CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
—¡Estamos vivos! —Skelly lo había dicho, pero Kanan estaba igual de asombrado que los demás. Hera simplemente arreglaba sus guantes como si nada hubiera pasado.
—Eres increíble —dijo Kanan—. Me sentaré siempre en el asiento del pasajero.
—Es hora de salir. —Hera se levantó, revisó sus armas y se fue rumbo a la cámara de descompresión—. ¡Ven, Zal!
Zaluna tomó un respiro profundo y sacó su bolsa de magia electrónica, que estaba detrás del diván de aceleración. Y se encontró con Hera en la puerta.
Vidian estaba casi a la cabeza del Forager, donde se encontraba el transmisor.
—¿Tienes algo más a bordo que podamos usar? —preguntó Hera a Kanan—. No conocemos el plano.
—Creo que sí —Kanan ajustó su funda y caminó por el pasillo hacia los compartimientos de almacenamiento. Se hincó frente al contenedor de basura y lo abrió. Ahí, aparte de la mochila de Skelly con los explosivos improvisados, que Kanan escondía por seguridad, estaba parte del kit de emergencia de Cynda: un arma rapel con un cabrestante automático. Se lo pasó a Hera.
Estaba a punto de cerrar el contenedor cuando vio su mochila de viaje, la que llevaría con él al irse de Gorse. Algo pasó por su mente, abrió la mochila y sintió algo adentro.
«Su sable láser». Estaba ahí, escondido e inofensivo, dentro del estuche de tela para una mira de rifle bláster. Kanan dudó por un momento antes de remover el estuche y amarrárselo a su pierna izquierda. Era seguro que no la iba a usar, pero a diferencia del Calcoraan Depot, las oportunidades de que lo buscaran en la nave eran altas. No quería que nadie lo encontrara.
Dio la vuelta para notar que Skelly lo miraba. Por un momento, Kanan estuvo preocupado de que preguntara sobre el estuche de la mira, no tenía rifle bláster, después de todo, pero rápidamente vio que Skelly le echaba un ojo a su mochila destructiva.
—No permitiré que nos hagas estallar a todos —dijo Kanan y levantó la mochila de Skelly. Esto viene conmigo por seguridad.
—Vas a explotar sólo con cargarlo. —Skelly trató de mantenerse de pie—. Está bien. Déjalo. Iré contigo.
Kanan frunció el ceño.
—¡Apenas puedes caminar!
—Así puedo cuidar la retaguardia. Deja eso y vámonos.
. . .
Kanan descubrió que el interior del Forager era un piso enorme de fábricas automatizadas. Las siete esferas que formaban el cuerpo de la nave se cruzaban en una línea, lo que producía un único atrio de varios pisos de alto, que se prolongaba hasta perderse de vista. Los contendores, centrífugas, cintas transportadoras y tubos neumáticos eran la producción de Denetrius Vidian, si había una.
Desde un barandal, Hera inspeccionó el área y se maravilló por un momento con la vista.
—Es como si alguien juntara todas las refinerías de Moonglow en una sola nave.
—Apurémonos para salvar la real —dijo Kanan. Podía ver a los soldados imperiales en el piso principal, corrían tras ellos desde el fondo. Las escaleras metálicas llevaban a lo que parecía un kilómetro de intensa lucha, cerca del Destructor Estelar.
—¿Puedo... regresar… por mis bombas? —preguntó Skelly jadeando en el barandal. Se había quedado atrás por segunda vez y se cayó en el camino de regreso a las bahías de aterrizaje.
Kanan negó con la cabeza y miró a Hera, quien observaba las vigas.
—¿Qué te pasa?
—Es una buena señal —dijo ella apuntando—. ¡Mira ahí!
Kanan entrecerró los ojos. En lo alto, un riel de tranvía suspendido del techo recorría la distancia del cuarto entre las dos orillas del complejo industrial.
Los ojos de Kanan voltearon a ver su ubicación y los peldaños de la escalera unida a la pared detrás de ellos, quince metros de alto o más. La escalera era la única ruta para el tranvía: no había a forma de que la pistola de rapel pudiera cargar a más de uno a la vez.
Hera tuvo una idea y Kanan hizo el plan. Así era como las cosas funcionaban entre ellos. Kanan envió primero a Hera a la escalera, hizo que se detuviera en ciertos intervalos para cubrirla del fuego enemigo, si era necesario, contra cualquier Imperial que llegara. Luego envió a Zaluna, quien se fue sin queja alguna. La altura era, aparentemente, otra cosa a la que Zaluna no le tenía miedo.
Skelly era el problema. Pensaba que el tipo tenía que ir adelante, de lo contrario no podría llegar nunca, pero su avance era terriblemente lento. Skelly estaba adolorido y reacio a usar su mano derecha como soporte.
—¡Vamos, Skelly! —gritó Kanan, era la tercera vez que lo decía. Skelly colgaba débilmente con su brazo derecho aferrado a un peldaño—. Sólo dame un…
Skelly nunca terminó la frase. Los disparos acribillaron la pared a su alrededor; perdió la fuerza. Kanan intentó sujetar al hombre mientras caía.
—¡Skelly!
El hombre cayó hacia afuera, su cuerpo se estampó contra el barandal del balcón en el que estaban parados antes. Sin fuerzas, Skelly cayó de lado y quedó fuera de la vista, presuntamente sobre el piso de la fábrica. Más arriba, Hera abrió fuego contra los atacantes de Skelly.
Kanan estaba a mitad de la escalera, estiró el cuello para hallar algún indicio de Skelly. No podía ver nada y ahora había más armas en el área. Hera lo llamó desde arriba.
—¡Ven, Kanan!
Subió rápidamente la escalera y escapó de incontables disparos durante el trayecto. Cuando alcanzó el ápice, surgió un piso metálico junto al tranvía estacionado. Hera ya estaba dentro, sentada al frente y mirando abajo.
—Ninguna señal de Skelly —dijo ella. Miró atrás, su cara estaba tensa—. ¡No creo que haya sobrevivido!
—No podemos hacer nada —dijo Kanan, mientras llegaba al tranvía con los demás.
—Ya lo buscaremos cuando regresemos, si es que regresamos. ¡Movámonos!
Una vez activado por Hera, el tranvía se movió por cientos de metros. Se desplazaba sobre un único carril, probablemente electrificado, pensó Kanan, unido al techo, por un marco de metal.
Las cosas estuvieron tranquilas por un minuto, hasta que los soldados de asalto llegaron hasta donde estaban los intrusos. Era temporada de caza en los travesaños, con disparos que rebotaban en las vigas, en el techo e incluso algunos sobre el propio tranvía. Zaluna tomó el control del vehículo para que Hera y Kanan dispararan de vuelta, pero los blancos eran muy pequeños y numerosos. Y no habían llegado ni a la mitad de la fábrica.
—Tenemos que hacer algo antes de que traigan la artillería pesada —dijo Hera.
Kanan le dio un codazo.
—¡Mira eso! —Señaló adelante unos enormes cilindros en el piso de la fábrica, hechos de algún tipo de compuesto transparente. Dentro había un líquido, de un color verdoso brillante—. ¡Ácido xenobórico como en la fábrica de Lal! —Tenía sentido, después de todo esta era una refinería de thorilide. Kanan y Hera se miraron, se encogieron de hombros al mismo tiempo y luego apuntaron sus blásters al contenedor más cercano.
Múltiples disparos golpearon el contenedor en el mismo lugar. Instantes después, el material de protección cedió y se liberó el ácido. Un soldado de asaltó soltó su arma y gritó tan fuerte que lo escucharon cerca del techo. La estructura del contenedor cedió por completo, liberando el contenido en el piso. Ahora todos los soldados imperiales se movían apresurados para llegar a las alcobas, escapar del vertido y poder quitarse botas y armadura.
Kanan y Hera apuntaron a otro contenedor y luego a otro mientras el tranvía avanzaba. La clave era despejar el paso de cualquier arma. Él sonrió a Hera en espera de recibir una sonrisa de vuelta. En su lugar, vio una mueca mientras el tranvía hacía un alto total. Hera se movió al lado de Zaluna y en vano apretó los botones de control.
—Hasta aquí llegó nuestro viaje —dijo ella—. Alguien sabe que estamos aquí.
—Diría que esos tipos —dijo Kanan mientras señalaba al suelo. Los disparos de blásters llegaban al techo, pero con menos precisión que antes. Los soldados estaban todos reunidos encima de la consola de control y otros equipos para evitar el ácido. Kanan miró al panel de control del tranvía.
—Creo que puedo volver a cablear esta cosa.
—Sé que puedo —dijo Hera mientras se acomodaba a su lado—. ¡Sigue disparando! ¡Se nos acaba el tiempo!
Kanan volteó a hacer exactamente eso cuando Zaluna le dio un golpecito. Ella señaló hacia arriba, donde el marco de la vía del tranvía se conectaba con el techo. Una fila de vigas corría por la longitud de la línea, era un espacio a través del cual podían subir y protegerse. Pero Kanan se dio cuenta de que sería un largo camino de rodillas, se necesitaba ser alguien pequeño y atlético para llegar ahí.
—No creo poder llegar ahí —dijo Zaluna—. Pero uno de ustedes sí.
—No sabemos cómo acceder a los sistemas de comunicación global de los que hablabas —dijo Hera.
—Espera un minuto —dijo Kanan; tenía una idea—. ¡Hera! ¡Vuelve adentro!
Mientras Hera lo hacía, Kanan bajó su bláster y alcanzó el arma de rapel. Ancló las piernas detrás del deslizador, se inclinó y disparó a uno de los soportes horizontales. El gancho se aferró tensamente y el carrete motorizado chirrió con el movimiento. La potencia del tranvía había sido cortada, aún se movía, pero lentamente.
—Pesamos demasiado —dijo Hera. Miró hacia un área de desembarque que estaba más adelante—. Nosotros tres juntos vamos a tardarnos demasiado. Tomaré la ruta por las escaleras.
Zaluna la miró y su rostro se tensó.
—Hera, no creo que debas ir sola.
—Y tú tampoco —dijo Hera—. Kanan, asegúrate de que llegue ahí. ¡Difunde el mensaje de advertencia! —Ella escaló al lado del vehículo y saltó. Se aferró con maestría a uno de los soportes, giró su cuerpo y desapareció en el pequeño espacio horizontal, libre de los disparos de los soldados de asalto.
El cable se rebobinó, Kanan liberó el gancho y se preparó para disparar. Zaluna volteó en vano para ver a Hera y negó con la cabeza.
—Vamos a tener que enviar el mensaje mientras Vidian está en el cuarto, ¿verdad?
—Has llegado hasta acá, Zal. Ya se acabó la parte difícil —Kanan sonrió y lanzó el gancho. Sus Maestros Jedi le habían advertido sobre mentirle a sus mayores, pero pensó que esto era por una buena causa.
. . .
—Forager reporta que ha sido invadido —un alférez llamó desde una terminal—. Los intrusos son pocos. Tres, tal vez cuatro.
—Manténganse en sus puestos. —La Capitana Sloane se dirigió a la estación de la joven oficial y miró detrás de ella. El Ultimatum recibía algunas señales de seguridad de la nave de recolección, pero era difícil saber más. Por un momento pensó que había alcanzado a ver una twi’lek que corría, pero luego identificó al arrogante pistolero.
—¿El Forager pide ayuda? —Ella negó con la cabeza.
—No, Capitana. El Conde Vidian continúa con la cuenta regresiva, en espera de que terminen el trabajo en el sitio de inyección final.
Sloane asintió. Vidian tenía sus propios soldados imperiales y guardias personales ahí. Era poco probable que necesitara de su ayuda. Aun así, era difícil quedarse ahí sin saber qué hacer. Era en esos momentos cuando extrañaba ser una joven oficial, teniendo a alguien con todas las respuestas…
—¡Capitana!
Sloane dio la vuelta para ver que el Comandante Chamas entraba a toda velocidad por el puente.
—¿Qué sucede?
Chamas estaba pálido.
—Tenemos un mensaje de prioridad para usted.
Sloane se detuvo.
—¿Del almirantazgo?
—No —decía el comandante sin tener más aliento—. Del Emperador.
Los ojos de la capitana se desorbitaron.
—La tomaré en privado. —Ya estaba en la puerta cuando terminó la oración.