4

Cruzando el jardín en dirección al taller, Milo se detuvo para mirar los peces del estanque, y luego siguió caminando con paso lento. Tenía la espalda encorvada y los brazos le colgaban a los lados. Me pregunté cuándo habría dormido por última vez.

Robin, junto a su banco de trabajo, estaba dando forma a los costados de palisandro de una guitarra plana. Los nuevos suelos de arce estaban impolutos salvo por el montón de virutas de madera que había en un rincón. Spike, que había estado durmiendo a los pies de Robin, alzó la vista y ladeó la gran cabezota.

Milo le hizo una mueca de burlona hostilidad. Spike se acercó para que mi amigo lo acariciara.

Robin alzó un dedo y continuó su trabajo de sujetar los costados de la guitarra a un molde por medio de abrazaderas. Repartidos por el taller había una docena de instrumentos a medio reparar, pero el proyecto que Robin estaba realizando no tenía nada que ver con el trabajo. El incendio había destruido mi vieja guitarra Martin junto con una preciosa guitarra de concierto que Robin había construido para mí hacía años. Compré otra Martin a Mandolin Brothers, en Staten Island. Hacer una réplica de la guitarra de concierto había sido una de las decisiones del año nuevo de Robin.

Robin colocó en su lugar la última abrazadera, se limpió las manos y, poniéndose de puntillas, besó a Milo en la mejilla y luego me besó a mí. Bajo el delantal, llevaba una camiseta negra y unos vaqueros, y se cubría la cabeza con un pañuelo rojo. Del cuello le colgaban unas gafas de seguridad y una mascarilla, ambas recubiertas de polvo.

Spike comenzó a aullar y se puso boca arriba. Yo me arrodillé y le rasqué la tripa y él resopló de gusto. El bulldog francés es una versión en miniatura del bulldog inglés, sólo que con orejas puntiagudas y enhiestas, una complexión más atlética, y delirios de canina grandeza. La mejor forma de describir el aspecto físico de Spike es diciendo que parecía un boston terrier sometido a una dieta de esteroides; pero, en cuanto a personalidad, se parecía más a un chimpancé que a un perro. Spike irrumpió un día en nuestras vidas y se quedó. No tardó en decidir que a Robin merecía la pena conocerla mejor, mientras que a mí, no. Cuando a nuestro perro le molesta algo, simula estar ahogándose. Milo aparenta no sentir más que desdén hacia él, pero invariablemente le lleva golosinas.

Ahora, mi amigo sacó una bolsa para emparedado de un bolsillo. Hígado deshidratado.

—Llegó la hora del canapé, cara de torta.

Spike permaneció inmóvil, Milo le tiró una galleta, y el perro la atrapó en el aire, la masticó y se la tragó. Los dos quedaron mirándose con fijeza. Milo se frotó la cara. Spike ladró. Milo rezongó y le dio más hígado.

—Lárgate a hacer la digestión.

Spike golpeó con la cabeza los pies de Milo. Mi amigo puso los ojos en blanco y, refunfuñando, se inclinó a acariciarlo.

Nuevos ladridos y arrumacos, y más galletas. Al fin Milo mostró al perro la vacía bolsa. Spike se acercó, la olisqueó, sacudió la cabeza y lo puso todo perdido de salpicaduras de baba.

—Basta ya —dijo Robin—. Estás haciendo aumentar la humedad relativa del aire.

Spike la miró con sus grandes ojos pardos. Aquella era su expresión de genio perturbado, a lo Orson Welles.

—Quieto —ordenó Robin con grave autoridad. El perro obedeció y ella dijo—: Muy bien, bonito. —Pasándome el brazo por la cintura, preguntó—: ¿Qué hay de nuevo, Milo?

No sólo eran buenos modales. La noche anterior, Robin y yo seguimos hablando del asesinato.

—No gran cosa —dijo mi amigo—. Esta noche voy a necesitar a Alex. Espero que puedas prescindir de él.

—Ya sabes que para mí, Alex es imprescindible. Procura devolvérmelo de una pieza.

—De una pieza, engrasado, lavado y encerado.

Una vez mi amigo se hubo marchado, me puse a leer las transcripciones del Comité de Comportamiento.

Los documentos llevaban marcado CONFIDENCIAL en rojo en cada una de las páginas, e iban precedidos de un aviso de los abogados de la universidad donde se indicaba que quien publicase el contenido de aquella documentación sería objeto de una demanda civil. A continuación figuraba la atribución de culpas. Según la asesoría jurídica, la única responsable era la profesora Hope Devane.

Pero otras dos personas hicieron de jueces junto a ella: una profesora adjunta de química, llamada Julia Steinberger, y un estudiante graduado de psicología, llamado Casey Locking.

Pasé página. El procedimiento me sorprendió. Eran careos directos entre acusadora y acusado. ¿Había pretendido Hope trasladar a la universidad las técnicas de los programas de televisión de debate?

Primer caso.

Deborah Brittain tenía diecinueve años, estudiaba segundo de francés, y acusaba a Patrick Allan Huang, un estudiante de segundo de ingeniería de dieciocho años, de seguirla en la biblioteca de la universidad y de dirigirle comentarios «lascivos y sugerentes». Huang negaba todo interés sexual hacia Brittain y afirmaba que ella «se le insinuó» al pedirle ayuda para manejar los ordenadores de búsqueda de la biblioteca y al decirle repetidamente que era inteligentísimo.

Brittain reconocía haberle pedido ayuda a Huang, ya que el muchacho «tenía aspecto de saber de ordenadores», y lo había felicitado por su habilidad «por mera cortesía. ¿Es que una chica no puede mostrarse amable sin que la acosen?».

PROFESORA DEVANE. ¿Qué responde usted a eso, señor Huang?

SEÑOR HUANG. Respondo que Deborah es una racista, que dio por hecho que un tipo, por el simple hecho de ser asiático, tenía que dominar la informática. Además, se aprovechó de mí. Fue ella la que abusó de mí, y no al revés. Se mostró tan cordial y simpática que, claro, la invité a salir. Me dijo que no, yo me negué a seguir siendo su esclavo y ella se cabreó y me denunció. Es el colmo. Yo no vine a la universidad para esto.

DEVANE. ¿Para qué vino usted a la universidad?

HUANG. Para estudiar ingeniería.

DEVANE. No todo lo importante se aprende en las aulas.

HUANG. Lo único que quiero es estudiar y ocuparme de mis asuntos, ¿está bien? Aquí sólo hay un problema: esa chica es una racista.

BRITTAIN. ¡Es mentira! Él mismo se ofreció a ayudarme. Lo único que necesité fue un poco de guía al principio, porque no conocía el programa, y en seguida aprendí a arreglármelas a la perfección por mí misma. Pero él, en cuanto me veía, se me acercaba. Me propuso reiteradamente que saliéramos y nunca aceptó un no por respuesta. ¡Tengo derecho a decir que no! ¿Por qué debo soportar acosos? Llegó un momento en que casi no me atrevía a ir a la biblioteca. Pero tenía que escribir un trabajo sobre Moliére… Y, además, ¿qué demonios hacía Huang allí? Los libros de ingeniería están en la biblioteca de ingeniería. Evidentemente, él frecuenta el lugar para ligarse chicas.

Todo era un mero «él dijo, ella dijo», sin testigos. Devane hacía todas las preguntas y ella hizo la recapitulación final, señalando que, cuando Deborah Brittain acudió a ella «sufría un gran estrés».

Defendió el derecho de Brittain a estudiar donde quisiera y sin acosos, le aconsejó cortésmente que tuviera cuidado con los estereotipos raciales que pudieran «herir susceptibilidades, aunque no digo que fuera eso lo que ocurrió en este caso, señorita Brittain».

Luego sermoneó a Patrick Huang, diciéndole que debía respetar los derechos de las mujeres. Huang dijo que todo eso se lo sabía de memoria. Devane sugirió que, de todos modos, reflexionara sobre el asunto, y le previno de que si volvía a haber quejas contra él, se exponía a la suspensión e incluso a una posible expulsión. No se tomaron medidas disciplinarias.

Segundo caso.

Una estudiante de inglés de primer curso llamada Cynthia Vespucci había asistido a una fiesta prenavideña en la fraternidad Xi Pi Omega, donde conoció a un estudiante de primer curso de empresariales llamado Kenneth Storm, hijo. Reconociéndolo como a un compañero de la secundaria, bailó con él, «porque, aunque la mayoría de los otros chicos estaban borrachos y haciendo el salvaje, él, aquella noche, se comportó como un perfecto caballero».

Vespucci y Storm comenzaron a salir. No hubo entre ellos nada sexual hasta su cuarta cita, cuando, según Vespucci, Storm la llevó en coche hasta un remoto punto de Bel Air, a cinco kilómetros del campus, y exigió tener relaciones sexuales con ella. Al negarse, Storm la agarró por el brazo. Ella notó que el aliento le olía a alcohol, logró separarse, y le dijo que la dejara conducir. Él, entonces, la obligó a bajarse del coche y luego tiró el bolso por la ventanilla, rompiéndole la correa y diseminando por el suelo su contenido, parte del cual, incluido el dinero suelto, cayó por una alcantarilla. Storm se fue en el coche, dejando a Vespucci abandonada. Ella trató de meterse en alguno de los colegios mayores, pero todos estaban cerrados y nadie respondió a sus llamadas. La muchacha tuvo que volver a pie a su residencia, echando a perder un par de zapatos, y «sintiendo un pánico increíble».

Llegado su turno de responder a las acusaciones, Kenneth Storm se negó a hacerlo, afirmando:

—Todo eso son cuentos.

Ante la insistencia de la profesora Devane, el joven preguntó:

—¿Qué demonios espera que diga?

En ese momento, en el diálogo intervino el estudiante graduado, Casey Locking:

—Escucha, amigo, aunque soy hombre, no siento el menor respeto hacia los que maltratan a las mujeres. Si lo que ella dice es cierto, tienes mucho que aprender, y más vale que lo aprendas cuando aún eres joven. Si estás en desacuerdo, habla. Pero si optas por no defenderte, luego no te quejes.

Storm respondió con una «sarta de improperios».

En ese momento, sorprendentemente, Cynthia Vespucci pareció cambiar de opinión.

—Bueno, de acuerdo, no volvamos a vernos y terminemos con esto de una vez. (Sollozos.)

DEVANE. Tome un pañuelo, señorita Vespucci.

VESPUCCI. Estoy bien, pero dejemos esto.

DEVANE. ¿Está segura, señorita Vespucci?

VESPUCCI. No sé.

DEVANE. Cuando acudió a mí, se encontraba usted sumamente trastornada.

VESPUCCI. Ya. (Comenzando a llorar.) Pero ahora quiero que lo dejemos. ¿De acuerdo? Por favor…

DEVANE. Desde luego. Su bienestar es lo único que nos preocupa. Sin embargo, no olvide que ha puesto usted en marcha un proceso…

STORM. ¡Esto es increíble! ¡La chica está diciendo que acabemos de una vez! ¿Qué pretenden, darme la patada en el culo? Pues vale, hagan lo que les dé la gana, me importa una mierda este sitio y esta…

LOCKING. Cálmate, hombre…

STORM. ¡No, cálmate tú, gilipollas! Todo esto es una puñetera mierda, y yo me largo.

LOCKING. Escucha, te estoy advir…

STORM. ¿De qué me estás advirtiendo, gilipollas? Tú y tu cochina universidad me importáis una mierda. ¡Que le den por culo a este sitio! ¡Y a ti también! ¡Y a ti, Cindy! ¿Cómo has podido hacerme esto? Lo primero que voy a hacer en cuanto salga de aquí es llamar a tu madre y…

VESPUCCI. ¡No, Kenny, por favor! Lo siento mucho, de veras, Kenny, pero no…

STEINBERGER. ¿Qué pasa con la madre de la señorita, señor Storm?

STORM. Que se lo cuente ella misma.

STEINBERGER. ¿Cindy?

STORM. Todo esto es una majadería, historia antigua…

LOCKING. Señoras profesoras, creo que, antes de seguir, deberíamos obligar a este tipo a…

STEINBERGER. ¿Ocurre entre ustedes algo que usted no nos ha mencionado, Cindy?

VESPUCCI. (Sollozando.) La culpa es mía.

STORM. ¡Esa es la puta ver…!

LOCKING. ¡Ojo con lo que dices!

STORM. ¡Que te den por…!

STEINBERGER. Por favor, señor Storm. Escucharemos lo que tenga que decir, pero permita que la joven hable, ¿de acuerdo? Gracias. ¿Cindy?

VESPUCCI. Es culpa mía.

DEVANE. ¿El qué, Cindy?

VESPUCCI. Yo… bueno, estaba furiosa con él… Y quizá, en parte, fuera también por lo de mi madre.

DEVANE. ¿Le hizo el señor Storm algo a su madre?

STORM. Sí, claro, soy un violador. Cuéntaselo, Cindy, anda. Vamos, ¿qué te pasa, se te comió la lengua el gato? Convocarme aquí con esa carta… ¡Pensé que me habían suspendido! ¡Todo esto es una mier…!

VESPUCCI. ¡Basta! ¡Por favor!

STORM. Pues cuéntales lo que ocurrió. O lo haces tú, o lo hago yo.

DEVANE. ¿Qué tiene que contarnos?

VESPUCCI. Es una estupidez.

STORM. ¡Pues sí, claro que lo es! Su madre y mi padre tuvieron un… Estuvieron saliendo un tiempo. Hasta que mi padre decidió que no quería saber nada más de ella porque era demasiado de izquierdas. Esa mujer es incapaz de retener a un hombre, y probablemente Cindy le echó la culpa a mi padre. Así que, cuando me vio en la fiesta, decidió desquitarse conmigo.

VESPUCCI. ¡No, no es cierto! ¡Fuiste tú quien me abordó! Bailé contigo porque te comportabas como un caballero…

STORM. ¡Cuentos! Tú llevabas un vestidito con el que ibas enseñándolo to…

DEVANE. Un momento. ¿Al decir que era de izquierdas, se refiere a que era políticamente de izquierdas?

STORM. ¿A qué me voy a referir si no? Feminismo radical. Su madre es una extremista. Odia a los hombres y eso fue lo que le enseñó a hacer a Cindy. Ella quería tenderme una trampa para…

VESPUCCI. No fue así, Kenny. Tú te portaste como un caballero, y no como…

STORM. ¿Y no como mi padre? ¡No te tolero que digas ni una palabra contra él!

VESPUCCI. No me refería a tu padre, me refería a los otros chicos del…

STORM. Ya.

VESPUCCI. Kenny…

STORM. ¡A la mierda con todo esto!

STEINBERGER. Kenny… ¿aprueba su padre ese tipo de léxico?

STORM. De acuerdo. Lo siento. Estoy supercabreado, eso es todo. Esto es totalmente injusto. Como mi padre y su madre tuvieron problemas, ella va y me tiende una trampa.

VESPUCCI. ¡No fue así! ¡Te lo juro!

STORM. Ya. Te fijaste en mí por mi cara bonita.

DEVANE. No divaguemos. Con independencia de cuál fuera el motivo por el que ustedes se conocieron, señor Storm, usted salió con la señorita Vespucci. Y ella asegura que trató usted de obligarla a mantener relaciones sexuales.

STORM. ¡Y una mier…! ¡No, nada de eso! Claro que le pedí que hiciéramos el amor, ¿por qué no iba a hacerlo? Habíamos salido juntos un montón de veces. Pero jamás la toqué sin su permiso, ¿o no, Cindy? Le pregunté si le apetecía que lo hiciésemos. ¿Es eso un delito?

DEVANE. Echarla del coche por rechazarlo a usted, sí fue un delito.

STORM. Pero es que resulta que yo no la eché. Ella se puso histérica, se bajó del coche, tropezó y se cayó. Yo traté de detenerla, y esa fue la única vez en que la agarré por el brazo.

DEVANE. No es eso lo que ella dice. ¿Verdad, señorita Vespucci?

VESPUCCI. Dejémoslo.

DEVANE. Cindy, la verdad es que no…

VESPUCCI. Por favor.

DEVANE. Hablemos de ese bolso, Cindy. ¿Es cierto que él lo tiró fuera del coche?

STORM. ¡No, nada de eso! Cuando ella se apeó, se lo devolví porque era suyo y…

DEVANE. ¿Se lo devolvió, o lo tiró?

STORM. ¡Se lo tiré a ella! Maldita la falta que me hacía a mí un bolso. Jesús. Ella no quiso cogerlo, y el bolso cayó al suelo.

VESPUCCI. ¡Pero luego te dije que quería subir otra vez al coche, y tú te fuiste!

STORM. No te oí.

VESPUCCI. No estabas tan lejos.

STORM. Te lo repito, Cindy: no te oí. Ya te había pedido una docena de veces que volvieras dentro, y tú te negaste, así que me largué. Esa es la puñetera verdad, Cindy. Me tendiste una trampa, tú lo sabes, yo lo sé, y ahora tu madre también lo sabrá.

DEVANE. Nada de amenazas.

STORM. ¿Ah, no? Y lo que están haciendo conmigo, ¿qué es? Que le den por culo a este sitio…

VESPUCCI. Lo siento, lo siento… Lo siento muchísimo, profesora Devane, pero quiero terminar con esto. ¡Ahora mismo! ¡Por favor!

STEINBERGER. Quizá sea mejor que…

DEVANE. Cindy, ahora se encuentra usted sometida a una gran presión. No es el momento adecuado para tomar decisiones que pueden ser graves.

VESPUCCI. No me importa. Basta ya, por favor. Se acabó, me voy. (Sale.)

STORM. (Ríe.) ¿Y ahora, qué?

DEVANE. ¿Desea añadir algo, señor Storm?

STORM. Sí, quiero decirle algo a usted: ¡Que le den por culo, señora! ¡Y a ti también, payaso! Y si no te gusta lo que digo, salgamos a la calle y arreglemos cuentas.

LOCKING. No tienes ni idea de con quién te estás metiendo.

STORM. Pues sal a la calle, empollón. Sal y veámonos las caras… Bah, que les den por culo a ustedes, que le den por culo a la universidad y que le den por culo a todas sus gilipolleces izquierdosas. Voy a telefonear a mi padre. Él se dedica al negocio inmobiliario y conoce a un montón de abogados. Se las hará pasar putas a todos ustedes.

Una nota de los abogados de la universidad indicaba que el señor Kenneth Storm, exalumno y miembro distinguido de la Cámara de Comercio se había puesto efectivamente en contacto con un abogado, Pierre Bateman, el cual, cuatro semanas más tarde, envió una carta de queja a la universidad, exigiendo la inmediata liquidación del Comité de Comportamiento, una disculpa por escrito, y cien mil dólares para Kenneth Storm, hijo. El joven había abandonado el campus y solicitado el traslado a la Universidad de Palms, en Redlands. Los abogados de la universidad señalaban que las notas del joven durante el primer trimestre habían sido todo suspensos y que se encontraba académicamente a prueba. Las notas de su segundo trimestre no eran mejores, y estaba a punto de suspender. No obstante, se consideró preferible ceder y llegar a un acuerdo. Los Storm decidieron olvidar el asunto a cambio de que a Kenneth, hijo, se le pagasen durante tres años y medio los gastos de matrícula en la Universidad de Palms. Además, se recomendaba la disolución del comité.

Hasta el momento, en los dos casos había habido hostilidad, pero el nivel de odio del segundo casi chamuscaba el papel.

Resultaba indiscutible que Kenneth Storm, hijo, era un chico con mal genio, aunque debía tenerse en cuenta que el incidente se produjo en unos momentos particularmente difíciles de sus estudios universitarios.

¿Quedaría el chico descontento por el acuerdo alcanzado?

Paz y Fellows ni siquiera llegaron a enterarse de la existencia del comité. Supuse que Milo sí habría hojeado al menos las transcripciones, y, sin embargo, continuaba apostando por Philip Seacrest como principal sospechoso.

Debido al dinero y a lo poco colaborador que se estaba mostrando el viudo.

Pero era evidente que Storm odiaba a Hope.

¿Hasta qué extremos era capaz de llevar su rencor un muchacho de diecinueve años?

Huellas de bicicleta en la acera.

Los estudiantes solían ir en bicicleta al campus.

Anoté «K. Storm, hijo» y eché mano a la tercera transcripción, que tuvo lugar una semana después del catastrófico enfrentamiento entre Vespucci y Storm y tres semanas antes de que el abogado de Kenneth Storm escribiese la carta que puso fin al comité.

Tercer caso.

En esta sesión, el tribunal estaba formado únicamente por Devane y Casey Locking. ¿Se habría cansado la profesora Steinberger de las tácticas inquisitoriales de Hope?

Según leía, me fui dando cuenta de que aquel era el más serio de los tres casos.

Una estudiante de segundo año de psicología llamada Tessa Ann Bowlby acusaba a un estudiante graduado en artes escénicas llamado Reed Muscadine de haberla violado durante una cita. Los dos coincidían en varios puntos iniciales: se encontraron en el comedor de la unión de estudiantes durante un almuerzo, y únicamente salieron aquella noche. Fueron a ver la película Speed en el cine Village, y, luego, cenaron en Pinocchio, un restaurante italiano de Westwood Village. Después, fueron al apartamento de Muscadine en la zona de MidWilshire a beber vino y oír música. Se besaron y desnudaron parcialmente. En este punto, ambas historias divergían. Bowlby aseguraba que ella no quiso que la cosa fuera a más, pero Muscadine se colocó sobre ella y la penetró a la fuerza. Muscadine aseguraba que la cosa se hizo de mutuo acuerdo.

BOWLBY. (Llorando, temblorosa.) Yo…

DEVANE. Diga, querida…

BOWLBY. (Cruza los brazos sobre el pecho, solloza.)

DEVANE. ¿Tiene usted algo que añadir, señor Muscadine?

MUSCADINE. Sólo quiero decir que todo esto me parece kafkiano.

DEVANE. ¿En qué sentido, señor?

MUSCADINE. En el sentido de que de pronto me veo bajo sospecha sin justificación ni aviso. Tessa, si lo que ocurrió te causó algún perjuicio, lo siento. Pero creo que te enfrentas a tus sentimientos de modo inadecuado. Quizá ahora hayas cambiado de idea, pero lo que ocurrió entonces era, evidentemente, lo que ambos queríamos. Tú nunca dijiste lo contrario.

BOWLBY. ¡Te pedí que parases!

MUSCADINE. No, realmente no fue así, Tessa.

BOWLBY. ¡Te lo pedí! ¡Te lo supliqué!

MUSCADINE. Ya le hemos dado muchas vueltas a esto, Tessa. Tú piensas que dijiste que no, y yo sé que no escuché nada que se pareciese siquiera a una objeción. Es evidente que si la hubiera escuchado, me habría detenido.

DEVANE. ¿Por qué es evidente?

MUSCADINE. Porque yo no fuerzo a las mujeres a estar conmigo. Es algo que, aparte de repugnarme, me resulta totalmente innecesario.

DEVANE. ¿Por qué dice eso?

MUSCADINE. Porque soy capaz de conseguir mujeres sin recurrir a violarlas.

DEVANE. ¿Conseguir mujeres?

MUSCADINE. Dispense por la torpeza de la expresión, estoy un poco alterado por todo esto. Las mujeres y yo nos llevamos bien. Me resulta fácil conseguir compañía sin necesidad de recurrir a la coacción. Por eso este asunto es totalmente…

LOCKING. Estudia usted artes escénicas, ¿no?

MUSCADINE. Sí.

LOCKING. ¿Qué especialidad?

MUSCADINE. Actuación.

LOCKING. Supongo que se le da bien disimular sus sentimientos.

MUSCADINE. ¿Qué pretende decir con eso?

LOCKING. ¿Usted qué cree?

MUSCADINE. Miren: vine aquí decidido a mostrarme calmado y razonable, pero con estas preguntas tan personales me lo están poniendo muy difícil.

DEVANE. Este es un asunto personal.

MUSCADINE. Lo sé, pero ya le he dicho…

LOCKING. ¿Tiene usted problemas para controlarse?

MUSCADINE. No. Jamás. ¿Por qué?

LOCKING. Parece usted furioso.

MUSCADINE. (Ríe.) Qué va, estoy bien. Quizá un poco mortificado.

LOCKING. ¿Por qué?

MUSCADINE. Por este proceso. Por estar aquí. ¿Que si estoy algo furioso? Pues claro. ¿Usted no lo estaría? Y, en realidad, eso es cuanto tengo que decir.

DEVANE. ¿Llegó la cópula a su clímax?

MUSCADINE. Para mí, sí. Y pensé que tú también estabas pasándolo bien, Tessa.

BOWLBY. (Llora.)

MUSCADINE. Evidentemente, me equivoqué.

DEVANE. ¿Usó usted condón?

MUSCADINE. Pues no. La cosa fue… espontánea. Impetuosa. Todo fue sobre ruedas… o al menos eso me pareció. No fue premeditado. Simplemente, ocurrió.

DEVANE. ¿Se ha hecho usted alguna vez la prueba del sida?

MUSCADINE. No; pero estoy seguro de que…

DEVANE. ¿Estaría dispuesto a hacérsela?

MUSCADINE. ¿Por qué?

DEVANE. Para tranquilidad de Tessa. Y de usted mismo.

MUSCADINE. Vamos, por favor…

DEVANE. Las mujeres y usted se llevan bien. Usted ha conseguido muchas mujeres.

MUSCADINE. Eso no hace al caso.

DEVANE. ¿Por qué?

MUSCADINE. Es una intrusión en mi intimidad.

DEVANE. La violación también lo es.

MUSCADINE. Jamás he violado a nadie.

DEVANE. Entonces, ¿por qué le pone tan nervioso un simple análisis de sangre?

MUSCADINE. Yo… Tendré que pensarlo.

DEVANE. ¿Tiene usted algún motivo para poner reparos?

MUSCADINE. No, pero…

DEVANE. Pero ¿qué?

MUSCADINE. No sé.

DEVANE. Estos son los hechos. Realizó usted el acto sexual sin protección con una mujer que asegura que usted la violó. Lo menos que puede hacer es…

MUSCADINE. Todo esto me parece exagerado, absurdo. Lo de tener relaciones sexuales y luego estar obligado a demostrar que uno está sano… Me he acostado con montones de mujeres y ninguna de ellas me lo pidió.

DEVANE. Esa es exactamente la cuestión, señor Muscadine. A todos los efectos, es como si la señorita Bowlby se hubiera acostado con cada una de esas otras mujeres. Quizá nunca se conozcan los detalles exactos de lo que ocurrió aquella noche, pero es evidente que la señorita Bowlby padece un auténtico trauma.

MUSCADINE. No por mi culpa.

BOWLBY. ¡Tú me violaste!

MUSCADINE. No fue así, Tessa. Lo siento. Has tergiversado todo este asunto…

BOWLBY. ¡Basta! ¡Por favor! (Llora.)

MUSCADINE. Tessa, ojalá hubiera algún modo de deshacer lo hecho, de veras. No era necesario que hiciéramos el amor. Podríamos…

DEVANE. No diga más, por favor. Gracias. ¿Se encuentra usted bien, Tessa? Casey, dele un pañuelo… Gracias. Como decía, señor Muscadine, tal vez los detalles exactos no lleguen a conocerse nunca, ya que no hubo testigos. Pero es evidente que la señorita Bowlby está traumatizada, y tiene derecho a un poco de tranquilidad. Dados los antecedentes sexuales de usted, ella —y este comité también— se sentiría mucho mejor si se hiciera usted un análisis y este arrojase resultados negativos.

MUSCADINE. ¿Es verdad eso, Tessa? ¿Tessa…?

BOWLBY. ¡Tú mismo dices que te has acostado con muchas mujeres!

MUSCADINE. Vaya. Pasamos de Kafka a Drácula. Ahora me van a sacar mis fluidos corporales. Muy bien, no tengo nada que ocultar. ¿Deberé pagar yo la prueba del sida?

DEVANE. No. Se lo harán gratuitamente en la clínica de estudiantes. Aquí mismo tengo una autorización para ello.

MUSCADINE. Pero es que… Bueno, muy bien. No tengo nada que ocultar, pero ella también tendría que hacerse un análisis.

BOWLBY. Ya lo hice. Inmediatamente después de que la cosa sucediera. Hasta ahora, soy negativa.

MUSCADINE. Y seguirás siéndolo. Al menos, por lo que a mí respecta. Escucha, Tessa, lamento enormemente que todo esto te haya trastornado tanto; pero yo… Bah, olvídalo. Muy bien, de acuerdo. Me haré el análisis mañana mismo. ¿Están satisfechos? Si es lo único que debo hacer…

DEVANE. También debería reflexionar seriamente acerca del tema de la violación.

MUSCADINE. No me hace falta.

DEVANE. A veces no nos damos cuenta de…

MUSCADINE. Ya le he dicho que… Bueno, de acuerdo. Reflexionaré sobre ello. ¿Puedo irme ya?

DEVANE. Firme esos formularios, acuda a la clínica de estudiantes y le harán el análisis en menos de veinticuatro horas.

MUSCADINE. Está bien, está bien. Menuda experiencia… Afortunadamente, soy actor.

DEVANE. ¿Por qué dice eso?

MUSCADINE. Los actores lo aprovechan todo. Quizá algún día pueda hacer uso de esto.

DEVANE. Espero que no lo haga. Como ya le dijimos al principio, todo lo que aquí se dice es confidencial.

MUSCADINE. Ah… Sí, claro. Más vale que así sea.

DEVANE. A lo que me refiero es a que no puede usted hacer uso de nada de todo esto. Eso forma parte del acuerdo.

MUSCADINE. No me refería a hacer uso de ello directamente, sino de modo subconsciente. Da igual… Adiós, Tessa. Será mejor que en lo sucesivo mantengamos las distancias. Un mundo entero de distancia.