30
Jugamos cinco manos de blackjack, perdimos en todas, le dimos las gracias al jefe de sala, volvimos a la autopista e iniciamos la carrera por el desierto. La luna estaba baja en el cielo y la arena parecía nieve.
—Un viejo en silla de ruedas —dije—. ¿Sería Big Micky Kruvinski?
Milo acomodó mejor su corpachón en el asiento del Porsche y se frotó el cuello.
—También podía tratarse, efectivamente, de un paciente rico corriéndose una última juerguecita que luego sería pagada por MediCal como tratamiento terapéutico. Sólo Dios sabe lo que Cruvic es capaz de hacer por un dólar.
—Pero lo principal es que Cruvic conocía a Mandy.
—El muy cabrón. Hay que encontrar el modo de acceder a sus historiales médicos. Barone es experto en levantar murallas de papel, y hasta ahora lo único que hay contra Cruvic son meras sospechas. Nada que justifique un mandamiento judicial.
—¿Le preguntaste a Barnaby por la cocaína porque crees que en este asunto también puede haber drogas?
—Le pregunté porque sigue consumiendo. ¿No te fijaste en el sudor, en sus ojos? Lo que dije sobre lo peligrosos que pueden ser los traficantes fue en serio.
—¿Hope y cocaína? No hay pruebas de que la consumiera.
—Sobre Hope no hay pruebas de nada, punto.
—Quizá por medio de Casey Locking averigüemos algo —dije—. El chico tiene algún tipo de relación con Cruvic. No dejo de recordar cuando hablamos en el campus. Locking es un fanático de la ley y el orden. El comportamiento psicopático habitual: las reglas se han hecho para todo el mundo menos para mí. Tal vez logre averiguar algo sobre él por medio de la otra alumna de Hope, la que vive en Londres. Volveré a intentar localizarla.
Milo conducía el Porsche a casi ciento cincuenta por hora.
—Esto es muy raro, Alex. Este caso tenía al principio un nivel muy alto: profesores, gente con altos coeficientes intelectuales… Y ahora volvemos al terreno de costumbre: traficantes, camellos, prostitutas, facinerosos.
—Las pequeñas cajas de Hope —dije.
Mi amigo reflexionó sobre mis palabras durante tres o cuatro kilómetros y al fin dijo:
—Ya; pero… ¿en qué caja está encerrada la serpiente de cascabel?
Nos detuvimos a tomar café en una cafetería de Ontario y regresamos a Los Angeles poco antes de las dos de la madrugada. En la mesa del comedor había otra nota.
Decididamente, somos como barcos que se cruzan en la noche.
Despiértame si te apetece.
Tu corresponsal. R.
Pese a cuatro tazas de descafeinado, notaba la garganta seca a causa del aire del desierto. Me serví una soda con hielo y me senté a la mesa de la cocina a beberla. De pronto me di cuenta de que en Inglaterra era de día. Fui a la biblioteca a buscar el número de Mary Ann Gonsalvez.
Esta vez me respondió una voz suave y curiosa.
—Dígame.
Le expliqué quién era.
—Sí. Recibí sus mensajes. —Ninguna emoción.
—¿Dispones de tiempo para hablar de la profesora Devane?
—Sí, supongo. Qué horrible. ¿Saben ya quién lo hizo?
—No.
—Qué horrible —repitió—. Yo tardé una semana en enterarme. Lo supe porque el departamento me lo notificó por fax. Me pareció imposible. Pero… No se me ocurre cómo puedo ayudarlo.
—Intentamos averiguar lo más posible sobre la profesora Devane —dije—. Saber qué clase de persona era. Conocer sus relaciones.
—¿Por eso está usted metido en el caso, doctor Delaware?
—Sí.
—Interesante… nuevos usos para nuestra profesión. Lamento no haberle devuelto sus llamadas, pero la verdad es que no tenía nada que decir. Para mí fue una excelente tutora.
A su última frase le faltó convicción.
—¿Para ti sí, pero para otros no? —quise saber.
—Lo que quiero decir es que su modo de hacer las cosas iba con el mío. No se metía en nada, vivía su vida. A lo que sí me ayudó fue a conseguir fondos para venirme a Inglaterra.
—¿Cómo que no se metía en nada?
—Me dejaba hacer las cosas a mi manera. Como soy más bien compulsiva, la cosa funcionó.
—Autosuficiente.
Ella rio.
—Dicho así, suena mejor.
—O sea que alguien que necesitase una ayuda más activa podía tener dificultades con la profesora Devane.
—Sí, supongo; pero no es más que una especulación.
—¿Qué me dices de Casey Locking? ¿También es autosuficiente?
—No conozco a Casey. —Había frialdad en su voz.
—¿Nada en absoluto?
—No lo conozco bien. Usted es exalumno, doctor Delaware, sabe cómo funciona el programa de posgrado: tres años de cursos, notas, y luego la investigación de la tesis. Ciertos estudiantes saben lo que quieren, y en seguida encuentran el consejero adecuado. Yo no lo hice. Entre mi trabajo, mi hija y las clases, andaba muy corta de tiempo.
—¿Qué edad tiene tu hija?
—Tres años. Acabo de dejarla en la guardería. Aquí tienen excelentes guarderías.
—¿Mejores que en Los Ángeles?
—Mejor que ninguna de las que encontré en Los Angeles. Quería encontrar alguna que proporcionara algún tipo de enriquecimiento y no se limitase a ser un almacén de chiquillos. El caso es que estaba apurada y pendiente de terminar, así que no tuve mucho tiempo para relacionarme socialmente, ni con Casey ni con nadie.
—¿Tuviste algún contacto con él?
—Mínimo. Seguíamos caminos distintos.
—¿En qué sentido?
—El trabajo clínico, que es lo que a mí me interesa, a él no le atrae en absoluto.
—¿Él prefiere la investigación pura?
—Supongo.
—Parece un muchacho un poco raro —dije.
—¿A qué se refiere?
—Al cuero negro.
—Sí —dijo ella—. Trata de proyectar una imagen.
—Así que, aunque erais los dos únicos alumnos de la profesora Devane, teníais muy poco en común.
—Exacto.
—¿Sabes algo acerca de sus trabajos?
—Tratan del autocontrol. Estudios con animales, creo.
—¿La profesora Devane también lo dejaba a él a su aire?
—Bueno —dijo ella—, publicaron cosas juntos, así que debían de tener más en común. ¿Por qué? ¿Está Casey… implicado de algún modo?
—¿Te sorprendería que lo estuviera?
—Claro que sí. La simple idea de que alguien que yo conozca, sea quien sea, haya cometido un acto así me parece increíble. Doctor Delaware, debo decirle que esta conversación me hace sentir incómoda. Ni siquiera estoy segura de que sea usted quien dice ser.
—Si lo deseas, te puedo dar el teléfono del inspector de policía asignado al caso.
—No, no importa. De todas maneras, no tengo nada más que decir.
—Pero hablar de Casey te incomoda.
Ella rio suave y burlonamente.
—¿Intenta psicoanalizarme, doctor Delaware?
—Pero ¿tengo razón en lo que digo?
—No me gusta hablar de la gente. Detesto el chismorreo.
—O sea que no es porque se trate concretamente de Casey.
—Pues… Bueno, tengo ciertos sentimientos hacia él, pero no creo que sean pertinentes.
—¿No te cae bien?
—Prefiero no contestar —dijo, en voz algo más alta.
—Escúchame —dije—. La profesora Devane fue brutalmente asesinada. No hay pistas y no nos es posible saber qué cosas son las relevantes.
—¿Quiere decir que sospechan de Casey?
—No. No oficialmente. Pero si notaste en él algo que te preocupe, me gustaría saberlo. Si lo prefieres, puedo hacer que te llame el propio detective Sturgis.
—Tcht… La verdad es que me preocupa que Casey se entere de que he hablado a sus espaldas. No es que le tenga miedo; pero… No me gustaría enfrentarme a su lado oscuro.
—¿Conoces ese lado oscuro?
—No; pero yo… lo he visto trabajar. No fui del todo sincera cuando dije que creía que investigaba con animales. Sé que lo hacía porque una noche yo estaba por casualidad en el sótano y pasé frente a la puerta de su laboratorio. Yo había bajado para recoger unas notas en la sala de profesores. Debían de ser como las once, y no había nadie. Escuché música, música heavy metal, y vi que salía luz de una puerta entornada. Me acerqué a mirar y vi a Casey, de espaldas a mí. Tenía jaulas con ratones, laberintos y equipo psicofisiológico de todo tipo. La música estaba muy alta y le impidió oírme. Tenía un ratón en la mano, entre los dedos. Le estaba apretando el cuello. El pobre animal se debatía y chillaba, era evidente que Casey le estaba haciendo daño. Luego Casey comenzó a moverse al ritmo de la música, sin soltar al ratón, que no dejaba de agitar la cola… Fue un espectáculo horrible. Quise intervenir, impedirle que siguiera; pero no lo hice. Estábamos solos allá abajo y tuve miedo. Supongo que, desde entonces, Casey siempre me ha intimidado… El cuero, su forma de comportarse. ¿Se ha fijado en el anillo que lleva?
—La calavera.
—De pésimo gusto. Infantil. Una vez Casey me vio mirándolo y me dijo que Hope se lo había regalado. Lo cual me resulta difícil de creer.
—¿Por qué?
—Porque ella tenía muchísima clase. Lo que Casey pretendía era darme envidia, hacer que me sintiera postergada… El caso es que lo del ratón estuvo mucho tiempo preocupándome. Me decía a mí misma que debía informar a alguien de lo ocurrido. A fin de cuentas, en el departamento hay normas para el trato humano de los animales. Pero Hope era la consejera de Casey y me constaba que sentía debilidad por él, así… Ya sé que lo que digo puede sonar a envidia, pero la verdad es que él era su alumno favorito. Y si yo le creaba problemas a Casey, Hope podría reaccionar mal. Fui cobarde, doctor Delaware, pero mi meta es terminar los estudios, conseguir un trabajo y formar un buen hogar para mi hija. Hope no se ocupaba de mí, y yo, simplemente, me acostumbré a ello.
—¿Te sentiste desatendida por la profesora Devane?
—Pues la verdad es que hubo veces en que la necesité y no pude hablar con ella, y eso me perjudicó. Como yo tenía un programa de trabajo tan apretado, las demoras me hacían polvo. En una ocasión traté de decírselo. Ella se mostró muy amable, pero lo cierto es que no me hizo el menor caso, así que no volví a mencionárselo. Cuando la escogí, pensé que, siendo feminista, resultaría ideal. Mi terreno de investigación son los roles sexuales interculturales y la educación infantil. Pensé que el tema le interesaría, pero resultó que no.
—Sin embargo, con Casey era otro cantar.
—Totalmente distinto. Hope siempre tenía tiempo para él. No me interprete mal: en las ocasiones en que logré hablar con ella, se portó estupendamente. Me fue de gran ayuda y siempre manifestó una inteligencia admirable. Y, como le digo, me ayudó a conseguir el dinero para venirme aquí. Pero lograr que me hiciera caso siempre me fue difícil, y a partir de la aparición de su libro, me resultó por completo imposible. Para cuando salí hacia Inglaterra, me sentía como una huérfana.
—¿Cómo sabes que a Casey le dedicaba más tiempo?
—Porque los vi muchas veces juntos, y además él me lo decía. «Hope y yo estuvimos almorzando», «El otro día estuve en casa de Hope». Casi cayéndosele la baba… ¡Cristo!, todo esto parecen chismorreos de criticona, ¿no?
—En época de graduación, los nervios están a flor de piel.
—Posiblemente. Hope incluso llevó a Casey a la televisión. Él me contó que había estado en la sala Vips y había conocido a muchas celebridades. Y con eso no quiero decir que Hope no tuviera derecho a trabajar con quien quisiera.
—Así que Casey se divertía apretándole el cuello al ratón —dije—. Parece que su interés por el control tiene manifestaciones bastante desagradables.
—Sí. Decididamente, lo veo como un tipo muy dominante. Es una de esas personas que sólo se meten en lo que pueden controlar. Pero es listo. Brillante.
—¿Cómo lo sabes?
—Durante los tres primeros años de clase, siempre sacó calificaciones muy altas, y recuerdo que alguien dijo que en Berkeley fue de los primeros de la clase.
—Pero no le interesan las investigaciones clínicas.
—Nada en absoluto. Hablaba con desprecio de los trabajos clínicos, decía que la psicología era una patraña, ya que no había establecido bases científicas que le permitieran ayudar a la gente. Ese punto de vista tiene gran aceptación entre muchos de los mandamases del departamento, así que probablemente acabará siendo profesor. Qué demonios: con su talento y sus ansias de dominio, acabará siendo catedrático.
—¿Un catedrático con cuero negro?
—Seguro que eso no es más que una fase pasajera —dijo ella—. Quizá el año que viene lleve chaquetas de tweed con coderas de cuero.
Me quedé un rato pensando en Locking atormentando al ratón entre sus dedos. El chico de la calavera.
Regalo de Hope.
Otro graduado de Berkeley.
La conexión de California del norte… Big Micky se mudó a San Francisco, porque allí era posible llegar a mayores extremos.
¿Cuántos cabos tenía la conexión? ¿Hasta dónde llegaban sus hilos?
Fui de puntillas hasta el dormitorio, decidido a no despertar a Robin. Me deslicé entre las sábanas con cuidado de no mover el colchón.
Pero ella dijo:
—¿Cariño? —Y a continuación tendió los brazos hacia mí.
Yo cerré los míos en torno a ella.