CAPÍTULO DIECIOCHO

—¡Oye, chica! ¡Te estoy hablando!

El gran gorila estaba hablándole a Zaluna, porque nadie más estaba en la calle. Pero ella decidió seguir adelante, hasta que él fue tras ella. Justo unos pasos detrás, volvió a gritar.

—¡Te estoy hablando!

—No, no lo estás haciendo —dijo Zaluna, que continuaba caminando a través del lodo—. Si estuvieras hablándome, usarías mi nombre.

Retomando el paso, el borracho se rio.

—¿Cómo se supone que lo sepa?

—¡Precisamente! —Zaluna se volteó y lo miró directamente por debajo de su delgada capucha—. Entonces no tienes razón para hablarme, Ketticus Brayl. Ve a casa con tu mujer y tus hijos.

La luz de la luna alumbró su cara, el monstruo palideció.

—Espera, ¿cómo sabes quién soy?

—Eso no importa —respondió ella, ocultando su mano derecha en la larga y suelta manga de su poncho, la vestimenta más delgada que tenía con la cual podía esconder sus rasgos—. Lo que importa es que me dejes en paz.

Grayl se carcajeó.

—¿Y si no lo hago?

—Entonces tendrás que hablar con esto. —Su mano derecha reapareció de su manga, con un bláster delgado. —¿Lo entiendes?

El borracho desorbitó los ojos con la aparición repentina del arma. Luego se dio la vuelta, tambaleándose en la noche húmeda. Al reanudar su viaje, Zaluna puso el arma de nuevo en su lugar secreto, agradecida de que nadie supiera que no había sido disparado en 33 años, desde que su madre se la dejó.

No era verdad que conociera a todos en Gorse y Cynda de vista, claro está, pero casi una tercera parte de un siglo de vigilancia había puesto a muchos alborotadores en sus listas. Y muchos de ellos parecían rondar por aquí, en La Cueva. Algunos mineros actuaban como si fuera su vecindario; al estar cerca de las viejas minas, era un lugar decente para vivir, ahora que la banda minera había terminado hacía mucho tiempo. Tal vez para ellos había terminado. Pero en su experiencia, los peones siempre eran un problema. Había monitoreado muchas peleas de bar en La Cueva, mirado docenas de personas que se daban de golpes en las calles por dinero o deportes. Fuera lo que fuera, lo que las empresas pagaban a los mineros no era suficiente para su manutención, por eso algunos de ellos molestaban a personas buenas para quitarles su dinero.

Pero bueno, si les pagaran más, beberían más, y eso podría ser peor.

El encuentro era otro dolor de cabeza en un día lleno de ellos. Después del arresto de Hetto, el personal de vigilancia restante en Transcept había trabajado sus horas extra en silencio, todos con el temor a decir algo. Los antecedentes de cada uno de los operadores estaban bajo revisión potencial, según dijo el teniente imperial. Zaluna tenía la esperanza de que al encontrar de nuevo al sospechoso Skelly los compensaría de que los mynocks no lo hubieran marcado antes para capturarlo, pero sus esperanzas se hundieron al saber que Skelly había escapado de las oficinas de Moonglow antes de que pudieran llegar los soldados de asalto.

Al menos nadie sospechaba de los mynocks. El supervisor de la fábrica estuvo una hora defendiendo a su equipo de seguridad de los insultos de los soldados de asalto. Aún así, Zaluna preveía días difíciles por venir para todos los de la oficina de Transcept. Incluso si nada pasara, su trabajo, el cual consideraba divertido, no volvería a serlo jamás.

Era algo extraño. Muchas personas en Gorse vivían con miedo, especialmente los sullustanos y los de menor estatura. Aunque al trabajar con los mynocks se sentía un poco a salvo. Había seguridad en el aislamiento, seguridad al poseer información. Cierto, su tipo de trabajo tenía el potencial de crearle problemas a los demás. Pero había suprimido toda consideración de eso bajo el sustento de que muchísimas de las personas que espiaban eran malas, y probablemente capaces de molestar a una obrera pobre de alguna calle oscura.

Pero... Cada vez había menos y menos rufianes como blanco del espionaje, y más personas como, bueno, como Hetto. Y ahora él mismo se enfrentaba a un destino incierto. No tenía sentido para nadie en el área de trabajo. Con seguridad, Hetto se había quejado sobre las condiciones de trabajo y la paga, ¿Pero quién no? Sí, él pensaba que lo que el Imperio le había hecho a las cavernas de Cynda era una abominación, pero esas ya eran noticias viejas y una sensación común en Gorse.

Pero el cubo de datos era otra cosa, y Zaluna ahora sabía la razón por la cual había sido arrestado. Cuando terminó su turno, se escabulló a su casa para ver lo que le había dado Hetto. No le había dado permiso de leer lo que contenía el cubo de datos, pero no sería la primera vez que lo haría sin permiso, y no tenía intención de transmitir algo a la tal Hera sin haberlo revisado antes.

Usó un lector que compró de joven y que estaba desconectado de la HoloNet, y estudió los contenidos del cubo de datos en su armario para mayor seguridad. Los contenidos estaban encriptados por un programa comercial, pero Zaluna había trabajado varios años en la recolección de datos electrónicos y pronto encontró una forma para eludir la protecciones.

Estaba sorprendida de lo que descubrió. De alguna forma, Hetto había logrado descargar los datos que Transcept había guardado sobre todos los que habían vigilado en Gorse y su luna, desde la era de la República hasta ahora.

Pensó por un momento que «Hera» podía ser de una empresa de vigilancia rival. Espionaje corporativo para tener más ganancias. Hetto, quien nunca tenía dinero, quizá tenía la esperanza de conseguir una buena paga. Zaluna no quería ser parte de ninguna transacción como esa. Pero al pensar en eso, se dio cuenta de que Transcept vendía los datos a los competidores todo el tiempo, y a veces en escala masiva. Este acto no parecía ser necesario.

Al ver con más atención la información se dio cuenta de que la generosidad de la información personal en el cubo de datos no era la parte importante. Su existencia servía como guía técnica en cuanto a la forma de vigilar. Cada imagen, cada voz registrada, cada bioescaner, cada comunicación electrónica unida a nombres en los archivos era etiquetada con información descriptiva de cómo se obtenía. Con esto, un lector podía saber la ubicación de todo punto de vigilancia en la red local de Transcept.

¿Quién necesitaría esa información?

Tal vez era otro Skelly, algún bombardero deschavetado o un loco que quería saber las capacidades del Imperio, con el fin de crear más problemas. Ella no quería ser parte de ello.

Pero Hetto no era ese tipo de persona. Y eso la hizo pensar en el tipo de persona a la que le interesaría algo así: alguien a quien le importara saber qué es lo que el Imperio estaba haciendo con las personas de Gorse.

Alguien a quien le interesara tanto como a Zaluna.

Si había una posibilidad de que Hera fuera de este tipo, valía la pena la conversación sin importar el peligro que significaba para Zaluna. Una conversación, nada más; no quería terminar como Hetto. Pero se merecía darle a él una oportunidad.

Se suponía que era una cita secreta, y por eso mismo le impactaba el punto de encuentro. ¿«El Cinturón de Asteroides»? Hacía como unos treinta años que no ponía un pie en una cantina, pero había visto suficientes videos para preguntarse por qué alguien pensaría en ese lugar para un encuentro a escondidas. ¡Tantos ojos! ¡Tantos oídos! Sin mencionar los órganos sensoriales que nunca se había imaginado y que pertenecían a otras especies que frecuentaban las cantinas.

Corriendo con adrenalina desempacó todos sus dispositivos de los programas de entrenamiento que llevaba años atrás, cuando aprendía las mejores prácticas para colocar cámaras y micrófonos escondidos, y para localizar aquellos que necesitaran reparación con base en las emisiones del subespacio. Detectarlos antes de que ellos lo hicieran: ese sería su reto, pensaba.

Vio la señal al frente. No había razón de seguir esperando más tiempo afuera.

—Hetto, pobre alma inconsciente, esto es por ti.

Amarró fuertemente su túnica y empezó a caminar con rumbo al edificio.