Años atrás…
—Es tiempo de volver a casa —dijo Obi-Wan Kenobi.
El Maestro Jedi miró las luces parpadeantes en el panel a su izquierda y luego a sus estudiantes, que lo observaban. El pasillo que recorría las inmensas estructuras de computadoras en la estación central de seguridad fue diseñado para su mantenimiento, no para una multitud. Sin embargo, los jóvenes cabían perfectamente aunque temerosos de empujarse uno al otro en presencia de su maestro de la mañana.
—Esto es el significado de la señal —dijo el hombre barbudo, mirando de nuevo a la interface. Una serie de luces azules parpadeaban en un mar de indicadores verdes. Obi-Wan presionó un interruptor—. Ahora no pueden escuchar ni ver nada. No aquí en el Templo Jedi, pero fuera de Coruscant, en los planetas esparcidos en la galaxia en donde estén los de nuestra Orden, les llegará el mensaje: «Vuelvan a casa».
Sentado en el piso de la estación de seguridad central como sus demás compañeros, el joven Caleb Dume escuchaba, pero no atentamente. Su mente volaba como a menudo lo hacía al imaginarse fuera de esas cuatro paredes, en el mundo exterior.
Era de aspecto delgado, tez rojiza y ojos azules bajo una greña de pelo negro. Sólo era uno más en la multitud, aún sin un mentor. Pero un día saldría al exterior y viajaría a mundos exóticos con su Maestro. Llevarían la paz y el orden a los ciudadanos de toda la República Galáctica, venciendo toda la maldad que se les atravesara en el camino.
Luego se veía a sí mismo como un Caballero Jedi, peleando hombro con hombro con los clones de la República contra los enemigos Separatistas. Es cierto, el Canciller Palpatine prometió terminar con la guerra pronto, pero nadie podía ser tan rudo como para terminar la guerra sin que Caleb tuviera su oportunidad.
Y finalmente se atrevía a pensar que podía convertirse en un Maestro Jedi como Obi-Wan, ser reconocido aún siendo joven como uno de los sabios de la Orden. Entonces lograría grandes hazañas. Conduciría la valiente batalla contra los Sith, la legendaria contraparte maligna de los Jedi.
Claro, no se ha visto a los Sith en miles de años, y no había rastro alguno de su regreso. Pero la ambición de Caleb no era diferente a la de los jóvenes que lo rodeaban, sin importar el género o la especie. La imaginación de un adolescente no tiene límites. El rubio Maestro Jedi volvió a tocar el panel.
—Ahora sólo está en modo piloto —dijo Obi-Wan—. Nadie responderá; pero en caso de una emergencia real, los Jedi podrían recibir el mensaje por varios medios. —Miró a su audiencia—. Tenemos la señal básica de alerta. Y además otros componentes, en los cuales pueden encontrar un texto más detallado y mensajes holográficos. No importa el formato, la idea básica debe ser clara.
—«¡Ve a casa!» —gritaron los estudiantes al unísono.
Obi-Wan asintió. De pronto vio una mano alzada.
—El estudiante de atrás —dijo tratando de recordar su nombre—. Caleb Dume, ¿verdad?
—Sí, Maestro.
Obi-Wan sonrió.
—También estoy aprendiendo.
Los estudiantes soltaron una risita.
—¿Tienes una pregunta, Caleb?
—Sí —El chico tomó aliento—. ¿Dónde?
—¿Dónde qué?
Los demás estudiantes comenzaron a reír de nuevo, pero esta vez con más fuerza.
—¿Dónde está el hogar? ¿A dónde vamos?
—A Coruscant, desde luego. Aquí, al Templo Jedi. El mensaje es exactamente como suena —Obi-Wan sonrió.
El profesor comenzó a voltear hacia el tablero cuando notó de nuevo la mano alzada de Caleb Dume. Caleb no era de esos que se sentaban enfrente en la clase, nadie respetaba a la mascota del profesor; pero la timidez nunca había sido su debilidad.
—¿Sí, Caleb?
—¿Por qué…? —La voz del joven se quebraba ante las risitas de sus compañeros. Miró a los demás fijamente y volvió a empezar—. ¿Por qué se necesitaría a todos los Jedi aquí, al mismo tiempo?
—Una muy buena pregunta. ¡Si alguien viera este lugar, pensaría que tenemos a todos los Jedi que necesitamos! —Obi-Wan sonrió a los Maestros de los estudiantes, parados fuera en el amplio cuarto de control, observándolos. Caleb podía ver de reojo a Depa Billaba entre ellos. De piel bronceada y pelo oscuro, ella había mostrado interés en elegirlo como su aprendiz, y ahora lo estudiaba de lejos con su casi paciente mirada: «¿Qué estas planeando ahora Caleb?».
Caleb quería esconderse; entonces, Obi-Wan se dirigió a él directamente.
—¿Por qué no me dices, Caleb, cuáles consideras que son las razones por las que tendríamos que llamar a cada uno de los Jedi de la Orden?
El corazón de Caleb comenzó a latir con fuerza al darse cuenta de que todos lo estaban mirando. Normalmente el joven no se preocupaba de que la gente lo molestara por hablar de más; los chicos con los que regularmente entrenaba sabían que no se retractaba. Pero había entre ellos estudiantes que nunca había visto, incluyendo algunos mayores, sin mencionar a los Maestros Jedi. Caleb acababa de cometer un error grave al intentar impresionar a un miembro del Alto Consejo Jedi enfrente de todos.
O tal vez era el momento de descartar la pregunta y aceptar la reprimenda. Había muchas posibilidades, incluyendo una pregunta capciosa.
—Sé porque los llamarían de regreso —dijo Caleb finalmente—. ¡Por razones no previstas!
Una risa desenfrenada surgió de entre la multitud y todo el ambiente respetuoso desapareció ante las palabras de Caleb. Pero Obi-Wan alzó las manos.
—Esa es la mejor respuesta que he oído —dijo.
El grupo se tranquilizó y Obi-Wan prosiguió:
—La verdad, mis jóvenes amigos, es que simplemente no lo sé. Podría contarles de muchas ocasiones en el transcurso de la historia de la Orden cuando los Jedi han sido llamados de vuelta a Coruscant para lidiar con algún peligro. Algunos momentos difíciles, que terminaron en grandes actos heroicos. Hay verdades y hay leyendas con cierta verdad, y todas nos pueden enseñar algo. Estoy seguro de que Jocasta, nuestra bibliotecaria, los puede ayudar a investigar al respecto. —Juntó sus manos—. Pero no hay dos eventos que sean iguales y cuando la señal vuelva a enviarse, ese evento será único también. En verdad espero que nunca se necesite usar, pero saber acerca de él es parte de su entrenamiento. Lo importante es que cuando reciban la señal…
—…«¡Ve» —dijeron los jóvenes, incluido Caleb.
—Muy bien. —Obi-Wan desactivó la señal y caminó entre la multitud hacia la salida. Los estudiantes se levantaron y salieron en fila al cuarto de control, agradeciendo por el mayor espacio y platicando sobre su regreso a las otras lecciones. La excursión en este nivel del Templo Jedi había terminado.
Caleb se levantó también, pero no se retiró del pasillo. Los Jedi enseñaban a sus estudiantes a observar los diferentes puntos de vista, y se le ocurrió que había otra opción que no había sido tomada en cuenta. Con el ceño fruncido volvió a alzar la mano y se dio cuenta de que ya no había nadie más. Nadie los estaba viendo ni escuchando.
Excepto Obi-Wan, quien se encontraba parado en la entrada.
—¿Qué pasa? —el Maestro preguntó entre el escándalo. Atrás de él los demás se habían callado, sin moverse—. ¿Qué pasa, Caleb?
Caleb tragó saliva, sorprendido de que repara en él. Vio que la maestra Billaba fruncía un poco el ceño, sin duda se preguntaba qué tramaba ahora su impulsivo prospecto. Ya era hora de cerrar la boca. Pero al estar solo en el pasillo, entre las estructuras con luces, se decidió.
—Esta señal de advertencia puede enviar cualquier mensaje, ¿verdad?
—Ah —dijo Obi-Wan—, no, no se usaría para cuestiones administrativas normales. Como Caballeros Jedi, que en verdad espero que todos ustedes se conviertan, van a recibir estas instrucciones de forma individual, usando formas menos dramáticas de…
—¿Pueden mandar gente lejos?
Un grito ahogado escapó del grupo. Interrumpido, pero no visiblemente irritado, Obi-Wan lo miró.
—¿Disculpa?
—¿Pueden mandar gente lejos? —preguntó Caleb, señalando los controles de la señal—. Puede llamar de vuelta a todos los Jedi al mismo tiempo. ¿Pero podría advertir a todos para que se alejen?
El cuarto detrás de Obi-Wan se llenó de suspiros y conversaciones susurradas. La Maestra Billaba entró al cuarto de computadoras, aparentemente queriendo poner fin al momento incómodo.
—Creo que es suficiente, Caleb. Discúlpenos, Maestro Kenobi. Valoramos mucho su tiempo.
Obi-Wan no la estaba mirando a ella, sino hacia atrás, a la señal también, ahora contemplándola.
—No, no —dijo finalmente, haciendo una indicación a la multitud sin voltear—. Por favor, esperen. —Se rascó la nuca y volteó hacia el grupo—. Sí —dijo en voz baja—. Supongo que podría ser usado para advertir a los Jedi que se alejen.
Los estudiantes empezaron a discutir ante tal respuesta.
«¿Advertir a un Jedi que se aleje?»
«¡Los Jedi no escaparían! ¡Los Jedi se enfrentarían al peligro!».
«¡Los Jedi resistirían, los Jedi pelearían!».
Los otros Maestros entraron, haciéndole señas a Obi-Wan.
—Estudiantes —dijo un anciano Maestro—, no hay razón para…
—Ninguna razón prevista —dijo Obi-Wan, señalando con su dedo índice al aire. Buscó la mirada de Caleb—. Sólo lo que nuestro joven amigo dijo: «razones no previstas».
El silencio inundó al grupo. Caleb, renuente a decir algo más, dejó que un estudiante dijera lo que estaba pensando:
—¿Entonces? Si nos mandan lejos, ¿qué pasaría?
Obi-Wan pensó por un instante antes de voltear hacia los estudiantes y brindarles una cálida y confortable sonrisa.
—Lo mismo que en cualquier otro momento. Van a obedecer la instrucción y esperarán a la siguiente. —Alzando los brazos, dio por terminada la discusión—. Gracias por su tiempo.
Los estudiantes salieron rápidamente del cuarto de control aún charlando. Caleb se quedó, mirando cómo desaparecía Obi-Wan a través del acceso. Sus ojos volvieron a la señal.
Podía sentir la presencia de la Maestra Billaba y cómo lo observaba. Volteó su mirada para verla, sola, esperando en la entrada. Ya no fruncía el ceño y sus ojos se mostraron cálidos y afectuosos. Indicó que la siguiera. Caleb lo hizo.
—Mi joven estratega ha estado pensando de nuevo —dijo ella al entrar en el elevador—. ¿Alguna otra pregunta?
—«Esperar la instrucción». —Caleb miró al suelo y luego a ella—. ¿Qué pasa si la instrucción nunca llega? No sabría qué hacer.
—Tal vez lo sabrás.
—Tal vez no.
Billaba lo miró, pensativa.
—Está bien, tal vez no lo sabrás. Pero cualquier cosa es posible —dijo ella, colocando su mano en el hombro de Caleb mientras se abrían las puertas—. Tal vez la respuesta te llegará de otra forma.
Caleb no sabía lo que eso significaba, porque la Maestra Billaba hablaba en acertijos, y como siempre, se olvidó de ellos en cuanto entraron en el piso donde entrenaban los jóvenes Jedi. En un día cualquiera, habitación tras habitación, se podía ver a los más poderosos guerreros de la galaxia enseñando a la nueva generación sobre el combate con espadas láser, acrobacias, lucha cuerpo a cuerpo, incluso manejar una nave espacial por medio de simuladores. Cada disciplina imaginable donde exista un contacto con la Fuerza mística, el campo energético que surgiera de todo Jedi para su fortaleza, podía ser útil.
Aquellos a los que veía eran sólo una pequeña parte de la Orden Jedi, la cual contaba con puestos de avanzada y operaciones en toda la galaxia conocida. Es verdad, en estos momentos la República Galáctica estaba en guerra con los Separatistas, pero los Jedi habían impedido que fuera amenazada por miles de generaciones. ¿Cómo alguien o algo podría enfrentarse a ellos?
Caleb llegó a un cuarto donde sus compañeros ya estaban entrenando, enfrentándose entre sí con bastones de madera. Uno de sus recurrentes compañeros de duelo, un joven humanoide de piel rojiza, se encontró con él en la puerta, con el arma de entrenamiento en la mano. Él también había estado en la clase anterior.
—Bienvenido Joven Maestro Serio —dijo, sonriendo—. ¿Qué fue todo eso que pasó con el Maestro Kenobi?
—Olvídalo —dijo Caleb, empujándolo para pasar al cuarto y alcanzar su propia arma de entrenamiento—. No es nada.
—¡Pero espera! —La mano del otro joven se alzó rápidamente en el aire, imitando a Caleb cuando preguntaba—. ¡Ooh! ¡Ooh! ¡Mírenme!
—Vas a necesitar concentrarte, amigo, porque te voy patear en el trasero. —Caleb sonrió y siguió entrenando.