CAPÍTULO DIECISIETE

Skelly se levantó, alarmado.

—¿Cómo me encontraste?

Hera dio unas palmaditas a su propio hombro.

—Si miras en el bolsillo de tu hombro izquierdo, vas a encontrar un dispositivo de rastreo que metí cuando te estaba quitando las ataduras. —Ella sonrió—. Te dije que te encontraría.

Skelly se llevó la mano al bolsillo y descubrió un pequeño chip. La miró con enojo.

—No me gusta que la gente me espíe.

—Estás en el sistema equivocado entonces. —Hera simplemente abrió su mano enguantada—. Lo tomaré de vuelta. Gracias.

—Dijiste mi nombre —afirmó con sospecha—. ¿Cómo sabías de mí?

—Estás en la mira de muchas personas hoy. Escuché sobre lo que hiciste en Cynda. Ya sabes, la explosión, cuando el emisario del Emperador estaba ahí. —Ella hizo una pausa, deteniéndose para observar las abundantes notas sobre el Imperio que estaban en la pared de su lado izquierdo—. Estoy interesada en escuchar tus razones para hacerlo.

Amenazante, Skelly se levantó.

—¿Y por qué te importa?

—Sólo estoy… interesada —dijo Hera.

Al ver que leía sus notas, el humano pelirrojo se interpuso entre ella y la pared.

—Mira, no leas mis cosas. No te conozco. ¡No creo que el decirte pueda ayudar en algo!

Hera miró a su derecha y vio en la otra pared sus escritos sobre Cynda. Un destello apareció en sus ojos negros.

—¿Me dirías si fuera… una reportera de La Gaceta de Acción Ambiental?

Skelly la miró con asombro.

—¡Pensé que había cerrado!

—Es sólo una reestructuración —dijo Hera—. Puedes ser parte del gran relanzamiento.

Skelly la estudió. Nunca había sido parte de la audiencia de las publicaciones de la HoloNet, pero esta había surgido en varias ocasiones durante su investigación. Había puesto fin a una serie de malas prácticas de negocios en el pasado.

—Vamos —dijo ella, sacando una DataPad de su túnica—. Te dejé escapar.

Skelly respiró profundamente y tomó una decisión.

—Está bien.

Rápidamente se acercó a su pared y apuntó de un diagrama a otro, diciendo todas sus teorías. Perforar algunas estalactitas y estalagmitas cristalinas estaba bien; eran meras consecuencias de las estructuras físicas que sostuvieron a Cynda. Era como darle a la luna un corte de pelo. Pero usar explosivos para penetrar en nuevas cámaras era similar a romperle un hueso.

—Cada cámara que descubrían tenía más thorilide que la anterior —dijo Skelly—. Y eso hacía que usaran más explosivos para acercarse a la otra.

—Lo que causó colapsos que lastimaron a los trabajadores. —Hera asintió, haciendo anotaciones en su DataPad—. A la par de arruinar una zona natural hermosa.

—Estás en lo cierto. —Triunfante, Skelly pinchó su puño en el escaso techo.

—Bien —dijo Hera suavemente.

La cara de Skelly se congeló.

—¿Bien?

Ella sonrió gentilmente.

—Esto no es una noticia grande o espantosa, Skelly —dijo con gentileza, regresando la DataPad a su lugar—. El Imperio lastima y arruina cosas. Hace eso todo el tiempo, en todas partes.

—¿Y?

—Tienes un problema, como miles de millones de personas en la galaxia. Un día haremos algo acerca de ello. Esto es bueno saberlo, y lo siento por los que están involucrados. Pero no estoy segura de que sea el mejor momento para hacer ruido sobre eso.

Skelly estaba alarmado.

—¿No vas a publicarlo después de todo lo que te dije? ¿Qué clase de trato es este? ¡Pensé que eras una periodista!

La mujer dio un paso atrás, claramente sin temerle, pero simplemente dando espacio para su locura.

—En realidad estoy reuniendo más información, Skelly, preparándome para… —Ella calló; luego asintió hacia la pared con sus notas sobre Cynda—. Lo que has descrito es malo, pero no es exactamente la destrucción del mundo.

—¡Oh sí, claro que lo es! —Skelly sacó de improviso un holodisco del bolsillo de su chaleco y lo mantuvo entre su pulgar e índice de la mano izquierda—. ¡Porque creo que si el Imperio continúa haciéndolo, pueden hacer explotar la luna entera en pedazos!

Hera alzó una mano.

—Mira, olvida la hipérbole. ¿De cuántos daños estamos hablando?

—¡No estoy exagerando! —dijo Skelly, volviendo a colocar el holodisco en su bolsillo, volteó a la pared y comenzó a hojear a través de las notas pegadas—. La luna sigue estando frágil. La órbita elíptica significa que Gorse y el Sol están tirando de ella todo el tiempo. Gorse libera la presión a través de temblores. Pero toda la energía se mantiene reprimida en Cynda, porque el entramado de cristal va muy profundo…

—Al grano, por favor.

—Si se usan los suficientes explosivos en los puntos adecuados, Cynda se derrumbará como la promesa de un senador.

Hera lo miró por un momento. Skelly le regresó la mirada.

—Eso va… más allá de lo creíble —dijo ella—. ¿El poder de destruir un cuerpo de ese tamaño? Es difícil de creer que algo así exista.

—Existe. Es posible. Y estoy empezando a creer que no les importa.

Hera caminó hacia la pared y comenzó a leer.

—Estas notas que están por todas partes —dijo—, no puedo entender algunas de ellas.

—Créeme —dijo Skelly—. Soy un experto.

—Eres un geólogo planetario.

—No, fabrico bombas.

Los labios de Hera se fruncieron.

—Oh —pronunció.

—Sé cómo suena —dijo Skelly, agarrando algunas notas y colocándolas en su fría mano derecha—. Pero es verdad. Las compañías mineras lo saben, porque yo les dije. Pero tapan todo eso, porque son parte de la conspiración.

—¿La conspiración?

—El triángulo de thorilide —dijo Skelly, asombrado de que no hubiera escuchado sobre él. Se movió por el cuarto hacia el otro lado, donde se encontraba la vergüenza corporativa—. Las compañías mineras son corruptas. Están coludidas, los propietarios, las juntas directivas, con los constructores de naves que le han vendido al Imperio varios proyectos de construcción. Oh, todo se hace en secreto, pero no puedes mantenerlo todo así. Mil millones de Destructores Estelares no son suficientes. Están construyendo Súper Destructores Estelares y Súper, Súper Destructores Estelares, ¡y quién sabe qué otras cosas!

—Ya veo —dijo Hera, cautelosamente dando un paso atrás—. ¿Y cómo sabes todo esto?

—¡Por la HoloNet!

—Oh —exclamó Hera—. La HoloNet.

—Es toda una enorme red que se desarrolla eternamente —dijo Skelly con los ojos fijos en la pared más alejada. Se acercó a ella y comenzó a entretenerse con las notas—. ¿Sabías que fueron los intereses monetarios lo que iniciaron las Guerras de los Clones? Había un fabricante de droides de batalla que tenía demasiados en el inventario… —Skelly sintió los ojos de Hera sobre él, y exhaló el aire de sus pulmones. Dejó de hablar.

Las notas, los recortes, toda la maraña frente a él no tenían sentido.

Otra vez había sucedido.

—Lamento haberte molestado. —Medio escuchó lo que dijo Hera—. Buena suerte.

Skelly siguió observando la pared.

—Mira, sé cómo puede sonar. He estado en… bueno, he estado en medio de muchas malas cosas. Me enoja. No siempre digo las cosas bien. Pero lo que sé sigue siendo verdad. —Respiró profundamente—. No estoy loco.

Cuando volteó, ya se había ido. Podía escuchar leves pisadas con dirección a la escalera. Él las siguió, pero no vio mas que el bote de basura y un oscuro patio a su alrededor.

Deprimido, Skelly regresó dentro y cerró la rejilla detrás de él. Se sentó en silencio al fondo de la fosa. Su cabeza zumbaba y le dolía, con un dolor añejo. Los ciclos de sueño de Skelly habían estado mal desde que se mudó a Gorse, y el tiempo en las cavernas siempre brillantes de Cynda los confundía más. La confusión en las notas que seguían aferradas en su mano inservible era una cosa, pero aún podía enfocarse en hacer ciertas cosas. Los datos en el holodisco, sabía que eso estaba bien. Era su testamento, su última oportunidad.

Skelly recordó la llamada de Vidian a Lal Grallik. El Conde iba a venir, es cierto. Y Vidian aún podía escucharlo y hacer las cosas bien. Pero traería al resto del Imperio con él, y todavía podría seguir haciendo las cosas mal.

Se levantó de un salto y volvió a su guarida. Al abrir la cortina que daba al clóset, dejó expuesto su laboratorio secreto y, debajo de él, en paquetes sellados, un suministro enorme de explosivos de baradio que había robado por varios años. Debido a su miedo de que explotara Cynda, cada vez que se le pedía plantar cargas para abrir una parte, él usaba un poco menos. No devolvía lo que le sobraba.

Pero si no lo escuchaban ahora, él regresaría los explosivos. Todos juntos, y así lo escucharían. Sí, así lo escucharían.

. . .

Hera negaba con la cabeza mientras regresaba a las calles. Fue un riesgo calculado liberar a Skelly. Su hipótesis en el desvío era que nadie que se levantaba contra el Imperio, de cualquier forma, valía la pena de conocer. Algunos podían ser útiles. Todavía no, pero en su momento lo serán. Era importante saber sus capacidades.

Pero Skelly nunca sería de ninguna ayuda, y así los descartaba mentalmente con decenas de otros candidatos que como él había conocido antes. El activismo político atrajo la aparición de los dementes. Algunos habían sido legítimamente conducidos a la locura por las fuerzas con las que peleaban, algunos afectados por la guerra, como sospechaba que era el caso de Skelly. Otros no tenían excusa. Aunque esas personas eran los primeros en levantarse en armas, casi nunca lograban revoluciones exitosas. La acción contra el Imperio debía ser medida de forma cuidadosa; ahora sobre todo.

Así, Gorse se había vuelto un fiasco. Sin sol en ningún tipo de forma: su gente andaba robóticamente entre la monotonía del trabajo y los peligros de las calles, sin sentirlo. Incluso el humano que le ayudó con los pandilleros, que ahora recuerda era el mismo hombre que ayudó al anciano en Cynda, podría encajar fácilmente en una plantilla predeterminada: el vagabundo, buscapleitos. Si fuera así, sería lamentable, pero no sorprendente: como todos los demás en Gorse, estaba atrapado en una función que el Imperio quería para él. Nunca sería una amenaza. Eso era muy malo: parecía saber lo que hacía en una pelea.

Pero Hera dejó de pensar en él. Skelly había sido sólo una alternativa; los verdaderos objetivos estaban adelante. Y los encontraría en el establecimiento cuyo anuncio poco sutil apareció en su DataPad:

El Cinturón de Asteroides

La Cueva, Gorse City • Okadiah Garson, prop.

Abierto toda la noche

Ven y desabrocha el cinturón