CAPÍTULO ONCE

Kanan había vivido por años angustiado, aunque nunca lo demostraba. Iba más allá de la necesidad en su caso, pero también era una elección. La penumbra atrae penumbra, era como él lo veía. El actuar como una víctima sólo empeoraba la situación.

Gorse y Cynda fueron un caso de estudio. La danza gravitacional entre los dos mundos ponía a ambos en constante estrés, pero Gorse estaba mucho peor. Cynda, con sus entrañas de enrejado cristalino, se mantenía unida, aunque no sin tener actos de sabotaje. Gorse, con fango en la superficie y musgo por debajo, sufría de incesantes terremotos, cada vez que Cynda se acercaba a él. No ayudaba a la actitud de los residentes que todos vivieran en una noche permanente.

Pero incluso un perdedor podía tener un descanso, y Gorse tenía uno cada luna llena. Cynda se mostraba gigante y gloriosa en el cielo por días hasta el final. Las luces de las calles se apagaban. El crimen disminuía, ligeramente, y vivir en Gorse no parecía tan malo.

Cynda estaba a pocos días de ser luna llena, Kanan la veía mientras salía de la rampa del Expedient a la pista. No se quedaría a verla. Mirando hacia el grupo de edificios bajos del frente, divisó una figura corpulenta con cuatro brazos y múltiples fundas alrededor de su cintura. Era Gord Grallik, el jefe de seguridad y esposo de la jefa Lal. Gord era un tipo decente, pensó Kanan. Capaz, aunque poco cariñoso con su esposa.

—Kanan, escuché hablar de un colapso, me da gusto que estés bien.

—Me quiero quedar así —indicó Kanan, sacando su insignia—. Dale mi nave a alguien más.

—No te culpo —dijo Gord. Puso las dos manos arriba, rechazando la insignia—. Debes hablar con Lal primero. Ella odiara verte partir.

—No cambiaré de idea.

—Ve a la casa del primo Drakka y come algo. Lal estará aquí cuando termines. —Gord miró la luna y sacudió su cabeza—. Estoy seguro de que ella también está desgastada.

La mente de Kanan se mantenía en la comida. De todos modos, tenía que ver a Lal para recibir su paga final. Recordando otra cosa, él tronó sus dedos.

—Oh, también traje un regalo de despedida.

Gord siguió a Kanan a la rampa de la nave. Ahí, en el asiento del pasajero, estaba Skelly, aún atado al asiento. Tenía un trapo amordazando su boca y ojos de odio.

—¡Mmmph! ¡Mmmph!

—¡Qué diablos! —Gord puso una mano sobre su propia boca.

—Ahí está el loco bombardero —dijo Kanan—. Recompensa no pedida.

Gord rio a carcajadas. Todos alrededor de Moonglow sabían sobre Skelly. El jefe de seguridad examinó el cinturón roto. Tendré que quitarle eso.

—Sugiero que quites el asiento y a él con eso —dijo Kanan dándole unas palmaditas a Gord en el hombro mientras estaba a punto de irse—. No querrás que el trapo salga de su boca. Va a comenzar a hablar de nuevo.

. . .

El Conde Vidian se sentó sólo en el compartimiento de las tropas del Cudgel mientras salía de Cynda. Las nuevas naves que llegaban habían aterrizado detrás de él, y no habían más razones para quedarse en la luna. Las tropas de asalto, incluyendo a su escolta, permanecieron para investigar.

Fuera lo que fuera que hubiera pasado en la Zona Cuarenta y Dos, había dejado varias áreas clausuradas. Si había sido un acto deliberado de sabotaje, las fuerzas de Vidian lo encontrarían. Y si el responsable vivía, bueno, también lo sabría. Ya sea que las tropas de asalto encontraran al culpable en Cynda o las valoraciones de vigilancia de Transcept lo localizaran en Gorse. No había una tercera posibilidad. El Imperio no podía ser evadido.

No, no debía ser evadido. El Imperio era el único camino.

El Imperio, como lo entendía Vidian, era el resultado lógico de miles de años de gobierno galáctico. Por siglos, la República se había expandido no por la fuerza, sino al ejercer tranquilamente una atracción magnética poderosa en los sistemas circundantes. La promesa de intercambio con los mercados de los Planetas de Core era muy valiosa, y esa idea atraía inexorablemente a los planetas que no eran miembros hacia una cooperación más estricta con el Imperio.

Pero la República era a menudo más lenta para invitar a nuevos sistemas a ella. La adición de territorios tendía a disminuir el poder político de los senadores existentes. Nuevos miembros, invariablemente, se alineaban con bloques de su propia vecindad galáctica. Aunque muchos senadores que controlaban las invitaciones representaban mundos cercanos a Core. La República repelía más de lo que atraía.

Y había otras circunscripciones que alentaron la expansión. A los burócratas de la República no les gustaba tener que brindar los servicios de protección a los territorios. El resultado fue que muchos sistemas estelares útiles se quedaron esperando, por varios siglos, la acción política de la República, aunque ello significara someterse a una extensión de poder superior.

En la mente de Vidian, el Emperador Palpatine había saneado las políticas de crecimiento en la República. Al enfrentarse a los Separatistas como canciller, señaló que la República ya no era un club social del que uno pudiera salirse a su conveniencia. Ese movimiento había atraído la atención de Vidian y su apoyo financiero. Ahora, como Emperador, Palpatine había mostrado interés; no, fervor, respecto a lo que tenía que ver con expandirse. Los Planetas de Core siempre habían estado en el corazón de la República, sacando nutrientes de la periferia. El Emperador había tomado ese modelo biológico y lo había refinado, mejorándolo. El Imperio estaba creciendo robustamente, con la grasa de la burocracia sin obstruir sus arterias y venas. Un cerebro simple lo estaba dirigiendo, no un agregado de mentes con ideas conflictivas.

El Emperador había hecho todo bien hasta ahora. Seleccionar al Conde para representar sus intereses fue, todavía, una mejor decisión. Seguramente nadie podía ser más efectivo en hacer avanzar los objetivos del Emperador. Vidian era perfecto: hombre imperial, visión sin sentimiento, reestructurando lo que encontraba y siempre avanzando. Tenía sólo un único ritual que lo entretenía y era puramente práctico. Sentado con luz tenue, escuchando sólo los pings normales de la cabina y el sonido de las entrañas de la nave tipo Lambda, Vidian comandó sus pulmones para que saliera un profundo suspiro. Sus prótesis oculares ya no tenían párpados, ni nada que lo sustituyera, así que los dejó que le mostraran el vacío. Lo que Vidian requería era el menor número de distracciones posibles.

La mente era su ventaja más poderosa, y aún así, tenía que lidiar con sus limitaciones. Los globos oculares artificiales registraban las imágenes de su vida entera despierta, pero su capacidad de almacenamiento era limitada: los datos debían ser purgados cada ciclo de sueño. Alguna vez, Vidian soñó con imágenes, pero ahora había perdido esa capacidad.

Existían más métodos cibernéticos invasivos que podían darle a Vidian un recuerdo casi total, permitiéndole procesar toda la información que tuviera a su disposición. Pero había decidido rechazar la actualización, por miedo a arriesgar o dañar la química del cerebro que le daba su extraordinaria genialidad. Un miedo irracional, tal vez, pero aunque él nunca creyó en la Fuerza mística de los Jedi, aceptaba que ciertas cosas desafiaban la lógica cuando tenían que ver con la mente.

Así que cada tarde, Vidian se sentaba, como ahora, revisando los eventos del día y decidiendo qué imagen guardar en archivo permanente. Las naves cargueras en ruta a Cynda, sí. Las espaldas de otras personas en incontables corredores, no.

No conservó las imágenes de la muerte del jefe del gremio. Sabía que no habría repercusiones al respecto, y no sentía placer por la violencia excesiva, aparte de la satisfacción que siempre sentía de arreglar una empresa que se estaba cayendo. Guardó la imagen del viejo hombre que lo confrontó, para recordarle que siguiera con las restricciones de edad, pero eliminó la cara del ridículo pistolero. El rescatista del viejo hombre era otro revoltoso, más valeroso que sensato. No había nada especial en él.

Pero la palabra que el hombre había dicho: «Moonglow». En eso Vidian hizo pausa. Había visto el nombre de Moonglow Polychemical por primera vez mientras hacía su investigación avanzada en Gorse. Había prestado poca atención. Era una pequeña empresa, probablemente una de inicio o tal vez una pieza de un conglomerado desarticulado, que era administrada por sus propios empleados ancianos. Ese truco nunca funcionaba, pensaba. ¿Por qué siempre las personas insistían en reanimar lo muerto?

No obstante, al revisar los archivos de la compañía en la HoloNet, se sorprendió de los números. El loco pistolero tenía razón sobre su eficiencia. Los blancos de producción de la empresa eran menores, relativamente menores a otras corporaciones, pero era la única que se acercaba a cumplirlos. Tal vez había algo ahí, meditó, algunas ideas que robar para otros fabricantes.

«Rescatar las ideas desde el fondo de la papelera», pensó Vidian. Le irritaba que el estado de las cosas en Gorse fuera tal que él tuviera que recurrir a la...

—Mensaje de Coruscant, mi señor.

Con el sonido de la voz del capitán, los ojos de Vidian vacilaron y regresaron a la normalidad; el área de pasajeros de Cudgel volvió a aparecer.

—Comuníquelo.

Una figura apareció enfrente con forma holográfica. Robusto y elegantemente vestido, el joven rubio colocó sus manos juntas e hizo una reverencia.

—¡Conde Vidian! Me da mucho gusto verlo.

—¿Qué quiere, Barón?

Vidian tenía cumplidos para pocos, y ninguno para el Barón Lero Danthe de Corulag. El socio acaudalado de una dinastía fabricante de droides tenía un cargo en la administración del Imperio, pero eso era siempre el anzuelo para cambiar a algo más, usualmente a expensas de Vidian, como ahora.

—El Imperio se ha embarcado en muchas iniciativas nuevas y fabulosas —dijo Danthe, sonriente—. Necesitamos más thorilide.

—Ya conozco las cuotas...

—Esas son las viejas cuotas. El Emperador desea más. —Los ojos de Danthe se entrecerraron con una feliz malicia—. Cincuenta por ciento más por semana.

—¿Cincuenta?

—Le dije al Emperador que usted estaba a cargo, y si alguien lo podía lograr, ese era usted.

—Estoy seguro. —Vidian sabía que Danthe jamás diría tal cosa: lo que no suponía apuñalarlo por la espalda.

—Desde luego, si mis fábricas de droides pueden ayudar en algo, sólo tienes que...

—Vidian fuera. —Cortó la transmisión.

Seguía enfurecido un minuto después, cuando sintió el ruido que indicaba que el transbordador había llegado a la cubierta del Ultimatum. No había ninguna nueva iniciativa, él lo sabía: esto era algo que Danthe hacía como parte de su continuo intento para conseguir su puesto en el Imperio. Vidian lo había frustrado en cada paso que dio en el pasado, pero esto era algo más. En el tiempo que llevaba en Cynda sabía que incluso cinco por ciento de aumento era un gran reto.

Abrazando la tabla de datos, la Capitana Sloane se encontró con él en la base de la rampa de aterrizaje.

—Pidió informes cada media hora sobre la cámara de colapso —dijo ella—. Hemos confirmado que fue intencional. Un equipo de detonación localizó un dispositivo hecho por el fugitivo Skelly.

Vidian no estaba sorprendido.

—El equipo sobrevivió. ¿Cómo lo lograron?

—Alguien jugó al héroe —respondió ella—. Estamos tratando de saber quién fue…

—Olvídalo —dijo Vidian, mirando a través del acceso a la bahía de aterrizaje operado magnéticamente. Después de un instante, asintió—. Es momento de pasar a la siguiente fase.

—¿La de inspección, dice usted?

Vidian la miró.

—Por supuesto. Es para lo que estamos aquí. Las minas de thorilide en la luna sólo son una parte del problema. Las refinerías deben ponerse en orden. Debo ir a Gorse.

Sloane parpadeó.

—Creía que había decidido que sería más eficiente ver a los administradores planetarios aquí, por holograma.

—Sé lo que dije. ¡No me cuestione! —Pasó un segundo y bajó el volumen de su voz—: Mis planes han cambiado. Necesito su asistencia en tierra.

—No estoy segura de lo que está diciendo, mi señor. La seguridad planetaria debe ser capaz de coordinar sus esfuerzos.

—Capitana, tengo muchos otros pasos que tomar que no serán bien vistos por las masas —afirmó pronunciando la última palabra con un particular desdén—. Como hemos visto, necesitan saber que mis movimientos tienen el peso completo del poder imperial. —La estudió y pensó un momento para continuar—. Usted está a cargo del Ultimatum sólo mientras el Capitán Karlsen se libera de algo más, ¿no es así?

Sloane desvió un poco sus ojos.

—Sí, mi señor. Hay más capitanes que puestos.

—Bueno tenemos que construir Destructores Estelares más rápido. Tal vez Karlsen pueda regresar con uno de esos, y usted se pueda quedar con el Ultimatum.

Ella alzó la mirada hacia él.

—Pero él es un superior.

—Tengo cierto control en algunos cuadrantes. Sírvame bien y podrá tener una posición permanente.

Sloane tragó saliva, antes de enderezarse.

—Gracias, mi señor. —Saludó innecesariamente y salió.

Vidian miró hacia el espacio. Gorse estaba ahí abajo, en la oscuridad, como siempre; sólo las luces salían ocasionalmente a través de las nubes, dando indicios de que el cuerpo oscuro no era otra parte del vacío.

Gorse había sido antes una decepción para él, en formas que nadie conocía. Y ahora él y sus perezosos trabajadores amenazaban con hacer algo más que decepcionar.

Pero lo resolvería; de forma eficiente, como ninguno podía hacerlo.