CAPÍTULO DOS

—¡Fíjate, idiota!

Al ver cómo el carguero que transportaba thorilide se dirigía hacia él, Kanan Jarrus se olvidó de hablar y abruptamente orilló su embarcación. No perdió tiempo en preocuparse de si la embarcación más grande viraba en la misma dirección: tomó una decisión cuando aún podía hacerlo. Fue recompensado con la supervivencia, y un alarmante acercamiento a la parte baja de la nave que se acercaba.

—Lo siento —crepitó una voz por encima del comunicador.

—Seguro —dijo Kanan, con sus ojos azules mirando fijamente por debajo de sus pestañas oscuras.

«Si veo a este hombre en un callejón en la noche, me tengo que cuidar», pensó él.

Era una locura. La órbita elíptica alargada significaba que la distancia entre la luna y Gorse cambiaba diariamente. Días de encuentros cercanos como el de hoy hacen de la región entre los dos mundos una congestionada carrera de demolición. Pero la aparición del Destructor Estelar y la devastación de la nave carguera generaron una estampida en el espacio. Una carrera de dos grupos asustados unidos en direcciones opuestas, precipitándose uno hacia el otro en los mismos carriles de tránsito.

Normalmente, Kanan sería uno de los que iría hasta el límite para llegar a donde se dirigía. Eso era lo que lo tenía derrochando dinero, la razón principal por la que tenía un trabajo. Pero también se sentía orgulloso de tener una mente fría cuando los demás se aterrorizaban, justo lo que estaba sucediendo ahora. Kanan ya había visto antes un Destructor Estelar, pero estaba completamente seguro de que nadie más a su alrededor lo había hecho.

Otro carguero se movió junto a él. No lo reconoció, este último tenía forma como de gema, con una cabina en forma de burbuja en la parte frontal y otra para el artillero en la parte posterior. Era una hermosa imagen comparada con lo demás que volaba en el cielo. Kanan aceleró, intentando acercarse para ver quién era el conductor. El carguero respondió saliendo a toda velocidad, reclamando su lugar y forzándolo a disminuirla. Kanan miró boquiabierto mientras el otro piloto utilizaba el quemador auxiliar y salía volando muy lejos de él.

Era la única vez que había utilizado los frenos en todo el viaje, y se notó de forma instantánea. Su comunicador sonó y se escuchó la voz de una mujer que no sonaba nada contenta.

—¡Tú, el de ahí! ¿Cuál es tu identificador?

—¿Quién lo pregunta?

—¡Es la Capitana Sloane del Destructor Estelar Ultimatum!

—Me impresiona —respondió Kanan, acomodándose el pelo oscuro que llegaba a su frente—. ¿Qué traes puesto?

¿Qué?

—Sólo para hacerme una idea. Es difícil conocer gente en el espacio.

—Repito, ¿cuál es su…

—Aquí Expedient, volando hacia Moonglow Polychemical, fuera de la ciudad Gorse. —No se preocupaba de activar su ID de transportador, porque nadie en el tráfico espacial se preocupaba de eso.

—¡Acelere o si no!

Kanan se sentó perezosamente en el asiento del piloto y movió los ojos hacia arriba.

—Me puedes disparar si quieres —lo dijo arrastrando las palabras—, pero tienes que saber que traigo una carga de bisulfato de baradio de grado explosivo para las minas en Cynda. Es de prueba. Entonces, ustedes podrán estar a salvo de los escombros allá en su enorme nave, pero no puedo decir lo mismo de los del convoy. Y varios de aquí están transportando lo mismo que yo. Así que no creo que sea lo más inteligente que hagan —dijo entre risas suaves—. Sería un buen espectáculo, ¿no?

Silencio.

Un momento después:

—Muévase.

—¿Seguro? Digo, podrían grabar la escena y luego venderla…

—No juegue con fuego, insolente. —Fue la fría respuesta—. Y trate de ir más rápido.

Kanan estiró uno de sus guantes y sonrió.

—Para mí también fue agradable platicar contigo.

¡Ultimatum fuera!

Kanan apagó el comunicador. Sabía que nadie en su sano juicio le dispararía después de saber lo que llevaba de cargamento. Como protección, los mineros sólo usaban el sarcástico sobrenombre de «Baby» para referirse al bisulfato de baradio en las minas de Cynda. Cualquier Imperial lo pensaría dos veces antes de apuntar cerca de un transportador de Baby, y, en especial, la capitana del Destructor Estelar no querría volver a meterse con él después de esa conversación.

También eso iba de acuerdo con el plan. Él preferiría evitar la reunión sin importar cómo se viera la chica.

Repitió burlonamente las palabras de Sloane: «¡Vaya más rápido!». Ya estaba volando a máxima velocidad, algo que no hubiera podido hacer el Expedient si tuviera carga llena. El sarcástico nombre había sido su idea. El carguero era de Moonglow, una decena de embarcaciones idénticas operadas por la compañía. A menudo las naves tenían un desastroso final como para preocuparse por nombrarlas de alguna forma. Tampoco duraban mucho en el negocio los pilotos suicidas, si es que sobrevivían; por tanto, Kanan no sabía cuántas personas habían volado su nave antes que él. Haberle puesto el nombre al carguero Baby era un simple intento de hacerlo agradable.

Pensaba que sería bueno poder volar algo con un poco de clase en alguno de los planetas que visitaba, como esa nave que lo rebasó. Aunque es muy probable que su dueño no le permitiría las mismas libertades que tenía al manejar el Expedient. Como ahora, cuando al ver a dos transportistas yendo directo hacia él, orilló la nave haciendo giros entre ellos. Los transportistas bajaron la velocidad y él seguía en curso. «Dejemos que se cuiden de mí».

Su carga cuidadosamente asegurada no reaccionó al repentino movimiento, pero la maniobra produjo un golpe sordo en la parte de atrás del área de carga. Volteó a ver y su mata de pelo corto amarrada en la nuca rozó la cabecera del asiento. De reojo, Kanan vio a un viejo hombre en la cubierta, arrastrándose en un intento por recuperar la compostura.

—Buenos días, Okadiah.

El hombre tosió. Al igual que Kanan, Okadiah tenía barba aunque sin bigote y su pelo era completamente blanco. Se había dormido en el área de los contenedores de bisulfato de baradio, en la única repisa libre. Okadiah prefería eso al diván de aceleración en la cabina principal porque era más tranquilo. Tratando de ver cuál era el frente, el viejo hombre comenzó a gatear. Habló al aire al llegar al asiento del copiloto.

—He decidido no pagarte el pasaje, y menos la propina.

—La mejor propina fue agarrar otra línea de trabajo —dijo Kanan.

—Hmph.

Ciertamente, Okadiah Garson tenía varias líneas de trabajo que lo hacían, para Kanan, el amigo perfecto. Okadiah era capataz en uno de los equipos mineros en Cynda, un veterano con treinta años en el negocio, quien se desenvolvía con facilidad. Y en Gorse, administraba El Cinturón de Asteroides, una cantina a la que acudían sus propios empleados mineros. Kanan había conocido a Okadiah meses atrás, cuando detuvo una pelea en su bar. De hecho, fue por medio de él que consiguió el trabajo de piloto carguero con Moonglow, e incluso ahora Kanan vivía en el albergue junto a la cantina. Un arrendador que suministrara alcohol era un gran beneficio.

Okadiah decía que sólo se hacía responsable cuando alguien se lastimaba en las minas, lo cual era una decisión práctica, considerando que pasaba casi a diario. La excavación del día anterior había sido tan mala que obligó al grupo a quedarse toda la noche, lo que hizo que Okadiah perdiera el transporte de ese día. Los cargadores de Baby no solían transportar a muchos pasajeros que no tuvieran otra opción, y Kanan no daba aventones. Pero con Okadiah hizo una excepción.

—Soñé que escuchaba la voz de una mujer —dijo el viejo, restregándose los ojos—. Una voz dura, regia y autoritaria.

—La capitana de una nave.

—Me gusta —dijo Okadiah—. Claro, no eres partido para ella, pero yo soy un hombre con medios. ¿Cuándo conozco a ese ángel?

Kanan apuntó hacia la ventana de su izquierda. En el exterior, el hombre contempló al Ultimatum, amenazante detrás del frenético tráfico espacial. Los ojos sanguinolentos de Okadiah se abrieron y luego se entrecerraron, como si tratara de definir exactamente lo que estaba viendo.

—Hmmm —dijo al fin—. Eso no estaba ayer.

—Es un Destructor Estelar.

—Oh, no. ¿Vamos a ser destruidos?

—No pregunté —dijo Kanan con una sonrisa. No sabía cómo un viejo minero que vivía en el basurero de Gorse había terminado hablando de una manera tan gentil, y eso siempre le divertía—. Alguien se puso en el lado equivocado de la nave. ¿Conoces a alguien del Cynda Dreaming?

—Okadiah se rascó el mentón.

—Forma parte de la tripulación de Calladan. Un cabeza de martillo alto y delgado. Ha dado mucha lata en El Cinturón de Asteroides.

—Bueno, ya puedes olvidarte de él.

—Oh —dijo Okadiah, mirando de nuevo a la ventana. Aún se veían restos del desafortunado carguero—. Kanan, mi amigo, sabes mantener los pies en la tierra.

—Así es. Ya estamos llegando.

El Expedient giró y se inclinó hacia abajo, dirigiéndose a la superficie blanca y sin aire de Cynda. Un cráter artificial se había formado como zona de aproximación para el aterrizaje. Casi una docena de bahías de aterrizaje alumbradas de rojo se habían implementado en las paredes del cráter, conectando, en la parte inferior, con las áreas mineras. Una vez que el Expedient sobrevoló el cráter, Kanan giró la nave hacia la bahía indicada.

Okadiah miró hacia adelante y entreabrió los ojos.

—¡Ahí está mi transporte!

—Te dije que lo alcanzaríamos.

Lo habían alcanzado, pero no fue simplemente por los esfuerzos de Kanan. La instrucción Imperial había jugado su parte. El transporte de personal, en el que debía de ir Okadiah. Okadiah había intentado entrar a la bahía con demasiada rapidez, y se había atascado un lado de la puerta. Ahora se encontraba bloqueando la entrada, inutilizable y colgando parcialmente de la orilla. No había peligro de que se cayera, pero no se podía activar el escudo magnético de la caverna que separaba a la bahía del vacío. En ella se podía observar a trabajadores en trajes espaciales, mirando el desastre con impotencia.

—Muévanse —dijo Kanan por el comunicador.

—Manténgase ahí, Moonglow Setenta y Dos —sonó la respuesta desde la torre de control en el centro del cráter—. Podrá pasar una vez que los trabajadores aseguren y descarguen la nave.

—Tengo asuntos pendientes —respondió Kanan, saliendo del modo flotante y dirigiéndose hacia la entrada.

Se escuchaban objeciones a través del comunicador, lo que llamó la atención de Okadiah. Miró a Kanan.

—¿Estás consciente de que llevas explosivos?

—No me importa —dijo Kanan—. ¿A ti sí?

—La verdad no. Disculpa la interrupción, continúa.

Kanan continuó, dirigiendo como un experto el prominente frente del Expedient hacia la parte expuesta del transporte de personal. Podía ver a los mineros dentro de sus ventanillas, suplicando sin respuesta, al mismo tiempo que su nave hacía contacto, emitiendo un sonido metálico.

El motor del Expedient trabajaba a marchas forzadas y Kanan seguía empujando el transporte de personal fuera de la orilla. Un chirrido ensordecedor retumbaba en ambas embarcaciones, y Okadiah, nervioso, echó un vistazo a la sección de carga. Pero, en segundos, ambas naves estaban dentro del área de aterrizaje. El escudo magnético selló la bahía de aterrizaje, y Kanan apagó el motor.

Okadiah silbó. Observó por un momento a Kanan con gentil asombro y luego colocó sus manos sobre el tablero frente a él.

—Bueno, eso es todo —exclamó, con cierta confusión—. Vamos a tomar algo después del trabajo, ¿cierto?

—Así es.

—Claramente debería ser en otro orden —dijo el viejo hombre, tambaleándose ligeramente al levantarse—. Así que a lo que venimos.