CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

Uno de los beneficios de vivir en un lugar sin luz de día, sintió Kanan, era el gran número de opciones que les brindaba a quienes no querían ser vistos.

Un grupo de turistas había perdido sus camisas, o más bien, sus ostentosos mantos con Kanan varias semanas atrás en un juego de sabacc. Los mantos habían estado sin usarse en el almacén de la cantina desde esa vez, pues resultó imposible empeñarlos. Esto se debió a que en la oscuridad, los mantos se veían como túnicas que usara un grupo de raros sanguinarios seguidores de algún culto, mientras merodeaban en las calles cada luna llena, cantando sus mantras y buscando alguna mascota para practicar su religión. Este tipo de cultos no sólo eran tolerados por el Imperio, sino que había hecho que se desintegrara el departamento de control animal de la ciudad de Gorse para ahorrar dinero.

Kanan maldijo a sus compañeros de juego, quienes ciertamente debían saber qué «maniática y espeluznante» era una descripción de moda que a nadie le hacía gracia. Pero ahora él y los demás vestían los mantos.

—Sigan caminando —les dijo por debajo de la capucha, mientras conducía a los otros por la larga avenida del distrito industrial—. Si ven a alguien, mantengan su cabeza baja y gruñan como si tuvieran hambre.

Nadie los había molestado. La luna llena se acercaba pronto y los «sanguinarios seguidores de cultos extraños» estaban afuera y se dirigían a los cementerios que más les gustaban para realizar sus ritos. Era un buen momento para estar afuera y parecer horripilante. Kanan se acomodó su mochila de viaje en la espalda, por debajo del manto; los monjes maniáticos no llevaban equipaje, y pensó que su aspecto de joroba le daba un buen toque.

—Parece que está funcionando —afirmó—. Sólo nos funcionará una vez, pero podremos cruzar la ciudad.

—Me sigues sorprendiendo —dijo Hera, quien caminaba justamente detrás de Kanan, vigilando a su alrededor.

—Sí, es toda la familia lunática yendo a pasear —dijo Kanan—. Mamá, papá, la abuela y el tipo raro que encerramos en el sótano.

—Y tú eres la abuela —agregó Zaluna.

Kanan sonrió. La mujer sullustana se había quedado sin fuerzas la noche anterior, pero haber dormido parecía que le había devuelto las fuerzas. Todavía la consideraba algo rara, pero aun así le sorprendía. Tenía una rutina alterada desde años atrás, pero no había vivido ni remotamente tanto tiempo como ella. Y aun así, Zaluna parecía estar recuperada. Se preguntaba cuál sería su secreto.

Skelly estaba en peor estado, ahora se movía más lento: la última ronda de medicamentos no le duraron toda la caminata. Miraba la luna mientras caminaba adolorido.

—¿Sabes? —dijo Skelly—. Creo que siempre quise ser un hombre roca.

Kanan lo miró.

—¿Un qué?

—Un minerólogo. Recuerdo que estudiaban a Cynda antes de comenzar a excavarla. Tendría que haber ido a la escuela, todo lo que sé lo aprendí por cuenta propia. Llegar al lugar en el que hacían sus investigaciones era agradable. Me acuerdo de uno que me mostró que el subsuelo es más que un lugar para enterrar minas.

—O personas —dijo mientras señalaba al frente—. Damas y caballeros, Beggar’s Hill.

Beggar’s Hill no era una colina después de todo. Aunque tenía forma cuadrada estaba definida por calles poco transitadas, alojaba un cementerio poblado de sepulcros que el suelo húmedo de Gorse necesitaba. Helechos y enredaderas habían conquistado las antiguas criptas y borrado los nombres inscritos en ellas. Con la poca luz que provenía ahora de la órbita de Cynda, tenía el aspecto de una gruta tranquila.

Kanan miró a Hera mientras caminaba por la pequeña vía entre las tumbas, con la luz en sus ojos. Ella realmente significaba algo para él.

Skelly subió y miró a su alrededor.

—Me temo que no habrá un lugar como este para Lal o Gord. No me llevaba bien con ellos, pero aun así…

—Sí —dijo Kanan, aunque no pensó mucho en eso. Los funerales no eran para él. Los Jedi eran muy ceremoniosos en los funerales, pero nadie había conmemorado a ninguno de ellos. La muerte significaba que era tiempo para los vivos de seguir adelante.

Y así era.

—Muy bien, hice lo que pude —dijo Kanan—. Este es el extremo oeste de Shaketown, Moonglow está justo a pocas cuadras de aquí. Estamos en medio de todo. Hera, dijiste que tu nave la estacionaste a dos kilómetros al oeste. El departamento de Zaluna está a dos calles al sureste y el puerto espacial comercial más cercano —dijo, mirando y apuntando hacia el norte— está a diez cuadras de aquí. Así que lo que deseen hacer, están muy cerca. —Entonces se bajaron la capucha—. Con esto se acabó.

Hera miró a Zaluna, que veía los monumentos mientras caminaba.

—¿Ya te decidiste?

—Me iré contigo —dijo ella—, en tu nave. —La mujer señaló las tumbas—. Casi todos los que conocí en este planeta aparecen como un nombre en una pantalla o en una lápida. No quiero trabajar más en Transcept, aun si me dejaran regresar. Y sería agradable ver un lugar donde hubiera un amanecer.

—¿Vamos a tu departamento y recogemos tus cosas?

Zaluna negó con la cabeza.

—Ahora están vigilando. Y de cualquier manera mi vida no está atada a ese departamento. —Miró la luna—. Vamos a empezar.

Hera miró a Skelly.

—¿Y tú qué vas a hacer?

Skelly abrió su manto y le dio golpecitos a su bolsa con la mano izquierda.

—Voy a arreglar este problema desde la raíz, a estallar la planta de explosivos cerca del puerto espacial. ¡Si no pueden traer baradio de Gorse, no pueden destruir la luna!

Hera miró con reproche a Skelly.

—¿Sabes que hay otras fuentes de explosivos aparte de Gorse, verdad?

—Si los puedo detener un día, valdrá la pena. —Skelly hizo un gesto con orgullo—. Además, ¿qué más me queda por hacer?

Kanan estaba de acuerdo, a pesar de todo, Skelly tenía un objetivo. Lo único que les quedaba a los habitantes de Gorse eran esfuerzos inútiles. Kanan, naturalmente, sabía lo que era estar sin rumbo fíjo y no tener idea de lo que era imprescindible de hacer. Había descubierto el secreto: nunca volver a relacionarse con nada o nadie al grado de que al perderlo no le quedaran más opciones. Pero no todos eran tan listos como él.

Caminó hacia Hera.

—Así que, ¿a dónde quieres que vayamos después de dejarla? Wor Tandell es lindo. También hay algunos mundos casinos que creo que te encantarían.

Hera negó con la cabeza.

—Odio sonar como el droide de ayer, Kanan, pero no llevo compañía.

Su tono serio lo sorprendió.

—¿Cómo es eso?

—No viajo por el espacio en busca de compañeros o lugares que ver. Tengo metas. No necesito que alguien que no esté interesado en ellas retrase mi paso —dijo Hera.

—Pero Zaluna…

—…hizo un servicio a la galaxia al proporcionar información sobre los métodos del Imperio y necesita comenzar una nueva vida donde pueda sentirse segura. Tú, al menos lo que sé, te dejas llevar por lo que pase y sigues a quien está a cargo.

—Eso fue directo.

—Eso es lo que veo —dijo ella. Hera le ofreció la mano—. Te agradezco por lo que has hecho. Buena suerte.

Con la lengua atada, Kanan simplemente aceptó el apretón de manos.

—Bien —dijo finalmente—. ¿Estás segura?

Hera asintió tranquilamente, soltó su mano y se dio la vuelta.

—¡Oh! —dijo ella mientras buscaba en su manto y tomaba una bolsita para mirarla de nuevo y contar créditos imperiales—. Toma esto, por tu ayuda.

Kanan estaba sorprendido.

—¿Acaso crees que soy un mercenario?

—No. Pero sé que pusiste dinero en la caja fuerte de Okadiah para pagar el aerobús. —Le extendió el dinero—. Tómalo. Vas a llegar más lejos.

«Así que ahora soy un peón», pensó Kanan. «Bueno, de acuerdo». Tomó el dinero.

Kanan miró a Skelly y a Zaluna.

—Hasta pronto —dijo y caminó hacia la calle.

Sería un largo camino para llegar al puerto espacial, y muy caluroso con la túnica que llevaba. Se quitó el manto y lo lanzó hacia la oscuridad. Probaría su fortuna, como siempre lo había hecho.

Donde el camino coincidía con la calle, volteó a ver el último destello de Hera. Aún seguían todos ahí, preparándose para tomar su camino. Negó con la cabeza, preguntándose qué era lo que no le permitía irse. Kanan Jarrus nunca miraba atrás. Siempre iba hacia adelante, al exterior, siguiendo el impulso de lo desconocido. Cynda, flotando, grande y bulbosa, era la luz brillante que guiaba el camino hacia su futuro. Allá en el cielo, donde…

¡La luna explotó!

El cielo de Gorse se alumbró, lleno de luz del alba por primera vez en una era geológica. Ninguna explosión de Skelly había iluminado el paisaje urbano de esa forma. Kanan, anonadado, esperaba algún tipo de sonido estruendoso, pero no hubo ninguno. La luz menguó y sus ojos se adaptaron; Kanan notó que la luna no había explotado.

Pero tampoco seguía intacta. Cerca del extremo inferior del casi disco completo, un plumero blanco y colosal se desprendía hacia arriba y hacia abajo. Parecía como si Cynda dejara caer una lágrima; una lágrima a cientos de kilómetros que se extendía mientras se movía.

Kanan ya había visto cometas y meteoritos chocar contra la luna. Esto no parecía serlo, más bien era una erupción. Una erupción en un mundo volcánicamente muerto. Y conocía ese punto de Cynda. Aterrizaba ahí todos los días. Miró de vuelta a la calle, todo el tránsito se detuvo. Las personas salieron de sus vehículos, se ponían al lado de sus moto-jets mirando el suceso con fascinación y horror. Kanan miró tras ellos el gran reloj del edificio de construcción de obras sanitarias. Decía lo que el dolor de su estómago ya le había dicho: Okadiah estaba trabajando en la luna.

Todo mundo comenzó a hablar al unísono, se escuchaba como el zumbido durante un evento deportivo. Kanan podía escuchar la voz de Hera también, la voz que amaba escuchar, llamándolo por detrás. Pero no escuchaba, corría hacia un aerodeslizador parado en medio de la calle, llevado por las manos de un conductor perplejo. Tanto Hera como el dueño del aerodeslizador le gritaban a Kanan mientras se iba por la carretera, por Shaketown.

. . .

La tierra temblaba a los pies de Skelly. A su lado, la voz de Zaluna se llenó de horror.

—Está sucediendo.

—No —dijo Skelly al tiempo que miraba con asombro el suelo que se estremecía—. El temblor es sólo una coincidencia. Llámalo una punzada de empatía.

Se removió la capucha, nadie lo vería ahora. Y menos en ese momento. El cementerio parecía el lugar apropiado para atestiguar el inicio del fin del mundo. Miró a Hera mientras el temblor se detenía.

—Eso no fue nada comparado con los temblores que sentiremos si continúan haciendo eso.

—El Imperio está detrás de esto —dijo Hera, mirando sobresaltada—. En verdad están llevando a cabo sus planes.

—¿Pensaste que no lo harían? —preguntó Skelly.

—Si pueden hacer algo, lo harán. —Ella negó con la cabeza—. Pero no pensé que esto fuera posible o que pasara tan pronto.

Zaluna le dio un tirón a la manga de la twi’lek.

—¿La gente se tiene que marchar, Hera? ¿Va a pasarle algo al planeta?

—Skelly dice que estaremos bien, pero debemos regresar a mi nave por cualquier cosa. —Miró hacia la calle—. Eso es lo que le trataba de decir a Kanan. —Hera tenía algo en sus manos, Skelly lo vio, un dispositivo con el que luchaba poco después de que Kanan se fuera de la escena—. Estoy tratando de obtener toda la información que se pueda, pero hay mucha interferencia en las ondas.

—Todo el mundo está hablando —dijo Skelly.

Un transporte de reconocimiento pasó como si nada sucediera, apuntaba su reflector en la dirección opuesta a ellos. Skelly pudo escuchar que otro se aproximaba a la intersección de la calle.

—Nos siguen buscando —dijo sombríamente—. Incluso después de lo que está sucediendo allá.

—Entonces no podemos seguir esperando —dijo Hera mientras metía el dispositivo en el bolsillo.

—Parece que tu plan ha cambiado a la luz de los eventos, Skelly. Vamos a mi nave.

—¿Adónde? —preguntó Zaluna.

—Los puedo dejar a ambos en algún lugar seguro —dijo Hera, que se acomodaba el manto—. Pero primero necesito detener a Kanan antes de que haga algo estúpido. —Ella miró hacia cielo con preocupación—. Y creo que sé a qué lugar se dirige. Sólo hay un piloto en un millón que puede navegar esa chatarra. Me preocupa… —Se detuvo a sí misma—. ¡En marcha! —Se fue por el camino que estaba fuera del cementerio.

Skelly trato de seguirlas, pero antes de que pudiera salir a la calle, un rugido de motores vino de arriba y alumbró el lugar, no era una luz tan brillante como la anterior, pero estaba más cerca y más dirigida. Skelly gritó:

—¡El Imperio nos encontró!

—No lo creo —dijo Hera mientras la masa oscura de una nave descendía sobre la ciudad.

—¿Tu nave? —preguntó Zaluna, temblorosa.

—¡Es Kanan! —exclamó Skelly al reconocer su figura—. ¡Es el Expedient!

La rampa trasera descendía mientras la nave minera estaba suspendida medio metro sobre la superficie de la ciudad. Kanan apareció sobre la rampa.

—Date prisa —llamó a Hera—. Necesito que me lleves al sitio de la explosión. ¡Junto a ti sólo soy un novato!

Hera señaló a sus compañeros.

—¡Ellos vienen conmigo!

—No me importa. Tengo al equipo de Okadiah en el intercomunicador —dijo Kanan.

—¡Se están muriendo!