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De regreso en casa, me pregunté cómo se resolvería el caso.
La fiscalía consideraba que la treta de la sesión de casting había sido ingeniosa, aunque quizá inútil, porque lo único que demostraba era que Muscadine tenía una cicatriz en la espalda. Las ruedas de una bicicleta hallada en el garaje de Muscadine coincidían con las huellas que se encontraron en la escena del crimen, pero se trataba de un tipo común de neumáticos. Lo de que Muscadine hubiera atacado a Paige Bandura era una suerte, porque permitía mantener detenido al sospechoso mientras se buscaban nuevas pruebas contra él.
¿Saldría impune tras cometer cuatro asesinatos?
Y también una violación. Porque cuanto más pensaba en el terror y en el deterioro mental de Tessa Bowlby, más seguro me sentía de que Muscadine le había hecho algo.
Antes, Tessa tenía a Hope.
Ahora, no tenía a nadie.
¿Habría retirado su denuncia en la audiencia porque Muscadine la aterrorizó aún más?
El día anterior y hoy, yo mismo había llamado repetidamente a casa de sus padres. Nadie contestó. También le dejé varios mensajes al doctor Emerson. Este no podía hablar sobre su paciente, pero yo tenía que explicarle unos cuantos hechos…
Sonó el teléfono.
—¿Doctor Delaware? Me llamo Ronald Oster y soy el defensor público que representa a Reed Muscadine.
—¿En qué puedo servirlo?
—El señor Muscadine quiere hablar con usted.
—¿Por qué?
—El señor Muscadine sabe que fue usted consultor de la policía en este caso y, en calidad de tal, ya lo interrogó a él. Considera que, como psicólogo, usted puede contribuir a que el tribunal comprenda sus motivos.
—¿Desea usted que ayude a su cliente a alegar capacidad legal atenuada?
Una pausa.
—No necesariamente, doctor.
—¿Busca usted algún tipo de excusa psicológica para lo que su cliente hizo?
—Una excusa, no, doctor Delaware. Un motivo. La angustia mental del señor Muscadine causada por lo que le hicieron es un elemento significativo, ¿no le parece?
Así que Oster estaba enterado del robo del riñón. Milo había dicho que la fiscalía estaba reteniendo aquella información, en espera de ver cómo evolucionaba el caso y decidir qué cosas serían usadas como prueba y debían ser comunicadas a la parte contraria.
Lo cual significaba que Muscadine le había hablado a su abogado de la operación quirúrgica. Pero Muscadine seguía sin tener ni idea de quién había sido el receptor del riñón, y si la fiscalía decidía no hacer uso de la información, manteniendo al viejo fuera del caso, y si Oster no hacía las preguntas adecuadas, era posible que los detalles de lo ocurrido nunca salieran a relucir.
Pero el problema de la defensa podía volverse también contra la fiscalía, porque si Muscadine no confesaba abiertamente, las pruebas materiales de su culpabilidad brillaban por su ausencia: ni armas, ni testigos, ni pruebas físicas.
¿Qué debía utilizarse y qué debía mantenerse oculto?
Leah Schwartz, la fiscal de distrito auxiliar, aún estaba dándole vueltas al asunto, considerando la posibilidad de una sentencia pactada o incluso de un sobreseimiento. Quedaban cuarenta y ocho horas para formular acusaciones o poner a Muscadine en libertad bajo fianza.
¿Significaría aquella llamada que Oster no se daba cuenta de lo débil que era la acusación contra su cliente?
—¿Hablará usted con él, doctor Delaware?
—Pues no, no creo.
—¿Por qué?
—Conflicto de intereses.
Él esperaba la respuesta, y en su réplica percibí una maliciosa alegría.
—Muy bien, doctor Delaware, entonces le recomiendo que piense en esto: si lo cito a usted en calidad de testigo experto, se le abonarán sus honorarios. Si lo cito y usted no coopera, tendrá que testificar igual en el juicio, pero como testigo normal, y no recibirá un solo centavo.
—¿Me está usted amenazando?
—No, sólo le estoy exponiendo todas las posibilidades. Por su bien.
—Me encanta que haya alguien que se preocupe por mis intereses —dije—. Buenos días.
Telefoneé a Milo y se lo conté. Él replicó:
—Es lógico. Leah me comentó que hoy salió a relucir tu nombre mientras ella hablaba con Oster. Aparentemente, Muscadine le mencionó a su abogado tu visita, y Oster trata de sacar el máximo partido de que un psicólogo investigue a su cliente. Desea aducir eso como prueba de que desde un principio la policía supo que Muscadine se encontraba bajo una fuerte tensión mental. Así que ahora se propone utilizarte. Es una vieja táctica: usar como propio al experto de la parte contraria. Si no puede hacer uso de tu testimonio en su favor, te hará declarar y tratará de humillarte y de reducir tu utilidad para la fiscalía.
—¿Se han formulado ya acusaciones contra Muscadine?
—No, pero ha habido un cierto progreso, porque esta mañana encontramos en su apartamento un gran surtido de esteroides. Sin duda, si llega el caso, la defensa también utilizará eso: la furia de su cliente fue inducida por las drogas. Pero al menos, el hallazgo nos permite mantenerlo detenido por más tiempo. Pese a ello, Leah sigue pensando en una sentencia pactada porque le preocupa que el jurado simpatice con Muscadine a causa del calvario por el que lo hicieron pasar.
—¿Y qué pasa con Kathy DiNapoli? —quise saber—. Si él la mató sólo porque ella lo vio con Mandy Wright, la cosa no suscitará muchas simpatías hacia él.
—Sí, pero no tenemos pruebas de lo de Kathy. Cuando le mencioné su nombre a Muscadine, él se limitó a dirigirme una de sus sonrisas de actor y eso fue todo.
—¿Cuál sería entonces la sentencia pactada?
—Homicidio sin premeditación y sólo por lo de Hope. Leah exigirá que sea voluntario, Oster que sea involuntario, y a algún acuerdo llegarán.
—¿Si el caso es tan débil, por qué quiere Oster una sentencia pactada?
—Puede que no la quiera. De momento, Leah mantiene oculta la identidad de Big Micky, pero quizá la saque a relucir para asustar a Muscadine: si sales libre, el crimen organizado acabará contigo. Espera que eso convencerá a Muscadine de que acepte una sentencia reducida en una prisión federal y bajo protección.
—Bonito desenlace para cuatro asesinatos a sangre fría —dije—. Sin embargo, yo creo que el hecho de que Oster me haya llamado significa que cree que el caso es más fuerte de lo que en realidad es. ¿O no?
—Es difícil decirlo. Oster es uno de esos abogados que se creen Perry Mason, y se considera más listo de lo que en realidad es. Lo que realmente preocupa a Leah es que Oster consiga el sobreseimiento por falta de pruebas. Si lográsemos encontrar un arma, alguna prueba material… Pero hasta ahora no hemos tenido suerte. Los únicos cuchillos que había en casa de Muscadine servían para untar mantequilla, y no encontramos ningún arma de fuego. El tipo ha sabido hacer las cosas.
—Un actor en paro… —dije. De pronto recordé algo—: Cuando hablé con la señora Green, la casera de Muscadine, ella me dijo que guardaba en su casa una pistola como protección. También me comentó que él cuidaba de su perro cuando ella no estaba. Lo cual significa que Muscadine tenía acceso al domicilio de su casera. ¿Y si en vez de comprar una pistola decidió tomarla prestada?
—¿La tomó prestada y luego la devolvió?
—¿Por qué no? Sería lógico que no quisiera alarmar a la señora Green. Y estoy seguro de que ella registró su arma en la policía, así que aunque la pistola no aparezca, tú podrías aducir que Muscadine era el único que tenía acceso a ella. Y quizá los de balística descubran que el proyectil que le sacaron a Locking de la cabeza es compatible con el modelo del arma de la señora Green. Tal vez no baste para condenarlo, pero sin duda debilitará la defensa de su caso.
—Me parece bastante improbable, pero… ¿por qué no? Sí, le haré una llamada a la señora Green.
Mi amigo tardó un cuarto de hora en volverme a llamar, y cuando lo hizo había música en su voz.
—American Derringer, modelo uno, usa balas de fusil del veintidós, que es exactamente el calibre de la bala que le sacaron a Locking de la cabeza. La señora Green no la ha vuelto a disparar desde que tomó clases de tiro hace dos años. Y, efectivamente, Muscadine tenía las llaves de la casa. La señora fue corriendo a buscar la pistola y la encontró en el cajón de la cocina donde la había dejado, pero le pareció que estaba más limpia que cuando ella la dejó, lo cual la puso muy nerviosa. Le dije que no la tocara, y ella me aseguró que no lo haría.
—Muscadine limpió el arma —dije—. Se pasó de listo.
—No echemos aún las campanas al vuelo; pero iré yo mismo a recoger la pistola, y luego la llevaré a balística. Gracias, excelencia, salaam, salaam.
—¿Qué hago respecto al abogado Oster?
—Síguele la corriente.
Dos horas más tarde, Milo me anunció:
—Según balística, el proyectil y la pistola encajan. La fiscal auxiliar Schwartz quiere hablar contigo.
Yo conocía a Leah Schwartz de un caso anterior. Joven y lista, tenía el cabello rubio y rizado, enormes ojos azules y, en ocasiones, una lengua muy afilada. Cuando se puso al teléfono, parecía rebosante de energías.
—¿Cómo estás? Gracias por sacar a relucir lo de la pistola. Respecto a Ronnie Oster, quizá deberías hablar con él. Sobre todo ahora, que ya tenemos la veintidós.
—¿Por qué?
—Porque hasta ahora, Muscadine se ha negado a decir ni una palabra sobre el crimen. Quizá tú consigas soltarle la lengua.
—Si lo hace, lo que diga será confidencial.
—No lo será si Oster te cita como testigo o te interroga. Según los últimos cambios en la ley, en cuanto Oster saque a relucir el estado mental de Muscadine, yo podré contrainterrogarte y sacar a colación cualquier cosa que hayas descubierto.
—¿Y si Oster no me interroga?
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—Porque no soy partidario de la responsabilidad disminuida, y no declararé que Muscadine está loco.
—Oster está al corriente de eso, y quizá ese sea el motivo de que hablase de angustia mental y no de responsabilidad disminuida. Y yo creo que lo de la angustia mental es justo. Al pobre cabrón le arrancaron un pedazo. Si tú hablas de angustia mental en tu testimonio, en el contrainterrogatorio nos divertiremos mucho sacando a relucir todos los detalles. Otra cosa que puedes hacer es redactar el informe si Oster no tiene la astucia de pedirte específicamente que no lo hagas. Escríbelo en cuanto tengas oportunidad, porque una vez esté escrito, existirá como prueba material. Si Oster te incluye en su lista de testigos, o te utiliza en la audiencia preliminar, digamos que para conseguir alojamiento especial para Muscadine en el pabellón psiquiátrico, eso probablemente nos dará derecho a utilizar tu informe.
—¿Probablemente?
—Habrá que discutirlo; pero creo que lo conseguiré.
—No sé qué decirte, Leah.
—No te pido que mientas. El tipo estaba realmente angustiado. Pero no tanto como para justificar cuatro asesinatos. Y, según están las cosas, sólo podemos mencionar al jurado dos de ellos: el de Devane y el de Locking. No sé lo que piensas tú, pero a mí me descompone la posibilidad de que ni siquiera nos sea posible mencionar a Mandy Wright ni a la chica DiNapoli. Tu intervención puede ser crucial. Utiliza tus mañas terapéuticas, consigue que Muscadine se abra. No te pido que te entrometas. Ellos te han invitado. Oster incluso te ha presionado. Si logras que el chico hable, probablemente conseguiré un mandamiento judicial para que le hagan una radiografía.
—¿Y qué ocurrirá en el caso de que Muscadine confiese, Oster me pida que no ponga nada por escrito y luego no me llame a testificar?
—En ese caso nosotros no perdemos nada, tú te ganas un dinerito como testigo experto, y veremos hasta dónde podemos llegar sólo con la bicicleta y la pistola. Pero creo que puedes conseguir que él te utilice. Examina a Muscadine y dile a Oster la verdad: su cliente ha pasado por un infierno. Pero no llames en seguida a Oster para decirle que sí, eso podría hacerle recelar. Aguarda un par de días, y no te muestres demasiado bien dispuesto.
—O sea, que quieres utilizarme como si esto fuese una partida de ajedrez y yo fuera un peón.
Se echó a reír.
—Piensa que todo es por el bien de la justicia.