exterior y las buganvillas que trepaban por los muros hacían que el lugar pareciera un apacible balneario.

Emerson me había dicho que Tessa se encontraba en la unidad C, situada frente al estacionamiento, a la izquierda. La puerta principal estaba cerrada, y tuve que aguardar un rato antes de que una enfermera acudiese a abrirme.

—Soy el doctor Delaware y quiero ver a Tessa Bowlby.

Ella me miró recelosa.

—El doctor Emerson me espera.

—Venga, por favor.

La seguí a través de un vestíbulo de suaves tonos amarillos. Moqueta nueva color chocolate, litografías en las paredes con motivos florales, unos cuantos carteles de recitales de rock, siete puertas, todas ellas cerradas. Al fondo, un despacho de enfermeras donde había un hombre sentado, estudiando un historial médico.

Alzó la vista y se puso en pie.

—¿Doctor Delaware? Soy Al Emerson.

Tenía poco más de treinta años, el pelo largo y ondulado, y barba poblada color castaño meticulosamente recortada. Chaqueta deportiva, pantalones marrones de lana, camisa de algodón y corbata azul de punto. Su apretón de manos fue breve y firme.

—Gracias, Gloria —dijo a la enfermera. Cuando esta se fue, me fijé en el historial que estaba estudiando Emerson. En él aparecía el nombre de Tessa. El pabellón se encontraba en silencio.

—¿Qué tal sigue Tessa? —pregunté.

—Comienza a manifestar remordimientos, lo cual es buen síntoma.

—¿Sigue su padre acompañándola?

—No, el señor Bowlby se fue hace un rato. Estuvo con ella, pero sólo unos minutos. Tessa está furiosa con él.

—¿Por no haberla creído?

—También por eso, pero el problema es más hondo.

—Suele serlo.

Él asintió con la cabeza.

—Los padres son buena gente. Bien intencionados, sinceros. Pero simples. No estúpidos, sólo simples.

—Lo contrario que Tessa.

—Tessa es una muchacha sumamente compleja. Creativa, imaginativa, con temperamento artístico. Le interesan los temas existenciales. En el mejor de los casos, sería una muchacha difícil. Con una familia como la que tiene… Es como dejar un Ferrari en manos de un par de mecánicos perfectamente competentes de la Ford.

—Jugarretas del destino —dije—. Yo también he visto unas cuantas. ¿Querrá Tessa hablar conmigo?

—Aún no se lo he preguntado. ¿Qué tal si lo averiguamos?

—¿Así, por las buenas? Las dos veces que traté de hacerlo, se mostró sumamente alterada.

—Pero ahora tiene usted algo que decirle. Y mi esposa sabe lo que está sucediendo, ha oído rumores de que hay un estudiante detenido por el asesinato de la profesora Devane. Si es el que violó a Tessa, a ella le gustará saber que su agresor se encuentra bajo custodia.

—No lo dudo, pero la fiscalía ha decidido no decir nada hasta dentro de un par de días.

—Yo podría convencer a Tessa de que se quedara aquí durante más de dos días. Ella misma me ha dicho que este lugar le gusta, la tranquiliza.

—¿Y si charlar conmigo la trastorna?

—Si eso ocurre, es mejor que sea aquí, donde yo puedo atenderla. Si las cosas van mal y ella se altera, me quedaré con ella toda la noche, atendiéndola. —Amplia sonrisa—. Es mi trabajo. Resulta más divertido que estar en casa tomándose una cerveza y viendo la televisión, ¿no?

Me eché a reír.

Él también rio. Luego, más serio:

—¿Quiere intentarlo?

—¿Será confidencial nuestra charla?

—Tessa no tiene teléfono y yo no soy exactamente un deslenguado.

—De acuerdo —dije.

—Espléndido —dijo él—. Vamos. Tessa está en la habitación tres.

No habían regateado esfuerzos para darle al cuarto un aspecto acogedor. El empapelado de las paredes era blanco con ondas azul pálido; los muebles, de madera auténtica; un gran ventanal; flores en un jarrón. Pero, fijándose mejor, se advertía que las paredes estaban acolchadas bajo el papel, que los muebles carecían de bordes agudos, las luces estaban empotradas en el techo y unas barras de madera bloqueaban la ventana por fuera. El jarrón era de plástico y estaba atornillado al mueble. Las flores eran azucenas auténticas. Las azucenas pertenecen a la familia de las aráceas. No son tan tóxicas.

Tessa estaba sentada en la cama leyendo The Athlantic Monthly. A su lado había otras revistas amontonadas. La muchacha llevaba una sudadera gris de la universidad y unos pantalones cortos vaqueros. Las dos veces que yo la había visto con anterioridad, iba vestida de negro. Tenía las piernas largas y flacas, y casi tan blancas como las paredes. Bajo la manga izquierda asomaba el triángulo de un vendaje.

Siguió leyendo como si nada.

Inclinada sobre su lectura era la imagen viva de la vulnerabilidad. Muscadine debió de pensar que con ella podía permitirse cualquier cosa.

—Hola otra vez —dijo Emerson.

Ella alzó la vista, me vio, y a su semblante volvió la misma expresión de pánico.

—No pasa nada, Tessa —dijo Emerson, acercándose a la cama—. El doctor Delaware es de toda confianza. Yo respondo por él.

A la muchacha le tembló el labio inferior.

Le dirigí una sonrisa.

Tessa clavó la mirada en su revista.

—¿Estás leyendo un artículo interesante?

No respondió. Su pecho subía y bajaba desacompasadamente.

Emerson se acercó a la muchacha y miró por encima de su hombro.

—Reforestación en el litoral Atlántico. —Leyó un poco más—. Dice que los bosques están volviendo por sí mismos. No me digas que los ecologistas comienzan a dar buenas noticias. Ya era hora.

Tessa se mordió el labio inferior.

—Vuelven los bosques porque la economía está en las últimas. A medida que las industrias van cerrando, la gente abandona las pequeñas poblaciones, y la naturaleza vuelve a su estado salvaje.

—Ah —dijo Emerson—. O sea que, en realidad, es una mala noticia, ¿no? O una mezcla de buena y mala. ¿Tú qué crees?

—Lo que creo es que no quiero hablar con él.

—¿Te importa que él te hable un rato?

—¿Sobre qué?

Emerson me miró.

—Sobre lo que te hizo Reed Muscadine —dije—. Sé que lo que decías era cierto. Muscadine es un miserable y ahora está detenido.

Ella quedó boquiabierta.

—¿Por qué?

—Te impresionará saberlo, Tessa, pero te ibas a enterar tarde o temprano. Muscadine es el principal sospechoso del asesinato de la profesora Devane.

Sus ojos se desorbitaron.

—Oh… —Más que una palabra, fue un gemido animal—. Oh, oh, oh…

Se puso bruscamente en pie, con las manos en la cabeza, cruzó de tres zancadas la habitación, volvió junto a la cama y dijo:

—Dios mío… Dios mío, ¡Robbie!

—¿Qué pasa con Robbie? —preguntó Emerson.

—¿Dónde está?

—En casa con tus padres, Tessa.

—¿Cómo puedo estar segura?

—¿Por qué no iba a estar allí?

Temblorosa, tendió las manos al frente, con los dedos engarfiados.

—¡Tengo que telefonear! —exclamó.

—¿Quieres que llame a tu madre y le pregunte si tu hermanito está bien? —dijo Emerson.

—¡Quiero llamar yo misma! ¡Quiero hablar con él!

—Son casi las once, Tessa, y Robbie estará dormido.

—Tengo que hacerlo, necesito hacerlo… Por favor, doctor Emerson, permítame que haga una llamada. Se lo ruego, se lo suplico… —Sollozos—. ¡Por favor, déjeme hablar con mi hermanito Robbie!

—Como quieras, cariño. —Emerson trató de pasarle un brazo por los hombros, pero ella se apartó. Observó con ojos nublados por la confusión cómo el hombre abría la puerta y le franqueaba el paso.

En el despacho de enfermeras, Emerson consiguió una línea exterior. Tessa marcó el número con nerviosos dedos.

—¿Mamá? ¿Dónde está Robbie? ¿Seguro? Ve a mirar… Por favor, mamá. Por favor… ¡Déjate de preguntas y haz lo que te pido!

Se quedó a la espera, tirándose del pelo, parpadeando, meneando los hombros, pellizcándose una mejilla, moviendo los pies.

Emerson la observaba, entre preocupado y fascinado.

—¿Estás segura? ¿Has comprobado si respiraba? ¿Cómo…? Hablo en serio… Desde la sala de enfermeras. Él me dejó, lo tengo aquí al lado, sí… No, no estoy cansada… Estaba leyendo. ¿Cómo? Pronto, muy pronto… ¿Seguro que Robbie está bien…? Ya lo sé, mamá, tú no me mentirías… Lo siento, mamá, perdona que te haya molestado… ¿Cómo? Sí, sí, gracias. Perdona la molestia, pero cuídalo bien… Sí, yo también te quiero.

Colgó el teléfono. Suspiró. Ocultó el rostro entre las manos. Alzó la vista.

—Volvamos.

De nuevo en el cuarto, dije:

—Robbie era el arma que Muscadine tenía contra ti. Te amenazó con matar a tu hermano a no ser que tú, en la audiencia, retirases la denuncia.

Tessa me miró con profundo respeto.

Asintió.

No hice la siguiente pregunta: «¿Por qué no se lo dijiste a la policía?»

No lo pregunté porque conocía la respuesta: ella ya había denunciado cosas a la policía, y quedó como mentirosa.

«La palabra de Muscadine contra la de ella».

—Ahora ese hombre no puede hacerle nada a Robbie —dijo—. Ni a nadie. —Me hubiese gustado tener la certeza de que mis palabras eran ciertas. Personalmente, yo casi deseaba que Muscadine saliera libre para que Big Micky le aplicara su propia justicia… Tal pensamiento me avergonzó.

Tessa volvía a sollozar.

Emerson la dejó tranquila. Le dio un pañuelo de celulosa y después se apartó de la cama.

El dolor se reflejaba en los ojos de la muchacha. Los de Emerson eran piadosos y firmes.

Al menos, Tessa parecía haber encontrado un médico que la entendía.

Al fin los sollozos cedieron y dijo:

—Él mató a la profesora por mi culpa.

—No, nada de eso —dije—. La cosa no tuvo nada que ver contigo. Fue algo que sucedió entre él y la profesora Devane.

—Me gustaría poder creerlo.

—Cuando los hechos se hagan públicos, me creerás.

—Robbie —dijo Tessa.

—Protegiste a Robbie —dije—. Y lo pagaste bien caro.

No respondió.

—¿Estaba la profesora Devane enterada de que ese muchacho te había amenazado?

Tessa negó con la cabeza.

—No le dije nada… No me pareció bien… Ella me comprendía, pero yo no quería… No quería meter a nadie en mis problemas.

—Pero lo que sí le dijiste fue que Muscadine te ató.

Un largo silencio tras el cual ella asintió lentamente con la cabeza.

Luego la muchacha me desconcertó con una súbita y resplandeciente sonrisa que también sorprendió a Emerson. Él comenzó a retorcerse los pelos de la barba.

—¿Qué ocurre, Tessa? —preguntó.

—Bueno, ya soy una mártir —dijo—. Al fin.

Yendo en el coche por las tranquilas calles, imaginé cómo había sucedido.

Muscadine debió de mostrarse encantador con ella, y seguro que la trató bien, incluso deferentemente, hasta que llegaron a su casa.

Entonces se transformó.

La inmovilizó.

La ató.

Ella se lo había contado a Hope.

Hope la habría escuchado con gran atención, pues era experta en hacerlo. Se debió de mostrar serena, comprensiva.

Pero para ella, aquello fue mucho más que una nueva afrenta contra las mujeres.

Las palabras de Tessa la hicieron odiar a Muscadine. Debió de pensar mucho en él. Grande, fuerte.

Saludable.

Un bonito y gran riñón, más que adecuado para filtrar la basura del lastimoso cuerpo de un hombre que la consideraba a ella como su familia.

Bonito.

Perfecto.

«Muscadine había atado a Tessa».

Hope sabía lo que la muchacha sintió.

Aunque nunca se lo dijo a Tessa.

Hasta la empatía tiene límites.