CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

A través de su propio reflejo, en la ventana cercana al asiento del pasajero, Kanan contempló el conjunto del Calcoraan Depot. Había visto otros ejemplos de majestuosidad en sus viajes: enormes ejemplos de ingenuidad imperial y excesos. Parece que se vuelven cada vez más grandes.

Pero su atención estaba puesta en su reflexión y la pregunta que ahora se hacía: «¿Caleb, que estás haciendo?».

No había respondido por ese nombre en años y no lo consideraba relevante para la persona que era ahora. Pero cuando Kanan estaba metido en un embrollo más allá de lo normal, Caleb Dume siempre era el culpable. Caleb, el pequeño Jedi que cortó antes de tiempo su carrera como superhéroe salvador de la galaxia. No podía creer ahora que hubiera sido esa persona. Ese niño no conocía lo que era la vida real o la verdadera diversión. El niño no era nadie, nunca lo fue. Un ocupante ilegal en la parte trasera de su materia gris. Cuando Kanan tenía una idea en la cual Caleb Dume estaba de acuerdo, era usualmente mejor que se quedara dentro y pedir otra.

Al igual que el Emperador, Caleb era responsable de hacer de Kanan un adolescente miserable con constantes remordimientos. Él era todas las contradicciones y todos los «que tal si»; todas las repeticiones mentales de las muertes de Depa Billaba y los otros Jedi, siempre buscando la manera en la que los desastres pudieron haberse evitado. Era también el evitar a otras personas lo que hizo al joven fugitivo insoportablemente taciturno. Mientras que los otros adolescentes en los otros grupos en los que trataba de encajar hablaban de las carreras, él estaba en la esquina tratando de descubrir cómo el Maestro Jedi Ki-Adi-Mundi se pudo haber protegido mejor en Mygeeto, o el Maestro Plo Koon en Cato Neimoidia. Cada nombre que había encontrado en aquellos días había puesto en marcha todo de nuevo, y era imposible olvidarlo.

«Qué pérdida de tiempo». Excepto por una cosa: todos esos pensamientos y su manera de esconderse en aquellos días lo habían entrenado para analizar situaciones rápidamente y con detalle. Las tácticas que a Hera le gustaban, venían de esos días. En ese caso, pensó Kanan, había algo bueno de lo que salió de ahí, porque al mirarla ahora en el asiento de piloto, se decidió a seguirla a cualquier parte.

Si él no provocaba que la mataran o si ella no hacía lo mismo con él.

Hera se mostraba alegre mientras frenaba el Expedient.

—Te dije que los alcanzaríamos —dijo mientras la nave se acercaba a la cola de un convoy carguero.

Tenía la duda de si llegarían con bien. El Expedient había dejado Cynda justo cuando los rezagados cargueros estaban siguiendo al Ultimatum al hiperespacio. Kanan, que nunca había usado el hiperimpulso antes, estaba preocupado de que no funcionara en lo absoluto. Las naves en el recorrido lunar estaban ahí por la misma razón, porque sus días de carga eran parte del pasado. Pero el hecho de que ninguna de las otras naves fuera más rápida brindaba la posibilidad de alcanzarlos, siempre y cuando tuvieran al piloto adecuado, y Hera estaba navegando muy bien el Expedient, saliéndose con la suya. Eso hacía siempre.

También a él le había funcionado. Le gustaba que Hera tuviera el control y manejara. Todas las mujeres eran criaturas mágicas para Kanan, pero habían diferentes tipos: felices ninfas del bosque y hechiceras. Había tantas cosas en Hera que podría tardarse varios días, semanas o incluso años en hallar qué era lo que la motivaba.

Tenía tiempo, pero no podía quedarse más si eso significaba permitir que Caleb Dume dijera la última palabra. Hera parecía haber despertado ese viejo instinto de responsabilidad en él, el cual lo había llevado hasta este punto. El problema era que esa persona era alguien que nunca había sido y que nunca iba a volver a ser. La muerte de Okadiah merecía una respuesta, sí, y Gorse necesitaba recibir protección en lo posible. Pero ambas responsabilidades eran del tipo que había tratado de evitar por años y tenía la intención de seguir evitándolas.

Hera era astuta y bonita; y le encantaba su voz. Si la única forma para seguir escuchándola era participar en sus juegos de capa y espada, tal vez lo más lógico sería retomar su camino y agradecer los buenos recuerdos.

—Muy bien, tu turno —dijo Hera.

—¿Hmm?

—No soy el piloto del registro —dijo ella y se levantó del asiento. Ya se acercaban al perímetro externo de seguridad, un escudo de energía invisible que rodeaba Calcoraan Depot. Los cazas TIE recorrían la estación para delimitar la ubicación.

—Correcto —Kanan se acercó para pasar junto a ella, una experiencia que le agradaba, y así tomar su asiento. Sujetó la palanca de control y detuvo al Expedient justo cerca de la barrera indicada en su pantalla.

Una brusca voz femenina emergió del sistema de comunicación.

—¿Cuál es su identificador?

—Moonglow-Setenta y Dos —respondió Kanan.

—Ya no más.

La respuesta sorprendió a Kanan por un momento.

—¿Qué quieres decir? —Presionó un botón—. Cambié mi ID transpondedor. Puedes ver quien soy. Soy de Moonglow.

—Y yo dije que ya no lo eres —contestó la mujer—. Ahora eres Imperial Provisional Setenta y Dos. Nombre, licencia y personal.

—Kanan Jarrus. Licencia de gremio cinco-cuatro-nueve-ocho-uno. —Hizo una pausa para mirar atrás—. Pasajeros: tres trabajadores.

—Esos fueron dos más de los que se suponía que podías traer.

—Vamos a cargar más rápido —dijo Kanan—. ¿Qué le importa?

—Nada. Continúe a la estación de aterrizaje siete-siete. Siga las luces y vaya lento.

Kanan lo hizo. El Expedient navegó entre una enorme variedad de naves que había visto. Cada carguero de Baby que había volado los cielos entre Gorse y Cynda estaba aquí, y más de otras partes. Y aún así, a diferencia de la carrera lunar, todas las naves se movían en orden y con precisión. Pronto se dio cuenta por qué, mientras el Expedient se estremecía y sentía que la palanca de control dejaba de responder en sus manos.

—Asistentes de estacionamiento con rayo tractor —dijo Kanan—. Excelente. Espero que no deba pagar propina. —Se sentó nuevamente: como un pasajero, como los otros.

Hera miraba cómo el Expedient circulaba por las instalaciones.

—¿Tendremos problemas para salir de aquí?

Kanan negó con la cabeza.

—Lo dudo. Estos rayos son para la manipulación del tráfico. El lugar está tan bien protegido que no necesitarán rayos tractor para evitar el escape de las naves.

—¡Qué alivio!

Kanan se levantó para estirar las piernas y lo pensó de nuevo. Había algo que el controlador dijo y lo alteró.

—Qué raro, cambiaron nuestra señal de llamada.

—Yo sé por qué —dijo Zaluna. Kanan volteó a verla en la silla junto a Skelly. Tan pronto dejaron el hiperespacio sacó su DataPad y comenzó a buscar noticias en canales públicos.

—Cambiaron tu nombre porque ya no existe Moonglow.

—¿Qué?

—Moonglow fue culpada por la gran explosión en Cynda.

Al otro lado del pasillo, Skelly se quedó boquiabierto.

—¡Eso no es cierto!

Zaluna negó con la cabeza.

—Fue un equipo de Moonglow el que encontró tu primera bomba, ¿recuerdas?

Kanan puso los ojos en blanco.

—Yo estaba ahí. No me lo recuerden.

—Estaba en el Transcept monitoreando el cuarto cuando se supo de eso —dijo Zaluna—. Dijeron que fue un evento natural, para que nadie se asustara de las prácticas de la compañía minera…

—O verían que había un disidente —concluyó Hera.

—Correcto. Ahora han cambiado por completo la historia, dicen que el colapso de esta semana y la explosión gigante fueron obra de Moonglow. La compañía se disolvió con sus activos puestos bajo control Imperial.

—Nada como pisar el buen nombre de alguien después de haberlo matado —dijo Kanan.

Lal Grallik había sido buena con él. El conde Vidian estaba empezando a ganarse algunos grandes números en la columna de aquellos que le debían algo.

El Expedient hizo un largo arco hacia una gigantesca estación de aterrizaje con forma de disco, conectada por enormes mástiles al resto de las instalaciones. Varios puertos abiertos revelaron una inmensa área de carga.

El sistema de comunicaciones volvió a la vida cuando el buque navegó en la bahía de aterrizaje.

—Al aterrizar, desembarcar y cargar el producto a medida que lleguen los cargueros, sigan las medidas de seguridad estándar, ahora están en nuestro turno.

—Genial —dijo Kanan cuando la transmisión terminó—. Ahora creo que trabajo para el Imperio. Miró a Hera.

—¿Cuál es el plan?

—El plan es hacer lo que te digan —dijo ella levantándose y revisando su intercomunicador—. Carga la nave y espera mi llamado.

Los ojos de Kanan se abrieron.

—Espera. ¿Te vas?

—Así es —dijo ella, mientras ajustaba su bláster en la funda—. Voy a destruir la estación.