CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Las palabras podían cambiar las cosas. Kanan lo aprendió de los Jedi, y ciertamente era verdad cuando apareció un pequeño documento generado por la consultora Minerax, el cual había cambiado completamente el futuro de Gorse cuatro años antes de la caída de la República.

Antes, las minas de thorilide en el sistema habían ocupado por completo la superficie de Gorse, pues se había excavado en las llanuras al sur de la megalópolis. Luego vino la Minerax Consulting y aseguró que no quedaban más depósitos de thorilide de ninguna escala en ambos lados del planeta. Cuando las minas comenzaban a generar ganancias, los créditos ya se habían movido e invertido con los productores para establecer operaciones en Cynda. En un año, las minas descubiertas que llegaron hasta el borde de la ciudad pasaron de ser zonas de gran importancia a convertirse en basureros en la oscuridad. La última mina de Gorse cerró el día que terminaron las Guerras de los Clones.

Había tantos lugares, Okadiah los llamaba Los Poros Obstruidos de Gorse, y Kanan no podía imaginar un mejor lugar para esconder el aerobús. El interminable terreno de basura era el hogar de muchas naves abandonadas, grandes y pequeñas, incluyendo varios Smoothrides; para empezar, fue aquí donde Okadiah encontró esta cosa. Kanan se dio cuenta de que era el único lugar al que podían recurrir, después de un largo y difícil día, para tener una oportunidad de seguir una de las instrucciones de Obi-Wan.

—Eviten ser detectados —murmuró Kanan.

Al salir del lado izquierdo del deslizador, Hera lo miró.

—¿Qué?

Se recargó en el asiento del conductor.

—Nada. —Se encogió de hombros—. Sólo estaba pensando… se necesitan tantas cosas para pasar desapercibido.

—Bueno, podría haber destruido tu aerobús —dijo Hera, apagando su luz—. Olvídate de volarlo, no creo que lo vuelva a hacer.

Kanan la observó cerrar el panel del equipo. El aerobús tenía tantas abolladuras y marcas causadas por bláster que estaba sorprendido de que no se hubiera incendiado de forma espontánea.

Hera desocupó el asiento del conductor y sus brazos se aflojaron un poco. Se notaba cansada.

—No creo haber tenido un día como este.

—Quédate en Gorse —dijo Kanan mientras la seguía—. Cada día es una visita al zoológico.

Hera confrontó a Skelly, quien estaba dos filas de asientos atrás, cuidando sus heridas. Habló en un tono frío.

—¿Qué pasó por tu cabeza?

Skelly la miró a través de una nebulización medicinal.

—Mi ruta de escape estaba planeada. Su aerobús estaba en el camino.

—¿En el camino de qué? —preguntó Kanan—. ¿Remodelar la pared, en su lugar?

—No es eso —dijo Hera—. Más bien llevándonos por una avenida principal y luego aventar bombas a lo idiota. Casi te volvías una mayor amenaza que el Imperio.

Skelly estaba lastimado.

—Estoy tratando de salvar gente. Traté de minimizar las bajas.

—Suenas como si estuvieras en una guerra —dijo Kanan.

—Lo estoy —respondió Skelly—. Nunca terminó —expresó mientras agitaba su prótesis de mano en el aire.

Hera negó con la cabeza, y luego se dio la vuelta.

—Vidian mató a Gord. Lo vi.

Kanan asintió.

—Supongo que no podía vivir sin Lal.

—Quería justicia —dijo Hera con una voz suave, mirando hacia la pared—. Pero esperar que el Imperio procesara a uno de los suyos era…

—¿Estúpido? —dijo Skelly, mirándola abruptamente.

Hera movió su cabeza.

—Iba a decir: algo que tenemos derecho a ver. Y por eso hay gente teniendo dudas sobre el Imperio. No está aquí para ayudarnos. Sólo existe para ayudarse.

—Vaya, tienes razón —dijo Skelly, frotándose la frente—. Pensé que Vidian sería de otra manera.

Kanan pensó que tal expresión venía de una persona totalmente diferente, y que ya no tenían tiempo de seguir platicando. La meta era seguir moviéndose, antes de que el Imperio pusiera sus naves de rastreo en el aire.

—Vamos —le dijo a Hera—. No estamos tan lejos de El Cinturón de Asteroides. Ahí podemos pensar qué hacer.

Ella no respondió. Buscando su brazo, Kanan le hizo señas a Skelly.

—¿Querías el aerobús, Skelly? Consérvalo. Nosotros nos largamos.

—Espera —dijo Hera—, ¿lo dejarás aquí?

—Incorrecto. Vamos a dejarlo aquí, si eres lista. No creo que alguien no lo hubiera visto claramente en el puerto espacial; todo el mundo lo vio. Y esa mujer y su empresa de vigilancia, sus cámaras están por toda la ciudad. ¿Cuánto tiempo quieres permanecer aquí?

Hera frunció el ceño.

—Pero está herido.

—Gracias a él mismo. —Kanan la miró a los ojos—. No estoy completamente seguro de lo que trates de lograr, pero sea lo que fuere, este tipo no te ayudará.

Hera lo miró por varios segundos. Por un momento, Kanan pensó que tomaría una decisión.

Y luego escuchó un golpe fuerte.

Provenía de entre las naves, de un compartimento sanitario del tamaño de un clóset. El marco de la puerta se había doblado ligeramente como resultado del daño recibido por el aerobús, y de una abertura había aparecido una astilla. Mientras se acercaba, el golpeteo se hizo más fuerte.

—Sé que estamos en un basurero —dijo Skelly—, pero ese es el roedor más grande que haya escuchado.

Confundido, Kanan caminó hacia la parte posterior de la nave y localizó una palanca. Hera y Skelly se acercaron a la puerta mientras regresaba.

—Esta puerta siempre se atasca —dijo Kanan—. Y si se pone el seguro, peor aún. Okadiah pasó sus vacaciones allí una vez. —Él metió el extremo de la barra en la abertura y empujó. Algo se rompió.

La puerta se abrió y una cansada sullustana salió del compartimento.

—¿Zaluna?

Zaluna Myder rodó por el suelo, jadeando y aferrada a su bolso.

—¡Aire! ¡Aire! —Se veía exhausta. Vestía la misma ropa oscura de la noche anterior, advirtió Kanan.

Skelly la miró con sorpresa.

—¿Estuviste aquí todo este tiempo?

—En todo, la paliza y los disparos —dijo ella, con la garganta seca—. Esta inútil puerta es demasiado gruesa. ¡No me podían escuchar! —Zaluna miró a Hera y a Kanan sintiéndose aliviada. Luego sus ojos se centraron en Skelly—. ¡Tú!

Skelly se veía confundido mientras la mujer retrocedía, arrastrándose por el piso.

—¿Qué pasa? No te conozco. ¿Cómo me conoces?

—Eres el bombardero —dijo Zaluna, sus grandes ojos se abrieron más, increíblemente—. Yo me encargaba de las cámaras de vigilancia que lograron arrestarte.

Skelly parpadeó.

—¿Qué tú qué? —Dándose cuenta de lo que ella decía, se lanzó desde su asiento hacia ella—. ¿Qué tú qué?

Zaluna hurgó en su bolsa y sacó su bláster.

—Aléjenlo de mí.

Kanan colocó sus manos sobre los hombros de Skelly y lo jaló.

—No te lastimará. Primero recibiría de mi parte siete golpizas.

—De tres a siete —dijo Skelly—. Vidian ya me había golpeado. Y tú me diste la golpiza número uno ayer en la luna. —Miró con odio a Zaluna—. ¿También viste eso?

—Sí —dijo Zaluna mirando al piso—. Pienso que Kanan no te debió golpear.

—Gracias —dijo Kanan. Se encogió de hombros frente a Hera—. ¿Ves lo que me pasa por ayudar?

Zaluna guardó su bláster. Hera se acercó para ayudarla a sentarse. Ella miró de nuevo hacia el estrecho compartimiento. —¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

—Desde ayer por la noche, cuando vimos que Skelly entraba a la cantina —dijo Zaluna, tratando de pararse—. Los soldados imperiales estaban afuera, y buscaba algún lugar para esconderme cuando vi el aerobús estacionado. Pero quedé atrapada. No podía hacer ninguna señal, y la puerta estaba tan gruesa que nadie me escuchaba.

Kanan rio y negó con la cabeza.

—Con todas la bombas por doquier, y la gente disparándonos. ¡Y tú metida aquí!

—No lo recomiendo. —Miró a Hera—. Tenemos que discutir sobre el cubo de datos de Hetto después. Tengo que ir a casa. ¡Falté al trabajo!

Hera miró a Kanan con preocupación.

—Zaluna, no creo que debas ir a casa ni de vuelta al trabajo. —Hera negó gentilmente con la cabeza—. El Imperio no sólo está buscando a Skelly. Están tras este vehículo, y probablemente nos están buscando también, no lo sabemos. Y hasta que no sepamos si te buscan o no, sería muy imprudente volver.

Zaluna miró con desamparo.

—Realmente me metí en problemas, ¿no?

—Y no es el lodo —agregó Kanan.

La sullustana cerró los ojos e hizo varias respiraciones profundas. Tras un instante, volvió a abrir los ojos y se mostró casi en calma.

—Está bien. Llevo como treinta y tantos años pegada a las cámaras. No me hará mal saber lo que se siente estar del otro lado. —Segundos después estaba escalando su asiento para revisar la instalación de luz en forma de domo en el techo. Estaba justo a su alcance—. Cuando la gente corre, siempre lo hace sin pensar —dijo Zaluna, moviendo sus dedos dentro del domo—. El secreto es asegurarse de que los observadores no sepan quién está corriendo.

Hera estaba alarmada.

—¿Qué es eso? ¿Hay una cámara de seguridad a bordo?

—Este fue alguna vez un transporte urbano. Hace treinta años les pusieron cámaras de vigilancia comerciales. —Sin encontrar nada, Zaluna se bajó y se movió al siguiente asiento. Después de escalarlo repitió el proceso con la siguiente instalación de luz.

Kanan, sorprendido, preguntó:

—¿Por qué les importaría un aerobús?

—En ese tiempo, buscaban saber el tipo de bebidas que preferían tomar sobre un conmutador —dijo Zaluna, hurgando con sus dedos—. En estos días es por la misma razón que el Imperio pondría cámaras de vigilancia en una cantina o en un elevador. Para atrapar amenazas antes de que se conviertan en una.

Skelly se cruzó de brazos.

—Todo el mundo me llamaba paranoico; la fila de disculpas está a la izquierda.

Las papadas de Zaluna se encendieron hacia arriba en una sonrisa sullustana, y sacó un pequeño artefacto dentro de su aparato.

—Ah, justo lo que pensé. Una de nuestras grabadoras obsoletas. No tiene señal en vivo, sólo envía información al satélite una vez a la semana. —Se la pasó a Hera mientras Kanan la ayudaba a bajar.

Hera giraba el increíble y pequeño dispositivo de grabación sobre la palma de su mano.

—Ya no puede enviar nada, ¿verdad?

—No, está desconectada de la emisora. Pero admito que sería interesante saber lo que grabó. Estuve todo el día a oscuras. Me gustaría saber por qué fue todo ese alboroto.

—Es mejor no saberlo —dijo Kanan—. ¡Me gustaría olvidarlo!

Hera se paró en la entrada de la puerta y lo miró.

—¿Puedes escondernos a todos en el bar hasta que veamos cuál es la situación? Es más seguro si no nos separamos.

Kanan se dio cuenta de que no tenía sentido quejarse. Si había una cosa que había aprendido era que no podría cambiar la opinión de Hera una vez que ella decidía hacer algo.

—Está bien —dijo él—. Pero a la primera señal de un soldado imperial: ¡Skelly, no te conozco!

. . .

—Bastinade está aquí —dijo Sloane, sorbiendo de su taza y haciendo señas a la nave Lambda que descendía del cielo.

—¿Crees que tu gente pueda evitar que esta nave vuele en pedazos? —preguntó Vidian—. Únicamente tienes nueve lanzaderas más.

Sloane escondió su expresión detrás de su taza de caffa. El caffa de la torre de control no era bueno, pero después de las últimas horas, cualquier descanso era más que bienvenido. Habían perdido varios transportes, dos cazas TIE y, lo peor de todo, a su presa en una cantera, que se veía como una aglomeración de pits llenos de basura de la que escaparon. Los rastreadores satelitales perdieron el rastro del aerobús después de cinco segundos en el lugar. Los soldados podrían peinar el área por meses.

Hasta ahora, Vidian no había dicho nada sobre el incidente; en su lugar decidió revisar la cuestión que había discutido en un principio con ella cuando se encontraban en el aerobús. Una cuestión bastante rara, ciertamente, y con ramificaciones potenciales para todos los que vivían en Gorse. Si se analizaba detalladamente, podría convertir a ciudadanos modelo en el duro delirio Skellies.

Probablemente no, pero Sloane estaba ansiosa de salir del planeta antes de que pasara algo. «Mientras más tiempo pase en Gorse», pensaba al mismo tiempo que se dirigía al transportador, «nunca podré ordenar como capitana sustituta de nuevo».