CAPÍTULO CATORCE
—Entiendo que han capturado al sospechoso de Cynda —dijo la brillante forma holográfica del Conde Vidian—. A la brevedad, recibirán un escuadrón de soldados imperiales para tenerlo en custodia.
Skelly frunció el ceño. Mirando por detrás de la imagen, podía ver a Vidian, pero Vidian no podía verlo. O tal vez sí podía. Lal apenas había informado a las autoridades que Skelly estaba ahí cuando el experto en eficiencia había llamado. Tenía sentido, pensó Skelly, que el Imperio tuviera un ojo sobre todos los productores de compuestos estratégicos como el thorilide.
Pero no le importaba su espionaje. Le importaban esos idiotas con cuatro brazos armados que estaban con él en el cuarto, quienes tenían que liberarlo de su silla y quienes habían decidido mantenerlo amordazado cuando Vidian llamó, sin importarles los urgentes gritos ahogados que lanzaba.
—Moonglow. ¿Su firma es nueva? —preguntó Vidian.
—Sólo bajo ese nombre, mi señor —respondió Lal—. He trabajado en estas instalaciones por más de veinte años.
Skelly se preguntaba si un holograma podía captar lo nerviosa que estaba al hablar con la mano derecha del Emperador. «Debería estar preocupada», pensó Skelly. Cuando el Imperio supiera lo que él sabía, todo el Gremio Minero estaría fuera de circulación.
Lal continuó.
—Somos una pequeña firma, pero hemos logrado muchos avances en la eficiencia. Le aseguro que no sabíamos nada sobre…
—No importa el saboteador —interrumpió Vidian—. Me gustaría ver sus logros. Empezaré mi inspección ahí.
—¿Aquí? —Skelly vio cómo se abrían los ojos de Lal. Ella juntó los dos pares de manos, a modo de rezo—. Mi señor, nos gustaría tener cierto tiempo para preparar su llegada. Es el final de un muy largo día de trabajo. Yo sé que no tenemos mañanas por aquí, pero podría ser posible...
Vidian movió su mano metálica despectivamente.
—¡Ciclos diurnos! Qué fastidio. Está bien. En doce horas, entonces; véanlo como una recompensa por sus servicios. Pero no tendré clemencia en mi revisión por su ayuda esta noche. ¿Entendido?
—No esperaría ninguna, mi señor. Moonglow estará lista.
—Vea que se cumpla. —Fue la fría respuesta—. Un elevador de repulsión Imperial llegará en cinco minutos. Tengan al prisionero listo. —Vidian desapareció.
Lal se sentó, confundida, mirando el espacio donde antes estaba la imagen. Hacia el otro lado, Skelly podía ver a su marido y también jefe de seguridad, Gord, rascándose la cabeza.
—Pensé que habías dicho que no creías que el Imperio pudiera inspeccionarnos —dijo Gord—. Somos demasiado pequeños.
—Tampoco lo entiendo. —Lal echó una mirada a Skelly—. Supongo que es por ti.
—Mmm-mmmph — respondió Skelly.
—Oh —dijo Lal, nerviosa—. ¡Gord, quítale eso de la boca!
Gord refunfuño.
—Está bien —dijo, dirigiéndose a donde se encontraba Skelly sentado—. Pero creo que es una muy mala idea.
Con el trapo finalmente removido, Skelly tosió antes de volcar su ira contra los besaliskos.
—¡Ese era Vidian! ¿Por qué no me dejaron hablar con él?
Lal tenía los ojos desorbitados.
—¡Ya estoy realmente aterrorizada por él! ¡Definitivamente no estaba dispuesta a que le hablaras! —Aturdida, se dejó caer en la silla de su oficina.
—¿Doce horas para poner este lugar en buen estado para una inspección Imperial?
Gord la miró.
—Está bien, Lal, diriges muy bien el lugar. Traeré a los primos con algunos trapos y todo estará bien.
Skelly puso los ojos en blanco. El jefe de seguridad tenía los ojos maravillados con su esposa, y su excesiva ternura era el remate para un día horrible.
—Deberían preocuparse más sobre lo que dirá Vidian después de hablar conmigo. Ustedes y cada empresa que ha usado Baby para abrir las paredes en Cynda.
—Olvida a ese tipo —dijo Gord. Tronó sus dedos—. Oh, Lal, casi lo olvido. Ese chico, Kanan, dijo que renunciaba.
Lal movió su cabeza, con decepción.
—Temía que pasara. Fue el peor día. Casi muere. Pero le quiero agradecer, salvó a algunos de mis trabajadores.
—Tal vez puedas hablar con él para que se quede —dijo Gord. Una alarma sonó—. Hay alguien en la compuerta de los elevadores de repulsión.
—Deben ser los soldados de asalto —respondió su esposa. Miró tristemente a Skelly—. Lo siento.
—Claro, seguro —dijo Skelly—. Ustedes van a ser los que lo sientan.
Gord silbó. Dos de los asistentes del besalisko entraron y se llevaron a Skelly con todo y silla. Lo condujeron hasta el corral alumbrado por la luna a un lado del complejo. Ahí habían equipos alineados en el perímetro interior de una alta valla negra, con un camino lo suficientemente grande como para que pasara un repulsor.
Skelly sabía lo que le esperaba: había visto los transportadores de los soldados de asalto volando por toda la ciudad. Esperaba este momento, lo llevarían directo a Vidian. Observaba como Gord, mientras dejaba a Skelly con los otros guardias, avanzaba hacia la escotilla y la abría. Nadie entró.
Con curiosidad, Gord caminó hacia la calle. Un segundo después, el robusto besalisko miró hacia atrás y le gritó a sus acompañantes.
—¡Chicos, es Charko! ¡Los sarlacs están robando nuestro aerocamión!
Moviéndose como si fueran uno, los guardias de Gord sacaron sus blásters y corrieron para unírsele. Sólo Skelly movió su cabeza. En Shaketown, caracterizado por su alta criminalidad, ninguna entrega de suministros estaba segura, ni siquiera cuando los Imperiales estaban por ahí. Escuchó los disparos láser en la calle. Quizá todos se dispararían unos a otros.
Luego se le ocurrió a Skelly que los sarlacs habían activado la alarma de la entrada. «¿Por qué habrán hecho eso?» Antes de que pudiera sopesarlo, se dio cuenta de que alguien estaba detrás de él, jalando de la correa de su hombro izquierdo.
—¿Eres Skelly?
—¿Qué? —Miró a su lado izquierdo para ver una figura agachada junto a su silla—. Sí, pero ¿quién eres…
—Hera —dijo la voz femenina. Una mano verde insertó una vibrocuchilla bajo una de sus ataduras—. Y tú te vas.
—No, espera —dijo Skelly—. No puedo irme. ¡Tengo una historia que contar!
Por un momento, la mujer dejó de cortar; estaba confundida. Pero sólo fue por un momento.
—Puedo ayudar a que tu historia sea difundida. ¡Pero tienes que irte!
—¡Espera! —Skelly no tenía idea de quién era ella o de qué estaba hablando.
—Escucha…
—Escucharé. Pero te tienes que ir —dijo ella, cortando la última atadura. Soltó las correas—. Le pagué a Charko para que distrajera a los de aquí. Pero no durará mucho.
Skelly miró hacia la compuerta de la calle. Estaba vacía. Pero podía escuchar a Gord y a sus compañeros corriendo en algún lugar, disparando sus láser y, más allá de eso, el ruido bajo un repulsor.
No sabía qué hacer. Los soldados de asalto lo llevarían con Vidian, quien tenía el poder de detener lo que estaba pasando en Cynda. Pero, tal vez no lo llevaran con él. Y la mujer encapuchada había dicho algo que no era común.
—Escucharé —repitió ella—. ¡Pero vete!
Skelly miró atrás, sólo para ver que ya no estaba junto a él. Al escuchar las pisadas que se dirigían a la compuerta, forzó a sus músculos acalambrados para que se levantaran. Caminando con dolor, se dirigió a la compuerta.
—¿Dónde te puedo encontrar? —gritó Skelly.
La voz vino por encima de la valla, por fuera.
—¡Yo te encontraré!
Ya se había ido.