CAPÍTULO VEINTISÉIS
En el piso de la refinería, Gord Grallik lloraba.
El jefe de seguridad corrió hacia el salón, buscando a Hera. Ella bajaba las escaleras cuando Gord se detuvo entre los estanques espumosos de ácido y miró hacia abajo. Hera ya había visto desde arriba que la figura de cuatro brazos en el ácido era sin duda alguna un besalisko.
—¡Lal! —Gord se abrió paso buscando algún objeto a prueba de ácido. Cuando Hera llegó al piso él se había dado por vencido. Volteó hacia el estanque, preparado para lanzarse al baño de ácido y salvar a su esposa.
—¡No lo hagas! —Hera gritó. Se deslizó hasta detenerse para que no cayeran los dos al estanque, y sujetó por los dos brazos izquierdos al jefe de seguridad—. ¡Ya es muy tarde!
Gord luchaba.
—¡Tengo que hacerlo!
Hera se aferró a él desesperadamente. Ni siquiera sabía si él estaba consciente de ella mientras luchaba para entrar en el estanque. Él la sobrepasaba en peso y aun así, Hera usaba toda su fuerza para evitar que saltara.
—¡No… puedes… hacerlo!
Por fin, Gord se detuvo. Hera no sabía si por fin se había dado cuenta de su presencia, entendiendo que también ella se caería, o sólo al ver de nuevo lo que quedaba de Lal. Muy poco.
—No —dijo en voz baja. Se desplomó sobre sus rodillas—. No.
La twi’lek se aferraba a sus brazos.
—Lo siento —dijo ella. Trataba de alejarlo de la orilla, sin mucho éxito.
Gord la miró y sus ojos se llenaron de ira.
—¿Tú lo hiciste?
—¡No! ¡Lo juro! ¡Fue Vidian! —Hera retrocedió pero no salió corriendo—. ¡Revisa los monitores de seguridad y lo verás!
Las manos del besalisko la sujetaron. Con Hera a cuestas y ojos de asesino, Gord se movió rápidamente con ella a una estación de control de seguridad al fondo de la pared.
—Lo veré —dijo.
. . .
Vidian se encontraba fuera de la refinería y miró la luna. Había matado a otro guía de la excursión, sí, pero no había razón para continuar con este recorrido o cualquier otro. Moonglow era el mejor operador en Gorse. Incluso si el Imperio asumía el control directo de las fábricas y hallaba un método de producción efectivo, no había forma de alcanzar las nuevas cuotas del Emperador.
Y las primeras entregas debían hacerse en una semana.
Vidian giró y golpeó la pared. Su mano se estrelló contra el permacreto, dejando una hendidura. Era culpa del barón Danthe, un supuesto subordinado que lo convirtió en un peón que luchaba ante un ultimátum solicitado desde arriba. Ya sabía que no existía forma de encontrar suficiente thorilide en este territorio, o en cualquiera. No sin partir la luna entera…
Vidian se detuvo. Hizo un repaso de lo que había visto y oído de la información registrada, incluso añadió las quejas del loco de Skelly.
«Tiene que detener las explosiones en Cynda. ¡Podría partir la luna entera por error!».
Al recordar eso metió una mano en su bolsillo. El holodisco estaba ahí, el que planeaba destruir.
Vidian se dirigió con determinación hacia la oficina más cercana del edificio. Sí, mirar el holodisco sin duda sería una pérdida de tiempo para un hombre que no lo tenía. El hecho de considerarlo era un claro indicio de la situación desesperada en la que se encontraba.
. . .
Sloane no era la primera capitana imperial que Kanan conociera. Pero ciertamente era la de mejor aspecto, incluso si se negaba a soltar su hermosa cabellera negra por debajo del pequeño sombrero. Uno de sus ayudantes alumbraba con una luz su cara, innecesaria por completo bajo la luz de la luna.
—Dicen que entraste a la zona de seguridad porque transportabas a los mineros al trabajo —dijo la mujer—. Si eres el chofer del aerobús, ¿por qué tratabas de entrar a la fábrica por una de las bardas?
—Iba por mi paga. —Con las manos esposadas detrás de su espalda, Kanan le sonreía—. Si quieres, una vez que me paguen te puedo mostrar los alrededores.
Los ojos cafés de Sloane se entreabrieron.
—Espera un segundo. ¡Yo te conozco! Tú eres el piloto del carguero de explosivos. El hablador.
—Ya me pusiste un nombre —dijo Kanan, mientras sonreía—. Genial. Sabía que no podías simplemente irte. ¿Viniste hasta aquí para verme?
Sloane avanzó un paso, sujetó la cola de caballo de Kanan y la jaló.
—No me obligues a darte trabajo, piloto —dijo ella, forzándolo en el suelo—. Este pequeño acto puede servir con algunos. Yo te obligaría a trabajar en los compactadores de basura, o mejor aún: ¡aventarte por uno!
—Está bien, está bien. —Kanan se encogió de hombros frente al control de la Capitana—. Pero si sabes que soy un piloto, sabrás que trabajo aquí.
—¿Sin pase para entrar en las instalaciones?
—Lal Grallik me conoce. Pregúntale.
—¿Conque haciendo nuevas amistades? —Kanan escuchó una voz familiar a espaldas de Sloane. La Capitana se volteó sin soltar a Kanan, tirando de su cuello en el proceso. Hera había salido de la fábrica, colgándole el pase en sus manos—. Amigo dejaste tu insignia en la planta.
Los Imperiales alumbraron a Hera. Sloane la estudió antes de mirar a Kanan. Este asintió o al menos lo intentaba porque lo tenían sujeto del cabello.
—Te lo dije.
Sloane soltó a Kanan con un empujón, golpeándolo de espaldas y hacia el lodo. Ella volteó a ver a Hera.
—¿Y dónde está tu pase?
Hera sonrió:
—Bueno, lo tengo que tener aquí. De otra forma, ¿cómo estaría aquí?
Sloane miró al cielo y gruñó con frustración.
—Ya me cansé de todos ustedes. Creo que los arrestaré por…
—¡Sloane!
La Capitana revisó su intercomunicador.
—Conde Vidian —dijo ella—. Seguimos en busca de Skelly y sus cómplices.
—Olvídalos —respondió Vidian.
—¿Mi señor?
—La inspección. Todo. Olvídalo. Ya vi suficiente. Tengo una nueva estrategia que servirá al Emperador. Necesitamos regresar de inmediato al Ultimatum. Reúne a tu equipo y veme en el transportador.
Sloane aceptó la orden y desactivó su intercomunicador. Indicó a un soldado imperial que le quitara las esposas a Kanan. Otro le devolvió su bláster en su funda.
—Es tu día de suerte —dijo Sloane.
—Claro que lo es —dijo Kanan asintiendo, mientras miraba a Hera—. Las tengo a las dos aquí.
Hera se apresuró a tomarlo del brazo.
—Gracias, Capitana. Ya nos vamos. —Comenzó a empujar a Kanan hacia la entrada abierta, bajo la mirada congelante de Sloane—. Disculpe la molestia.
—Sí, mucha suerte con su inspección —dijo Kanan, antes de que Hera lo empujara fuera de la entrada de empleados.
Hera apresuró a Kanan a la esquina y de vuelta al aerobús. Se veía perturbada.
—No sabes cuándo parar, ¿verdad?
Kanan se encogió de hombros.
—Oye, funcionó, ¿no? —Se limpió el lodo del pantalón—. Siendo hostil o cauteloso sólo los haces explotar. La forma de zafarte de los Imperiales es estar tan feliz de verlos que se queden encantados cuando te vayas. Para algunos, claro está.
Hera levantó las manos.
—No tenemos tiempo para eso. Algo terrible sucedió allá, y… —Hizo una pausa y miró al suelo, como si se estuviera ahogando. Kanan se dio cuenta de que siempre la había visto segura y con perfecto control de la situación. Ahora veía todo lo contrario.
—Oye —dijo él, tocando su muñeca—. No estás bromeando. ¿Algo malo?
—Vidian mató a la administradora.
—¿Qué? ¿A Lal? —Kanan estaba sorprendido—. ¿La mató? ¿Por qué?
—Porque podía hacerlo —dijo ella mientras buscaba su mirada—. Su esposo lo vio y salió en busca de Vidian. Y parece, según la llamada del intercomunicador, ¡que Vidian está tramando algo más!
—Justo ahí —dijo Kanan, señalando una lanzadera imperial. Cruzando la lodosa avenida, la entrada principal de Moonglow se abrió, Vidian apareció ahí, hablando con la tripulación del transbordador. Sloane y sus soldados imperiales lo seguían.
—Tenemos que seguirlo —dijo Hera.
—¡No puedo seguir un transbordador en un aerobús!
—Es un Smoothride Marca Seis —dijo ella—. ¡Va a volar!
—Volaba hace millones de años —dijo Kanan.
Volvió a ver a Vidian, que marchaba con determinación sobre el entablado hacia el transbordador. Sloane se quedó en la entrada con los demás, evidentemente dando órdenes relacionadas con su partida.
Y luego, al regresar su mirada al camino que conducía al Lambda, vio algo olvidado debajo del tablón de la nave más cercana. Se veía como una pequeña mochila, alejada varios metros de lo que parecía una rejilla de alcantarilla.
Una alcantarilla abierta.
Kanan no necesitaba que la Fuerza le dijera que sujetara a Hera.
—¡Abajo!
La noche se iluminó en Shaketown. La lanzadera imperial explotó, enviando ardientes escombros a todas partes. En la calle, la onda expansiva atrapó a Vidian, lanzando su cuerpo hacia la barda externa de la fábrica a la vez que una bola de fuego pasaba sobre su cabeza.
Kanan alcanzó a ver sólo una parte de la suerte del cyborg. Mientras sujetaba a Hera de los hombros, se lanzó con ella detrás del Smoothride. Los escombros metálicos salieron disparados en todas direcciones, algunos chocaron estridentemente con el aerobús. Las moto-jets que antes habían estacionado los refuerzos empezaron a girar violentamente; Kanan vio una sin estacionar en la barda que estaba detrás.
El estruendo se calmó. Una vez seguro de que Hera estuviera bien, Kanan sacó su bláster y miró con cuidado alrededor del vehículo. En el camino, Vidian estaba de rodillas pero vivo, su estructura reforzada le dio cierta protección. Pero la calle delante de la fábrica era un cráter en llamas, y el conjunto de edificios detrás, incluyendo el pobre comedor de Drakka, estaba ahora en llamas. El instinto de Kanan decía que corrieran, para ver si el cocinero besalisko estaba bien.
Pero algo llamó su atención. Una figura negra luchaba por salir de la rejilla de la alcantarilla que había visto antes. El lugar estaba entre las llamas, pero intacto a pesar de todo, y la figura cojeaba rápidamente con una gran mochila en su espalda. ¡Skelly!
Al hallar una moto-jet imperial que funcionara, Skelly volteó a ver por última vez la escena. Luego montó la moto-jet y desapareció.